martes, 17 de abril de 2018

Dulce Tentación: Capítulo 14

Paula,  mientras  tanto,  acariciaba  la  piel  del  asiento,  hablándole  a  la  furgoneta  con toda dulzura:

—No  lo  ha  dicho  en  serio,  Hannah,  no  le  hagas  caso.  Volveré  pronto  y  seguro  que para entonces te encontrarás mejor.

Levantando  los  ojos  al  cielo,  Pedro entró  en  la  cocina  para  dejar  los  cafés  y  aprovechó para hacer una llamada.

—Francisco,  necesito  ayuda.  ¿Dónde  podría  comprar  una  furgoneta  de  reparto?  Paula Chaves necesita una urgentemente. Ah, por cierto, hay una chica estupenda más o menos de tu edad que está deseando conocerte. Se llama Hannah.

—Ashcroft Grove, es la tercera calle a la derecha.

—¿Ashcroft? —Pedro se movió en  el  asiento  como   si   el   cuero   estuviera   quemándole los pantalones—. En Ashcroft había un orfanato.

—Y sigue habiéndolo. Allí es donde vamos.

—¿Al orfanato?

—Claro —Paula sacudió  la  cabeza—.  Me  asombra  que  lo  recuerdes,  Pedro.  ¿Es  que Fernandez y Alfonso tiene alguna oficina por aquí?

—Yo  estoy  más  interesado  en  tu  relación  con  ese  sitio.  ¿No  me  digas  que  les  envías pasteles?

—En general, no. Silvana tiene veinte niñas, de siete a diecisiete años, y hoy es un día especial: la oportunidad de que una niña disfrute de un cumpleaños normal con sus amigas del colegio. Y yo me alegro de poder echar una mano.

—¿Silvana Waters? ¿Sigue siendo la directora del orfanato?

—Eso es —mientras entraban en la calle flanqueada por árboles, Paula puso los pies en el salpicadero—. Silvana es una de mis mejores amigas. Fue idea suya organizar unas  clases  de  repostería  en  mi  tienda  los  viernes  por  la  tarde  y  a  las  niñas  les  encanta.  Y  no  se lo digas  a nadie,  pero a  mí  también.  Aunque  me  dejan  el  horno  hecho un desastre, merece la pena.

Pedro fingió estar mirando el tráfico durante unos segundos antes de contestar:

—¿Silvana estará allí?

Paula miró su reloj.

—No,  me  temo  que  ya  se  habrá  ido  a  casa.  Pero  le  encantaron  las  magdalenas  que las niñas hicieron ayer.

—Ah, entonces la catástrofe con la que me encontré no era cosa tuya.

—No  del  todo  —sonrió  Paula—.  Son  unas  niñas  estupendas  y  lo  único  que  quieren es una oportunidad para demostrar de lo que son capaces sin ser juzgadas de manera diferente a las demás. No es pedir tanto.

Pedro giró en Ashcroft Grove, mirándola por el rabillo del ojo.

—Caro no me había contado que viviste en un orfanato.

Paula bajó los pies del salpicadero y se concentró en algo que debía de ser muy fascinante al otro lado de la ventanilla.

—Porque  no  se  lo  he  contado.  No  se  lo  he  dicho  a  nadie,  Pedro.  ¿Cómo  lo  has  adivinado? ¿Tan evidente es?

—Para mí, sí. Lo he oído en tu voz cuando hablabas de cómo juzga el mundo a esas niñas.

Paula suspiró, mirándose las manos.

—Sólo pasé seis meses en Ashcroft antes de que Alejandra Chaves me adoptase, pero no lo olvidaré nunca.

—¿Cuántos años tenías cuando te adoptaron?

—Doce, pero no quiero hablar de eso. Estoy más interesada en los planes de la boda... los que no están en la lista de Mariana.

Pedro entendió  el  mensaje:  quería  que  dejase  el  tema.  Y  era  comprensible;  él  sabía muy bien lo duro que era hablar de ciertas cosas.

—¿Algo en concreto?

—Bueno, tengo un interés personal en saber qué les vas a regalar a las damas de honor —dijo  Paula,   levantando cómicamente  las cejas—.   Ah, y otra cosa  más  importante.

—Me da miedo preguntar...

—Espero que hayas practicado los bailes de salón.

Pedro soltó una carcajada.

—No, no, de eso nada. He mirado la lista con mucho cuidado esta mañana y no habrá ni baile ni orquesta. No me vas a pillar.Paula se golpeó el labio superior con el dedo.

—Pero  Caro habrá  contratado  a  un  pinchadiscos  que  pondrá  música  toda  la  noche... espero.

—Era de imaginar. Sólo lo ha hecho para humillarme.

Ella  asintió  con  la  cabeza  mientras  Pedro detenía  el  coche  frente  a  una  casa  de  ladrillo donde docenas de niñas corrían por el jardín, jugando a la pelota.

—Debería  haber  convencido  a  Pablo para  que  se  escapase  con  mi  hermana  a  alguna playa. ¿Tiene alguna sorpresa más para mí esta tarde, señorita Chaves?

Paula, que estaba observando a las niñas, se volvió para mirarlo.

—Sí, otra sorpresa: tú vas a llevar la tarta y tendrá que llegar intacta al salón.

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