jueves, 19 de abril de 2018

Dulce Tentación: Capítulo 17

Mirando el reloj, se estiró un poco el pantalón.

—Gracias  por  enseñarme  el  restaurante...  y  su  maravilloso  jardín  —le  dijo,  poniéndose  de  puntillas  para  darle  un  beso  en  la  cara—.  Y  sobre  todo,  gracias  por  recordarme esas vacaciones tan maravillosas.

Pedro la vió alejarse en silencio, asombrado por lo que acababa de pasar.

—De nada —murmuró—. Vuelve cuando quieras. Cuando quieras, de verdad.

Pedro recorrió  la  alfombra  roja  para  entrar  en  el  hotel,  sin  importarle  los  fogonazos de las cámaras. Era el patrocinador más joven de la velada y aquél era el único día del año en el que estaba dispuesto a ponerse un esmoquin de Armani para la prensa.Y sólo había una persona que pudiera convencerlo para hacer eso. Silvana Waters. La  misma  Silvana Waters  que  dirigía  el  orfanato  al  que  había  ido  con  Paula esa  tarde. Se quedó helado cuando ella dijo su nombre, pero ¿Cómo podía Paula saber que era  la  misma  asistente  social  que  veinte  años  antes  se  había  encargado  de  atender  a  su familia? Silvana Waters  era  la  única  persona  a  la  que  Pedro temía  y  respetaba  al  mismo  tiempo. Sabía que un simple error, la más mínima señal de suciedad en la casa, una falta en el colegio... y toda la pantomima se habría desintegrado.Su madre trabajaba en tres sitios, usando todos los contactos posibles de su vida anterior, para llevar dinero a casa. Tenía  que  hacerlo  porque  su  padre  estaba  en  la  cárcel  después  de  haberse  gastado una fortuna en drogas y casinos.Y el trabajo de Silvana consistía en comprobar que tanto Jared como Lucy estaban bien  cuidados.  Los  había  apoyado  en  todo  y,  al  final,  tuvo  que  reconocer  que  él  estaba más capacitado para cuidar de su hermana que cualquier otra persona.Su propia educación había sido otra cosa.La  constante  preocupación  de  ir  a  buscar  a  Lucy  al  colegio  a  tiempo  o  tener  hecha  la  colada  y  la  cena  para  que  nadie  pudiera  decir  que  no  iban  bien  vestidos  o  cenados lo dejaba demasiado exhausto como para prestar atención en el colegio.Y cuando su madre sufrió una infección intestinal y tuvo que ser hospitalizada, supo que el juego había terminado. De modo que empezó a suspender los exámenes y,  al  final,  no  fue  una  sorpresa  para  los  profesores  que  decidiera  dejar  el  colegio  y  ponerse  a  trabajar  con  Francisco  Richards,  el  propietario  del  taller  del  reparación  de  coches que había bajo su departamento. Los dos sabían que él podía hacer algo más que lavar y reparar coches, pero de esa manera Carolina nunca se encontraba sola cuando volvía a casa. Y  Silvana   jamás  lo  había  defraudado.  Al  contrario,  hizo  todo  lo  posible  para  ayudar a una familia que no quería separarse por nada del mundo. Habría sido más fácil para ella llevar a los niños a alguna casa de acogida, pero se puso de su lado. Y había  sido  gracias  a  Silvana Waters  por  quien  consiguió  su  primer  trabajo  en  la  construcción.Y allí estaba la propia Silvana, saludando a los invitados en la puerta, la misma de siempre.

—Buenas  noches,  señorita  Waters.  ¿Puedo  decir  que  está  más  guapa  cada  vez  que la veo?

Su recompensa fue un beso en la mejilla.

—Mentiroso. Pero tú sí que estás guapo, Pedro Alfonso. Y, de nuevo, gracias por tu apoyo. No podríamos organizar este evento sin tí.

—De  nada.  ¿Qué  es  eso  que  he  oído  de  que  se  retira?  Un  terrible  rumor,  sin  duda, lanzado por los funcionarios a los que usted aterroriza a diario.

—No —suspiró  la  mujer—.  No  tengo  que  decirte  que  la  situación  está  mal.  En  algunas  zonas  de  Londres  es  peor  que  nunca  y  hace  falta  alguien  más  joven  para  darles  a  los  niños  la  ayuda  que  necesitan.  Es  hora  de  pasar  el  relevo  a  alguien  más  acostumbrado a la palabra «tecnología» —Silvana lo miró coquetamente por encima de sus gafas—. Alguien como tú, por ejemplo. ¿Te interesaría un cambio de dirección en tu vida?

—¿Qué?  Lo  dirá  en  broma  —se  rió  Pedro—.  ¿Me  imagina  reuniéndome  con  funcionarios   y   asociaciones   benéficas   sabiendo   que   los   niños   necesitan   ayuda   inmediata? Me tiraría de los pelos. De los que me quedan, claro.

Silvana levantó la mano para acariciar su pelo corto.

—Mira,  mi  último  acto  de  locura.  Una  clara  señal  de  que  debo  retirarme.  Y  tú,  jovencito, serías la persona perfecta para el trabajo. Piénsatelo, Pedro. Te necesitamos.

Él frunció el ceño.

—¿Lo dice en serio?—Absolutamente.  Pero  ahora  no  es  el  sitio  ni  el  momento  para  hablar  del  asunto. Ve a hablar conmigo la semana que viene, pero ahora disfruta de la fiesta.

Pedro  la dejó saludando al resto de los invitados, ¿Volver al infierno? ¿Volver a ver el dolor y la tristeza en los ojos de otros niños?¿Cómo podía Silvana sugerir algo así? Aunque tuviera tiempo, y no lo tenía, no les serviría  de  nada.  Además, la semana  siguiente  se  marcharía de Londres  para  no  volver jamás. Aquél era el final del camino para él.¿Y  confiar  en  que  otras  personas  hicieran  el  trabajo?  No,  imposible.  Había  tardado  años  en  reunir  un  equipo  en  Nueva  York  al  que  podía  dejar  solo  durante  días sabiendo que el trabajo estaría hecho. El  fiasco  del  restaurante  había  vuelto  a  demostrarle  lo  que  pasaba  cuando  uno  se  despistaba  un  momento  y  dejaba  las  cosas  a  los  demás.  Sería  una  pesadilla...  no,  peor. Estaría trabajando con la gente que había acudido a aquel evento. Miró a la gente que llenaba el salón de baile: políticos, periodistas, señoras de  la  alta  sociedad  que  presidían  comités  benéficos.  La  clase  de  gente:  con  la  que  él  trabajaba sólo cuando era absolutamente necesario.Y una chica muy guapa.Paula Chaves. Pero no la versión repostera con la que había pasado el día.

No hay comentarios:

Publicar un comentario