jueves, 19 de abril de 2018

Dulce Tentación: Capítulo 18

Aquella Paula llevaba un vestido de cóctel azul sin mangas, y el cuello halter le dejaba la espalda al aire. Estaba absolutamente preciosa. Pedro había  visto  muchos  vestidos  de  alta  costura,  además  de  comprar  varios  para Carolina, y sabía que el de ella lo era.Tenía   unos   brazos   y   unos   hombros   espectaculares.   Quizá   hubiera   algún   beneficio en eso de amasar pan, después de todo, pensó. La tela del vestido se ajustaba a su cuerpo perfectamente, la falda caía en capas sobre las rodillas, las medias negras cubrían unas piernas esbeltas y bien formadas.Y zapatos de tacón alto. Aquella  noche,  Paula Chaves era  la  joven  ejecutiva  que  había  visto  en  fiestas  por  todo   el   mundo.   Parecía   la   chica   que Carolina le   había   descrito en sus días de universidad:  guapa, sofisticada, brillante. Pero  él  conocía  a  la  auténtica  Paula.  La  mujer  que  había  comprado  una  pastelería  y  la  había  transformado  en  algo  espectacular  para  hacer  lo  que  más  le  gustaba hacer. ¿Cuándo  fue  la  última  vez  que  conoció  a  alguien  así?  Nunca  se  había  topado  con una mujer semejante.Sí,  conocía  a  muchas  chicas  guapas  e  inteligentes  que  decían  hacer  lo  que  les  gustaba.  Pero  muy  poca  gente  sabía  lo  que  quería  de  la  vida  antes  de  cumplir  los  treinta años. Él  sí  lo  había  sabido.  Paula,  también.  Tal  vez  era  por  eso  por  lo  que  conectaba tan bien con ella. Eran diferentes de los demás.Su  energía  y  su  fuerza  brillaban  tanto  como  la  pulsera  que  llevaba  en  la  muñeca.  Era  efervescente  y  tan  atractiva  que  tuvo  que  controlar  la  testosterona  que  encogía los músculos de su pecho y ponía su corazón al galope. Sólo con verla. La oyó contestar en francés a alguien y luego decir algo que sonaba como ruso. Ah, claro. Era licenciada en Lenguas Modernas, recordó.¿Cómo  podía  haber  pensado  que  Carolinahabía  cometido  un  error  al  elegir  a  su  dama de honor?La  otra  dama  de  honor  era  la  hermana  de  Pablo,  Tamara,  una  encantadora  y  simpatiquísima  periodista.  Pero  Paula Chaves era  un  misterio.  Tal  vez  porque  Carolina y  ella se habían conocido durante el último año de universidad, cuando empezó a salir con  Mike  Gerard.  De  hecho,  casi  había  olvidado  su  nombre  hasta  que  Carolina lo  mencionó en relación con la boda.

Pedro se  dirigió  al  bar  para  no  quedarse  mirándola  como  un  tonto,  pero  no  podía  apartar  la  vista  del  ella.  Se  deslizaba  por  el  salón  charlando  con  políticos  y  gente de la alta sociedad con la tranquilidad que daba haber estudiado en una buena universidad.Él había trabajado mucho para que Lucy tuviera esas mismas oportunidades y sabía que su hermana se lo agradecería siempre. Incluso su madre se había quedado sorprendida por lo fácil que le resultaba vivir lejos de casa, con desconocidos... pero con un título de primera clase en la mano.Era una educación diseñada para abrir puertas. Y así había sido.Adoraba  a  su  hermana  y  era  el  primero  en  admitir  que  había  logrado  el  éxito trabajando tanto como él. Y, sin embargo, a veces se preguntaba cómo habrían sido las cosas si no hubiera tenido que dejar el colegio a los dieciséis años. En fin, eso era historia pasada.Con  un  vaso  de  agua  mineral  en  la  mano,  decidió  buscar  a  Silvana Waters, que estaría a punto de dar comienzo a la subasta benéfica.

—Señoras  y  señores,  el  siguiente  objeto  en  ser  subastado  es  una  clase  maestra  para las papilas gustativas. Supongo que todos conocerán la Pastelería Chaves. Bueno, pues  el  mejor  postor  recibirá  una  clase  personal  de  repostería  impartida  por  la  propietaria, la señorita Paula Chaves. Empecemos con cincuenta libras.

Paula se  apoyó  en  el  respaldo  de  su  silla,  en  la  primera  fila,  e  intentó  respirar  con  normalidad  mientras  la  gente  iba  pujando.  ¿Por  qué  había  dicho  que  sí?  Silvana lo  había sugerido diez minutos antes de que empezase la subasta y ella había aceptado vender su tiempo y su trabajo a un perfecto desconocido...Habían ofrecido cien libras cuando una voz familiar sonó desde el otro lado de la sala:

—¡Mil libras!

Todas  las  cabezas  se  volvieron  para  ver  quién  había  pujado  por  esa  cantidad.  Era Pedro, por supuesto.Llevaba  un  esmoquin  que,  evidentemente,  estaba  de  a  medida  y  parecía  un  modelo  de  una  revista  de  moda.  Sus  ojos  estaban  clavados  en  ella,  como  si  fuera  la  única  persona  que  había  en  el  salón,  y  le  sonreía  de  una  manera...  En  esa  sonrisa  había burla, alegría y también un evidente deseo. Sin pretensiones, sin disfraces.El adjetivo «guapo» no definía a aquel hombre y su traicionero corazón empezó a latir como si quisiera salírsele del pecho. Mientras miraba los seductores labios de Pedro Alfonso se le encogió el estómago y empezó a sudar.Podría  ser  un  virus,  pensó.  Claro que, no había  tenido  ningún  síntoma  cinco  minutos antes de clavar la mirada en él. Oh,  no.  No podía  quedarse  encandilada  con  el  hermano  de  su  amiga  a  los  veintiocho  años,  era  absurdo.  No  podía  gustarle  Pedro.  En  unos  días  tendrían  que estar juntos en la boda de Carolina. Y, además, Pedro vivía a miles de kilómetros de distancia, en Nueva York.No, esa idea tenía que desaparecer de su cabeza inmediatamente.

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