Metió su estilizado Mustang descapotable en el aparcamiento de Design Howes. Convencer a Paula de algo, sin embargo, era muy difícil, y conseguir que hiciera algo por su propio bien era prácticamente imposible.
—Soy un imbécil —musitó, sacando el ramo de rosas blancas que le había comprado. A Paula le encantaban las flores, dos docenas de rosas rojas le habían salvado el cuello hacía dos años, cuando, por una broma estúpida, había acabado rompiendo el parabrisas de su coche.
Sin embargo, aunque no sabía por qué, se temía que aquella vez no podría convencerla tan fácilmente. Cuando Paula y él estrechaban sus manos para sellar una apuesta, no había nada que a ella le hiciera echarse atrás.
—Bueno —dijo una mujer desde la puerta—, ¿entras o piensas quedarte en la puerta toda la tarde?
—¿Eh? —dijo Pedro, que se encontraba abstraído en sus pensamientos—. ¿Qué?
Laura, la recepcionista de Howes Design, le sonreía mientras sostenía la puerta abierta.
—¿Esas flores son para mí, guapo?
Pedro le devolvió la sonrisa.
—No, es la pipa de la paz para Paula. ¿Está?
Una extraña mirada cruzó el rostro de Laura.
—Claro.
Pedro siguió a Laura al interior.
—Vaya, vaya. Entonces, ¿eres tú lo que le ha ocurrido?
—¿Lo que le ha ocurrido? ¿A qué te refieres?
—Está muy rara, Pedro —dijo Laura, en tono confidencial—. O sea, quiero decir que nunca la había visto así. Está rara.
—Oh, no —musitó Pedro.
Laura se acercó más a él, rozándole el hombro con sus cabellos rizados y rojizos:
—¿Qué haces este fin de semana, guapo?
—Penitencia —masculló Pedro sin que la mujer le entendiera—. Gracias, Laura.
Avanzó muy aprisa por el pasillo. ¿A qué se refería Laura con aquello de que Paula estaba «rara»? Dios, ojalá no hubiera desempolvado los modelitos que su estúpido ex había diseñado, vestidos color pastel con botas militares, por ejemplo; ¿o se trataba de algo peor? ¿Cazadoras punkies con zapatos de, tacón? ¿Niquis de piel de leopardo? ¿Se habría afeitado la cabeza?
Suspiró profundamente antes de entrar y abrió la puerta del estudio.
Se quedó helado.
Paula levantó la vista un segundo.
—Eh, hola, pasa —dijo con una sonrisa cansada—. Tengo que terminar este diseño, llevo trabajando en él desde la mañana. El cliente es una auténtica pesadilla.
Pedro se sentía igual que si le hubieran dado un puñetazo en el estómago.
—Sí, sí, claro —balbució, sin saber qué decir—. Estás... estás... muy guapa.
Paula volvió a levantar la vista por un instante y la volvió a fijar en su mesa de trabajo.
Pedro esperaba cualquier cosa menos aquello. Era cierto, tenía un aspecto muy extraño: estaba extremadamente atractiva, extremadamente bella , extremadamente sensual.
Se había cortado el largo y descuidado cabello y llevaba el pelo por los hombros, de un color distinto al suyo natural, más oscuro, quizás. Lo llevaba ligeramente recogido, mostrando su precioso cuello de cisne. Qué bien le sentaba aquel peinado a sus pómulos altos y marcados.
Parpadeó. ¿Cuándo demonios había reparado en sus pómulos?
Sus ojos castaños tenían un brillo especial, estaban llenos de vida.
—¿Pedro? Pedro—dijo—. Eh, Pedro—insistió con una tímida sonrisa.
Aquella sonrisa sacó a Pedro de su abstracción. Su aspecto no importaba, aquella sonrisa no podía ser de nadie más que de Paula... teñida de esa ternura capaz de curar las heridas más profundas, los golpes más duros.
—Estaba pensando en mi chequera. No sé si tendré que prepararme a rebajar mis ahorros o a añadir otro de los grandes.
Paula se echó a reír, con un ligero rubor que avivaba su «piel de porcelana», se dijo Pedro. «Menuda comparación, como esto siga así voy a terminar por escribirle un soneto».
Le tendió las flores con gran ímpetu.
