martes, 17 de abril de 2018

Dulce Tentación: Capítulo 16

Pero cuando dió la vuelta a una esquina se quedó inmóvil. Aquélla  era  la  madre  de  todas  las  cocinas.  Era  gigantesca.  Por  lo  menos  tan  grande  como  el  vestíbulo.  Y  limpísima.  Era  un  palacio  de  acero  inoxidable  y  superficies fáciles de limpiar, electrodomésticos de última generación, una despensa enorme... ¡Y los hornos! Paula dejó escapar un suspiro de anhelo. Al  fondo  había  una  puerta  y,  tras  ella,  un  patio  con  suelo  de  piedra.  Era  un  patio  precioso  rodeado  de  un  jardín  bien  cuidado.  Tenía  que  haberlo  hecho  un  paisajista  porque  los  lechos  de  flores  y  los  árboles  parecían  perfectamente  elegidos  para  crear  una  zona  mágica.  Imaginó  cómo  sería  con  los  muebles  de  jardín,  las  sombrillas, las mesas con velas...Y,  además,  sería  una  zona  estupenda  para  familias  con  niños  porque  podrían  jugar en la hierba, lejos del tráfico.Era  lo  único  que  le  faltaba  a  su  pastelería.  Le  habría  encantado  tener  un  pequeño jardín para que jugasen las niñas del orfanato...A la hija a la que aún no conocía le encantaría aquel sitio, pensó. Mirando  el  edificio  con  el  sol  en  la  espalda,  se  vió  transportada  a  un  sitio  tan  parecido a aquél que era asombroso...En ese otro lugar, unas cortinas de color rojo oscuro protegían a los clientes del sol. Los candelabros de cristal iluminaban las mesas, reflejándose en el brillante suelo de madera oscura y en las paredes de espejo. Suspirando, se sentó sobre la hierba, apoyando la espalda en una pared de piedra. Casi podía ver al hombre de negocios leyendo su periódico mientras tomaba un café y a las señoras tomando chocolate con pasteles de nueces, a los amantes que se miraban a los ojos... al joven que llevaba horas sentado en un rincón, escribiendo sobre una mesa de mármol, ajeno a todo.En el aire flotaba el agridulce aroma a café recién hecho, chocolate, pasteles de mantequilla... Era el café vienés perfecto. El café de sus abuelos adoptivos, los Chaves. Respiró profundamente, intentando controlar las lágrimas. Hacía años que no recordaba esas maravillosas vacaciones... El  sonido  de  unos  pasos  hizo  que  se  volviera  hacia  Pedro,  que  había  decidido  reírse en lugar de ponerse a gritar.

—Mi querida hermana ha vuelto a cambiar de opinión porque aún no sabe qué color quedará mejor con luz natural. ¿Por qué sonríes? ¿Te gusta el sitio?

—¿Que si me  gusta?  Es  precioso.  Me  encanta  la  cocina...  y  este  jardín  es  un  sueño. ¿Te importa que me quede aquí cinco minutos más?

—No,  claro  que  no.  El  edificio  sigue  siendo  mío  por  el  momento,  así  que  estás  en tu casa. Quédate el tiempo que quieras.

—Siéntate un rato conmigo —se rió ella, tirándole de la manga de la camisa.

—¿Por qué te gusta tanto?

—Hace  diez  años  pasé  unas  vacaciones  fabulosas  en  Austria  con  mi  familia  adoptiva —empezó  a  decir  ella—.  Salzburgo  es  preciosa,  pero  cuando  fuimos  a  Viena... Viena cambió mi vida. Después de ir allí supe por qué mis padres adoptivos pasaban tantas horas al día en la pastelería, soñando con tener su propio café vienés, como el de mis abuelos. No te imaginas lo bonito que era.

—¿Por eso decidiste comprar la pastelería?

—Tuve que comprar  la  mitad  de mi tío Walter   —asintió Paula—.   Los   propietarios del local eran mi padre y mi tío, pero ya están todos retirados. Mi madre me  llevaba  allí  todos  los  sábados  y  me  dejaba  jugar  mientras  ellos  hacían  los  pasteles... era muy divertido.

—Ya me imagino.

—Sólo espero que vivan lo suficiente para ver cómo yo abro un café vienés. ¿No sería maravilloso? —Paula bajó tanto la voz que apenas era un suspiro—. A lo mejor algún día.

Sin  decir  nada,  Pedro entrelazó  sus  dedos  con  los  de  ella,  como  si  fuera  lo  más  natural del mundo. Pero Paula tuvo que tragar saliva. No se atrevía a mirarlo.«Concéntrate en otra cosa. Piensa en el café».¿Cómo  no  iba  a  soñar  con  convertir  aquel  sitio  en  el  antiguo  café  vienés de  los Chaves? Con ese jardín maravilloso para los niños, sería perfecto.Quizá algún día pudiera tener un sitio así... Pedro se movió entonces y Paula volvió a la realidad. Demasiados sueños.

—Tengo  que  irme,  pero  gracias  por  dejar  que  me  quedase  unos  minutos  más.  Tu cliente es una persona muy afortunada, Pedro. Este será un restaurante perfecto —Paula, que estaba levantándose, de repente lanzó un grito de dolor.

—¿Qué ocurre?

—Nada, me he clavado una astilla, no es nada.

—Espera, deja que lo vea... ¡Vamos, enséñame la mano!

Al ver la herida, Pedro soltó una palabrota sin acordarse de que no estaba solo.

—Lo siento. ¿Te duele?

—No  te  preocupes,  sobreviviré.  ¿No  tendrás  a  mano  unas  pinzas  de  depilar  para quitarme la astilla?

—Pues no, ahora mismo no llevo —sonrió él.

—Da igual, me la sacaré en la pastelería.

—Es  una  pena,  porque  yo  soy  un  experto  en  astillas.  Caro solía  subirse  a  los  árboles  y  siempre  acababa  llorando.  Espera,  si  dejas  de  moverte  un  momento,  es  posible que pueda sacarla... ¿Lista?

Ella asintió con la cabeza, preparándose para notar un ligero dolor. Para lo que no  estaba  preparada  era  para  sentir  el  dedo  de  Pedro acariciando  la  palma  de  su  mano...

—Ya casi la tengo... espera... ¡Ya está!Y luego acarició su mano con la yema del pulgar, presionando suavemente. La sensación  viajó  desde  su  mano  a  su  brazo  y  al  sitio  donde  su  cariñoso  y  sensible  corazón solía estar... hasta que se lo arrancaron dos años antes. Y ahora estaba mirando a alguien que era capaz de arrancárselo otra vez.¿Por qué no había vuelto a la pastelería?


Paula bajó  los  ojos  para  fingir  que  buscaba  más  astillas,  concentrándose  en  su  mano... en cualquier cosa menos en aquel hombre. Era  demasiado  intenso,  demasiado  tentador,  tenía  que  volver  a  trabajar,  a  su  santuario. Tenía que protegerse a sí misma. Eso se le daba bien. Tenía que protegerse del dolor de ser rechazada por aquel hombre.

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