martes, 3 de abril de 2018

Desafío: Capítulo 42

Pedro se levantó y fue hacia ella.

—Es  muy  sencillo.  No  es  que  no  me  quieras,  es  que  no  te  permites  quererme.  ¿Por qué? Estabas dispuesta a probar hasta el día del accidente. ¿Qué ocurrió? ¿Qué te dijo la madre de Sofía  para conseguir que cambiaras de opinión?

Paula estaba tan tensa que le costaba respirar.

 —Da igual lo que dijera.

 —No,  cariño,  te  equivocas  —Pedromovió  la  cabeza—.  Claro  que  importa.  Lo  que  dijo  hizo  que  una  mujer  cálida  y  cariñosa  se  convirtiera  en  alguien  a  quien  apenas reconozco. No permitas que te haga eso.

—¿No lo entiendes? No fue ella, fui yo —soltó una carcajada, áspera y fría, que le heló la sangre.

—¿Qué hiciste que fuera tan malo?

—Olvidar —Paula sacudió la cabeza y cerró los ojos, no quería recordar el dolor.

—¿Qué  olvidaste,  Pau?  —Pedro puso  las  manos  en  sus  hombros—.  ¿Fue  que  Sofía había muerto o que no debías alegrarte de estar viva?

Oír sus pensamientos expresados por otro fue como un jarro de agua fría que la dejó sin aire.

—¿Por qué iba a alegrarme? —gimió, sacudiendo la cabeza—. ¿Por qué ser feliz cuando Sofía está muerta?

 —¿Por  qué  no?  —contraatacó  él,  de  inmediato—.  ¿Cuánto  tiempo  va  a  durar  esta penitencia? —preguntó.

A Paula se le doblaron las piernas.

—¿Qué penitencia?

—Pau,  llevas  años  viviendo  como  si  dos  personas  hubieran  muerto  en  esa  montaña,  hace  nueve  años.  Pero  sólo  murió  una.  Siento  que  tu  amiga  muriese,  pero  tú estás viva. Es hora de que vuelvas a vivir.

—¡No  digas  eso!  —gritó  ella,  golpeándole  el  pecho  con  los  puños—.  ¿No  lo  entiendes? ¡Maté a Sofía! ¡Maté a mi mejor amiga!

 —La mató la avalancha, no tú —corrigió él.

—No habría estado allí de no haber sido por mí —sus ojos eran una mezcla de ira y dolor—. ¡Siempre hacía lo que yo quería!

—Entonces,  ¿Por  qué  no  te  siguió  ese  día?  —preguntó  Pedro,  taladrándola  con  los ojos.

 —¿Qué quieres decir? —lo miró confusa. —

No  estaba  sola,  ¿Recuerdas?  Tú  te  pusiste  a  salvo  con  tiempo  de  sobra.  Si  te  hubiera  seguido,  ella  también  se  habría  salvado.  ¿Por  qué  no  lo  hizo?  —la  sacudió  con firmeza—. ¿Por qué, Pau?

—Yo... no lo sé —parpadeó, intentando pensar.

—Sí  lo  sabes.  Sofía no  siempre  hacía  lo  que  tú  decías,  ¿Verdad?  Tu  madre  me  dijo que era mimada y muy testaruda. ¿Por qué no te siguió?

En  la  mente  de  Paula destelló  la  imagen  de  Sofía,  no  esquiando  hacia  un  lado,  como ella solía recordar, sino esquiando en ángulo, por delante de la avalancha.

—¡Intentaba  ganarle  la  carrera  a  la  avalancha!  —gimió,  por  fin—.  ¡Oh,  Dios  mío! ¡Sofía, qué tonta!

Después de decirlo, le abandonaron las fuerzas y se derrumbó contra Jonas, que la alzó en brazos como si no pesara más que una pluma. La llevó de vuelta a la casa, la dejó en el sofá y la tapó con una manta.

—Haré un té —dijo, acariciándole la cabeza antes de ir a la cocina.

Paula, aún  conmocionada,  oyó  sus  movimientos.  Llevaba  años  viviendo  con  su  culpabilidad y por fin se había dado cuenta de que Sofía había sido tan culpable como ella.  No  deberían  haber  estado  esquiando  fuera  de  las  pistas  pero,  cuando  llegó  el  peligro, Lori debería haber intentado ponerse a salvo. Había tenido tiempo de sobra. Sin embargo, había decidido arriesgarse aún más, y había pagado el precio. Pedro volvió con dos tazones de té.

—¿Cómo  te  sientes?   —preguntó,  entregándole   uno   y   sentándose   en   una   esquina del sofá.

—Temblorosa  —admitió  ella—.  Había  olvidado  lo  que  hizo  ella.  Me  creí  culpable de todo. 

—Eso es lo que hace el remordimiento. Sabía que hiciste algo malo, y te echaste toda la culpa. Sofía asumió un riesgo ese día, y pagó por ello. Pero tú llevas pagando desde entonces. Es hora de dejar eso atrás.

—¿Cómo puedo hacerlo? —Paula lo miró y las lágrimas empezaron a surcar sus mejillas—. El error inicial fue mío. Nunca debí sugerir que abandonáramos la pista.

—No, no debiste hacerlo —aceptó Pedro, con voz suave—. Eras joven y alocada, y hubo consecuencias trágicas. Puede que sea lo más difícil que hagas en tu vida, mi amor,  pero  tienes  que  aprender  a  perdonarte.  Hasta  que  no  lo  hagas,  dará  igual  lo  que opinen los demás.

—¿Cómo puedo conseguirlo? —sollozó Paula.

—Siendo más tolerante contigo misma. Aceptando que eres humana y cometes errores, como todos. Sabiendo que la gente que te quiere nunca te abandonará. Estoy aquí  contigo,  Pau.  Da  igual  lo  que  digas,  nada  hará  que  te  quiera  menos.  Alégrate  de estar viva, cielo.

Paula rompió  a  llorar.  Sollozos  profundos  y  entrecortados  que  sacudieron  su  cuerpo. Pedro le quitó el tazón, se acercó para rodearla con los brazos mientras ella se liberaba de toda su tristeza. Cuando las lágrimas se agotaron, ella suspiró.

—La echo de menos —le confió con voz queda.

—Claro. Era tu mejor amiga —dijo él cariñoso—. Tu madre me dijo que nunca habías llorado así.

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