—Tranquilo —se rió ella—. Por el momento, todo está más o menos controlado. Puedes respirar otra vez.
—¿Qué quieres que haga?
—Hay dos personas con las que tenemos que hablar lo antes posible. Yo he empezado por el hotel donde se celebrará el banquete, pero tenían la boda de un famoso esta mañana y no han podido atenderme...
—¿Qué?—No te asustes. Según el gerente, la boda Alfonso-Fernandez está confirmada para el próximo sábado, así que no hay problema. Lo que no tengo son los detalles o el menú; eso es lo que hay que comprobar. Y sugiero que lo hagamos el lunes por la mañana. Los fines de semana es más difícil ponerse en contacto con la gente.
—Desde luego —sonrió Pedro—. Muy bien, veo que tú estás muy liada, pero yo tengo el día libre. ¿Por qué no me dejas que siga con el resto de la lista? Tengo mi ordenador portátil, dos teléfonos y transporte propio si hiciera falta.
—No sé...
—Lo tengo todo a mano.
—Bien, de acuerdo. Hay un fax y una fotocopiadora arriba, en mi apartamento, por si aquí hay mucho ruido para ti. Me temo que el horno se va a llenar de gente en un par de horas.
—¿Cuándo llegan tus ayudantes? ¿O es que ya se han ido?
—¿Qué ayudantes? Ah, no, no, siento decepcionarte, pero sólo hay un pastelero en Chaves: yo. Laura se encarga de la tienda, pero del horno me encargo yo sola.
—¿En serio?
—¿Creías que tenía un ejército de gente ayudándome?
—¿De verdad lo haces tú sola?
—Con mis dos manitas.
—Es increíble. Y razón de más para que yo me encargue de la boda mientras tú trabajas. Mi equipo de administración está acostumbrado a planear eventos y podrían echarnos una mano.
—Ya lo hablamos ayer y ése no era el trato.
Pedro dejó escapar un suspiro y Paula sintió pena de él.
—Siéntate y toma un café... un exprés. Pero también hay té y refrescos. Ah, y puedes tomar un pastel si te apetece.
—Gracias, prefiero el café. ¿Alguna cosa más, jefa?
—He intentado hablar con el fotógrafo, pero no contesta al teléfono. Seguramente estará trabajando en otra boda, pero se supone que su oficina abría los sábados. Está en la página dos de la lista.
—Ningún problema. Déjamelo a mí.
—Ah, y otra cosa más —Paula apretó los labios, intentando contener la risa—. Ya puedes quitarte las gafas de sol.
Durante una hora más o menos, Pedro hizo malabarismos con los dos móviles, un teléfono fijo y una renqueante conexión a Internet; todo con un fondo de parloteos y risas en una habitación que a veces parecía más una estación de tren que el horno de una pastelería.Mientras tachaba un tema de una lista que parecía interminable, la puerta de atrás se abrió, de nuevo, y varios jóvenes con un delantal de un famoso restaurante entraron para llevarse bandejas de pasteles.Lo que lo asombraba no era sólo que Paula pareciese conocer a todo el mundo por el nombre de pila, sino que dejase de hacer lo que estaba haciendo para atenderlos con una sonrisa en los labios. Hablaba en francés, alemán, italiano... lo que hiciera falta. Un par de veces incluso tuvo que salir a la tienda para seleccionar unos pasteles de chocolate o una tarta especial.Aquello era increíble.Y luego estaba el calor del horno. Cada vez que levantaba la mirada, ella estaba sacando una nueva bandeja de pasteles o de pan... Si había una mujer capaz, desde luego ésa era Paula Chaves. Y él había pensado que su oficina era un caos.Fue una sorpresa cuando levantó la mirada y la vio dirigiéndose hacia él con una bandeja de café y pasteles.
—¿Siempre es así? —le preguntó, levantándose para ayudarla. Amy cerró los ojos un momento.
—He tenido que trabajar más que nunca en toda mi vida para levantar este negocio. Hay muy buenos pasteleros en la ciudad, así que yo tengo que ofrecer algo especial. Abrí hace sólo dos años y eso no es mucho tiempo en el mundo de la pastelería —contestó, riendo.
—No paras de trabajar.
—Desde luego que no. Y mira, tengo las cicatrices que lo demuestran.
Paula alargó los brazos para que Pedro pudiera ver las quemaduras.
—¿Del horno?
—De las bandejas, en general. Mi tío Walter las llama «medallas al valor». Todo forma parte del trabajo, claro. Yo sabía dónde me metía antes de empezar —Paula se rió otra vez mientras tomaba un trocito de pastel de canela—. ¿Tú crees que todos los restaurantes tienen un chef de repostería o tiempo para hacer un strudel?
—¿Y esos pasteles redondos de chocolate que has estado sacando del horno? ¿Tampoco pueden hacerlos?
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