—Para tí.
Paula se sonrojó aún más. Llevaba lápiz de labios rosa. Sus labios esbozaron una amplia y rosada sonrisa.
—Yo no te he comprado nada —bromeó, con una voz sensual, completamente nueva en ella.
¿Nueva? No, era su voz de siempre. «¿Por qué entonces mi corazón se ha puesto a mil revoluciones?»
Paula se levantó por un jarrón vacío que se encontraba sobre una estantería.
Fue entonces cuando Pedro se quedó con la boca abierta. Paula no llevaba los jeans raídos de siempre, sino un vestido rosa de verano que flotaba sobre su cuerpo como una nube. Además, tenía un cuello muy escotado que dejaba bien visible el canal entre sus pechos. También llevaba unas sandalias blancas, con tacones. Pedro se preguntaba por qué extraña ecuación física los tacones hacían lo que hacían en las piernas de las mujeres, pero lo cierto es que en Paula el efecto era... superlativo. Tenía unas piernas largas y esbeltas, como a él le gustaban.
«Eh, que es a Paula a quien te estás comiendo con los ojos».
Aquel pensamiento lo dejó de piedra.
Paula colocó las flores en el jarrón.
—¿Y esto a qué se debe? —preguntó Paula, sonriendo.
—Rendición incondicional —murmuró Pedro, dejando por fin de fijarse en las piernas de Paula y preguntándose cuándo había perdido el control de la situación—. Por ambas partes. Vamos a acabar con esa estúpida apuesta; Pau.
Paula adoptó un gesto grave y suspiró. «Esto no va a resultar tan fácil», se dijo Pedro.
—¿Por qué empezó todo esto, Pedro? —preguntó Paula, volviendo a su mesa de dibujo. Sus tacones resonaron viciosamente.
—¿Tú qué crees?
Paula enarcó una de sus depiladas cejas.
—¿Quizás porque tú creías que solo iba a conseguir ponerme en ridículo?
—Yo nunca he dicho eso —interrumpió Pedro—. Pero no quiero que sufras.
—Es decir, crees que voy a sufrir porque no soy la clase de mujer que resulta atractiva.
«Hasta hoy», pensó Pedro, que no podía recordar lo que pensaba de ella anteriormente.
—Nunca me has parecido fea —dijo, con mayor gravedad de la que pretendía.
—¿Ah, no? ¿Y qué te parecía?
Pedro abrió la boca, pero reconsideró la respuesta.
—Eres buena, cariñosa, divertida. No juegas mal al póker, te gusta el rugby. Eres brillante en tu trabajo...
—Oh, y por eso mi agenda está llena de citas —le interrumpió Paula con sarcasmo—. Y mi físico, Pedro, ¿qué te parecía mi físico?
Pedro suspiró.
—Eres mi mejor amiga, yo qué sé. ¡No pienso en mis amigas de esa manera!
—¡No escurras el bulto!
—Lo sabía. Llevas cuatro días con este asunto y ya me tratas de un modo distinto —dijo Pedro con aspereza—. Mirándote, oyéndote hablar, sé que todo esto es una mala idea. Además, ¿sabes con qué clase de tipos te puedes encontrar? ¡No tienes ni idea de dónde te estás metiendo!
—¡Puedo cuidar de mí misma, muchas gracias, lo he hecho durante todo este tiempo! ¡No hace falta que te preocupes por mí!
—¡Pues claro que me preocupo por tí! —replicó Pedro con rabia—. ¡Cómo no iba a hacerlo ahora si ya lo hacía antes de que perdieras la cabeza!
Permanecieron el uno ante el otro durante largos instantes. Las palabras que habían pronunciado resonaban como cuchillos. Antes de que cualquiera de los dos pudiera interrumpir el silencio, sonó el teléfono. Y los dos se sobresaltaron.
Paula descolgó.
—¿Sí?
Pedro suspiró. Había metido la pata hasta el final. Su única intención era ser convincente, persuasivo, pero había bastado ver el nuevo aspecto de Paula para que sus planes pasaran a mejor vida. Afortunadamente aún podía salvar la situación. En cuanto Paula colgara trataría de abordarla de un modo más suave.
Muy buenos los caps. Ojalá el que la llame sea el nuevo vecino jajajajaja
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