martes, 31 de marzo de 2015

El Simulador: Capítulo 14

A Facundo lo conoció en la universidad de Georgia.
- Facundo: ven a California conmigo, Paula- .
Le propuso y lo hizo parecer tan atractivo como un paseo por un parque de atracciones. Se mudaron, ambos estudiaban en la universidad y trabajaban. Pero al cabo de un mes tan sólo, Facundo renunció a su empleo y apenas se sostuvieron de lo que ella ganaba en su trabajo de media jornada. Luego, sutilmente, más cosas cambiaron. A Facundo solo le importaba la facultad de leyes. Estudiaba de día y de noche y pasaba más y más tiempo con otros estudiantes de derecho.
En la distancia por fin comprendió, que la reacción de Facundo ante el anuncio de que estaba embarazada fue la gota que derramó el vaso. Unos días después de informarle de los resultados de la prueba casera de embarazo que ella misma se había hecho, encontró un sobre en la mesa del apartamento. Contenía cinco billetes de cien dólares, la dirección de una clínica y una nota: " Lamento no poder acompañarte, pero tengo un grupo de estudio esta noche y un examen mañana. Este dinero es para que arregles el asunto. Hablaremos luego".
Arreglar el asunto. Se refería a Felipe. Paula se sentó ante la mesa y leyó la nota tal vez veinte veces, contó los rígidos billetes de cien dólares y dejó caer la cabeza para llorar.
Eso fue lo que le ocurrió a la antigua Paula, ese día creció de golpe. Aún guardaba dos de los billetes originales de cien dólares para casos de urgencia.
Pensó en el doctor García y en su amabilidad, en la cerradura nueva en la puerta. En la manera que la miraba cuando ella le hablaba... expectante y respetuoso.
- Angela: te vas a enamorar de él, todos se enamoran de sus terapeutas-. Le había asegurado su amiga.
- Paula: yo no me voy a enamorar. -. Estaba muy segura de ello y un poco molesta por Angela insinuarlo, pero en cierta forma él la había conquistado, con su amabilidad, y aunque pocas, con sus palabras.
- Pedro: cuénteme -. Fue todo lo que le pidió y ella se lo había contado todo. Le ayudó a soportar una carga que ya le estaba resultando demasiado pesada para llevarla sola siquiera un segundo más.
- Pedro: ¿cómo se siente? -. Le preguntó cuando terminó de hablar.
Y ella le soltó lo primero que se le ocurrió.
- Paula: como un soldado que ha estado de guardia solo, y que por fin logra descansar porque hay alguien más con él.
Y luego él la miró con aquellos ojos amables y dijo:
- Paula: está bien, descanse.
Y aunque no estaba enamorada, eso sería ridículo, ahora se daba cuenta de por qué Angela le había dicho aquello.
Mientras observaba los edificios bajos y cuadrados de las fábricas que surgían de entre la niebla matutina, se preguntó que haría cuando se terminaran las sesiones. Tal vez el doctor García, Pedro, querría seguir siendo su amigo.
Asintió y guardó en su interior aquel pensamiento reconfortante. Aunque no tenía la certeza de que fuera a ser así, por el momento era suficiente para ella. Además, lo vería... consultó el reloj sobre la vieja cocina... en exactamente cinco horas.
El doctor García tenía muy buen aspecto ese día. Levaba otra vez unos pantalones vaqueros, una camisa de algodón azul con blanco y botas, un poco menos toscas que las de antes. Cuando Paula  llegó, la estaba esperando en la entrada del consultorio y ella pudo ver a espaldas de él, a dos hombres de traje azul que medían y marcaban las paredes.
- Pedro:  como habrá visto, están trabajando en el consultorio.
Paula asintió y el mundo se le vino abajo. Se preparó para lo que seguiría  y se preguntó por que habría roto su primera regla: no anticipar las cosas. Uno siempre acaba decepcionandose.
- Pedro: bueno (mientras la miraba con tranquilidad) ¿Le gustaría ir a tomar un café?.
Paula sintió como si una burbuja transparente subiera desde su abdomen y explotara en el  aire en forma de risa. Entonces, el doctor García, sonrió, pero no pronunció  palabra. Solo parecía un poco perplejo.
- Paula:  claro, me gustaría mucho.
- Pedro: ¿de que se ríe? -. Le preguntó mientras se dirigían al ascensor.
- Paula (con una sonrisa): de nada, de mí misma.
El doctor García mantuvo la puerta de la camioneta  de su cuñado para que ella subiera. Le explicó que se la había prestado mientras duraba el proyecto en el que estaba trabajando.
- Pedro: Paula, ¿Alguna vez  ha visitado la plaza Ghirardelli?.
Paula  movió la cabeza y respondió que no.
El doctor García apreció satisfecho con su respuesta e hizo dar vuelta la camioneta para dirigirse hasta allí.
El camino colina abajo, Paula  miró a su alrededor con los ojos con que había decidido contemplar la ciudad  a partir de aquel omento: como si fuera uno de aquellos turistas que se apiñan en las esquinas, a la espera de cambio de luces en el semáforo. De hecho decidió que así vería todo: desde la calle en la que vivía hasta su jefe en el trabajo. Descubrió con asombro, que las cosas pueden cambiar. Que pueden transformarse y avanzar.

