«Seré tonta», pensó. Pedro se parecía a los hombres con los que solía flirtear cuando trabajaba en el mundo de la banca: alto, apuesto, elegante, un espécimen perfecto. Pero ya no estaba a su alcance.Esa parte de su vida había muerto. Ningún hombre volvería a encontrarla atractiva. Los hombres perfectos no perdían el tiempo con chicas como ella y, sin duda, el día de la boda aparecería con alguna belleza del brazo. Y no sería ella. Aquel hombre era de otra chica. Bueno, había sido un bonito sueño mientras duró.¿Por qué estaría pujando exactamente? ¿Una lección de repostería o tiempo para estar a solas? ¿Por qué estaba interesado en ella? Paula sólo podía mirar, asombrada, cuando Silvana golpeó el atril con la maza y el público empezó a aplaudir. Todo el mundo vio a Pedro acercarse a ella y besar su mano, haciéndole un guiño privado, antes de aceptar los aplausos y las fotografías.
—La clase maestra es para Pedro Alfonso de Haywood y Alfonso, a quien queremos agradecer el patrocinio de este evento —anunció Silvana Waters.
—Bueno, habías dicho que no te gustaba ser predecible.
—Sí, es verdad.
Paula le dió un golpecito en el hombro.
—¿Por qué no me habías dicho que estarías aquí esta noche? Silvana Waters habla maravillas de tí. Aparentemente, eres un hombre de muchos talentos... aunque la mayoría de ellos ocultos —Paula arrugó la nariz, burlona.
—La sorpresa habrá sido mayúscula entonces —se rió Pedro.
—No te preocupes, sobreviviré, pero cuéntame ahora mismo de qué conoces a Silvana.
—Cuando Caro y yo éramos niños, Silvana fue la asistente social que nos ayudó. Incluso me consiguió mi primer trabajo en la construcción.
—¿En serio? Caro no me había dicho nada.
—Ella era demasiado joven entonces y sólo vivió en la zona durante unos meses. Aunque, ahora que lo pienso es una pena.
—¿Por qué?
—Si hubiera vivido más tiempo cerca de Ashcroft, Caro podría haberme presentado a cierta niña antes de que se convirtiera en Paula Chaves.
Ella intentó disimular la alegría que le producían esas palabras, pero le resultó imposible.
—No te perdiste mucho, pero es raro pensar que podríamos habernos cruzado por la calle —sonrió—. Yo adoro a Silvana y veo que tú también la aprecias mucho.
—Mi empresa apoya muchos proyectos benéficos, pero ella es la única que consigue convencerme para que aparezca en persona.
—Ah, entonces eres susceptible al encanto de ciertas mujeres.
—Desde luego que sí. Aunque algunos de los invitados de Silvana son deleznables. ¿Ves a ese hombre que se está comiendo todas las gambas? —Pedro señaló a un hombre de pelo gris y traje de chaqueta a juego.
—Sí. ¿Lo conoces?
—Era el director del colegio privado donde yo estudiaba. Y el último día me dijo, muy satisfecho, que no había sitio en su elegante colegio para el hijo de un delincuente y que yo no llegaría a nada en la vida.
—¡Dios mío! ¿Pero por qué fue tan cruel? Tú sólo eras un niño —exclamó Paula.
—No lo sé, pero ya sabes lo que dicen: el éxito es la mayor de las venganzas.
—Y esa sonrisa es muy sospechosa —se rió ella—. ¿Qué has hecho, comprar el colegio y convertirlo un club nocturno?
—Algo mucho más infantil —respondió Pedro—. Tiraron el colegio hace unos años, pero antes de que lo hicieran aparecí por allí con un Lamborghini rojo, que estacioné en el espacio reservado para el director, di una charla de media hora sobre la educación formal en el mundo moderno y luego me llevé a todos los de sexto a un pub. El tipo se quedó pálido. Fue una tontería, pero a mí me sentó muy bien.
—¡Un Lamborghini rojo! —se rió Paula—. ¿Ese hombre sabe que tú pagas la comida y la bebida esta noche? ¿Debería ser mala e ir a decírselo?
—¿La señorita Chaves, mala? —sonrió él—. Ah, ése es un pensamiento muy interesante. ¿Se te ocurre alguna otra manera de mostrarme esa vena malvada?
—Yo castigo a los hombres haciéndoles amasar pan y diciéndoles luego que lo hacen fatal. Ah, se me había olvidado... tú ya has pasado por eso.
—Yo esperaba que me ayudases con un problema técnico que tengo.
—¿Un problema técnico tú?
—Lo digo en serio. ¿Conoces la cadena de repostería Noodles y Strudels, de Estados Unidos?
—Sí.
—Pues acaban de convertirse en clientes míos, pero a mí no me gustan los dulces y te puedes imaginar el daño que eso podría hacerle a mi reputación. Como hombre de negocios, reconozco cuándo tengo un problema y necesito ayuda profesional.
—Eso siempre es buena idea.
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