Paula, mientras tanto, acariciaba la piel del asiento, hablándole a la furgoneta con toda dulzura:
—No lo ha dicho en serio, Hannah, no le hagas caso. Volveré pronto y seguro que para entonces te encontrarás mejor.
Levantando los ojos al cielo, Pedro entró en la cocina para dejar los cafés y aprovechó para hacer una llamada.
—Francisco, necesito ayuda. ¿Dónde podría comprar una furgoneta de reparto? Paula Chaves necesita una urgentemente. Ah, por cierto, hay una chica estupenda más o menos de tu edad que está deseando conocerte. Se llama Hannah.
—Ashcroft Grove, es la tercera calle a la derecha.
—¿Ashcroft? —Pedro se movió en el asiento como si el cuero estuviera quemándole los pantalones—. En Ashcroft había un orfanato.
—Y sigue habiéndolo. Allí es donde vamos.
—¿Al orfanato?
—Claro —Paula sacudió la cabeza—. Me asombra que lo recuerdes, Pedro. ¿Es que Fernandez y Alfonso tiene alguna oficina por aquí?
—Yo estoy más interesado en tu relación con ese sitio. ¿No me digas que les envías pasteles?
—En general, no. Silvana tiene veinte niñas, de siete a diecisiete años, y hoy es un día especial: la oportunidad de que una niña disfrute de un cumpleaños normal con sus amigas del colegio. Y yo me alegro de poder echar una mano.
—¿Silvana Waters? ¿Sigue siendo la directora del orfanato?
—Eso es —mientras entraban en la calle flanqueada por árboles, Paula puso los pies en el salpicadero—. Silvana es una de mis mejores amigas. Fue idea suya organizar unas clases de repostería en mi tienda los viernes por la tarde y a las niñas les encanta. Y no se lo digas a nadie, pero a mí también. Aunque me dejan el horno hecho un desastre, merece la pena.
Pedro fingió estar mirando el tráfico durante unos segundos antes de contestar:
—¿Silvana estará allí?
Paula miró su reloj.
—No, me temo que ya se habrá ido a casa. Pero le encantaron las magdalenas que las niñas hicieron ayer.
—Ah, entonces la catástrofe con la que me encontré no era cosa tuya.
—No del todo —sonrió Paula—. Son unas niñas estupendas y lo único que quieren es una oportunidad para demostrar de lo que son capaces sin ser juzgadas de manera diferente a las demás. No es pedir tanto.
Pedro giró en Ashcroft Grove, mirándola por el rabillo del ojo.
—Caro no me había contado que viviste en un orfanato.
Paula bajó los pies del salpicadero y se concentró en algo que debía de ser muy fascinante al otro lado de la ventanilla.
—Porque no se lo he contado. No se lo he dicho a nadie, Pedro. ¿Cómo lo has adivinado? ¿Tan evidente es?
—Para mí, sí. Lo he oído en tu voz cuando hablabas de cómo juzga el mundo a esas niñas.
Paula suspiró, mirándose las manos.
—Sólo pasé seis meses en Ashcroft antes de que Alejandra Chaves me adoptase, pero no lo olvidaré nunca.
—¿Cuántos años tenías cuando te adoptaron?
—Doce, pero no quiero hablar de eso. Estoy más interesada en los planes de la boda... los que no están en la lista de Mariana.
Pedro entendió el mensaje: quería que dejase el tema. Y era comprensible; él sabía muy bien lo duro que era hablar de ciertas cosas.
—¿Algo en concreto?
—Bueno, tengo un interés personal en saber qué les vas a regalar a las damas de honor —dijo Paula, levantando cómicamente las cejas—. Ah, y otra cosa más importante.
—Me da miedo preguntar...
—Espero que hayas practicado los bailes de salón.
Pedro soltó una carcajada.
—No, no, de eso nada. He mirado la lista con mucho cuidado esta mañana y no habrá ni baile ni orquesta. No me vas a pillar.Paula se golpeó el labio superior con el dedo.
—Pero Caro habrá contratado a un pinchadiscos que pondrá música toda la noche... espero.
—Era de imaginar. Sólo lo ha hecho para humillarme.
Ella asintió con la cabeza mientras Pedro detenía el coche frente a una casa de ladrillo donde docenas de niñas corrían por el jardín, jugando a la pelota.
—Debería haber convencido a Pablo para que se escapase con mi hermana a alguna playa. ¿Tiene alguna sorpresa más para mí esta tarde, señorita Chaves?
Paula, que estaba observando a las niñas, se volvió para mirarlo.
—Sí, otra sorpresa: tú vas a llevar la tarta y tendrá que llegar intacta al salón.
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