El Simulador: Capítulo 13

Paula despertó antes de que sonara la alarma. Se quedó acurrucada en la cama un momento, su pequeño nido era cálido y seguro en comparación con el frío del apartamento, y el peso del viejo edredón contra el pecho le brindaba consuelo.
Bastó una semana para cambiar su vida, al pensar en el doctor García... Pedro, sentía como si lo conociera de años. Mucho más que sólo siete días.
Paula aguardaba para contarle los cambios en su trabajo el día en que se reunirían de nuevo. Quería ver la cara que pondría cuando le contara que fue a hablar con el señor Brinnon el viernes anterior, tal como habían acordado.
- Sr Brinnon: ya no es usted empleada temporal, es empleada en nómina, jornada completa y su categoría será secretaria dos en lugar de oficinista uno. Eso implica un aumento de sueldo de seiscientos dólares al mes.
Paula trató de no mirarle con la boca abierta.
- Sr Brinnon: al ser empleada de jornada completa cuenta ya con las prestaciones de incapacidad, vacaciones, seguro médico, dental y de optometría y todo, además de un aumento salarial, que será retroactivo a partir de que cumplió noventa días trabajando con nosotros. Tiene una semana de vacaciones retroactivas del año pasado y dos semanas que podrá tomar a partir del primero de Junio.
Paula sintió como si le hubiera tocado la lotería. Logró asentir con la cabeza y darle las gracias; luego fue directo a su escritorio y calculó su salario retroactivo. Hizo las cuentas dos veces en su pequeña calculadora y luego se sentó y se quedó mirando la pantalla: casi cinco mil dólares. No le alcanzaba para irse de Oakland, pero tal vez sí para comprar un coche. Y mejor aún, no tendría más problemas por las incapacidades. A partir de ese momento, si Felipe enfermaba sólo tendría que llamar y decir la verdad.
Ya con un poco menos de presión, empezó a entender que su existencia no había estado aplastada por el peso de un solo y enorme problema, sino por el de diez o veinte problemitas agrandados por algo que en aquellos momentos distinguía con claridad, se sentía sola.
Contaba con Angela, pero la trataba más como una asesora vocacional que como una amiga y se entristeció al darse cuenta. Sin embargo, era cierto, y pudo comprenderlo mejor sobre todo ahora que tenía con quién compararla. Con Pedro.
Paula retiró las mantas y tomó su albornoz de cuadros, buscó un par de calcetines y arrastró los pies hasta la cocina. Preparó café y se sirvió un poco en una taza de cerámica que compró en una tienda de rebajas la semana anterior, después de su primera consulta con el doctor García. Compró seis: amarillo brillante, verde y rojo, dos de cada color, y las colgó sobre el fregadero para darle un toque de color a lo que acababa de descubrir que era un apartamento algo gris.
"La habitación donde está la cocina no está mal", pensó Paula mientras observaba de manera crítica la maltratada mesa de madera y las sillas compradas en la tienda de segunda mano del Ejército de Salvación y que, por cierto, no hacían juego. De hecho, le pareció que con un poco de pulidor para muebles o pintura y unos mantelitos alegres mejoraría. A las paredes no había nada que hacerles: las había pintado de blanco en cuanto se mudaron.
"Lo que necesita un poco más de ayuda es este salón", reflexionó al contemplar el desteñido sofá marrón y el sillón reclinable verde oscuro y se preguntó qué podría hacer para darle más vida. La raída moqueta verde debía ser de la década de los setenta. Paula buscó en el cajón donde guardaba algunos cachivaches hasta que encontró unas pinzas, y con ellas y un cuchillo de carne logró desprender una esquina de la moqueta. Limpió treinta años de polvo y encontró madera dura: roble. Quitaría la moqueta, lavaría el suelo de la cocina y el baño con detergente líquido y el resto del piso con jabón de aceite; colgaría algunas plantas, iría de compras, pintaría lo que encontrara con colores brillantes y todo quedaría listo. Tal vez no sería un decorado elegante, pero sí alegre y limpio.
Se puso de pie, lo pensó un momento y miró el reloj. Decidió esperar para iniciar su proyecto y, por un segundo, la invadieron los recuerdos. Recordó a la mujer que fue antes. ¿Qué le ocurrió a la chica a la que nunca perturbaba nada?. Se acomodó por la ventana para contemplar el vecindario que comenzaba a iluminarse con la luz del sol que se colaba entre las nubes. No era tan malo. El problema no residía en Oakland. Aunque había culpado de todo a haberse mudado allí, ahora comprendía que el problema tenía raíces más antiguas que iban más allá en el tiempo, mucho antes de que Felipe naciera.
¿Qué le ocurrió a la muchacha que solía ser?, se cuestionaba de nuevo, pero antes de volver  a plantear la pregunta en su mente, dio con la respuesta: lo que le había ocurrido se llamaba Facundo.

El Simulador: Capítulo 12

Resultaba difícil saber qué era peor: si el remedio o la enfermedad. Vaya que sí. Gabriel García se hallaba sentado donde la enfermera le había dejado: en la orilla de la cama y con las piernas colgando, desnudas y blancuzcas debajo de la bata de hospital.
En realidad había estado bien antes de todo eso, aun cuando sus arterias parecían queso cottage, como explicó el cardiólogo. Sólo ahora, después de haber sido abierto en canal, se sentía fatal.
- Malena: aquí está el periódico-.
Entró su mujer, el golpeteo de sus tacones altos le anunciaba su llegada incluso antes de que entrara en la habitación. Le enfadó verla tan jovial, con un traje nuevo que salió a comprarse a hurtadillas. Ella le arrojó el periódico a la cama.
- Gabriel: ¡Por el amor de Dios Malena, Dámelo en la mano!-.
Algunas veces podía ser muy fastidiosa. Pensó en realizar algunos cambios. Algo como esto... el que lo abrieran en canal a uno, podía obligar a un hombre a hacer una pausa para reconsiderar sus prioridades. Además, últimamente Malena parecía esmerarse en ser molesta. Eran pequeñeces, como arrojarle el periódico, pero realmente le fastidiaban.
- Malena: el contratista dejó un mensaje en el hotel. Quiere saber si hay alguna marca que prefieras para la bañera.
- Gabriel: ¡Debieron pedirla hace una semana! ¿Qué dijiste?
- Malena: te estás exaltando mucho cariño, sólo le diré que espere.
- Gabriel: ¡no harás tal cosa! -. Bajó de la cama de inmediato; todavía le dolía la pierna de la que le extrajeron las venas para la operación. Se las habían sacado como si él fuera un depósito con un montón de materia prima para que ellos jugaran-. ¡Yo mismo tendré que ocuparme de esto, como siempre! .
La enfermera escogió ese momento para entrar con un pequeño vaso de papel en el que llevaba los medicamentos.
- Gabriel: ¿Cuándo podré largarme de aquí?
La enfermera ni se inmutó.
- Enfermera: tendrá que preguntarle al doctor Hammond cuando venga a hacer su ronda esta noche.
- Gabriel: ¡ese payaso siempre viene cuando estoy dormido!
- Enfermera: le dejaré una nota para que lo despierte hoy
-Gabriel: ¡asegúrese de hacerlo!
La enfermera salió sonriendo, como si no lo hubiera oído. Gabriel pensó en su consultorio, que para entonces quizá estaría destrozado por completo y el idiota del contratista ni siquiera había pedido los materiales. Es lo que ocurre al tratar de ahorrarse unos céntimos. Sólo tendría que salir de allí y regresar a casa para encargarse él mismo de todo. Sorprendería a ese tipo. Lo atraparía en el acto de esquilmarlo.
- Gabriel: ¡llama a la línea aérea, Malena, nos vamos de aquí!.
- Malena: Gabriel, creo que deberías recostarte.
- Gabriel: ¡Por el amor de Dios, Malena! ¡Por una sola vez, ¿podrías hacer lo que te pido sin discutir?! -. Eso quiso gritarle, pero lo único que salió de sus labios fue " Por el amor de Dios Malena" y luego su corazón comenzó a saltar y a correr como si fuera un caballo desbocado. Se apoyó en la cama y la enfermera entró a toda prisa.
- Enfermera: alteró su ritmo, a veces sucede. No es un gran problema, pero tiene que tranquilizarse y tomarse las cosas con un poco más de calma-. Explicó unos minutos después, cuando todo había pasado.
- Malena: Gabriel nunca toma nada con calma-. Respondió con tono molesto.
- Gabriel: haz esas reservas para la semana que viene, a más tardar. Tengo la impresión de que las cosas no están bien en el consultorio. Y llama a ese contratista y dile que será mejor que tenga algo que mostrarme o quedará despedido.
Malena asintió aparentemente absorta en usar su dedo meñique para quitar una mota de rímel de sus pestañas. Gabriel se dejó caer sobre la almohada, sentía que el corazón se le aceleraba de nuevo y se preguntó por qué todo le estaría saliendo mal.

