martes, 17 de abril de 2018

Dulce Tentación: Capítulo 15

Dos  horas  después,  Pedro subía  al  coche  intentando  controlar  su  presión  sanguínea.

—Por favor, dime que no tienes que hacer esto todos los días. Esos monstruitos prácticamente  me  han  arrancado  la  tarta  de  las  manos.  No  sabía  que  ser  pastelero  fuera una profesión de riesgo.

—Si quieres que te diga la verdad, creo que habían tomado demasiado azúcar y estaban  un  poquito  nerviosas  antes  de  que  llegáramos.  Pero  gracias  por  tu  apoyo.  Evidentemente,  tiene  ciertas  ventajas  medir  un  metro  ochenta  y  cinco.  Al  menos,  la  tarta ha llegado intacta a la mesa... y les ha gustado mucho que jugases con ellas.

—No  hay  ningún  problema.  Los  cardenales  desaparecerán  dentro  de  una  semana.

Paula soltó una carcajada.

—Y  en  una  buena  tintorería  podrán  quitar  esas  manchas  de  chocolate  de  tu  pantalón.

—Ha  sido  una  nueva  experiencia  para  mí.  Pero,  hablando  de  comida,  ¿Hay  alguna posibilidad de comer algo antes de que volvamos a trabajar? Me he saltado el almuerzo.

—¿Después de haber comido tarta quieres almorzar? —se rió ella—. Tendrá que ser  un  sándwich o algo  así  porque  yo  he  quedado  luego  para  cenar.  ¿Qué  tal  un  brioche de salmón ahumado y huevo cocido?

—Suena de maravilla. Dime dónde tengo que ir.

—Conozco  una  pastelería  en  la  que  hacen  unos  brioches  estupendos...  no  me  mires con esa cara, sé cocinar. Y como vivo allí, no podré abandonarte como nuestra organizadora de bodas y nuestro fotógrafo.

—Ah, entonces por lo menos el pan estará rico —sonrió Pedro—. Bueno, ¿Quién es el afortunado?

—¿Qué afortunado?

—Has dicho que habías quedado para cenar.

 —No,  no,  voy  a  ir  con  Silvana a  un  acto  benéfico.  Pretendemos  recaudar  fondos  para el orfanato.

—¿Entonces no hay un afortunado?

—Digamos  que  ahora  mismo  estoy  entre  novio  y  novio.  ¿Y  tú,  Pedro?  —preguntó ella, intentando parecer desinteresada—. ¿Tienes una cita esta noche?

—¿Yo? No, no... Ah, mira, reconozco esta calle.

—Pues claro, está a cinco minutos de la pastelería. Tienes que haber pasado por aquí varias veces.

—En  ese  caso,  puedes  concederme  unos  minutos.  Me  gustaría  conocer  tu  opinión  sobre  un  restaurante  que  estamos  reformando.  Es  un  cliente  importante  y  sólo  tenemos  un  par de  semanas  para  entregarlo.  Me  han  dado  las  llaves  esta  mañana.

—Muy  bien,  de  acuerdo  —dijo  Paula,  pero  luego  vió  las  manchas  de  harina  y  chocolate en su pantalón—. No voy vestida para ir a un sitio elegante.

—No  pasa  nada,  aún  están  terminando  con  las  reformas.  Caro es  la  encargada  de la decoración y sé que es muy buena, pero me gustaría comprobar por mí mismo cómo va todo.

—Oh,  pobrecito.  Tienes  un  montón  de  gente  que  hace  el  trabajo  por  tí,  qué  problema tan horrible —se rió ella.

—Tenemos  muchísimo  trabajo  ahora  mismo  y  Caro quiere  terminar  con  la  decoración antes de irse de luna de miel —dijo él, mientras detenía el coche frente a un edificio de dos plantas.Pero si sólo tenían dos semanas para entregarlo, delante del edificio no debería haber cemento, ladrillos y sacos de arena...

—Me parece que deberíamos entrar —sugirió Paula.

Pedro dejó escapar un largo suspiro antes de asentir con la cabeza.No dijo nada mientras la ayudaba a salir del coche, pero su sombría expresión hablaba  por  sí  misma.  Y  Paula rezó  para  que  el  interior  estuviera  en  perfectas  condiciones. Por él y por Carolina.

Paula dió  un  paso  atrás  mientras  Pedro metía  la  llave  en  la  cerradura,  pero  a  través de las ventanas podían ver que el interior del restaurante era tan caótico como el exterior. Sus plegarias no habían sido escuchadas.Los obreros se habían ido ya, dejando atrás un desastre. Pedro cerró  la  puerta  y  se  quedó  mirando  un  vestíbulo  vacío.  El  suelo,  de  parqué, estaba cubierto por una lona... sobre la que había botes de pintura, brochas y cubos de plástico. Dos escaleras de madera bloqueaban la entrada al pasillo. Ella vió  que  Pedro estaba  mirando  el  techo,  cuyas  molduras  estaban  siendo  pintadas de color... marrón.

—Qué color tan raro —murmuró.

—Supuestamente,  iban  a  ser  de  color  marfil.  Eso  fue  hace  una  semana,  pero  hace un mes era azul porcelana y, un mes antes, color ostra.

—Ah, bueno, por lo menos las paredes son de color marfil. Pero yo describiría el color de las molduras como... café. ¿Te importa si echo un vistazo alrededor?

—No,  no  —murmuró  Pedro,  sacando  el  móvil  del  bolsillo—.  Espero  que  todos  los suelos estén colocados. Los  suelos  estaban  colocados  y  la  instalación  eléctrica  del  comedor  estaba  hecha, comprobó Paula, mientras daba una vuelta por allí. Sólo faltaban las cortinas, las alfombras y los muebles.

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