jueves, 12 de abril de 2018

Dulce Tentación: Capítulo 9

Suspirando,  Paula puso  una  mano  sobre  la  camiseta.  El  cirujano  plástico  de  Chicago le había dicho que debía pensar en ella como una medalla, la condecoración de una superviviente.Y ella era una superviviente. Al menos, eso lo tenía claro. Pero se le hizo un nudo en la garganta al mirar el interior de la pastelería, llena de clientes. Aquél  era  su  hogar  ahora  y  su  santuario.  Su  sueño  de  convertir  la  Pastelería  Chaves en el sitio que había conocido de niña se había convertido en una realidad. Allí era  donde  quería  pasar  el  resto  de  su  vida,  a  salvo,  segura,  llevando  su  propio  negocio, con sus amigos y una comunidad de gente que la apreciaba. Y, por eso, todo merecía la pena. Laura, a su lado, le pasó un brazo por los hombros.

—Hay dos cocineros en la puerta de atrás rogando que les demos sus pedidos, jefa. Pero aún no he visto al tipo rubio de ayer. ¿Va a venir hoy?

—Ah, sí, vendrá. Bueno, eso espero —suspiró Paula.

La  música  a  todo  volumen  sorprendió  a  Pedro cuando  apartó  la  cortina  para  entrar en el horno de la pastelería. Eran casi las doce de la mañana, el sol brillaba y el estruendo hacía que las paredes retumbasen. Como su cabeza.Si  no  hubiera  decidido  tumbarse  un  rato  en  el  sofá  después  de  cenar,  ahora  podría estar en su apartamento con aire acondicionado. Controlándolo todo, en su espacio. Que era precisamente como a él le gustaba. En  lugar de  eso había  tenido  que  ir  a  la  pastelería  para  rogarle  a  Paula que  se  apiadase  de  él.  Sabía  cuál  era  su  fuerte.  Organizar  una  estrategia  de  trabajo  para un proyecto de construcción era lo suyo; planear una boda, no.Si uno quería que se hiciera un trabajo, había que contratar a un profesional.  A través de las gafas de sol podía verla corriendo entre dos largas mesas cubiertas de platos y bandejas. ¿Dónde estaban sus ayudantes?

—Buenos  días  —la  saludó.  Pero  no  hubo  respuesta—.  ¡Buenos  días!  —gritó, aunque sólo estaba a dos metros de ella.

Por fin, la chica que había visto el día anterior, Laura, apareció por una puerta y bajó el volumen del estéreo. Paula levantó  entonces  la  cabeza  y  le  regaló  una  de  esas  sonrisas  que  lo  golpeaban en el plexo solar.

—Ah, hola. Buenos días. Pensaba que vendrías al amanecer.

—Lo siento, debe de ser culpa del desfase horario, aún no me he acostumbrado a la hora de Londres.

—No hace falta que te disculpes —Paula se encogió de hombros—. Ayer fue un día agotador.

Pedro sonrió. Aquella chica era una santa.Los   fluorescentes   del   techo   creaban   sombras   en   su   pálida   piel.   En   otro   momento,  otro  día,  pensó,  estaría  bien  ver  a  aquella  chica  al  sol.  Quizá  en  una  merienda o un viaje en barco por el Támesis.Con un poco de suerte, incluso podría quitarle alguna capa de ropa. La camisa   de   lino empezaba   a   pegarse a su espalda,   a  pesar del aire  acondicionado,  de  modo  que  ella  tenía  que  estar  ahogándose  bajo  la  camiseta  de  grueso algodón.

—El  sábado  es  el  día  de  más  trabajo,  así  que  no  tengo  mucho  tiempo  para  charlar.  Y  agradezco  la  disculpa,  pero  sé  que  sólo  has  venido  aquí  a  buscar  la  caja  rosa.

Pedro abrió  la  boca  para  decir  algo,  pero  volvió  a  cerrarla  mientras  Paula se  golpeaba la barbilla suavemente con el bolígrafo.

—He  decidido  que  hay  un  par  de  detalles  de  la  boda  que  tú  podrías  controlar  por mí.—Tú  sabes  que  no  tengo  ninguna  experiencia  organizando  bodas,  ¿Verdad?  ¿No crees que en realidad yo sería un obstáculo más que una ayuda?

—No, no. Piensa en esto como en uno de tus proyectos. Lo harás bien.

Su  sonrisa  podía  haber  sido  la  respuesta  que  Paula necesitaba,  porque  señaló  una mesita redonda que se hallaba al otro lado de la habitación.

—Ahí encontrarás todo lo que necesitas. Algunas tiendas no abren los sábados, pero he marcado en amarillo todos aquellos con los que podemos hablar en persona esta mañana.

—¿Y? —Pedro intentó  recordar  que  era  él  quien  debía  llevar  el  control  de  la  boda. Aunque no iba a poder ser, porque Paula Chaves se le había adelantado.

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