lunes, 30 de marzo de 2015

El Simulador: Capítulo 11

Pedro esperó a que su madre terminara la frase pero no lo hizo, sólo se quedó ahí y lo miró con una expresión significativa. Después  Pedro se despidió y se marchó. Le embargó la depresión, como si el agua negra de un pantano le llegara a los tobillos y siguiera subiendo. Así se sintió durante el camino de vuelta a casa e incluso por la noche, cuando se suponía que debía estar durmiendo.
Por fin, cerca de las cuatro de la mañana del Lunes, se levantó y condujo hasta su oficina, a la suya, y no al consultorio de Gabriel García. Sacó los planos viejos de una casa en la que había estado pensando y los extendió sobre el escritorio. Preparó una jarra de café y aún trabajaba cuando a las siete de la mañana llegó Sofía. Durante todo ese tiempo, el final de la frase que su madre comenzó le hacía eco en la cabeza "¡Oh qué red tan intricada tejemos..cuando engañamos por primera vez! ".
Su cabello la estaba volviendo loca. Angela Vazquez torció el espejo retrovisor hacia sí para poder echarle un vistazo a su peinado y casi golpea a un Volvo estacionado junto al cual pasó. Maniobró justo a tiempo para evitarlo.
- Angela: ¡Idio+ta!-.
Exclamó para insultar al dueño y después volvió a sus propias cavilaciones. Se lo había cortado de nuevo y su jefe podía pensar lo que le diera la gana.
- Juan: vas a espantar a los clientes -. Se burló él.
- Angela: muy chistoso, pero eso no ha afectado a mis ventas totales el año pasado-.
Juan no pudo argumentar nada ante este comentario. Tal vez él fuera el agente inmobiliario, pero ella lo había superado en ventas tres años consecutivos. Además, la manera en que ella se arreglaba el cabello no era de su incumbencia. No era él quien tenía que peinárselo cada mañana.
Angela consultó la dirección escrita en una hojita adhesiva pegada en el tablero. Al fin dio con la casa. Se detuvo al lado de la acera y miró a su alrededor. Notó que se hallaba a pocas manzanas de distancia del edificio donde había conocido a Paula hacía un año. Cuando Angela fue a colocar el letrero de SE VENDE, se encontró con una mujer que empaquetaba sus cosas en el apartamento encima del garaje; era Paula y su pequeño hijo. Le ofreció a Paula ayuda para buscar una casa y aún le sorprendía la respuesta que le dio.
- Paula: gracias, pero no tengo dinero para una casa
- Angela: tienes parientes, ¿no es así?. Pídeles dinero prestado
- Paula: en realidad no me gusta pedirles nada.
De vuelta en el presente, Angela tomó el teléfono móvil y marcó el número de Paula , le guardaba un poco de resentimiento, sacrificó su bono mensual, pospuso su segunda etapa del Arreglo de vida en veintiún días y todo para qué, Paula ni siquiera le dedicaba media hora a una llamada telefónica para contarle cómo le estaba yendo. Bueno, sí, tal vez ella la había estado llamando a diario, pero algo en la actitud de Paula rayaba en lo ingrato: se mostraba testaruda y no le contaba nada; de pronto tenía muy claro lo que era asunto de Angela y lo que no. Oyó la voz de Paula. De nuevo le respondió el contestador automático.
Volvió su atención a la casa. Horrible, pero la situación podría ayudar. Al menos los muchachos ya habían colocado el letrero. Apagó el motor del coche y reflexionó un minuto antes de bajar.
¡Qué extraña la manera en que el doctor García estaba llevando a cabo la terapia! No se parecía en nada a la de Angelique ni a lo que decía en sus libros. Lo que Paula le había comentado distaba mucho de lo que ella esperaba oír. Ella fue muy vaga al contarle que sólo habían trabajado en algunos proyectos. El doctor García no le asignó a Angela ningún proyecto.
Bajó del coche y se colocó la chaqueta sobre el trasero, tendría que retomar la dieta, no podía permitirse el lujo de engordar cinco kilos. Tomó nota de las reparaciones que habría que hacer antes de vender la casa. El patio estaba casi destruido, alguien tendría que arreglarlo. Hacía falta podar los setos y plantar algo de color en las macetas de las ventanas.
Al volver al coche, volvió a penar en Paula, se encogió ligeramente de hombros. ¿Qué se sentiría al ser pobre, inocente y tener que cargar con un hijo a los veinticuatro? ¡Qué patético! ¡Y con el potencial que tenía! Angela había visto las acuarelas que Paula pintó cuando llegó de Georgia. Muy buenas. Movió la cabeza de un lado a otro. Paula  debió haber abortado y seguir en la escuela, pero algunas personas no saben lo que les conviene. Angelique se consideraba afortunada de no ser como ellas. Paula sí lo era y lo que ocurría entre ella y el doctor García le preocupaba.
Paula daba la impresión de ser una criatura indefensa. No sería nada raro que la sedujeran, aunque Angela no imaginaba a alguien como el doctor García convertido en una especie de depredador, pero uno nunca sabe. Paula podía mostrarse un poco torpe, en especial para cuidar de sí misma. Angela descubrió eso hacía casi seis meses. Fue a visitarla un Sábado por la mañana y la encontró contando su sueldo... literalmente. Tenía varios montoncitos de dinero sobre la mesa.
- Angela: ¿no confías en los bancos?
- Paula: para mí es mucho más fácil organizarme de esta manera.
Angela se acercó entonces a la mesa y estuvo curioseando entre los diferentes sobres marcados COMIDA, RENTA, DOCTOR. Halló uno, casi al final, que decía DIVERSIÓN. Lo tomó y lo entreabrió con la uña, vacío, por supuesto. Fue entonces cuando comprendió que Paula nunca podría salir por sí misma de aquel bache. Necesitaba el arreglo de vida. Sin embargo, como Paula era muy testaruda, Angela tardó casi seis meses en convencerla. Cada vez que Angela le ofrecía prestarle el dinero para el Arreglo, ella daba siempre las mismas excusas.
- Paula: Angela, como están las cosas, apenas puedo con los gastos, no puedo aceptar un dinero que no podré pagar.
Angela ofreció regalárselo. No, no, no, no casi a diario, durante un mes. Y por fin, la semana anterior, Paula aceptó. Ella imaginó que por fin había logrado cansarla.
Sin embargo, aquella situación con García constituía un problema y en cierta manera Angela se sentía responsable. Después de todo, fue idea suya. Encendió el motor, miró a su alrededor para comprobar que tenía el paso libre y aceleró. Algo extraño ocurría y ella iba a averiguar de qué se trataba.

