jueves, 12 de abril de 2018

Dulce Tentación: Capítulo 12

—¿Cualquiera?

—¿Qué tal Mariana, que en este preciso instante estará disfrutando del sol en la playa de Antigua bajo una sombrilla?

Pedro aceptó el delantal y Paula asintió con la cabeza.

—Te queda perfecto, casi pareces un repostero. El lavabo está ahí... hay jabón y cepillos para las uñas. Y luego prepárate para pasarlo bien.

El  teléfono  empezó  a  sonar  en  ese  momento  y después  de  pedirle  disculpas,  Paula se dirigió a la parte de atrás para contestar.

¿Pasarlo bien? ¿Aquello era pasarlo bien? Lo  había  intentado  de  todas  las  maneras  posibles,  pero  la  mezcla  de  harina  y  agua  se  pegaba  a  sus  dedos  haciendo  grumos  y  la  porción  que  quedaba  en  la  mesa  era cada vez más pequeña. Y Paula  seguía hablando por teléfono. Pedro miró sus manos y dejó escapar un gruñido. No iba a dejar que un poco de masa le ganara la batalla, de modo que la aplastó contra la mesa, esperando que los fragmentos se convirtieran en la bola que Paula había hecho antes. Ella volvió unos minutos después y, al verlo, se llevó una mano a la boca para disimular la risa.

—¿Qué pasa?

—Nada, nada.

—Lo siento, ya sé que lo estoy haciendo fatal, no hace falta que te rías de mí.

—La  verdad  es  que  pensaba  enseñarte  a  hacerlo  —dijo  ella—.  Harina,  mucha  harina,  eso  es  lo  que  te  hace  falta.  Y  el  canto  de  la  mano...  no  los  dedos.  Venga,  vamos a tirar esa masa y empecemos de nuevo.

En  un  instante,  los  grumos  fueron  reemplazados  por  un  montón  de  harina  y  agua.

—Ponte  a  mi  lado  y  mírame  un  rato.  Enseguida  aprenderás  a  hacerlo,  ya  lo  verás.

Pedro se  acercó  tanto  que  sus  hombros  se  rozaban  mientras  Paula aplicaba  el  canto de la mano a la masa, aplastándola contra la mesa y estirándola a la vez.

—El  truco  es  empujar  hacia  abajo  y  hacia  delante  al  mismo  tiempo.  Cada  vez  que estiras la masa el gluten de la harina se suaviza un poco más. ¿Lo ves? Venga, es tu turno.

Paula volvió  a  hacer  una  bola  con  la  masa  y  luego  tomó  la  mano  izquierda  de  Pedro,  enredando  los  dedos  con  los  suyos  mientras  empujaba  hacia  abajo  y  hacia  delante. Sin  embargo,  cuando  intentó  apartar  la  mano,  él no  se  lo  permitió.  Ella  volvió  la  cabeza  para  preguntar  qué  estaba  haciendo  pero,  al  hacerlo,  respiró  el  aroma de su after shave, a ropa limpia y Pedro...Y cometió el error de mirarlo a los ojos.

Pedro estaba  mirándola  fijamente,  los  ojos  azules  se  hallaban  clavados  en  los  suyos  como  dos  rayos  láser.  Eran  de  un  azul  muy  claro,  como  el  cielo,  con  puntitos  de color ámbar y un círculo azul más oscuro rodeando la pupila.Era  como  mirar  el  océano  desde  la  cubierta  de  un  barco  y  ver  sólo  su  propio  reflejo  porque  lo  que  había  era  tan  profundo,  tan  intenso  que  la  luz  no  podía  penetrarlo. Y, sin embargo, Paula no podía apartar la mirada.Estaba  como  hipnotizada  y  tuvo  que  respirar  profundamente  para  salir  del  trance.

—¿Te habías dado cuenta de que soy zurdo?

Ella asintió con la cabeza, incapaz de confiar en su voz por el momento.

—La mayoría de la gente no se da cuenta.

Luego  levantó  la  mano  derecha  para  tocar  su  mejilla,  como  si  fuera  a  limpiar  una  manchita  de  harina.  Y  Paula tuvo  que  hacer  un  esfuerzo  para  no  cerrar  los  ojos  ante el placer que le proporcionaba ese sencillo roce. Tan tierno que era casi doloroso.

—¿Lo estoy haciendo bien? —preguntó Pedro.

Y los dos sabían que no estaba hablando de su habilidad amasando la harina.

—No, fatal —dijo Paula—. Y hoy tengo prisa. Lo siento, quizá en otro momento.

Luego  se  apartó,  desesperada  por  escapar  de  la  tentación,  y  empezó  a  amasar  furiosamente mientras hablaba.

—Además  del  pan,  tengo  que  hacer  una  tarta  de  cumpleaños  a  toda  prisa.  Ha  habido un pequeño accidente.

—¿Qué clase de accidente? —preguntó Pedro, poniendo las dos manos sobre la mesa, el único sitio en el que estaban seguras.

—Una chica rompió con el novio anoche y se ha consolado comiéndose la tarta de cumpleaños de su hermana pequeña. Así que ahora tengo que hacer una tarta de chocolate para veinte niños y... ¿Hola? ¿Estás ahí?

Pedro, que estaba mirando como un tonto la masa de harina y agua que, poco a poco, iba convirtiéndose en un rollo perfecto de masa para pan, levantó la cabeza.

—Sí, perdona. Lo que haces es magia.

—Magia, sí —dijo ella, irónica—. ¿Puedo hacerte una sugerencia?

—Es tu pastelería.

Paula señaló la caja rosa y la lista de cosas por hacer que Pedro había dejado a un lado para hacer de repostero.

—Yo tengo las manos llenas, literalmente. Sería estupendo que pudieras ir a ver al fotógrafo que no contesta al teléfono. ¿Te importaría?

—No, claro que no. Y, si no te importa a tí, cuando vuelva, te traeré un café. Al fin y al cabo, tú me has dado una lección de panadería gratis.

—Eso  estaría  bien,  gracias.  Y ahora, adiós  —Paula señaló  la  puerta  con  la  mano—. Y no dejes de sonreír. Puede que te haga falta, amigo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario