martes, 10 de abril de 2018

Dulce Tentación: Capítulo 6

Paula, nerviosa, se inclinó un poco para inspeccionar el interior del Rolls Royce.

—No sé si debería subir. Llevo el pantalón manchado de chocolate...

—No te preocupes por eso, ha habido manchas peores —se rió Francisco—. Venga, vámonos.

—¿Conoces  bien  a  esa  tal  Mariana?  —le  preguntó  Pedro en  cuanto  pudo  recuperar el habla.

—Sólo  la  he  visto  una  vez,  pero  conozco  a  un  par  de  chicas  cuya  boda  ha organizado y las dos están encantadas. Por eso no estoy preocupada. Sólo faltan siete días  para  la  boda,  así  que  todo  tiene  que  haber  sido  confirmado  y  contratado.  Y  seguramente lo habrá hecho Elspeth, su ayudante.

Él asintió con la cabeza.

—Será mejor que lo comprobemos, por si acaso. No quiero llamar a Caro hasta que sepamos si hay un problema de verdad.

—¿Cómo puedo convencerte de que soy capaz de hacerlo todo sin tu ayuda?

Pedro lo pensó un momento antes de contestar:

—Quiero  comprobar  que  Mariana no  se  ha  olvidado  de  ningún  detalle  en  su  prisa  por  escapar  con  ese  hombre.  Y  eso  significa  que  debo  comprobar  la  lista  de  cosas que hacer, los días, las horas, los números de teléfono...

—Ah,  ¿Eso  es  todo?  —se  rió  Paula—.  Me  parece  que  empiezo  a  entenderlo.  No  crees que nadie que no seas tú o tu equipo sea capaz de hacer nada bien. ¿Estoy en lo cierto?

Desde  el  asiento  delantero,  Francisco  soltó  una  risita.  Pero  acababa  de  tomar  una  curva  y,  despistado,  Pedro se  deslizó  sin  querer  hacia  Paula.  Cuando  se  agarró  a  su  pierna fue recompensado por algo pringoso...Y la sensación de que su mundo se había puesto patas arriba. Se sentía mareado. Debería haber probado el strudel, pensó. El mareo no tenía nada que ver con el muslo torneado que acababa de tocar. No, debía de ser el desfase horario.

—Estaría bien que te pusieras el cinturón de seguridad —sonrió ella.

Pedro se puso el cinturón, fingiendo mirar por la ventanilla. Desgraciadamente, en el cristal vió el reflejo de Paula. Estaba buscando algo en el bolso con una mano mientras con la otra se quitaba el pañuelo que sujetaba su pelo y sacudía la cabeza para liberar los cortos mechones castaño oscuro en contraste con su piel de porcelana...Era lo más sensual que había visto en su vida y el hecho de que fuera un gesto natural, nada estudiado, lo hacía más interesante.  Había estado en la universidad con Carolina, de modo que debía de tener la edad de su hermana: veintiocho años.Entonces  la  oyó  reírse  de  algo  que  había  dicho  Francisco,  como  si  fueran  viejos  amigos. ¿Por  qué  le  molestaba  tanto?  Francisco  era  su  chófer  cuando  Carolina o  él  estaban  en  Londres y, evidentemente, conocía bien a Paula. Giró  la  cabeza  al  oír  una  sirena  de  policía,  pero  mirándola por  el  rabillo del ojo.

—Bueno, ¿Y cuándo voy a ver esos maravillosos planes de boda?

—No  va  a  ser  fácil  —suspiró  ella—.  Cada  uno  de  los  clientes  de  Mariana tiene  un informe personal. Todo lo que se refiere a la boda de Caro está dentro de una caja de  color  rosa  y  la  regla  número  uno  es  que  la  caja  nunca  puede  salir  de  la  oficina.  Pero  confío  en  que  mi  dulce  soborno  logre  congraciarnos  con  Carla.  La  pobre  estará ahora lidiando con los problemas que le habrá acarreado la repentina huida de Mariana.

—Ah,  taimada,  eso  me  gusta  —sonrió  Pedro—.  Y  yo  pensando  que  el  camino  para llegar al corazón de un hombre era el estómago...

—También  funciona  con  las  chicas.  Y  como  sospecho  que  no  vamos  a  ser  los  únicos  que  vayamos  a  la  oficina  para  salvar  planes  de  boda...  En  fin,  por  lo  menos  nosotros llevamos una dulce ofrenda de paz.

—Tal vez debería haber sobornado a mis novias con pasteles.

—Desde luego.

Paula miró por la ventanilla cuando llegaron a la calle. Había coches estacionados en doble y triple fila en la puerta de la oficina de Mariana. Algunos más abandonados que estacionados.

—Bueno,  aquí  es.  Y  será  mejor  que  os  quedéis  en  el  coche,  chicos.  Ésta  es  una  misión peligrosa, pero alguien tiene que hacerlo. Voy a entrar.

Pedro miró la calle para ver qué podía ser tan peligroso.Habían  parado  frente  a  una  fila  de  casas  de  estilo  Victoriano,  una  vez  hogares  de clase media, que ahora se usaban como negocios y hoteles por toda la ciudad. Aquella  casa  en  particular  se  distinguía  de  las  demás  por  un  cartel  rosa  en  el  que decía Mariana, organizadora de bodas, en bonitas letras negras y doradas. Y por el bullicio de mujeres alrededor de la entrada. Mujeres  delgadas  y  elegantes,  de  las  que  estaban  acostumbradas  a  ir  a  las  rebajas  con  tacones  de  aguja...  y  codos  de  hierro.  Aquello  era  más  que  peligroso,  podría ser letal.

—No les ofrezcas más azúcar. No volverías viva.

Paula miró  por  la  ventanilla.  No  dejaban  de  llegar  coches  para  descargar  más  tropas...

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