Pedro se levantó y fue hacia ella.
—Es muy sencillo. No es que no me quieras, es que no te permites quererme. ¿Por qué? Estabas dispuesta a probar hasta el día del accidente. ¿Qué ocurrió? ¿Qué te dijo la madre de Sofía para conseguir que cambiaras de opinión?
Paula estaba tan tensa que le costaba respirar.
—Da igual lo que dijera.
—No, cariño, te equivocas —Pedromovió la cabeza—. Claro que importa. Lo que dijo hizo que una mujer cálida y cariñosa se convirtiera en alguien a quien apenas reconozco. No permitas que te haga eso.
—¿No lo entiendes? No fue ella, fui yo —soltó una carcajada, áspera y fría, que le heló la sangre.
—¿Qué hiciste que fuera tan malo?
—Olvidar —Paula sacudió la cabeza y cerró los ojos, no quería recordar el dolor.
—¿Qué olvidaste, Pau? —Pedro puso las manos en sus hombros—. ¿Fue que Sofía había muerto o que no debías alegrarte de estar viva?
Oír sus pensamientos expresados por otro fue como un jarro de agua fría que la dejó sin aire.
—¿Por qué iba a alegrarme? —gimió, sacudiendo la cabeza—. ¿Por qué ser feliz cuando Sofía está muerta?
—¿Por qué no? —contraatacó él, de inmediato—. ¿Cuánto tiempo va a durar esta penitencia? —preguntó.
A Paula se le doblaron las piernas.
—¿Qué penitencia?
—Pau, llevas años viviendo como si dos personas hubieran muerto en esa montaña, hace nueve años. Pero sólo murió una. Siento que tu amiga muriese, pero tú estás viva. Es hora de que vuelvas a vivir.
—¡No digas eso! —gritó ella, golpeándole el pecho con los puños—. ¿No lo entiendes? ¡Maté a Sofía! ¡Maté a mi mejor amiga!
—La mató la avalancha, no tú —corrigió él.
—No habría estado allí de no haber sido por mí —sus ojos eran una mezcla de ira y dolor—. ¡Siempre hacía lo que yo quería!
—Entonces, ¿Por qué no te siguió ese día? —preguntó Pedro, taladrándola con los ojos.
—¿Qué quieres decir? —lo miró confusa. —
No estaba sola, ¿Recuerdas? Tú te pusiste a salvo con tiempo de sobra. Si te hubiera seguido, ella también se habría salvado. ¿Por qué no lo hizo? —la sacudió con firmeza—. ¿Por qué, Pau?
—Yo... no lo sé —parpadeó, intentando pensar.
—Sí lo sabes. Sofía no siempre hacía lo que tú decías, ¿Verdad? Tu madre me dijo que era mimada y muy testaruda. ¿Por qué no te siguió?
En la mente de Paula destelló la imagen de Sofía, no esquiando hacia un lado, como ella solía recordar, sino esquiando en ángulo, por delante de la avalancha.
—¡Intentaba ganarle la carrera a la avalancha! —gimió, por fin—. ¡Oh, Dios mío! ¡Sofía, qué tonta!
Después de decirlo, le abandonaron las fuerzas y se derrumbó contra Jonas, que la alzó en brazos como si no pesara más que una pluma. La llevó de vuelta a la casa, la dejó en el sofá y la tapó con una manta.
—Haré un té —dijo, acariciándole la cabeza antes de ir a la cocina.
Paula, aún conmocionada, oyó sus movimientos. Llevaba años viviendo con su culpabilidad y por fin se había dado cuenta de que Sofía había sido tan culpable como ella. No deberían haber estado esquiando fuera de las pistas pero, cuando llegó el peligro, Lori debería haber intentado ponerse a salvo. Había tenido tiempo de sobra. Sin embargo, había decidido arriesgarse aún más, y había pagado el precio. Pedro volvió con dos tazones de té.
—¿Cómo te sientes? —preguntó, entregándole uno y sentándose en una esquina del sofá.
—Temblorosa —admitió ella—. Había olvidado lo que hizo ella. Me creí culpable de todo.
—Eso es lo que hace el remordimiento. Sabía que hiciste algo malo, y te echaste toda la culpa. Sofía asumió un riesgo ese día, y pagó por ello. Pero tú llevas pagando desde entonces. Es hora de dejar eso atrás.
—¿Cómo puedo hacerlo? —Paula lo miró y las lágrimas empezaron a surcar sus mejillas—. El error inicial fue mío. Nunca debí sugerir que abandonáramos la pista.
—No, no debiste hacerlo —aceptó Pedro, con voz suave—. Eras joven y alocada, y hubo consecuencias trágicas. Puede que sea lo más difícil que hagas en tu vida, mi amor, pero tienes que aprender a perdonarte. Hasta que no lo hagas, dará igual lo que opinen los demás.
—¿Cómo puedo conseguirlo? —sollozó Paula.
—Siendo más tolerante contigo misma. Aceptando que eres humana y cometes errores, como todos. Sabiendo que la gente que te quiere nunca te abandonará. Estoy aquí contigo, Pau. Da igual lo que digas, nada hará que te quiera menos. Alégrate de estar viva, cielo.
Paula rompió a llorar. Sollozos profundos y entrecortados que sacudieron su cuerpo. Pedro le quitó el tazón, se acercó para rodearla con los brazos mientras ella se liberaba de toda su tristeza. Cuando las lágrimas se agotaron, ella suspiró.
—La echo de menos —le confió con voz queda.
—Claro. Era tu mejor amiga —dijo él cariñoso—. Tu madre me dijo que nunca habías llorado así.
No hay comentarios:
Publicar un comentario