Paula Chaves tenía tres problemas y eran tres chicas. Todas ellas exigiendo su atención en ese mismo instante o habría lágrimas. Además de eso, tenía un teléfono entre la barbilla y el hombro, una pastelería llena de clientes y un aparato de aire acondicionado que había elegido el día más caluroso del verano para estropearse. Había sido idea de Laura ofrecerles a dos de los problemas de Paula la oportunidad de poner chocolate en las magdalenas, una sorpresa para llevar a las demás chicas del orfanato. Pero aquello era chocolate de verdad. Y sus dos problemas tenían once años.Gran error. Enorme. Intentó llamar la atención de Laura, pero su ayudante estaba demasiado ocupada charlando con los clientes como para ayudarla a decidir cuál era la magdalena mejor hecha. Miró el tembloroso labio inferior de la chica más alta, luego miró el chocolate que se había salido del envoltorio de papel y decidió que la llamada de teléfono podía esperar.
—Creo que el horno estaba demasiado caliente... pero mira cómo brilla. Tiene una pinta estupenda.
La niña sonrió, encantada. Pero entonces la otra empezó a hacer pucheros. Había decidido congelar el chocolate y ahora tenía dos trozos de una cosa marrón encima de cada magdalena. Paula metió el plato en el microondas durante veinte segundos y luego extendió el chocolate derretido con una paleta.
—¿Lo ves? No pasa nada.La niña sonrió por fin.
—Yo no pienso decir una palabra. ¡Están perfectas! Pero con este calor no creo que podamos organizar un concurso de verdad. ¿Qué tal la próxima vez? —le preguntó. La niña asintió con la cabeza—. ¿Eso es un sí? Genial. Bueno, me metería en un lío si te dejara volver a casa con las manos sucias, así que ha llegado el momento de lavarse. Venga, yo cuidaré de tus magdalenas.
Paula no pudo evitar una sonrisa cuando la niña se reunió con sus amigas, charlando animadamente y llenando el horno de la pastelería con sus risas.Así era como había imaginado que sería.Su pastelería y su cocina llena de niños felices.Un suspiro escapó de su garganta antes de que pudiera contenerlo.Sabía que ella podía ofrecerle a un niño un hogar feliz. Pero antes de poder adoptar tenía que pasar el proceso de información y demostrar que podía ser una madre responsable. Dejó caer los hombros. No había tiempo para soñar a las seis de la tarde de un viernes, cuando aún tenía que bregar con el problema número tres. Algo que, en teoría, no debería ser un problema en absoluto, ya que su amiga Carolina Alfonso había contratado a la organizadora de bodas más experta de Londres, Mariana. Era una pena que Mariana no se pusiera al teléfono. Contó la interminable serie de pitidos del contestador automático.
—Hola, Mariana, soy Paula Chaves otra vez. Siento molestarte, pero dijiste que me llamarías para hablar de las orquídeas de la boda Alfonso-Fernandez. Por favor, llámame en cuanto puedas. Gracias.
Luego suspiró de nuevo, cerrando los ojos.«Tengo la situación controlada. La boda no es hasta el sábado. La tarta saldrá perfecta, la boda será perfecta. Puedo hacer orquídeas de azúcar de cualquier color que le guste a Carolina. No es un problema. Y por un día dejaré de ser una humilde pastelera y seré una preciosa dama de honor». Aquél iba a ser su mantra durante los próximos días.Claro que, era culpa suya por ofrecerse a hacer la tarta nupcial. La tarta perfecta como regalo de boda para dos de sus mejores amigos.Tenía que ser de chocolate, por supuesto. Y decorada con flores de azúcar del mismo color que las flores del ramo de Carolina. De tres capas, hechas con diferentes tipos de chocolate, todo orgánico, por supuesto.«Gracias por las noches en blanco, Caro». Tuvo que sonreír mientras las niñas salían de la pastelería con los brazos llenos de magdalenas en tanto la asistente social intentaba controlarlas. Era como manejar un rebaño.
—¡Intenta que alguna magdalena llegue al colegio!
—Siento no poder ayudarte a limpiar —se disculpó la asistente social.
Paula le hizo un gesto con la mano mientras las niñas desaparecían, llevándose con ellas la risa y la alegría y dejando atrás... oh, no. Intentó apartar esos tristes pensamientos. Era hora de ponerse a trabajar.
Pedro Alfonso aprovechó un semáforo en rojo para cruzar la calle, sorteando mensajeros y taxis. Acababa de bajar del avión y, aunque lo único que le apetecía era relajarse en su ático, tenía que visitar a la mejor amiga de su hermana: Paula Chaves. Las cosas habían cambiado mucho en aquel barrio en los últimos dieciocho años.
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