El Simulador: Capítulo 10

En general pensó Pedro aquella semana había sido bastante buena, no había cometido ninguna equivocación grave, y aunque su personificación del doctor Gabriel García era bastante mala y en sus momentos lúcidos no concebía como Paula Chaves podía creerla, estaba agradecido de que así fuera. A ese paso la tendría lista para seguir por su cuenta muy pronto, y después él podría regresar a su existencia de siempre.
Condujo por el camino de grava para alejarse del pequeño claro en el que estacionaba su remolque, poseía ocho hectáreas de prado y robles atravesados por un arrollo poco profundo que corría por sus tierras a gran velocidad y se detenía para burbujear sobre un lecho rocoso y luego caer un corto trecho en una pequeña cascada. Un terreno en verdad encantador, había vivido ahí solo durante los siete años que llevaba en el negocio. Siempre pensó en construirse una casa pero por alguna razón el proyecto siempre se aplazaba, aunque no sabía con certeza qué era lo que esperaba.
Por el momento vivía muy cómodo en su hogar temporal, un remolque de ancho normal, un poco viejo por fuera, pero realmente cómodo. Contaba con una sala grande, cocina, baño y un dormitorio. Todo lo necesario, hasta un televisor aunque no lo veía mucho. Por lo general, al llegar del trabajo, leía un poco de vez en cuando, se calentaba una cena congelada o preparaba unos huevos revueltos y se iba a dormir.
Detuvo la camioneta al lado del arroyo y bajó un momento, se acercó al agua y la oyó antes de acercarse. Le encantaba cómo serpenteaba la pequeña corriente entre los viejos y retorcidos sauces y robles. Pedro conservó allí los enormes robles con la idea de que uno de ellos sería perfecto para hacer un columpio algún día. Sonrió un poco para sí, y regresó a la camioneta mientras consultaba su reloj. Tendría que apresurarse o su madre se iría, se puso muy contenta cuando él le aseguró que iría por ella, pero si él se retrasaba, se marcharía sola. No le gustaba llegar tarde a la iglesia, puso en marcha la camioneta y condujo más rápido de lo debido.
El pueblo de Clover Creek, de cuatro manzanas con tiendas una al lado de otra, está situado en mitad de una zona de pastizales en el norte de California. Los padres de Pedro, al igual que un centenar de lugareños, se ganaban el sustento comerciando con los diversos productos del ganado vacuno. La casa de sus padres era una enorme extensión de ochenta y cuatro hectáreas de pastizales y bosques: más de cien vacas lecheras, unas setenta terneras para sustituirlas, unos cuantos pollos, perros, gatos y la obligatoria huerta y el jardín.
Pedro condujo por el camino lleno de baches que llevaba a la casa y tomó nota mental de traer una carga de grava para la entrada. Echaba de menos a su padre Horacio Alfonso, había muerto diez años antes de un ataque cardíaco que le sorprendió descansando en el columpio del porche después de un día de trabajo.
Al entrar en el patio, Pedro pensó que no se le ocurría una mejor manera en la que su padre hubiera podido partir que sentado en el porche de su propia casa, mirando el sitio que había construido. Se había dado por hecho que Agustín , el hermano de Pedro, se quedaría para administrar la granja, lo que fue un gran alivio para Pedro, pues no le atraía ese tipo de labor.
Pedro asistió a la universidad, lo que no resultaba extraño en Clover Creek, pero tampoco era demasiado común. Estudió historia y literatura y después de graduarse todo el mundo se sorprendió cuando empezó a trabajar en la constructora en lugar de dar clases o hacer un máster.
Pedro detuvo la camioneta en el patio de sus padres y pudo ver a su madre sentada en una silla del jardín con su vestido azul favorito y la Biblia en el regazo, esperándole. Pensó que su madre era deliciosamente anticuada, el cabello se le había puesto casi todo gris, no usaba ni un poco de maquillaje, salvo por un poco de carmín, tenía algunos kilos de más que, a los ojos de Pedro , le daban un aspecto gentil y amable. No había nada áspero en la apariencia de su madre, aunque miró con cierto enfado el reloj cuando él detuvo la camioneta y bajó de un salto.
- Ana: ya me iba a ir sin tí.
- Pedro (dándole un beso en la mejilla): sabías que llegaría
- Ana: tarde o temprano
La llevó a la iglesia, donde se reunieron con la mayor parte del resto de la familia: su hermano Damián con esposa e hijos, Carolina la hermana de Pedro, su marido Manuel y sus hijos. El hermano menor, Pablo no se encontraba en el pueblo, sino en la universidad.
Pedro se acomodó en un banco, su mente viajó a kilómetros de distancia, se preguntó que harían Paula y su hijo los domingos por la mañana, si irían a la iglesia o si sólo se quedarían en casa preparando panecillos y leyendo cuentos en el sofá, como lo había hecho él con Felipe el otro día mientras ella preparaba la cena. Pedro sonrió al recordar las mejillas redondas de Felipe y sus ojos azules, detrás de unas gafas que eran casi tan grandes como su cara. El sermón terminó. Pedro salió de su ensimismamiento, musitó un amén e inclinó la cabeza para recibir la bendición.
- Ana: estás muy callado-.
Dijo cuando volvían a casa para la comida del Domingo. Los demás ya se habían adelantado, excepto Samuel que tenía que ir a trabajar después de la iglesia.
- Pedro: solo pensaba
Ella asintió y lo dejó en paz. Era una de las cosas que más le gustaba de su madre, le daba su espacio.
Ya en la casa, después de almorzar, Pedro y Agustín se sentaron a ver el partido. Pedro podía oír el murmullo de las voces de las mujeres, que provenían de la cocina. Apoyó la cabeza en el respaldo del sillón y soñó despierto, conducía una camioneta rumbo a Disneylandia, con niños en la parte posterior, en el asiento delantero, a su lado, iba Paula Chaves.
- Carolina: ¡¿Qué estás haciendo qué?!-
Fue la primera en reaccionar después de que Pedro les contará que había estado haciéndose pasar por el doctor García.
- Pedro: será por poco tiempo
Su madre se volvió hacia él desde el fregadero, donde enjuagaba el último plato de la comida.
- Elena: pero esa no es la cuestión, Pedro, tú  no eres así. Sé que tu intención es buena, pero... ¿ya has pensado en lo que ocurrirá cuando ella se entere?
Nunca debió comentarlo, pero deseaba llevarla allí. Sería algo que le haría bien, casi podía imaginar a Paula Chaves sentada ante la mesa del comedor, participando en la conversación sencilla de su hermana y su cuñada, además, resultaba fácil imaginarse a Felipe corriendo por todas partes con sus sobrinos y sobrinas. Había pensado en llevarla, el siguiente Domingo, eso desató el problema que tenía ahora.
- Pedro: no se va a enterar, no les estoy pidiendo que mientan, sólo que no hablen de mi trabajo para nada.
- Ana: pero corazón, la casa está llena de cosas que te delatarían.
Pedro pensó un momento en los trofeos deportivos y en el título de la Universidad, junto con las fotos suyas y de sus hermanos en la sala, el estudio y el recibidor.
- Pedro: no necesariamente, no creo que ella piense que broté de la cabeza de Zeus o algo así. Sabe que debo tener una familia… madre, tendrías que guardar mi título de la Universidad y ya, y no darle ninguna información. Si les hace preguntas, dejen que yo responda.
Su madre se volvió otra vez hacia el fregadero y movió la cabeza de un lado a otro.
- Ana: bueno, corazón mío, lo único que puedo prometerte es que haremos lo que podamos.
Agustín se apoyó contra el frigorífico, con los brazos cruzados y una gran sonrisa.
- Agustín: ¡esta vez sí que te has lucido!-. Fue todo lo que comentó, su esposa Cecilia, tomó otro sorbo de café y no quiso mirar a Pedro a los ojos.
- Carolina: una pregunta nada más Pedro.
- Pedro: dime-. Contestó ya un poco molesto.
- Carolina: ¿Qué vas a hacer cuando terminen las tres semanas? Primero tomas bajo tu protección de manera condescendiente a esta chica como si se tratara de un proyecto, haces que por fin se sienta bien al tener a alguien que esté ahí para ayudarla y luego, después de tres semanas, le dirás " lo siento, todo era mentira, pero no te sientas mal, lo hice por tu propio bien".
Pedro tuvo que admitir que Carolina acababa de expresar lo que él había sabido todo el tiempo, y a lo que nunca quiso enfrentarse debido a los cálidos sentimientos  que Paula le inspiraba y a su ciega y tal vez errónea idea de que al final las cosas funcionarían.
- Carolina: ¿Qué harás entonces Pedro?-. Insistió ella.
Su madre desde el fregadero le dirigió a Carolina esa mirada tan especial... la única que conseguía aplacarla. Enseguida se quitó el delantal, lo colgó en un gancho y se sentó ante la mesa.
- Ana: Pedro, solo quiero decirte una cosa.
- Pedro: dime ma
-Ana: ¡Oh, Qué red tan intrincada tejemos!

