—Ha sido muy generoso por parte de tu empresa patrocinar el evento de esta noche. Pero una pregunta: Haywood y Alfonso. ¿Quién es Haywood? ¿Está vivo, acude a algún evento?
—Más bien no.
—¿Qué?—Es una larga historia. Pero ¿Por qué no te lo demuestro en lugar d contártelo?
Pedro siguió conduciendo hasta detenerse ante el restaurante que habían visitado esa tarde. Y cuando salieron del coche y él le puso su chaqueta sobre los hombros, Paula fingió que el roce de sus dedos no la afectaba.
—Gracias —sonrió.
Y Pedro, como respuesta, la tomó por la cintura con una mano mientras con la otra señalaba el cartel con el nombre de la calle. Calle Haywood. Paula estaba a punto de volverse, sorprendida, cuando él señaló las ventanas del segundo piso.
—Hace dieciocho años esto era un pequeño taller mecánico, con un departamento en el piso de arriba. Y durante dieciocho meses y seis días, Caro, mi madre y yo tuvimos que vivir aquí. Era el único sitio que podíamos permitirnos. El casero era un completo... bueno, ya ha muerto y no se debe hablar mal de los muertos, pero te aseguro que hoy en día no le habrían dado el permiso de habitabilidad.
—¿Estaba en malas condiciones?
—Peor que eso, era un horror. Solo tenía un dormitorio, así que yo dormía en el salón mientras mi madre y Caro compartían la única cama. Lo odiábamos entonces y yo sigo odiándolo ahora. De modo que la calle Haywood se convirtió en Haywood, mi socio silencioso.
Paula se volvió para poner las dos manos sobre su pecho.
—¿Le pusiste ese nombre a tu empresa para no olvidar nunca de dónde venías? Supongo que no es asunto mío, pero...
Él la silenció inclinando la cabeza para apoyarla sobre su frente. Un coche pasó por la calle, luego un ciclista... pero Paula no podía oír nada salvo la respiración de Pedro mientras él se apartaba un poco para acariciarle la espalda por debajo de la chaqueta. La sensación fue tan inesperada, tan deliciosa, que tuvo que hacer un esfuerzo para llevar aire a sus pulmones. Mientras acariciaba su espalda, buscó su boca para darle un beso lleno de ternura, tan breve que Paula sólo tuvo un segundo para disfrutarlo antes de que se apartase.
—Venga, te llevo a tu casa.
—¿A qué hora voy a buscarte? —le preguntó Carolina—. He quedado con la diseñadora a las once.
Paula, con el teléfono entre la barbilla y la oreja y un cuenco de claras de huevo en las manos, intentó mirar el reloj.
—¿Puedes venir a las diez y media? Me he levantado al amanecer, pero aún tengo un millón de cosas que hacer.
—Estoy deseando verte con el vestido de dama de honor. ¡Y luego prepárate para ir de compras!
—Por supuesto —se rió Paula—. Bueno, cuéntame qué tal el viaje. ¿Has podido soportar a tu hermano?
—Mi hermano puede ser encantador cuando quiere, así que lo hemos pasado de maravilla. Y, por lo visto, tengo que darte a tí las gracias. Ha sido una idea fabulosa. Apenas hemos discutido.
—¿Entonces no ha sido un viaje idílico del todo?
—Bueno, Pedro y yo tenemos nuestros desacuerdos, pero nada que no se pueda solucionar. Incluso lo he convencido para que me preste su ático el viernes por la noche para organizar una fiesta. Ah, por cierto, las flores para el ramo... olvídate de las orquídeas. Era una idea muy tonta.
—¿Y qué has decidido llevar entonces?
—Rosas y lirios. Rosas de color amarillo pálido. Llevo dos semanas cuidando el jardín de mi madre y me vuelven loca. A menos, claro, que tú ya hayas hecho las orquídeas de azúcar. Porque no quiero que tengas que volver a hacerlo todo.
—No, qué va —mintió Paula, mirando hacia el congelador. Allí estaban las orquídeas de azúcar de color amarillo y naranja que la habían tenido ocupada todo el día anterior—. ¿Podrías enviarme una fotografía del ramo? Así podré hacerlas exactamente del mismo color.
—Haremos algo mucho mejor: la chica de la floristería te enviará el ramo que ella misma ha sugerido... es precioso. Esa Carla es un genio, por cierto. Bueno, tengo que colgar. Francisco está esperando fuera con Tamara. Nos vemos luego. ¡Y espero que estés dispuesta a pasarlo bien!
Paula estaba deseando reunirse con ella. Hacía meses que no se veían. La última vez había sido durante un viaje relámpago de Carolina a Londres. Carolina Alfonso, decoradora y empresaria afincada en Nueva York.Durante un tiempo habían sido como hermanas gemelas; elegantes, alegres, vestidas siempre para matar. Y esa mañana irían a la tienda de una conocida diseñadora londinense para probarse el vestido por última vez antes de la boda. La boda de su amiga Caro...
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