jueves, 5 de abril de 2018

Dulce Tentación: Capítulo 3

Paula se volvió para mirarlo... y abrió los ojos como platos. Aquel chico entraba en la categoría de «pedazo de hombre».Llevaba el pelo rubio muy corto, un elegante traje de chaqueta y unos carísimos zapatos  negros  de  cordones.  El  último  hombre  con  traje  de  chaqueta  que  había  visitado  su  pastelería  era  el  director  del  banco  donde  tenía  su  cuenta  corriente  y,  desde  luego,  no  se  parecía  nada  a  aquel  bombón.  Los  dos  primeros  botones  de  su  camisa  blanca  estaban  desabrochados,  mostrando  una  piel  naturalmente  bronceada,  y debía de tener calor con esa chaqueta de cachemir. No parecía un asistente social o un funcionario.Y,  sin  embargo,  había  algo  en  su  forma  de  mirarla...  la  intensidad  de  su  expresión  hacía  imposible  que  apartase  los  ojos.  Tenía  bigote  y  una  ligerísima,  y  seguramente  estudiada,  sombra  de  barba.  Y  sus  ojos  azules  se  clavaron  en  ella  por  encima de una nariz que parecía haber sido rota más de una vez. Había algo vagamente familiar en él, pensó, particularmente los ojos. Interesante.   Debían   de   haberse   conocido   en   alguna   ocasión,   pero   no   lo   recordaba...

—¿Estaba buscándome? ¿Por qué no se sienta un momento mientras termino de limpiar  esto?  Y  como  es  viernes  por  la  tarde,  ¿Qué  tal  un  poco  de  strudel?  Invita  la  casa —le sonrió, sacando una bandeja de una estantería de metal—. Lo siento, no sé su nombre. Yo soy Paula Chaves.

Después  de  colocar  un  strudel  en  un  plato  de  porcelana  blanca,  la  joven  le  ofreció su mano sin dejar de mirarlo a los ojos. Mirando unos preciosos ojos verdes, Jared estrechó su mano... cálida, pequeña y un poco pringosa, pero firme. No era un apretón de chica, sino el de una mujer que amasaba   harina   y   fregaba platos.   Sus   muñecas   y   antebrazos   parecían   fuertes,   bronceados. Él  estaba  acostumbrado  a  estrechar  la  mano  de  hombres  y  mujeres  del  mundo  de  los  negocios,  pero  aquello  era  diferente.  El  simple  contacto  le  despertó  un  escalofrío de energía, de conexión.Y  la  expresión  sorprendida  de  Paula le  dijo  que  no  era  el  único  que  lo  había  notado. Sus ojos no eran simplemente verdes, sino del color del bosque en primavera, la clase de ojos cautivadores que dejaban a un hombre sin aliento. Hacía   calor   fuera   pero,   de   repente,   el   calor   de   aquel   horno   le   pareció   insoportable. Había esperado que ella fuera la gerente o la directora financiera, no la repostera.  ¿Aquélla  era  la  chica  de  quien  su  hermana  se  había  deshecho  en  elogios?  ¿La  joven  que  después  de  convertirse  en  una  estrella  en  el  mundo  de  la  banca  lo  había dejado todo para vivir su vida? Tenía que ser un error.

Entonces vió la hora en el reloj de la pared.Claro.  Sus  ayudantes  debían  de  haberse  ido  a  casa,  dejándola  con  aquel  desastre.

—Soy Pedro Alfonso, señorita Chaves. El hermano de Carolina.

—¡Pedro! Ah, claro, perdona, no esperaba conocerte hasta la semana que viene. Me alegro de verte.

—Lo mismo digo. Y esto es para usted, señorita Chaves—dijo Pedro, ofreciéndole las flores.

—Paula,  por  favor  —sonrió  ella,  tomando  el  ramo  de  exóticas  aves  del  paraíso  mezcladas  con  orquídeas  amarillas...  y  mirándolo  en  silencio  durante  lo  que  le  pareció una eternidad.

—¿No te gustan?

—No, no, al contrario. Son preciosas. Es que... bueno, ha sido un detalle, Pedro. Gracias. Voy a ponerlas en agua —sonrió Paula por fin—. Bueno, háblame de la boda mientras yo termino de limpiar aquí.

Pedro se quedó mirándola mientras se movía por la cocina. ¿De verdad aquella chica  se  había  dedicado  a  la  banca?  Las  mujeres  que  él  conocía  no  se  acercarían  nunca a una cocina sucia.

—Caro me  ha  dicho  que  estás  trabajando  con  la  organizadora  de  la  boda  y  como yo voy a estar en Londres unos días, me gustaría echar una mano. Es evidente que  estás  muy  ocupada,  así  que  estoy  a  tu  disposición.  Piensa  en  mí  como  tu  chico  para todo.

Paula colocó el fabuloso ramo de flores en el fregadero y abrió el grifo antes de volverse para mirarlo...Y entonces soltó una carcajada. No pudo hacer nada para evitarlo, dejando a Pedro boquiabierto.

—Lo siento, pero es que no ha tenido precio. Como tu cara ahora mismo.

Carraspeando,  Pedro se  tiró  de  la  manga  derecha  de  la  camisa,  luego  de  la  izquierda...

—Lo único que he hecho ha sido ofrecerte mi ayuda. ¿Qué es tan gracioso?

—Tú eres gracioso. Caro me dijo que te ofrecerías a echar una mano y yo no la creí. Pero es que has dicho exactamente lo que ella me dijo que dirías, incluso lo del «chico para todo».

—¿Y mi querida hermana no mencionó que odio ser tan predecible?

—Sí,  pero  lo  entiendo  —sonrió  Paula—.  Eres  su  hermano  mayor  y  quieres  lo  mejor para ella. No hay nada malo en eso, perdona que me haya reído. No era nada personal,  sólo  que  lo  has  dicho...  —Paula tuvo  que  taparse  la  boca  con  la  mano  cuando volvió a darle la risa.

—Quizá debería volver mañana.

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