jueves, 26 de abril de 2018

Dulce Tentación: Capítulo 25

—Según  lo  cuenta  él,  dejaste  solo  a  mi  pobre  hermano  durante  cuarenta  minutos   para   relacionarte   con   los   ricos   y   famosos   —se  rió  Carolina,  mientras  la  diseñadora  desabrochaba  el  vestido  de  tafetán  de  seda—.  Debería  darte  vergüenza,  Paula Chaves.

—No le hagas caso, no es verdad.

—Mi hermano no está acostumbrado a que sus amigas lo dejen plantado.

—¿Sus  amigas,  en  plural?  —se  rió  Paula—.  Ya  le  pedí  disculpas  por  dejarlo esperando, aunque lo pasé bien. Me encanta hablar de Viena.

—Te  perdonaré  si  prometes  hacerle  caso  a  Javier esta  tarde.  ¿Quién  sabe?  Podría  contratarte como proveedora.

—No lo creo.

—Vamos, te toca a tí probarte el vestido —dijo Carolina entonces—. Pero en media hora nos vamos de aquí. Aún tenemos mucho que hacer.

Media hora era más que suficiente para ella. Antes le encantaba ir de compras y pasaba  días  probándose  vestidos.  Pero  ahora  se  conformaba  con  pantalones  y  camisetas. Y aunque hubiese una sólida puerta con cerrojo en el probador, que no era el  caso,  no  le  hacía  mucha  gracia  quitarse  la  parte  de  arriba.  Porque  no  le  hacía  mucha gracia ver su cuerpo. Paula se  miró  en  el  espejo  de  cuerpo  entero  y  tuvo  que  sonreír.  La  diseñadora  había seguido las instrucciones de Carolina al detalle y el vestido de seda de color ostra, con discreto escote a la caja, estaba perfectamente cortado para acentuar su estrecha cintura.Se  inclinó  un  poco  hacia  delante  para  ver  si  así  se  podía  ver  su  clavícula...  Nada. Excelente. Ahora podía respirar tranquila y relajarse durante el gran día de su amiga. El espejo le devolvía la imagen de una Paula  feliz, con un vestido precioso. Una versión alegre, incluso coqueta.Y  Pedro tenía  mucho  que  ver,  pensó.  Quizá  por  eso  estaba  sonriendo  como una tonta. Un besito y estaba de vuelta en el instituto. ¿Cómo era posible?Afortunadamente, la charla de sus amigas al otro lado de la cortina la devolvió al  presente  y  empezó  a  quitarse  el  vestido.  Estaba  colgándolo  en  la  percha  cuando  sonó  su  móvil  y  la  última  voz  que  hubiera  esperado  escuchar  le  gritó  con  un  fondo  de tráfico y gente:

—¡Hola, preciosa!

—¿Marcos? ¿Dónde estás?

—He llegado a Nueva York desde Sidney hace media hora. Pablo insiste en que vaya  a  Londres  con  varios  días  de  antelación  y  ya  sabes  cómo  es.  No  se  permite  el  desfase horario cuando hay una boda. ¡Especialmente siendo uno de los testigos!

—Sí, claro. Es un vuelo muy largo —dijo ella, tragando saliva—. Bueno, pues tú nunca  adivinarías  dónde  estoy:  probándome  un  vestido  de  dama  de  honor.  Carolina también está aquí, probándose el vestido de novia... y no puedo decirte nada, pero la gente se va a quedar boquiabierta.

—No esperaba menos de ella —se rió Marcos—. Oye, ¿Carolina te ha dicho que voy a ir con mi novia?

—Sí,  me  comentó  algo.  Y  lo  menos  que  podías  haber  hecho  es  enviarme  una  fotografía.

Marcos se rió y el corazón de Paula se encogió al imaginarse al hombre de ojos y pelo  oscuros  que  le  había  robado  el  corazón  una  vez.  Aún  tenía  una  parte  de  él  y  siempre la tendría.

—No hace falta porque Ailén llegará a Londres mañana. Por fin he convencido a esa maravillosa chica para que me dijera que sí. De modo que estás hablando con un hombre prometido. ¿Qué te parece?

Paula tuvo que llevar aire a sus pulmones antes de atreverse a hablar:

—Es una noticia estupenda, Marcos. Me alegro mucho por tí.

—Eres  la  primera  en  saberlo.  Ya  verás  cuando  la  conozcas,  es  fabulosa,  se  dedica al surf. En fin, tengo que irme. ¡Estoy deseando contarte toda la historia!

—Sí, claro.

Las piernas no la sujetaban y tuvo que sentarse, sin darse cuenta que aún estaba en ropa interior, con el teléfono en la mano. Marcos estaba prometido. Con una surfista. Sabía que tenía que pasar tarde o temprano. Marcos encontraría a una chica que lo quisiera tanto como lo había querido ella; una chica que compartiese su pasión por los deportes acuáticos. Su amiga Carolina iba a casarse en unos días y ahora él, su ex novio, también estaba prometido...Entonces  oyó  la voz  de  un  hombre  al  otro  lado  de  la  cortina  y  dejó  escapar  un  suspiro de angustia. Pedro. Claro. Había llegado para llevarlas a comer. ¿Cómo iba a sobrevivir a un almuerzo cuando estaba desolada? Frustrada, empezó  a ponerse la blusa de colorrosa  y  estaba abrochándosela  cuando  Tamara asomó  la  cabeza  por  la  cortina.  La  hermana  de  Pablo nunca había sido una chica muy discreta.

—Pedro acaba de llegar. ¿Estás lista?

—Sí, salgo enseguida.

—Unas bragas muy bonitas, por cierto.

—¿Quién lleva unas bragas muy bonitas?

Era la voz de Pedro.

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