A media tarde, Pedro volvía por la calle de la Pastelería Chaves con una bandeja de cartón que contenía varios cafés. Y no estaba contento. Al fotógrafo de la boda le habían ofrecido la posibilidad de trabajar en un documental sobre la vida salvaje en Mongolia y el muy sinvergüenza había aceptado.Sí, se había comprometido a hacer las fotografías de la boda Alfonso-Fernandez y sí, le había pedido a otro fotógrafo que hiciera el trabajo por él para poder irse a Mongolia. ¿No se lo había contado Mariana? Estaba que echaba humo, pero hacía un día maravilloso y había decidido ir andando a la pastelería para aliviar la tensión. Quizá Paula tuviera más masa que pudiera golpear.Se había equivocado al colocar a Paula Chaves en la categoría de banquera aburrida con una afición peculiar. Bajo ese cuerpo esbelto había una mujer con una enorme pasión por lo que hacía. La había visto esa mañana con sus clientes y él reconocía el talento.¿Cómo podía llevar sola la pastelería? Carolina decía que él era un adicto al trabajo y, evidentemente, su amiga lo era también. A lo mejor Paula se relajaba por las noches... pero lo dudaba.En cualquier caso, le había prometido un café y un respiro y estaba dispuesto a convencerla para que parase de trabajar. Al dar la vuelta a la esquina vió a un montón de clientes entrando y saliendo de la pastelería. Su jovial charla era ahogada por el ruido del tráfico.El constructor que había en él no podía resistirse a pensar en lo que se podría hacer con el local. Una entrada moderna transformaría el sitio y probablemente doblaría el número de clientes. Especialmente los sábados, cuando la mayoría de los residentes de la zona tenían que pasar por delante de la pastelería para ir al área de las tiendas.Podría sugerírselo. Después de todo, una inversión así no sería muy cara y obtendría muchos beneficios. Claro que entonces Paula tendría aún más tarea. Por lo que había visto, aquel día estaba haciendo el trabajo de tres pasteleros además de llevar el negocio. Le haría falta contratar personal. ¿Y qué tal un estacionamiento?Cuando iba a entrar por la puerta de atrás, se quedó helado. Estacionada en la puerta estaba la furgoneta de reparto más vieja y más horrorosa que había visto en toda su vida. El ruido que salía por debajo del capó le decía todo lo que tenía que saber sobre el estado del motor... y las nubes de humo negro que salían del tubo de escape explicaban el resto.Y frente al volante estaba Paula Chaves, con el rostro colorado como un tomate. Suspirando, Pedro dió un golpecito en la ventanilla.
—¿Café, señora? ¿Y quizá un motor nuevo?
Paula murmuró algo en un idioma que no entendía y él tuvo que contener la risa.
—Gracias por el café, pero ahora mismo no puedo Tengo que llevar una tarta de cumpleaños a seis manzanas de aquí en menos de media hora o cierta niña se va a llevar un disgusto de muerte. Por favor, tómate el café... yo me tomaré el mío después.
—¿Después cuándo?
Paula intentó arrancar de nuevo y, al no conseguirlo, golpeó el salpicadero con la mano.
—Hannah vino con la pastelería. Y ha pasado la revisión hace diez meses. ¡Venga, chica, no me dejes mal! ¡Especialmente delante de un hombre!
Pedro se tragó una broma sobre las mujeres y los coches porque sabía que estaba muy disgustada.
—El cambio de marchas está roto. Aunque me parece que la transmisión y la correa del ventilador tampoco funcionan.
Paula se quitó el cinturón de seguridad y se volvió hacia él, seguramente para hacer algún comentario sarcástico. Y entonces él tendría que explicarle que en lugar de ir al colegio, se iba al taller más sucio de Londres, el taller de Francisco, donde le habían enseñado todo lo que había que saber sobre motores. Pero el sarcasmo no llegó.
—¿En serio?
Él asintió con la cabeza.
—¿Estás diciendo que no va a arrancar?
Pedro asintió de nuevo y Paula apoyó la cabeza en el volante, suspirando.
—Siempre podrías comprar otra furgoneta...
—¿Estás loco? Ésta es Hannah, la furgoneta que usaban mis padres para hacer los repartos. No pienso cambiarla por otra. Y ahora, si no se te ocurre ninguna otra sugerencia antes de que llame a un taxi...
—Sólo una: podría llevarte en mi coche; está estacionado en la esquina y tiene un maletero enorme. Podríamos ir y venir antes de que se enfriara el café.
Paula miró el salpicadero una vez más, luego miró su reloj y, por fin, asintió con la cabeza.
—Sólo por esta vez y sólo porque es sábado y el mundo se ha vuelto loco y yo tengo que hacer esta entrega. Sí, gracias, eres muy amable.
—De nada —Pedro puso la mano en el tirador para abrir la puerta, pero también estaba roto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario