Mirando el reloj, se estiró un poco el pantalón.
—Gracias por enseñarme el restaurante... y su maravilloso jardín —le dijo, poniéndose de puntillas para darle un beso en la cara—. Y sobre todo, gracias por recordarme esas vacaciones tan maravillosas.
Pedro la vió alejarse en silencio, asombrado por lo que acababa de pasar.
—De nada —murmuró—. Vuelve cuando quieras. Cuando quieras, de verdad.
Pedro recorrió la alfombra roja para entrar en el hotel, sin importarle los fogonazos de las cámaras. Era el patrocinador más joven de la velada y aquél era el único día del año en el que estaba dispuesto a ponerse un esmoquin de Armani para la prensa.Y sólo había una persona que pudiera convencerlo para hacer eso. Silvana Waters. La misma Silvana Waters que dirigía el orfanato al que había ido con Paula esa tarde. Se quedó helado cuando ella dijo su nombre, pero ¿Cómo podía Paula saber que era la misma asistente social que veinte años antes se había encargado de atender a su familia? Silvana Waters era la única persona a la que Pedro temía y respetaba al mismo tiempo. Sabía que un simple error, la más mínima señal de suciedad en la casa, una falta en el colegio... y toda la pantomima se habría desintegrado.Su madre trabajaba en tres sitios, usando todos los contactos posibles de su vida anterior, para llevar dinero a casa. Tenía que hacerlo porque su padre estaba en la cárcel después de haberse gastado una fortuna en drogas y casinos.Y el trabajo de Silvana consistía en comprobar que tanto Jared como Lucy estaban bien cuidados. Los había apoyado en todo y, al final, tuvo que reconocer que él estaba más capacitado para cuidar de su hermana que cualquier otra persona.Su propia educación había sido otra cosa.La constante preocupación de ir a buscar a Lucy al colegio a tiempo o tener hecha la colada y la cena para que nadie pudiera decir que no iban bien vestidos o cenados lo dejaba demasiado exhausto como para prestar atención en el colegio.Y cuando su madre sufrió una infección intestinal y tuvo que ser hospitalizada, supo que el juego había terminado. De modo que empezó a suspender los exámenes y, al final, no fue una sorpresa para los profesores que decidiera dejar el colegio y ponerse a trabajar con Francisco Richards, el propietario del taller del reparación de coches que había bajo su departamento. Los dos sabían que él podía hacer algo más que lavar y reparar coches, pero de esa manera Carolina nunca se encontraba sola cuando volvía a casa. Y Silvana jamás lo había defraudado. Al contrario, hizo todo lo posible para ayudar a una familia que no quería separarse por nada del mundo. Habría sido más fácil para ella llevar a los niños a alguna casa de acogida, pero se puso de su lado. Y había sido gracias a Silvana Waters por quien consiguió su primer trabajo en la construcción.Y allí estaba la propia Silvana, saludando a los invitados en la puerta, la misma de siempre.
—Buenas noches, señorita Waters. ¿Puedo decir que está más guapa cada vez que la veo?
Su recompensa fue un beso en la mejilla.
—Mentiroso. Pero tú sí que estás guapo, Pedro Alfonso. Y, de nuevo, gracias por tu apoyo. No podríamos organizar este evento sin tí.
—De nada. ¿Qué es eso que he oído de que se retira? Un terrible rumor, sin duda, lanzado por los funcionarios a los que usted aterroriza a diario.
—No —suspiró la mujer—. No tengo que decirte que la situación está mal. En algunas zonas de Londres es peor que nunca y hace falta alguien más joven para darles a los niños la ayuda que necesitan. Es hora de pasar el relevo a alguien más acostumbrado a la palabra «tecnología» —Silvana lo miró coquetamente por encima de sus gafas—. Alguien como tú, por ejemplo. ¿Te interesaría un cambio de dirección en tu vida?
—¿Qué? Lo dirá en broma —se rió Pedro—. ¿Me imagina reuniéndome con funcionarios y asociaciones benéficas sabiendo que los niños necesitan ayuda inmediata? Me tiraría de los pelos. De los que me quedan, claro.
Silvana levantó la mano para acariciar su pelo corto.
—Mira, mi último acto de locura. Una clara señal de que debo retirarme. Y tú, jovencito, serías la persona perfecta para el trabajo. Piénsatelo, Pedro. Te necesitamos.
Él frunció el ceño.
—¿Lo dice en serio?—Absolutamente. Pero ahora no es el sitio ni el momento para hablar del asunto. Ve a hablar conmigo la semana que viene, pero ahora disfruta de la fiesta.
Pedro la dejó saludando al resto de los invitados, ¿Volver al infierno? ¿Volver a ver el dolor y la tristeza en los ojos de otros niños?¿Cómo podía Silvana sugerir algo así? Aunque tuviera tiempo, y no lo tenía, no les serviría de nada. Además, la semana siguiente se marcharía de Londres para no volver jamás. Aquél era el final del camino para él.¿Y confiar en que otras personas hicieran el trabajo? No, imposible. Había tardado años en reunir un equipo en Nueva York al que podía dejar solo durante días sabiendo que el trabajo estaría hecho. El fiasco del restaurante había vuelto a demostrarle lo que pasaba cuando uno se despistaba un momento y dejaba las cosas a los demás. Sería una pesadilla... no, peor. Estaría trabajando con la gente que había acudido a aquel evento. Miró a la gente que llenaba el salón de baile: políticos, periodistas, señoras de la alta sociedad que presidían comités benéficos. La clase de gente: con la que él trabajaba sólo cuando era absolutamente necesario.Y una chica muy guapa.Paula Chaves. Pero no la versión repostera con la que había pasado el día.
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