El Simulador: Capítulo 9

El doctor García le sonrío.
-Pedro: Paula, ¿me permite quedarme un momento a solas con el señor Brinnon?
- Paula: claro -. Ella se calmó, se puso de pie y salió al pasillo con toda la dignidad que pudo.
Pedro habló con el señor Brinnon uno o dos minutos. Cuando salió, le hizo una seña para que volviera a entrar.
- Pedro: (sonriéndole) todo está bien, tiene algo que decirle.
Esta vez fue él el que esperó en el pasillo.
- Sr Brinnon: le ofrezco una disculpa, señora Chaves. Me he comportado muy mal con usted. No volverá a suceder. Puede tomarse el tiempo que sea necesario para la operación de su hijo. Hablaré con personal hoy mismo para arreglar lo de sus prestaciones y también pediré que le den un aumento. ¿Le parece bien si hablamos mañana para ultimar los detalles?
- Paula: claro que me parece bien, ¿a qué hora quiere que venga mañana? -. No podía creer que estuviera diciendo aquello.
- Sr Brinnon: ¿Qué tal después de que vuelva de su almuerzo? Así me dará tiempo para realizar el papeleo por la mañana.
Paula asintió. Los ojillos redondos de Brinnon se veían un poco vidriosos.
- Sr Brinnon: y, señora Chaves, ¿por qué no se toma usted el resto del día libre?. Con goce de sueldo por supuesto.
Ella volvió a asentir con la cabeza, se volvió y salió de la oficina sin mirar atrás. El doctor García debió de haber escuchado desde el pasillo, porque le sonreía.
- Pedro: ¿y bien?, ¿no se siente mejor ahora?
Paula no daba crédito a lo que estaba ocurriendo. El doctor la llevó hasta una tienda y escogió una brillante cerradura de seguridad para la puerta principal y algunas protecciones que se ponen en las ventanas para evitar que entren los ladrones. También puso en el carrito un par de alarmas contra incendios.
- Pedro: ¿hay algo más en la casa que necesite arreglo? -.
Preguntó y Paula soltó sin poder evitarlo que el goteo del grifo de la bañera la estaba volviendo loca. Tan pronto exteriorizó su queja se sonrojó, pero el doctor García se mostró complacido y se dirigió a la sección de fontanería. Paula le vió pagar avergonzada.
- Pedro: no hay problema, las mejoras en la calidad de vida van incluidas en el costo del Arreglo de vida.
Volvieron a subir al vehículo y ella ya casi se había acostumbrado a la idea de ir junto a él, de hecho, durante el viaje de regreso a la bahía, sostuvieron una charla amistosa.
- Pedro: ¿dónde está su hijo?
- Paula: en una guardería cerca de aquí
- Pedro: ¿quiere pasar a recogerlo?
Paula estaba sorprendida, ¿sería parte de la terapia?
- Paula: sí, me gustaría mucho -. Le aseguró mientras imaginaba el rostro de su hijo cuando la viera llegar en un auto para llevarlo a casa.
- Pedro: bien, y Paula... hoy no me siento con ánimos de que me llame doctor García.¿Por qué no intenta llamarme Pedro?
- Paula: claro, pero pensé que se llamaba Gabriel.
- Pedro: sí, Gabriel Pedro , pero prefiero que me llamen Pedro-. Es todo lo que atinó a decir.
- Paula: muy bien, por supuesto... Pedro.
Se pasaron la tarde instalando cerraduras y arreglando las goteras. El doctor García sacó un taladro y una caja de herramientas de la camioneta de su cuñado. Felipe lo seguía muy de cerca. Los dos hicieron varios viajes de la camioneta al apartamento y en uno de ésos, mientras Paula revisa la correspondencia, el señor Jacobsen asomó la cabeza desde su puerta.
- Sr Jacobsen: ¡¿qué es todo ese martilleo?!-. Reclamó con la frente arrugada y a punto de discutir con Paula cuando el doctor García y Felipe aparecieron en la puerta del frente.
- Pedro: hola, sólo estoy instalando una cerradura nueva para mi amiga aquí presente. Me pregunto si a usted le interesaría que le instalara una cerradura similar a su puerta. Son mucho más seguras que las que tienen ahora.
- Sr Jacobsen: ¿y cuánto me va a cobrar?
- Pedro: absolutamente nada.
Paula se quedó de una pieza al oír que el señor Jacobsen estuvo de acuerdo.
- Pedro: me dará mucho gusto hacer lo mismo por todos los vecinos de este edificio. Nos pondremos de acuerdo en la fecha en que lo haremos antes de que me vaya-. Concluyó el doctor García y el señor Jacobsen hasta inclinó la cabeza frente a Paula y luego cerró la puerta de su apartamento.
- Paula: eso ha sido sorprendente-.
Susurró Paula cuando los tres subían las escaleras de regreso a su apartamento. Preparó sopa de verduras y emparedados de queso a la plancha; entre tanto, Pedrole leía a Felipe. La comida estuvo lista y pasaron un muy buen rato sentados en torno a la pequeña mesa de fórmica, mientras comían y reían.
Como había prometido antes de irse, Pedro hizo que Paula le llevara con cada uno de sus vecinos y se ofreció a volver el siguiente viernes para instalar cerraduras en puertas y ventanas; además sugirió que iniciaran un programa de vigilancia en el edificio para que pudieran cuidarse unos a otros.
- Luisa: es un joven muy agradable, ¿Dónde lo conociste?.
- Paula: ehh, nos presentó una amiga.
- Pedro: bueno, entonces adiós- se despidió de pie en la puerta de Paula, con el cinturón de herramientas colgado del brazo. Felipe se apoyaba una y otra vez contra las rodillas de Pedro.
- Paula: Felipe no hagas eso, cariño.
- Pedro: está bien Paula-.
En un instante, Felipe estaba de cabeza, el doctor lo sujetaba de los pies y lo columpiaba suavemente de un lado a otro. El cabello electrizado de Felipe se abría en abanico y el pequeño no dejaba de reír. Paula comenzó a reír también.
- Pedro: bueno ya ha sido suficiente-. Felipe protestó, pero Pedro lo enderezó y le colocó las gafas que le colgaban de lado.
- Pedro: volveremos a hacerlo, pero me has dejado agotado.
- Felipe: ¿me lo prometes?
- Paula: ¡Felipe!
- Pedro: ¡sin duda alguna!. Está bien Paula, me agrada Felipe.
Los ojos de Felipe  se entrecerraron tras las gafas por la enorme sonrisa que le invadió el rostro y Paula se sintió tan contenta como no se había sentido en años, pero al mismo tiempo, la asaltó un ligero temor.
Por fin, después de hacerla prometer que mantendría la puerta cerrada con llave aunque estuviera en casa, el doctor soltó a Felipe, le revolvió el cabello  y se despidió. Paula le dió a su hijo su medicamento, lo metió en la cama y lo arropó. Después como si estuviera en medio de un sueño del que no quería despertar, se sentó en el sofá.
“Qué día". Recordó todo lo que había pasado y sonrió. Siempre que pensaba en el doctor García la recorría por dentro una sensación de calidez. Todo lo hacía bien, las cosas prácticas, como lo que hizo por ella en el apartamento, pero también admiraba su sabiduría. Recordó la forma en que le habló al señor Brinnon, supo exactamente qué decir y cómo decirlo. Y le gustaba el modo en que trataba a su hijo.
Movió la cabeza de un lado a otro. No le haría ningún bien encariñarse con él, recapacitó. El doctor García era su médico, autor de libros para ayudarse uno mismo, ¡por el amor de Dios! De hecho, recordó no sin cierto sentimiento de culpa que se esperaba de ella que comprara los libros del doctor. Decidió que los compraría el día de pago.
Había quedado en llamar a Angela esa noche, sus pensamientos alegres se congelaron al recordarlo, pues anticipaba problemas. Seguramente que Angela no aprobaría el modo en que ella y el doctor habían ocupado el tiempo de terapia, de forma muy diferente a la suya. Sabía que le molestaría mucho no haber recibido la misma atención personalizada. Paula se levantó y se dirigió al teléfono para hablar con su amiga, tratando de decidir qué era lo que le diría, mientras cruzaba la habitación se olvidó, por el momento, de cualquier deseo de leer los libros del doctor García.

