Paula se volvió para mirarlo... y abrió los ojos como platos. Aquel chico entraba en la categoría de «pedazo de hombre».Llevaba el pelo rubio muy corto, un elegante traje de chaqueta y unos carísimos zapatos negros de cordones. El último hombre con traje de chaqueta que había visitado su pastelería era el director del banco donde tenía su cuenta corriente y, desde luego, no se parecía nada a aquel bombón. Los dos primeros botones de su camisa blanca estaban desabrochados, mostrando una piel naturalmente bronceada, y debía de tener calor con esa chaqueta de cachemir. No parecía un asistente social o un funcionario.Y, sin embargo, había algo en su forma de mirarla... la intensidad de su expresión hacía imposible que apartase los ojos. Tenía bigote y una ligerísima, y seguramente estudiada, sombra de barba. Y sus ojos azules se clavaron en ella por encima de una nariz que parecía haber sido rota más de una vez. Había algo vagamente familiar en él, pensó, particularmente los ojos. Interesante. Debían de haberse conocido en alguna ocasión, pero no lo recordaba...
—¿Estaba buscándome? ¿Por qué no se sienta un momento mientras termino de limpiar esto? Y como es viernes por la tarde, ¿Qué tal un poco de strudel? Invita la casa —le sonrió, sacando una bandeja de una estantería de metal—. Lo siento, no sé su nombre. Yo soy Paula Chaves.
Después de colocar un strudel en un plato de porcelana blanca, la joven le ofreció su mano sin dejar de mirarlo a los ojos. Mirando unos preciosos ojos verdes, Jared estrechó su mano... cálida, pequeña y un poco pringosa, pero firme. No era un apretón de chica, sino el de una mujer que amasaba harina y fregaba platos. Sus muñecas y antebrazos parecían fuertes, bronceados. Él estaba acostumbrado a estrechar la mano de hombres y mujeres del mundo de los negocios, pero aquello era diferente. El simple contacto le despertó un escalofrío de energía, de conexión.Y la expresión sorprendida de Paula le dijo que no era el único que lo había notado. Sus ojos no eran simplemente verdes, sino del color del bosque en primavera, la clase de ojos cautivadores que dejaban a un hombre sin aliento. Hacía calor fuera pero, de repente, el calor de aquel horno le pareció insoportable. Había esperado que ella fuera la gerente o la directora financiera, no la repostera. ¿Aquélla era la chica de quien su hermana se había deshecho en elogios? ¿La joven que después de convertirse en una estrella en el mundo de la banca lo había dejado todo para vivir su vida? Tenía que ser un error.
Entonces vió la hora en el reloj de la pared.Claro. Sus ayudantes debían de haberse ido a casa, dejándola con aquel desastre.
—Soy Pedro Alfonso, señorita Chaves. El hermano de Carolina.
—¡Pedro! Ah, claro, perdona, no esperaba conocerte hasta la semana que viene. Me alegro de verte.
—Lo mismo digo. Y esto es para usted, señorita Chaves—dijo Pedro, ofreciéndole las flores.
—Paula, por favor —sonrió ella, tomando el ramo de exóticas aves del paraíso mezcladas con orquídeas amarillas... y mirándolo en silencio durante lo que le pareció una eternidad.
—¿No te gustan?
—No, no, al contrario. Son preciosas. Es que... bueno, ha sido un detalle, Pedro. Gracias. Voy a ponerlas en agua —sonrió Paula por fin—. Bueno, háblame de la boda mientras yo termino de limpiar aquí.
Pedro se quedó mirándola mientras se movía por la cocina. ¿De verdad aquella chica se había dedicado a la banca? Las mujeres que él conocía no se acercarían nunca a una cocina sucia.
—Caro me ha dicho que estás trabajando con la organizadora de la boda y como yo voy a estar en Londres unos días, me gustaría echar una mano. Es evidente que estás muy ocupada, así que estoy a tu disposición. Piensa en mí como tu chico para todo.
Paula colocó el fabuloso ramo de flores en el fregadero y abrió el grifo antes de volverse para mirarlo...Y entonces soltó una carcajada. No pudo hacer nada para evitarlo, dejando a Pedro boquiabierto.
—Lo siento, pero es que no ha tenido precio. Como tu cara ahora mismo.
Carraspeando, Pedro se tiró de la manga derecha de la camisa, luego de la izquierda...
—Lo único que he hecho ha sido ofrecerte mi ayuda. ¿Qué es tan gracioso?
—Tú eres gracioso. Caro me dijo que te ofrecerías a echar una mano y yo no la creí. Pero es que has dicho exactamente lo que ella me dijo que dirías, incluso lo del «chico para todo».
—¿Y mi querida hermana no mencionó que odio ser tan predecible?
—Sí, pero lo entiendo —sonrió Paula—. Eres su hermano mayor y quieres lo mejor para ella. No hay nada malo en eso, perdona que me haya reído. No era nada personal, sólo que lo has dicho... —Paula tuvo que taparse la boca con la mano cuando volvió a darle la risa.
—Quizá debería volver mañana.
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