Dos horas después, Pedro subía al coche intentando controlar su presión sanguínea.
—Por favor, dime que no tienes que hacer esto todos los días. Esos monstruitos prácticamente me han arrancado la tarta de las manos. No sabía que ser pastelero fuera una profesión de riesgo.
—Si quieres que te diga la verdad, creo que habían tomado demasiado azúcar y estaban un poquito nerviosas antes de que llegáramos. Pero gracias por tu apoyo. Evidentemente, tiene ciertas ventajas medir un metro ochenta y cinco. Al menos, la tarta ha llegado intacta a la mesa... y les ha gustado mucho que jugases con ellas.
—No hay ningún problema. Los cardenales desaparecerán dentro de una semana.
Paula soltó una carcajada.
—Y en una buena tintorería podrán quitar esas manchas de chocolate de tu pantalón.
—Ha sido una nueva experiencia para mí. Pero, hablando de comida, ¿Hay alguna posibilidad de comer algo antes de que volvamos a trabajar? Me he saltado el almuerzo.
—¿Después de haber comido tarta quieres almorzar? —se rió ella—. Tendrá que ser un sándwich o algo así porque yo he quedado luego para cenar. ¿Qué tal un brioche de salmón ahumado y huevo cocido?
—Suena de maravilla. Dime dónde tengo que ir.
—Conozco una pastelería en la que hacen unos brioches estupendos... no me mires con esa cara, sé cocinar. Y como vivo allí, no podré abandonarte como nuestra organizadora de bodas y nuestro fotógrafo.
—Ah, entonces por lo menos el pan estará rico —sonrió Pedro—. Bueno, ¿Quién es el afortunado?
—¿Qué afortunado?
—Has dicho que habías quedado para cenar.
—No, no, voy a ir con Silvana a un acto benéfico. Pretendemos recaudar fondos para el orfanato.
—¿Entonces no hay un afortunado?
—Digamos que ahora mismo estoy entre novio y novio. ¿Y tú, Pedro? —preguntó ella, intentando parecer desinteresada—. ¿Tienes una cita esta noche?
—¿Yo? No, no... Ah, mira, reconozco esta calle.
—Pues claro, está a cinco minutos de la pastelería. Tienes que haber pasado por aquí varias veces.
—En ese caso, puedes concederme unos minutos. Me gustaría conocer tu opinión sobre un restaurante que estamos reformando. Es un cliente importante y sólo tenemos un par de semanas para entregarlo. Me han dado las llaves esta mañana.
—Muy bien, de acuerdo —dijo Paula, pero luego vió las manchas de harina y chocolate en su pantalón—. No voy vestida para ir a un sitio elegante.
—No pasa nada, aún están terminando con las reformas. Caro es la encargada de la decoración y sé que es muy buena, pero me gustaría comprobar por mí mismo cómo va todo.
—Oh, pobrecito. Tienes un montón de gente que hace el trabajo por tí, qué problema tan horrible —se rió ella.
—Tenemos muchísimo trabajo ahora mismo y Caro quiere terminar con la decoración antes de irse de luna de miel —dijo él, mientras detenía el coche frente a un edificio de dos plantas.Pero si sólo tenían dos semanas para entregarlo, delante del edificio no debería haber cemento, ladrillos y sacos de arena...
—Me parece que deberíamos entrar —sugirió Paula.
Pedro dejó escapar un largo suspiro antes de asentir con la cabeza.No dijo nada mientras la ayudaba a salir del coche, pero su sombría expresión hablaba por sí misma. Y Paula rezó para que el interior estuviera en perfectas condiciones. Por él y por Carolina.
Paula dió un paso atrás mientras Pedro metía la llave en la cerradura, pero a través de las ventanas podían ver que el interior del restaurante era tan caótico como el exterior. Sus plegarias no habían sido escuchadas.Los obreros se habían ido ya, dejando atrás un desastre. Pedro cerró la puerta y se quedó mirando un vestíbulo vacío. El suelo, de parqué, estaba cubierto por una lona... sobre la que había botes de pintura, brochas y cubos de plástico. Dos escaleras de madera bloqueaban la entrada al pasillo. Ella vió que Pedro estaba mirando el techo, cuyas molduras estaban siendo pintadas de color... marrón.
—Qué color tan raro —murmuró.
—Supuestamente, iban a ser de color marfil. Eso fue hace una semana, pero hace un mes era azul porcelana y, un mes antes, color ostra.
—Ah, bueno, por lo menos las paredes son de color marfil. Pero yo describiría el color de las molduras como... café. ¿Te importa si echo un vistazo alrededor?
—No, no —murmuró Pedro, sacando el móvil del bolsillo—. Espero que todos los suelos estén colocados. Los suelos estaban colocados y la instalación eléctrica del comedor estaba hecha, comprobó Paula, mientras daba una vuelta por allí. Sólo faltaban las cortinas, las alfombras y los muebles.
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