domingo, 29 de marzo de 2015

El Simulador: Capítulo 8

- Paula: bueno, ayer, cuando volví al trabajo después de haber faltado el martes, me llamó a su oficina. Cuando entré y me senté, él solo me miró un minuto o dos y luego comentó: "Eres guapa y lo que más me gusta es que no lo sabes" -. Se sintió avergonzada incluso de repetírselo al doctor, como si hubiera sido ella la que hubiera actuado mal.
El rostro de Pedro se estaba poniendo rojo.
- Pedro: ¿Y luego qué?
- Paula: después se me acercó y me puso una mano en el hombro y me indicó que lamentaba haber tenido que ser tan duro conmigo el día anterior y que deberíamos ir a comer para hablar acerca de lo que podía hacer por mi asistencia irregular.
- Pedro: ¿Y usted que hizo?
- Paula: me puse de pie de inmediato y me acerqué a la puerta. Le respondí que podíamos hablar de ello, pero que yo ya tenía planes para comer. Luego él se mostró arrogante y me advirtió que debería pensar en lo difícil que sería encontrar otro trabajo sin una buena recomendación de mi último empleo-.
Tenía en el pecho aquella sensación líquida que siempre precedía al llanto.
- Pedro: ¿con cuánta frecuencia ocurre esto?
- Paula: casi cada semana-. Se tomó un instante para recuperar el control, no quería comenzar a llorar como el Martes -. Creo que soy una buena trabajadora, doctor García. Sé que he faltado uno o dos días cada mes, pero trabajo por horas. Gano siete dólares con cincuenta centavos la hora y si no me presento, no me pagan.
Pedro tensó los labios. Se inclinó hacia el frente en la silla y su rostro quedó a pocos centímetros del de ella.
- Paula: en fin, a veces ni siquiera me dan ganas de entrar en la oficina, porque sé que el señor Brinnon estará junto a mi escritorio, esperándome.
Paula  sintió que aparecían manchas rojas en su cuello, como ocurría siempre que lloraba. Aspiró profundo un par de veces y estuvo a punto de cerrar los ojos, pero optó por imaginar su fantasía favorita: una cabaña con una chimenea de piedra en el bosque. Lo que la llevó de manera natural al tercer punto que le molestaba.
- Paula: me parece que en tercer lugar me preocupa el sitio en el que vivo, vivo en West Oakland, en un viejo edificio de apartamentos cerca de las fábricas. Es una mala zona de la ciudad y a veces no me siento segura.
Pedro asumió una expresión preocupada.
- Pedro: no se siente segura porque tal vez no está segura. Dígame otra vez lo que ocurre con esa cerradura.
- Paula (encogiéndose de hombros): a veces funciona, a veces no, así que tengo que forzarla.
La expresión del doctor se volvió entre incrédula y divertida.
- Pedro: ¿Y que usa para forzarla?
- Paula: mi tarjeta del Safeway Club
Al oír esto, el doctor García se levantó. Fue detrás del escritorio y tomó su chaqueta del respaldo del sillón.
- Pedro: ¿a qué hora tiene que volver al trabajo?
- Paula: como a las doce
Pedro le sonrió y le tendió la mano. Ella no supo que otra cosa hacer, así que se la tomó. La sintió cálida y un poco áspera cuando envolvió por completo la suya.
- Pedro: por favor, venga conmigo, haremos un poco de trabajo de campo.
Primero se dirigieron al vehículo del doctor García, que en realidad era una camioneta azul con las palabras Constructora Alfonso-Martínez en un costado.
- Pedro: es de mi cuñado-.
Fue todo lo que acertó a decir cuando ella arqueó las cejas. Paula notó con creciente alarma que se dirigían hacia su trabajo, pero comenzó a preocuparse en serio cuando él le pidió  que le llevara a la oficina del señor Brinnon.
Ella le obedeció pero podía sentir en los oídos los latidos de su corazón mientras subían en el ascensor.
- Paula: doctor García, ¿qué va usted a hacer?
Pedro sujetó la puerta mientras ella salía del ascensor, avanzaron por el corto pasillo y luego él se detuvo; tenía la mano en el manillar de la puerta del centro de operaciones y área de secretarias.
- Pedro: Paula, confíe en mí.
- Paula: ¿Y si pierdo mi empleo?-. Reaccionó al fin, pero entonces comprendió que podría perderlo de todos modos.
- Pedro: si eso sucede le prometo que yo mismo la contrataré-. Le aseguró él.
Abrió la puerta y le indicó que pasara. Paula le guió por el pasillo hasta la oficina del señor Brinnon. El doctor García entró sin siquera llamar primero. El señor Brinnon estaba sentado de lado detrás de su escritorio, muy concentrado en la pantalla del ordenador. Pedro miró rápidamente el nombre en la placa metálica en la orilla del escritorio: STANLEY BRINNON, DIRECTOR DE OPERACIONES.
- Pedro: ¡mira hacia aquí, Stanley!-. Le dijo en un tono molesto.
El señor Brinnon levantó la cabeza y sus ojillos redondos como de cerdo miraron primero a Paula y luego a Pedro.
- Sr. Brinnon: ¡ah! ¡pero miren, si es la estrella de nuestra novela trágica! -. Comentó el señor Brinnon en tono sarcástico al ver a Paula, luego miró al doctor García y le dijo-. Parece conocerme pero yo no sé quién es usted.
Pedro no se molestó en responderle. En lugar de ello acercó una silla para Paula.
- Pedro: siéntese Paula. Estoy seguro de que el doctor Brinnon estaba a punto de pedírselo.
Paula se sentó, pero él siguió de pie. Tenía los puños apretados, se acercó y los colocó contra el borde del escritorio del señor Brinnon, luego se inclinó hacia delante.
- Sr Brinnon: ¡lo siento, no sé quién es usted, pero estoy muy ocupado!-. Se enfrentó a él molesto.
- Pedro: muy bien Stan, no tardaremos mucho-. Se retiró del escritorio, tomó una silla y la colocó al lado de la de Paula, luego se sentó y se apoyó en el respaldo. Se veía muy tranquilo, en vívido contraste con la forma en la que ella se sentía-. Sólo tenemos que tratar algunos asuntos antes de marcharnos, hay algo que la señora Ivey quiere decirle.
El señor Brinnon abrió la boca para responder, pero el doctor García levantó la mano para detenerlo.
- Pedro:  en primer lugar, lo que ha estado haciéndole usted a Paula se llama acoso sexual y puede castigarse con multas y sanciones, e incluso, le quiero informar que puede ir a parar a la cárcel.
El rostro del señor Brinnon pasó de un rojo encendido a un blanco como el papel.
- Pedro: en segundo lugar, Paula ha estado trabajando para ustedes por un sueldo miserable. Estoy seguro de que pueden disponer de más dinero para pagar a una mujer de su talento. Creo que el abogado de la señora Chaves estará encantado de ponerse en contacto con el departamento legal del banco para hablar de las promesas que le hicieron antes de contratarla y que nunca cumplieron. A mí me parece que ella tenía un  contrato verbal, pero ¿yo qué sé de eso? Les diremos que lo solucionen en los tribunales.
Paula  se llevó una mano a los ojos.
- Pedro: y por último, además de someterla a su acoso sexual y amenazar con despedirla cada vez que le pide el día libre, apostaría a que ha trabajado muchas horas extra sin la debida retribución, lo que tal vez merezca una pequeña queja a la inspección del trabajo.
El señor Brinnon había quedado estupefacto. A Paula le zumbaban los oídos. Entonces el doctor se inclinó hacia ella y le susurró al oído:
- Pedro: ahora le toca a usted. Dígale que la deje en paz-. Su aliento era cálido y sus rostros se rozaron.
- Paula: no creo que pueda, voy a perder mi empleo.
El doctor volvió a hablarle al oído y esta vez con firmeza.
- Pedro: es usted quien tiene que hacer esto-. Se acomodó en la silla y se cruzó los brazos. Luego asintió con la cabeza.
Paula aspiró profundo, ya había comenzado, así que bien podría terminar.
- Paula: muy bien… señor Brinnon, quiero que me deje en paz. Ya estoy harta de que siempre me vigile y me invite a comer. Estoy cansada de sus amenazas cada vez que me levanto a por una taza de café o para ir al baño
Le temblaban un poco las manos, igual que la voz. Pedro extendió la mano y le dio unas palmaditas en el brazo. Volvió a aspirar hondo y luego prosiguió, ya más calmada
-Paula: Y además de eso, me molestan sus constantes insinuaciones de que no hago un trabajo profesional. Soy muy buena secretaria, siempre llego a tiempo y casi nunca tardo más de veinte minutos en comer. Hago el trabajo de dos personas, como usted bien sabe, ya que despidió a dos y las remplazó conmigo. Estoy cansada de que me critique, me amenace y me acose. Y quiero el sueldo y las prestaciones que me prometió al contratarme.
No podía creer que ella hubiera pronunciado aquellas palabras, pero estaba feliz de haberlo hecho. Sintió que la envolvía una sensación cálida, pero no supo si provenía de su propio valor o de la mano del doctor García sobre su brazo.

