jueves, 19 de abril de 2018

Dulce Tentación: Capítulo 19

«Seré tonta», pensó. Pedro se  parecía  a  los  hombres  con  los  que  solía  flirtear  cuando  trabajaba  en  el  mundo de la banca: alto, apuesto, elegante, un espécimen perfecto. Pero ya no estaba a su alcance.Esa  parte  de  su  vida  había  muerto.  Ningún  hombre  volvería  a  encontrarla  atractiva.  Los  hombres  perfectos  no  perdían  el  tiempo  con  chicas  como  ella  y,  sin  duda, el día de la boda aparecería con alguna belleza del brazo. Y  no  sería  ella.  Aquel  hombre  era  de  otra  chica.  Bueno,  había  sido  un  bonito  sueño mientras duró.¿Por  qué  estaría  pujando  exactamente?  ¿Una  lección  de  repostería  o  tiempo  para estar a solas? ¿Por qué estaba interesado en ella? Paula sólo podía mirar, asombrada, cuando Silvana golpeó el atril con la maza y el público  empezó  a  aplaudir.  Todo  el  mundo  vio  a  Pedro acercarse  a  ella  y  besar  su  mano, haciéndole un guiño privado, antes de aceptar los aplausos y las fotografías.

—La clase maestra es para Pedro Alfonso de Haywood y Alfonso, a quien queremos agradecer el patrocinio de este evento —anunció Silvana Waters.

—Bueno, habías dicho que no te gustaba ser predecible.

—Sí, es verdad.

Paula le dió un golpecito en el hombro.

—¿Por qué no me habías dicho que estarías aquí esta noche? Silvana  Waters habla maravillas  de  tí.  Aparentemente,  eres  un  hombre  de  muchos  talentos...  aunque  la  mayoría de ellos ocultos —Paula arrugó la nariz, burlona.

—La sorpresa habrá sido mayúscula entonces —se rió Pedro.

—No  te  preocupes,  sobreviviré,  pero  cuéntame  ahora  mismo  de  qué  conoces  a  Silvana.

—Cuando  Caro y  yo  éramos  niños,  Silvana fue  la  asistente  social  que  nos  ayudó.  Incluso me consiguió mi primer trabajo en la construcción.

—¿En serio? Caro no me había dicho nada.

—Ella  era  demasiado  joven  entonces  y  sólo  vivió  en  la  zona  durante  unos  meses. Aunque, ahora que lo pienso es una pena.

—¿Por qué?

—Si  hubiera  vivido  más  tiempo  cerca  de  Ashcroft,  Caro podría  haberme  presentado a cierta niña antes de que se convirtiera en Paula Chaves.

Ella intentó disimular la alegría que le producían esas palabras, pero le resultó imposible.

—No te perdiste mucho, pero es raro pensar que podríamos habernos cruzado por la calle —sonrió—. Yo adoro a Silvana y veo que tú también la aprecias mucho.

—Mi  empresa  apoya  muchos  proyectos  benéficos,  pero  ella  es  la  única  que  consigue convencerme para que aparezca en persona.

—Ah, entonces eres susceptible al encanto de ciertas mujeres.

—Desde luego que sí. Aunque algunos de los invitados de Silvana son deleznables. ¿Ves  a  ese  hombre  que  se  está  comiendo  todas  las  gambas? —Pedro señaló  a  un  hombre de pelo gris y traje de chaqueta a juego.

—Sí. ¿Lo conoces?

—Era  el  director  del  colegio  privado  donde  yo  estudiaba.  Y  el  último  día  me  dijo,  muy  satisfecho,  que  no  había  sitio  en  su  elegante  colegio  para  el  hijo  de  un  delincuente y que yo no llegaría a nada en la vida.

—¡Dios mío! ¿Pero por qué fue tan cruel? Tú sólo eras un niño —exclamó Paula.

—No lo sé, pero ya sabes lo que dicen: el éxito es la mayor de las venganzas.

—Y esa sonrisa es muy sospechosa —se rió ella—. ¿Qué has hecho, comprar el colegio y convertirlo un club nocturno?

—Algo  mucho  más  infantil  —respondió  Pedro—.  Tiraron  el  colegio  hace  unos  años,  pero  antes  de  que  lo  hicieran  aparecí  por  allí  con  un  Lamborghini  rojo,  que  estacioné en el espacio reservado para el director, di una charla de media hora sobre la educación  formal  en  el  mundo  moderno  y  luego  me  llevé  a  todos  los  de  sexto  a  un  pub. El tipo se quedó pálido. Fue una tontería, pero a mí me sentó muy bien.

—¡Un  Lamborghini  rojo!  —se  rió  Paula—.  ¿Ese  hombre  sabe  que  tú  pagas  la  comida y la bebida esta noche? ¿Debería ser mala e ir a decírselo?

—¿La  señorita Chaves,  mala?  —sonrió  él—.  Ah,  ése  es  un  pensamiento  muy  interesante. ¿Se te ocurre alguna otra manera de mostrarme esa vena malvada?

—Yo castigo a los hombres haciéndoles amasar pan y diciéndoles luego que lo hacen fatal. Ah, se me había olvidado... tú ya has pasado por eso.

—Yo esperaba que me ayudases con un problema técnico que tengo.

—¿Un problema técnico tú?

—Lo  digo  en  serio.  ¿Conoces  la  cadena  de  repostería  Noodles  y  Strudels,  de  Estados Unidos?

—Sí.

—Pues  acaban  de  convertirse  en  clientes  míos,  pero  a  mí  no  me  gustan  los  dulces  y  te puedes imaginar el daño que eso podría hacerle a mi  reputación. Como hombre de   negocios, reconozco cuándo tengo un problema y  necesito ayuda profesional.

—Eso siempre es buena idea.

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