—¿Cualquiera?
—¿Qué tal Mariana, que en este preciso instante estará disfrutando del sol en la playa de Antigua bajo una sombrilla?
Pedro aceptó el delantal y Paula asintió con la cabeza.
—Te queda perfecto, casi pareces un repostero. El lavabo está ahí... hay jabón y cepillos para las uñas. Y luego prepárate para pasarlo bien.
El teléfono empezó a sonar en ese momento y después de pedirle disculpas, Paula se dirigió a la parte de atrás para contestar.
¿Pasarlo bien? ¿Aquello era pasarlo bien? Lo había intentado de todas las maneras posibles, pero la mezcla de harina y agua se pegaba a sus dedos haciendo grumos y la porción que quedaba en la mesa era cada vez más pequeña. Y Paula seguía hablando por teléfono. Pedro miró sus manos y dejó escapar un gruñido. No iba a dejar que un poco de masa le ganara la batalla, de modo que la aplastó contra la mesa, esperando que los fragmentos se convirtieran en la bola que Paula había hecho antes. Ella volvió unos minutos después y, al verlo, se llevó una mano a la boca para disimular la risa.
—¿Qué pasa?
—Nada, nada.
—Lo siento, ya sé que lo estoy haciendo fatal, no hace falta que te rías de mí.
—La verdad es que pensaba enseñarte a hacerlo —dijo ella—. Harina, mucha harina, eso es lo que te hace falta. Y el canto de la mano... no los dedos. Venga, vamos a tirar esa masa y empecemos de nuevo.
En un instante, los grumos fueron reemplazados por un montón de harina y agua.
—Ponte a mi lado y mírame un rato. Enseguida aprenderás a hacerlo, ya lo verás.
Pedro se acercó tanto que sus hombros se rozaban mientras Paula aplicaba el canto de la mano a la masa, aplastándola contra la mesa y estirándola a la vez.
—El truco es empujar hacia abajo y hacia delante al mismo tiempo. Cada vez que estiras la masa el gluten de la harina se suaviza un poco más. ¿Lo ves? Venga, es tu turno.
Paula volvió a hacer una bola con la masa y luego tomó la mano izquierda de Pedro, enredando los dedos con los suyos mientras empujaba hacia abajo y hacia delante. Sin embargo, cuando intentó apartar la mano, él no se lo permitió. Ella volvió la cabeza para preguntar qué estaba haciendo pero, al hacerlo, respiró el aroma de su after shave, a ropa limpia y Pedro...Y cometió el error de mirarlo a los ojos.
Pedro estaba mirándola fijamente, los ojos azules se hallaban clavados en los suyos como dos rayos láser. Eran de un azul muy claro, como el cielo, con puntitos de color ámbar y un círculo azul más oscuro rodeando la pupila.Era como mirar el océano desde la cubierta de un barco y ver sólo su propio reflejo porque lo que había era tan profundo, tan intenso que la luz no podía penetrarlo. Y, sin embargo, Paula no podía apartar la mirada.Estaba como hipnotizada y tuvo que respirar profundamente para salir del trance.
—¿Te habías dado cuenta de que soy zurdo?
Ella asintió con la cabeza, incapaz de confiar en su voz por el momento.
—La mayoría de la gente no se da cuenta.
Luego levantó la mano derecha para tocar su mejilla, como si fuera a limpiar una manchita de harina. Y Paula tuvo que hacer un esfuerzo para no cerrar los ojos ante el placer que le proporcionaba ese sencillo roce. Tan tierno que era casi doloroso.
—¿Lo estoy haciendo bien? —preguntó Pedro.
Y los dos sabían que no estaba hablando de su habilidad amasando la harina.
—No, fatal —dijo Paula—. Y hoy tengo prisa. Lo siento, quizá en otro momento.
Luego se apartó, desesperada por escapar de la tentación, y empezó a amasar furiosamente mientras hablaba.
—Además del pan, tengo que hacer una tarta de cumpleaños a toda prisa. Ha habido un pequeño accidente.
—¿Qué clase de accidente? —preguntó Pedro, poniendo las dos manos sobre la mesa, el único sitio en el que estaban seguras.
—Una chica rompió con el novio anoche y se ha consolado comiéndose la tarta de cumpleaños de su hermana pequeña. Así que ahora tengo que hacer una tarta de chocolate para veinte niños y... ¿Hola? ¿Estás ahí?
Pedro, que estaba mirando como un tonto la masa de harina y agua que, poco a poco, iba convirtiéndose en un rollo perfecto de masa para pan, levantó la cabeza.
—Sí, perdona. Lo que haces es magia.
—Magia, sí —dijo ella, irónica—. ¿Puedo hacerte una sugerencia?
—Es tu pastelería.
Paula señaló la caja rosa y la lista de cosas por hacer que Pedro había dejado a un lado para hacer de repostero.
—Yo tengo las manos llenas, literalmente. Sería estupendo que pudieras ir a ver al fotógrafo que no contesta al teléfono. ¿Te importaría?
—No, claro que no. Y, si no te importa a tí, cuando vuelva, te traeré un café. Al fin y al cabo, tú me has dado una lección de panadería gratis.
—Eso estaría bien, gracias. Y ahora, adiós —Paula señaló la puerta con la mano—. Y no dejes de sonreír. Puede que te haga falta, amigo.
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