El Simulador: Capítulo 7

Por fin cerca de las once, hizo a un lado todas sus maquinaciones y decidió llegar a la consulta dispuesto a presentarse como él mismo: Pedro, el psicólogo ¡Vaya ironía!. Se preguntó si ésta sería la idea de Dios de una buena broma. Pedro, el hombre que no podía relacionarse con las mujeres, era la última esperanza de Paula Chaves.
El solo hecho de reparar en ello, le hizo sentir mariposas en el estómago mientras se dirigía al consultorio. Entonces recordó el rostro de Paula, tan triste y desamparado, y volvió a sentir el deseo de ayudarla. Incluso en aquel breve encuentro algo en Paula Chaves desató en él una reacción.
Se preguntaba si era parte de su forma de ser, el anhelo que sentía de colocarse delante de ella y mantenerla a salvo hasta que tuviera la certeza de que nada la lastimaría.
Dejó su camioneta en el estacionamiento subterráneo del edificio, luego tomó el ascensor al duodécimo piso y buscó la consulta del doctor. La puerta estaba entreabierta y Paloma en la recepción, con un aspecto muy formal.
- Sofía: lo harás muy bien, no te preocupes. Sólo sé tú mismo.
Pedro entró en el despacho del doctor García y se sentó, incómodo, tras el pulido escritorio de teca, sentía como si no debiera tocar nada. Por lo menos, pensó, ahora parecía más un psicólogo que la primera vez que se vieron. Llevaba puestos unos pantalones de algodón y una camisa de vestir, las botas de acero se habían quedado en casa. Miró su reloj, eran las once en punto cuando oyó la voz de Paula y la reconoció con cierta sorpresa mientras hablaba con Sofía. Paula entró con timidez al tiempo que llamaba suavemente a la puerta.
- Paula: hola doctor García.
- Pedro: hola -. respondió y no pudo evitar sonreír. Se puso de pie y se preguntó si debía salir de detrás del escritorio.
Ella no había llorado ese día. Pedro pudo contemplar una vez más su hermosura.
El doctor García se veía diferente esta vez. Paula se quedó junto a la puerta, no estaba tan segura de sí misma como se había sentido en el camino.
A pesar de los malos momentos que pasó debido a la enfermedad de su hijo y a que tuvo que evitar a Angela, e incluso después de haber tenido que volver al trabajo para enfrentarse al señor Brinnon, ir allí aquella mañana le había devuelto algo de la sensación que tuvo el martes.
Ese día contempló la ciudad con nuevos ojos, como lo haría un turista. Algo comenzaba a cambiar, aunque Paula no podía definirlo con certeza. Sabía que el tiempo que había estado con García la impulsó y le brindó el terreno sólido desde el cual pudo reflexionar sobre su situación y su entorno, pero creía que  no todos los cambios provenían de él. El doctor únicamente amplió la diminuta grieta que empezaba a formarse en la dura coraza que ella había puesto en torno suyo y de Felipe.
La prueba real de su mejoría la constituía el hecho de haber sacado sus pinturas. La noche anterior, después de que Felipe se durmiera, abrió su armario y buscó hasta encontrar la caja, bien empaquetada y sellada durante cinco largos años, sacó sus pinceles y sus pinturas. Casi contuvo el aliento cuando probó si las pinturas estaban secas y se alegró al descubrir que aún servían. Movió algunas cosas, colocó una mesa al lado de la ventana, acomodó una lámpara a un lado y puso allí pinturas, pinceles y paleta. Luego extendió un poco de papel en una tabla y dio los primeros trazos de un nuevo dibujo. Mientras trabajaba, casi podía ver el rostro comprensivo y serio del doctor sonriendo ante sus esfuerzos.
Evocó aquel rostro tantas veces que tan pronto cerraba los ojos aparecía frente a ella. De hecho, lo vió un poco asustada camino de la consulta aquella mañana. Le resultó extraño. Aunque la cara del doctor García le proporcionaba consuelo, no tenía para nada un aspecto plácido. Supuso que la mayoría de la gente lo consideraría tosco, pero luego pensó que estaba siendo demasiado severa cuando recordó su sonrisa.
Miró por la puerta de la consulta, ahí estaba él, al otro lado de la habitación, detrás del enorme escritorio y no se parecía en nada al hombre de sus evocaciones. Por un instante, dudó que sería mejor: cerrar los ojos y buscar el recuerdo tranquilizador del doctor con sus pantalones vaqueros y su camisa azul, inclinado hacia delante, con los ojos preocupados por ella... o entrar y hablar con el hombre de carne y hueso. El rostro era el mismo por supuesto, pero todo lo demás se veía rígido y elegante. No se parecía a la imagen que había evocado tan a menudo desde el martes.
Pedro: buenos días -. Salió de detrás del escritorio y dió unos pasos hacia ella. Luego se detuvo y se quedó en mitad de la habitación-. Siéntese, por favor.
