martes, 24 de abril de 2018

Dulce Tentación: Capítulo 23

—Ha  sido  muy  generoso  por  parte  de  tu  empresa  patrocinar  el  evento  de  esta  noche. Pero una pregunta: Haywood y Alfonso. ¿Quién es Haywood? ¿Está vivo, acude a algún evento?

—Más bien no.

—¿Qué?—Es   una   larga   historia.   Pero  ¿Por qué no te lo   demuestro en  lugar d  contártelo?

Pedro siguió conduciendo   hasta   detenerse   ante   el   restaurante   que   habían   visitado  esa  tarde.  Y  cuando  salieron  del  coche  y  él  le  puso  su  chaqueta  sobre  los  hombros, Paula fingió que el roce de sus dedos no la afectaba.

—Gracias —sonrió.

Y  Pedro,  como  respuesta,  la  tomó  por  la  cintura  con  una  mano  mientras  con  la  otra señalaba el cartel con el nombre de la calle. Calle Haywood. Paula estaba a punto de volverse, sorprendida, cuando él señaló las ventanas del segundo piso.

—Hace dieciocho años esto era un pequeño taller mecánico, con un  departamento  en  el  piso  de  arriba.  Y  durante  dieciocho  meses  y  seis  días,  Caro,  mi  madre  y  yo  tuvimos  que  vivir  aquí.  Era  el  único  sitio  que  podíamos  permitirnos.  El  casero  era  un  completo...  bueno,  ya  ha  muerto  y  no  se  debe  hablar  mal  de  los  muertos,  pero  te  aseguro  que  hoy  en  día  no  le  habrían  dado el  permiso de habitabilidad.

—¿Estaba en malas condiciones?

—Peor que eso, era un horror. Solo tenía un dormitorio, así que yo dormía en el salón mientras mi madre y Caro compartían la única cama. Lo odiábamos entonces y yo sigo odiándolo ahora. De modo que la calle Haywood se convirtió en Haywood, mi socio silencioso.

Paula se volvió para poner las dos manos sobre su pecho.

—¿Le pusiste ese nombre a tu empresa para no olvidar nunca de dónde venías? Supongo que no es asunto mío, pero...

Él la silenció inclinando la cabeza para apoyarla sobre su frente. Un coche pasó por  la  calle,  luego  un  ciclista...  pero  Paula no  podía  oír  nada  salvo  la  respiración  de  Pedro  mientras  él  se  apartaba  un  poco  para  acariciarle  la  espalda  por  debajo  de  la  chaqueta. La  sensación  fue  tan  inesperada,  tan  deliciosa,  que  tuvo  que  hacer  un  esfuerzo  para llevar aire a sus pulmones. Mientras  acariciaba  su  espalda,  buscó  su  boca  para  darle  un  beso  lleno  de  ternura,  tan  breve  que  Paula sólo  tuvo  un  segundo  para  disfrutarlo  antes  de  que  se  apartase.

—Venga, te llevo a tu casa.



—¿A  qué  hora  voy  a  buscarte?  —le  preguntó  Carolina—.  He  quedado  con  la  diseñadora a las once.

Paula, con el teléfono entre la barbilla y la oreja y un cuenco de claras de huevo en las manos, intentó mirar el reloj.

—¿Puedes  venir  a  las  diez  y  media?  Me  he  levantado  al  amanecer,  pero  aún  tengo un millón de cosas que hacer.

—Estoy  deseando  verte  con  el  vestido  de  dama  de  honor.  ¡Y  luego  prepárate  para ir de compras!

—Por supuesto —se rió Paula—. Bueno, cuéntame qué tal el viaje. ¿Has podido soportar a tu hermano?

—Mi  hermano  puede  ser  encantador  cuando  quiere,  así  que  lo  hemos  pasado  de  maravilla.  Y,  por  lo  visto,  tengo  que  darte  a  tí  las  gracias.  Ha  sido  una  idea  fabulosa. Apenas hemos discutido.

—¿Entonces no ha sido un viaje idílico del todo?

—Bueno, Pedro y yo tenemos nuestros desacuerdos, pero nada que no se pueda solucionar.  Incluso  lo  he  convencido  para  que  me  preste  su  ático  el  viernes  por  la  noche para organizar una fiesta. Ah, por cierto, las flores para el ramo... olvídate de las orquídeas. Era una idea muy tonta.

—¿Y qué has decidido llevar entonces?

—Rosas y lirios. Rosas de color amarillo pálido. Llevo dos semanas cuidando el jardín  de  mi  madre  y  me  vuelven  loca.  A  menos,  claro,  que  tú  ya  hayas  hecho  las  orquídeas de azúcar. Porque no quiero que tengas que volver a hacerlo todo.

—No,  qué  va  —mintió  Paula,  mirando  hacia  el  congelador.  Allí  estaban  las  orquídeas de azúcar de color amarillo y naranja que la habían tenido ocupada todo el día  anterior—.  ¿Podrías  enviarme  una  fotografía  del  ramo?  Así  podré  hacerlas  exactamente del mismo color.

—Haremos  algo  mucho  mejor:  la  chica  de  la  floristería  te  enviará  el  ramo  que  ella  misma  ha  sugerido...  es  precioso.  Esa  Carla   es  un  genio,  por  cierto.  Bueno,  tengo que colgar. Francisco está esperando fuera con Tamara. Nos vemos luego. ¡Y espero que estés dispuesta a pasarlo bien!

Paula estaba deseando reunirse con ella. Hacía meses que no se veían. La última vez había sido durante un viaje relámpago de Carolina a Londres. Carolina Alfonso, decoradora y empresaria afincada en Nueva York.Durante  un  tiempo  habían  sido  como  hermanas  gemelas;  elegantes,  alegres,  vestidas  siempre  para  matar.  Y  esa  mañana  irían  a  la  tienda  de  una  conocida  diseñadora  londinense  para  probarse  el  vestido  por  última  vez  antes  de  la  boda.  La  boda de su amiga Caro...

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