—Según lo cuenta él, dejaste solo a mi pobre hermano durante cuarenta minutos para relacionarte con los ricos y famosos —se rió Carolina, mientras la diseñadora desabrochaba el vestido de tafetán de seda—. Debería darte vergüenza, Paula Chaves.
—No le hagas caso, no es verdad.
—Mi hermano no está acostumbrado a que sus amigas lo dejen plantado.
—¿Sus amigas, en plural? —se rió Paula—. Ya le pedí disculpas por dejarlo esperando, aunque lo pasé bien. Me encanta hablar de Viena.
—Te perdonaré si prometes hacerle caso a Javier esta tarde. ¿Quién sabe? Podría contratarte como proveedora.
—No lo creo.
—Vamos, te toca a tí probarte el vestido —dijo Carolina entonces—. Pero en media hora nos vamos de aquí. Aún tenemos mucho que hacer.
Media hora era más que suficiente para ella. Antes le encantaba ir de compras y pasaba días probándose vestidos. Pero ahora se conformaba con pantalones y camisetas. Y aunque hubiese una sólida puerta con cerrojo en el probador, que no era el caso, no le hacía mucha gracia quitarse la parte de arriba. Porque no le hacía mucha gracia ver su cuerpo. Paula se miró en el espejo de cuerpo entero y tuvo que sonreír. La diseñadora había seguido las instrucciones de Carolina al detalle y el vestido de seda de color ostra, con discreto escote a la caja, estaba perfectamente cortado para acentuar su estrecha cintura.Se inclinó un poco hacia delante para ver si así se podía ver su clavícula... Nada. Excelente. Ahora podía respirar tranquila y relajarse durante el gran día de su amiga. El espejo le devolvía la imagen de una Paula feliz, con un vestido precioso. Una versión alegre, incluso coqueta.Y Pedro tenía mucho que ver, pensó. Quizá por eso estaba sonriendo como una tonta. Un besito y estaba de vuelta en el instituto. ¿Cómo era posible?Afortunadamente, la charla de sus amigas al otro lado de la cortina la devolvió al presente y empezó a quitarse el vestido. Estaba colgándolo en la percha cuando sonó su móvil y la última voz que hubiera esperado escuchar le gritó con un fondo de tráfico y gente:
—¡Hola, preciosa!
—¿Marcos? ¿Dónde estás?
—He llegado a Nueva York desde Sidney hace media hora. Pablo insiste en que vaya a Londres con varios días de antelación y ya sabes cómo es. No se permite el desfase horario cuando hay una boda. ¡Especialmente siendo uno de los testigos!
—Sí, claro. Es un vuelo muy largo —dijo ella, tragando saliva—. Bueno, pues tú nunca adivinarías dónde estoy: probándome un vestido de dama de honor. Carolina también está aquí, probándose el vestido de novia... y no puedo decirte nada, pero la gente se va a quedar boquiabierta.
—No esperaba menos de ella —se rió Marcos—. Oye, ¿Carolina te ha dicho que voy a ir con mi novia?
—Sí, me comentó algo. Y lo menos que podías haber hecho es enviarme una fotografía.
Marcos se rió y el corazón de Paula se encogió al imaginarse al hombre de ojos y pelo oscuros que le había robado el corazón una vez. Aún tenía una parte de él y siempre la tendría.
—No hace falta porque Ailén llegará a Londres mañana. Por fin he convencido a esa maravillosa chica para que me dijera que sí. De modo que estás hablando con un hombre prometido. ¿Qué te parece?
Paula tuvo que llevar aire a sus pulmones antes de atreverse a hablar:
—Es una noticia estupenda, Marcos. Me alegro mucho por tí.
—Eres la primera en saberlo. Ya verás cuando la conozcas, es fabulosa, se dedica al surf. En fin, tengo que irme. ¡Estoy deseando contarte toda la historia!
—Sí, claro.
Las piernas no la sujetaban y tuvo que sentarse, sin darse cuenta que aún estaba en ropa interior, con el teléfono en la mano. Marcos estaba prometido. Con una surfista. Sabía que tenía que pasar tarde o temprano. Marcos encontraría a una chica que lo quisiera tanto como lo había querido ella; una chica que compartiese su pasión por los deportes acuáticos. Su amiga Carolina iba a casarse en unos días y ahora él, su ex novio, también estaba prometido...Entonces oyó la voz de un hombre al otro lado de la cortina y dejó escapar un suspiro de angustia. Pedro. Claro. Había llegado para llevarlas a comer. ¿Cómo iba a sobrevivir a un almuerzo cuando estaba desolada? Frustrada, empezó a ponerse la blusa de colorrosa y estaba abrochándosela cuando Tamara asomó la cabeza por la cortina. La hermana de Pablo nunca había sido una chica muy discreta.
—Pedro acaba de llegar. ¿Estás lista?
—Sí, salgo enseguida.
—Unas bragas muy bonitas, por cierto.
—¿Quién lleva unas bragas muy bonitas?
Era la voz de Pedro.
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