jueves, 5 de abril de 2018

Dulce Tentación: Capítulo 1

Paula Chaves tenía  tres  problemas  y  eran  tres  chicas.  Todas  ellas  exigiendo  su  atención en ese mismo instante o habría lágrimas. Además de eso, tenía un teléfono entre  la  barbilla  y el  hombro,  una  pastelería  llena  de  clientes  y  un  aparato  de  aire  acondicionado que había elegido el día más caluroso del verano para estropearse. Había sido idea de Laura ofrecerles a dos de los  problemas  de  Paula la  oportunidad  de  poner  chocolate  en  las  magdalenas,  una  sorpresa  para  llevar  a  las  demás chicas del orfanato.  Pero aquello era chocolate de verdad. Y sus dos problemas tenían once años.Gran error. Enorme. Intentó llamar la atención de Laura, pero su ayudante estaba demasiado ocupada charlando con los clientes como para ayudarla a decidir cuál era la magdalena mejor hecha.  Miró  el  tembloroso  labio  inferior  de  la  chica  más  alta,  luego  miró  el  chocolate  que  se  había  salido  del  envoltorio  de  papel  y  decidió  que  la  llamada  de  teléfono podía esperar.

—Creo  que  el  horno  estaba  demasiado  caliente...  pero  mira  cómo  brilla.  Tiene  una pinta estupenda.

La  niña  sonrió,  encantada.  Pero  entonces  la  otra  empezó  a  hacer  pucheros.  Había  decidido  congelar  el  chocolate  y  ahora  tenía  dos  trozos  de  una  cosa  marrón  encima de cada magdalena. Paula  metió el plato en el microondas durante veinte segundos y luego extendió el chocolate derretido con una paleta.

—¿Lo ves? No pasa nada.La niña sonrió por fin.

—Yo no pienso decir una palabra. ¡Están perfectas! Pero con este calor no creo que  podamos  organizar  un  concurso  de  verdad.  ¿Qué  tal  la  próxima  vez?  —le preguntó.  La  niña  asintió  con  la  cabeza—.  ¿Eso  es  un  sí?  Genial.  Bueno,  me  metería  en  un  lío  si  te  dejara  volver  a  casa  con  las  manos  sucias,  así  que  ha  llegado  el  momento de lavarse. Venga, yo cuidaré de tus magdalenas.

Paula no  pudo  evitar  una  sonrisa  cuando  la  niña  se  reunió  con  sus  amigas,  charlando animadamente y llenando el horno de la pastelería con sus risas.Así era como había imaginado que sería.Su pastelería y su cocina llena de niños felices.Un suspiro escapó de su garganta antes de que pudiera contenerlo.Sabía  que  ella  podía  ofrecerle  a  un  niño  un  hogar  feliz.  Pero  antes  de  poder  adoptar  tenía  que  pasar  el  proceso  de  información  y  demostrar  que  podía  ser  una  madre responsable. Dejó caer los hombros. No había tiempo para soñar a las seis de la tarde de un viernes, cuando aún tenía que bregar con el problema número tres. Algo  que,  en  teoría,  no  debería  ser  un  problema  en  absoluto,  ya  que  su  amiga  Carolina Alfonso había  contratado  a  la  organizadora  de  bodas  más  experta  de  Londres,  Mariana. Era una pena que Mariana no se pusiera al teléfono. Contó la interminable serie de pitidos del contestador automático.

—Hola, Mariana, soy Paula Chaves otra vez. Siento molestarte, pero dijiste que me llamarías  para  hablar  de  las  orquídeas  de  la  boda  Alfonso-Fernandez.  Por  favor,  llámame  en cuanto puedas. Gracias.

Luego suspiró de nuevo, cerrando los ojos.«Tengo  la  situación  controlada.  La  boda  no  es  hasta  el  sábado.  La  tarta  saldrá  perfecta,  la  boda  será  perfecta.  Puedo  hacer  orquídeas  de  azúcar  de  cualquier  color  que  le  guste  a  Carolina.  No  es  un  problema.  Y  por  un  día  dejaré  de  ser  una  humilde  pastelera y seré una preciosa dama de honor». Aquél iba a ser su mantra durante los próximos días.Claro que, era culpa suya por ofrecerse a hacer la tarta nupcial. La tarta perfecta como regalo de boda para dos de sus mejores amigos.Tenía  que  ser  de  chocolate,  por  supuesto.  Y  decorada  con  flores  de  azúcar  del  mismo  color  que  las  flores  del  ramo  de  Carolina.  De  tres  capas,  hechas  con  diferentes  tipos de chocolate, todo orgánico, por supuesto.«Gracias por las noches en blanco, Caro». Tuvo  que  sonreír  mientras  las  niñas  salían  de  la  pastelería  con  los  brazos  llenos  de  magdalenas  en  tanto  la  asistente  social  intentaba  controlarlas.  Era  como  manejar un rebaño.

—¡Intenta que alguna magdalena llegue al colegio!

—Siento no poder ayudarte a limpiar —se disculpó la asistente social.

Paula le hizo un gesto con la mano mientras las niñas desaparecían, llevándose con ellas la risa y la alegría y dejando atrás... oh, no. Intentó apartar esos tristes pensamientos. Era hora de ponerse a trabajar.

Pedro Alfonso aprovechó  un  semáforo  en  rojo  para  cruzar  la  calle,  sorteando  mensajeros y taxis. Acababa de bajar del avión y, aunque lo único que le apetecía era relajarse en su ático, tenía que visitar a la mejor amiga de su hermana: Paula Chaves. Las  cosas  habían  cambiado  mucho  en  aquel  barrio  en  los  últimos  dieciocho  años.

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