martes, 17 de abril de 2018

Dulce Tentación: Capítulo 13

A  media  tarde,  Pedro volvía  por  la  calle  de  la  Pastelería  Chaves con  una  bandeja de cartón que contenía varios cafés. Y no estaba contento. Al  fotógrafo  de  la  boda  le  habían  ofrecido  la  posibilidad  de  trabajar  en  un  documental sobre la vida salvaje en Mongolia y el muy sinvergüenza había aceptado.Sí, se había comprometido a hacer las fotografías de la boda Alfonso-Fernandez y sí, le  había  pedido  a  otro  fotógrafo  que  hiciera  el  trabajo  por  él  para  poder  irse  a  Mongolia. ¿No se lo había contado Mariana? Estaba que echaba humo, pero hacía un día maravilloso y había decidido ir  andando  a  la  pastelería  para  aliviar  la  tensión.  Quizá  Paula tuviera  más  masa  que  pudiera golpear.Se  había  equivocado  al  colocar  a  Paula Chaves en  la  categoría  de  banquera  aburrida  con  una  afición  peculiar.  Bajo  ese  cuerpo  esbelto  había  una  mujer  con  una  enorme pasión  por  lo  que  hacía.  La  había  visto  esa  mañana  con  sus  clientes  y  él  reconocía el talento.¿Cómo podía llevar sola la pastelería? Carolina  decía que él era un adicto al trabajo y,  evidentemente,  su  amiga  lo  era  también.  A  lo  mejor  Paula se  relajaba  por  las  noches... pero lo dudaba.En cualquier caso, le había prometido un café y un respiro y estaba dispuesto a convencerla para que parase de trabajar. Al dar la vuelta a la esquina vió a un montón de clientes entrando y saliendo de la pastelería. Su jovial charla era ahogada por el ruido del tráfico.El  constructor  que  había  en  él  no  podía  resistirse  a  pensar  en  lo  que  se  podría  hacer  con  el  local.  Una  entrada  moderna  transformaría  el  sitio  y  probablemente  doblaría el número de clientes. Especialmente los sábados, cuando la mayoría de los residentes de la zona tenían que pasar por delante de la pastelería para ir al área de las tiendas.Podría  sugerírselo.  Después  de  todo,  una  inversión  así  no  sería  muy  cara  y  obtendría muchos beneficios. Claro  que  entonces  Paula tendría  aún  más  tarea.  Por  lo  que  había  visto,  aquel  día estaba haciendo el trabajo de tres pasteleros además de llevar el negocio. Le haría falta contratar personal. ¿Y qué tal un estacionamiento?Cuando iba a entrar por la puerta de atrás, se quedó helado. Estacionada en la puerta estaba la furgoneta de reparto más vieja y más horrorosa que había visto en toda su vida. El ruido que salía por debajo del capó le decía todo lo  que  tenía  que  saber  sobre  el  estado  del  motor...  y  las  nubes  de  humo  negro  que  salían del tubo de escape explicaban el resto.Y frente al volante estaba Paula Chaves, con el rostro colorado como un tomate. Suspirando, Pedro dió un golpecito en la ventanilla.

—¿Café, señora? ¿Y quizá un motor nuevo?

Paula   murmuró  algo  en  un  idioma  que  no  entendía  y  él  tuvo  que  contener  la  risa.

—Gracias  por  el  café,  pero  ahora  mismo  no  puedo  Tengo  que  llevar  una  tarta  de cumpleaños a seis manzanas de aquí en menos de media hora o cierta niña se va a llevar  un  disgusto  de  muerte.  Por  favor,  tómate  el  café...  yo  me  tomaré  el  mío después.

—¿Después cuándo?

Paula intentó  arrancar  de  nuevo  y,  al  no  conseguirlo,  golpeó  el  salpicadero  con  la mano.

—Hannah  vino  con  la  pastelería.  Y  ha  pasado  la  revisión  hace  diez  meses.  ¡Venga, chica, no me dejes mal! ¡Especialmente delante de un hombre!

Pedro se tragó una broma sobre las mujeres y los coches porque sabía que estaba muy disgustada.

—El  cambio  de  marchas  está  roto.  Aunque  me  parece  que  la  transmisión  y  la  correa del ventilador tampoco funcionan.

Paula se  quitó  el  cinturón  de  seguridad  y  se  volvió  hacia  él,  seguramente  para  hacer algún comentario sarcástico. Y entonces él tendría que explicarle que en lugar de  ir  al  colegio,  se  iba  al  taller  más  sucio  de  Londres,  el  taller  de  Francisco,  donde  le  habían enseñado todo lo que había que saber sobre motores. Pero el sarcasmo no llegó.

—¿En serio?

Él asintió con la cabeza.

—¿Estás diciendo que no va a arrancar?

Pedro asintió de nuevo y Paula apoyó la cabeza en el volante, suspirando.

—Siempre podrías comprar otra furgoneta...

—¿Estás  loco?  Ésta es  Hannah,  la  furgoneta  que  usaban  mis  padres  para  hacer  los  repartos.  No  pienso  cambiarla  por  otra.  Y  ahora,  si  no  se  te  ocurre  ninguna  otra  sugerencia antes de que llame a un taxi...

—Sólo una: podría llevarte en mi coche; está estacionado en la esquina y tiene un maletero enorme. Podríamos ir y venir antes de que se enfriara el café.

Paula miró el salpicadero una vez más, luego miró su reloj y, por fin, asintió con la cabeza.

—Sólo por esta vez y sólo porque es sábado y el mundo se ha vuelto loco y yo tengo que hacer esta entrega. Sí, gracias, eres muy amable.

—De nada —Pedro puso la mano en el tirador para abrir la puerta, pero también estaba roto.

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