—No podía. Las lágrimas no llegaban.
—Así que llorabas en sueños, cuando tus defensas estaban bajas —concluyó él, lógico.
—Es probable. No lo recuerdo —Paula suspiró de nuevo, sintiendo que la tensión acumulada durante nueve años se liberaba—. Sólo sabía que tenía que cambiar. Quería ser mejor persona. Alguien de quien no tuviera que avergonzarme.
—Eres una buena persona, Pau—Pedro puso un dedo bajo su barbilla y alzó su rostro—. No dejes que nadie te diga lo contrario.
—Pero no siempre lo fui. Por eso no podía permitirme tener nada que Sofía no fuera a tener. Pensaba que no me merecía ser feliz.
—Nadie lo merece más que tú. Has pagado más de lo que debías. Nadie te negaría el derecho a la felicidad.
—La señora Ashurst sí —Paula se estremeció.
—¿La madre de Sofía? —el rostro de Pedro se tensó con una mezcla de ira y amargura—. Encontré una tarjeta de cumpleaños en la cocina, que debió enviarte ella. ¿Cuánto tiempo lleva haciendo eso?
—Todos los años.
—Dios —Pedro parecía querer asesinar a alguien—. No me extraña que no pudieras enfrentarte a tu culpabilidad. ¡No te dejó olvidarlo, ni siquiera un momento!
—No te enfades con ella. Yo no me permitía olvidar. Quería compensar lo que hice —lo tranquilizó Paula, tocando sus labios.
La expresión de él se suavizó al mirarla, sonrió y soltó el aire de golpe.
—Estoy enfadado porque estuve a punto de perderte. Ya has pagado por el pasado, Pau. Ahora tienes que mirar hacia el futuro. Nosotros. Nuestra felicidad. ¿Podrás hacerlo?
—Sí —le sonrió y sus ojos brillaron con amor—. Lo he deseado, mucho. Cuando comprendí que me había enamorado de tí mi conciencia resurgió y me paró los pies. Luego ví la tarjeta y mi corazón se rompió. No quería perderte, pero seguía en pie mi promesa a Sofía. Fui a ver a su madre, con la esperanza de que me perdonara por fin, pero creo que nunca lo hará.
—No —Pedro movió la cabeza—. Y además quiera que vivas un purgatorio eterno. Pero pregúntate una cosa, Pau. ¿Querría Sofía eso, o te diría que siguieras adelante, disfrutando tu vida?
Paula reflexionó, recordando el rostro siempre risueño de su amiga. Sofía había amado la vida y siempre miraba hacia el futuro. Habría urgido a Paula para que se aferrara a él.
—Habría querido que fuera feliz. Que siguiera los deseos de mi corazón.
—Entonces, eso es lo que deberías hacer, ¿No crees?
—Sí, sí que lo es —aceptó Paula.
—En ese caso, tengo que hacerte una pregunta importante. ¿Quieres casarte conmigo, Paula Chaves?
Paula miró sus ojos y vió la esperanza y el miedo que reflejaban. Anhelaba el sí y temía el no. Pero no tenía ninguna duda. Seguiría llorando a su amiga a veces, pero con la ayuda de Pedro no volvería a sentirse aplastada por la culpa. La respuesta era sencilla.
—Sí, me casaré contigo, Pepe. ¿Cómo podría no hacerlo, cuando me has devuelto la vida y te amo con locura?
Pedro cerró los ojos y dejó escapar un largo suspiro. Cuando los abrió de nuevo, puro azul, brillaban de emoción.
—Gracias. Me aseguraré de que no tengas que arrepentirte nunca.
Paula rodeó su cuello con los brazos. No hacía mucho que conocía a ese hombre, pero parecía haber sido siempre parte de su vida. Era la mitad que la completaba y llenaba.
—Siento haberte herido al decir que no quería volver a verte —le susurró al oído.
—Creo que mi hermano y mi hermana dirían que ésa es una lección que necesitaba aprender —respondió él con ironía—. La idea de perderte... me aterrorizó.
—Pues no me has perdido. Tengo intención de quedarme para siempre —le contestó ella—. No pretendía enamorarme de tí, pero me alegro muchísimo de que ocurriera.
—Amen —dijo él con una sonrisa medio traviesa, medio sensual. Después la besó.
FIN
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