sábado, 17 de octubre de 2015

Desafiando Al Amor: Capítulo 12

  Sin embargo, encantador o no, su compañía la ponía nerviosa, así que se alegró cuando les presentaron el menú para que eligieran el postre. Estaba deseando que aquella angustiosa cita terminara de una vez.
—Todo se ve tan delicioso que no sé qué ordenar —dijo Pablo mirándola por encima de la carta—. ¿Qué me recomiendas?
—La tarta helada de chocolate y frambuesa —respondió Paula sin dudarlo—. Es lo que suelo tomar yo, pero la verdad es que hoy no tengo tanta hambre. Siempre la comparto... —afortunadamente, se detuvo a tiempo antes de añadir «con Pedro».
—Entonces —propuso Pablo con aquella sonrisita suya tan sexy que ya empezaba a sacarla de quicio— la compartiremos, ¿te parece?
Ella asintió con un gesto. Lo único que de verdad quería era que aquella maldita cita terminara de una vez.
—¡Oh, Pedro! Creo que no debería tomar postre... Lo mío son las ensaladas, ¿sabes?
Paula  ladeó la cabeza para ver cómo los ocupantes de la mesa de enfrente se concentraban en la carta de postres. La chica estaba alardeando demasiado, atrayendo las miradas de la mayor parte de los hombres presentes en la sala. Paula puso los ojos en blanco: empezaba a desesperarse. Si hubiera tenido que enfrentarse solo a Pablo, era más que probable que habría acabado hasta por disfrutar de la cena, pero la combinación de Pablo y aquella chica sacada directamente de las páginas de la Guía era más de lo que podía soportar en la primera cita que tenía en muchos años.
—No te preocupes —oyó que la tranquilizaba Pedro—: lo compartiremos.
Paula se puso colorada de rabia.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó Pablo preocupado.
—Lo siento, Pablo. La verdad es que últimamente tengo demasiadas preocupaciones.
El asintió comprensivo.
—¿Quieres hablar de ello?
—La verdad es que no.
—¿Estás segura? —sonriendo, le tomó la mano de nuevo, dejando a un lado sin embargo cualquier connotación sensual o juguetona, solo como lo haría un buen amigo. Y aquella vez Paula no quiso que la soltara. —Soy muy bueno escuchando.
—Sí, estoy segura de que eres un buen oyente —replicó la joven apretándole la mano con cariño—. Lo que pasa es que a mí no me gusta mucho hablar, lo que supongo que ya te habrás figurado.
—Qué va, eres encantadora, pero me he dado cuenta de que estás algo distraída. Solo me gustaría preguntarte una cosa.
—¿Qué cosa? —dijo ella algo tensa.
Pablo lanzó una mirada por encima del hombre, en dirección a la mesa que tenía a su espalda.
—¿Por qué estás tan obsesionada por esa pechugona de ahí detrás?
—¡Dios mío! —murmuró Paula, como una chiquilla pillada en falta.
—No sé si ella se habrá dado cuenta, pero le estabas lanzando unas miradas que parecía que quisieras petrificarla.
Paula agachó la cabeza y enterró la cara entre las manos.
—¡Oh, no...!
Pablo la obligó a levantar la cabeza y mirarlo a los ojos.
—Es por ese tipo, ¿verdad? Tu amigo Pedro...
—No es lo que te imaginas —replicó ella, pugnando por elegir las palabras adecuadas para que él entendiera lo que quería decir—. Pedro y yo nos conocemos desde que tenía ocho años. Es mi mejor amigo. Sin embargó, lo mismo que la mayoría de los hombres de Los Ángeles, piensa que soy tan sexy como un documental de jardinería. Y como somos tan amigos, no se guarda nada, y me lo dice en la cara continuamente... después de todo, ¿para qué están los amigos? —se le quebró la voz, así que se calló abruptamente antes de caer en algo más humillante, como echarse a llorar delante de aquel hombre.
—Pues a mí algunos de esos documentales me encantan —declaró Pablo arrancándole una sonrisa—. Y si ese tipo, o cualquier tipo de esta ciudad, no piensa que eres absolutamente maravillosa es porque está loco de remate. Permítame que le diga, señorita, que es usted una de las mujeres más hermosas que he visto en mi vida.
—¡Ja! Eso lo dices porque no me has visto las piernas.
—También me gustan —replicó el joven de inmediato lanzándoles una mirada de reojo—. Bien... ¿y qué están haciendo ahora nuestros amigos? —preguntó bajando la voz y mirando discretamente por encima del hombro, como si fuera un verdadero espía.
—Ella está tomando helado... Él se lo da a cucharaditas —respondió Paula en el mismo tono.
—Yo creo que nosotros podemos hacer algo mucho mejor que eso.
Paula  sonrió, sintiéndose perfectamente a gusto con Pedro por primera vez en toda la noche. Los dos emprendieron una actuación que dejó a la altura del betún a algunas escenas de Nueve semanas y medía: él empezó a darle cucharadas de helado que ella lamía entre mohines; después fue ella la que empezó a darle de comer de su cuchara al tiempo que le aplicaba ridículos nombres como «cielito». Todo aquello era muy divertido, especialmente porque ninguno de los dos hubiera esperado que ella fuera a mantener la actuación tan bien. A decir verdad, Paula fue la primera en sorprenderse a medida que descubría en ella semejantes aptitudes para la seducción. De hecho, a los pocos minutos había atraído la atención de la mayoría de los comensales del restaurante.
Sin embargo, cuando miró hacia la mesa de su amigo, se le borró la sonrisa del rostro. La rubia había dejado la cuchara a un lado, había arrimado su silla a la de Pedro  y le besaba en el cuello, como un vampiro, pensó Paula, sin el menor pudor. El joven mantenía los ojos entrecerrados, y apenas le dedicó una distraída mirada.
La joven se sintió dolida, furiosa y, sobre todo, deseosa de responder al reto de Pedro. Vio que en el plato de helado que acababan de tomar solo quedaba la cereza.
—¿La quieres? —le preguntó a Pablo.
—Si tú la quieres, tómala —respondió, dándose palmaditas en el estómago—. Me temo que esta noche voy a tener indigestión, pero valió la pena. Hacía siglos que no me divertía tanto.
—Espera y verás —murmuró Paula llevándose la cereza a la boca.
—¡Muy bien! —exclamó Pedro  haciendo como que le aplaudía, pero ella le detuvo con un gesto.
—Espera un poco. Ahora viene lo mejor —le anunció—. Mira —dijo, y empezó a mover la lengua a una velocidad vertiginosa. Antes de que Pablo supiera qué era lo que estaba haciendo, sacó de la boca el rabo de la cereza hecho un nudo. Su acompañante la miró con asombro indisimulado—. Lo aprendí en una fiesta, con los chicos.
—Creo que necesito un cigarrillo... ¡Y eso que no fumo! —exclamó Pablo por fin.

1 comentario:

  1. Ayyyyyy, qué divertida esta historia Naty jajajaja. Están re celosos los 2 jajajajaja

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