Le enseñó el pequeño sofá que había usado el martes, así que ella volvió a sentarse allí. Él tomó una silla del rincón, igual que antes, y se sentó frente a ella. Eso la hizo sentirse mejor, ya que al menos una parte de la escena del martes se repetía. Curiosamente, el tenerlo tan cerca, con las rodillas apenas a unos centímetros, hizo que Paula se sintiera más cómoda, en vez de causarle la sensación contraria, que solía inundarla cuando los hombres se acercaban demasiado a ella. Tal vez todo estaría bien a fin de cuentas. Él estaba impaciente.
- Pedro: ¿de qué le gustaría hablar hoy?
- Paula: no estoy segura
El doctor García sólo asintió y le dió vuelta a sus pulgares. Se aclaró un poco la garganta. Paula  de pronto tuvo el temor de que él comenzara a hablar de algo tonto, como de regresiones a vidas pasadas o a preguntarle si odiaba a sus padres. No se creía capaz de tolerar que el práctico, amable y estable doctor García resultara ser un tonto.
- Pedro: de acuerdo. ¿Qué le parece si me cuenta las tres cosas que más le molestan? Ya sé que el otro día habló sobre sus preocupaciones, pero ahora sería buena idea si las vamos restringiendo. Mencione las tres cosas más importantes.
Paula se relajó un poco, esa pregunta sí la podía responder.
- Paula: creo que lo que más me preocupa tiene que ver con mi hijo Felipe, con que crezca sin un padre, pero en este momento mi preocupación número uno es que tienen que extirparle las amígdalas y ponerle tubos en los oídos. No tengo seguro médico y no puedo faltar más al trabajo o me despedirán. El señor Brinnon me advirtió que mis faltas se han convertido ya en un problema. Mencionó que si falto un día más en los próximos tres meses sin importar el motivo, me despedirá. -. Pudo sentir el calor que crecía en su interior.
- Pedro: ¿no puede pedir un permiso por enfermedad?
- Paula: no me dan permisos por enfermedad, según me habían ofrecido, tendría derecho a incapacidades, prestaciones médicas y vacaciones, pero después de dejar mi empleo anterior, el señor Brinnon me indicó que empezaría con una categoría temporal, que no sería un empleo permanente, de jornada completa, hasta después de mi primer año.
- Pedro: ¿Y no se lo dijeron antes de comenzar a trabajar?
- Paula: no, y ahora me encuentro a prueba. Supongo que tendré que pedirles dinero a mis padres y luego buscar otro trabajo, porque mi hijo necesita la operación y cuando está enfermo quiere que esté con él. Quiere a su madre.
- Pedro: desde luego que sí-. Afirmó un poco molesto de imaginar que alguien pudiera pensar de otro modo.
Paula se preguntó que pensaría García, una mujer en riesgo de perder su empleo prefería pagar una terapia en vez de pagar la cirugía de su hijo. Eso no era así y le pareció importante explicarlo.
- Paula: mire, doctor García... sobre el dinero que hay que pagar...este, eh, el Arreglo de vida...
Pedro comenzó a mover la cabeza y Paula se apresuró antes de que él la interrumpiera.
- Paula: mi amiga Angela insistió en que viniera. Ella va a pagarlo. Le pregunté si podía usar el dinero para otra cosa, pero me aseguró que siempre habría algo más en qué gastarlo y que quería que primero "pusiera en orden mi cabeza" para usar sus propias palabras. Bueno, yo quería que usted lo supiera.
El doctor García guardó silencio. Paula sintió su rostro sonrojándose.
- Paula: creo que lo segundo que más me molesta también está relacionado con mi trabajo. Es mi jefe el señor Brinnon, él, bueno... se me insinúa.
- Pedro: deme un ejemplo, ¿qué le dice?-. El tono de voz dejó traslucir cierta molestia.

El Simulador: Capítulo 6

Después de leer el libro no una sino dos veces, Pedro llegó a la conclusión de que el Arreglo de vida en veintiún días tenía un título equivocado. Según García, se suponía que la vida de una persona cambiaba en veintiún días, pero él solo se reunía con ellos seis de esos días.
Desde el punto de vista de Pedro aquello era una estafa. Si el tipo le prometía a la gente arreglar su vida en veintiún días, debía estar presente durante ese tiempo o al menos de lunes a viernes, como cualquier persona que trabaja. Pero García explicaba en su libro que ofrecía dos sesiones de psicoterapia intensiva por semana durante las tres semanas que dura el Arreglo, por un precio simbólico. Pedro se preguntaba qué sería lo que el doctor consideraba un precio simbólico.
Y ahora que lo pensaba, Paula Chaves no le había pagado un céntimo. Esa idea le hizo sentirse mejor, dejó de sentirse como un estafador, aunque a decir verdad si alguien debería sentir algo así, ese era García.
Hizo a un lado el libro, se frotó el puente de la nariz y trató de recordar que tenía ese día libre. Les asignaron el trabajo de la reconstrucción de García, gracias a que elaboró un presupuesto lo más accesible que se había atrevido y se lo presentó a Sofía el día anterior. Siempre acostumbraban a tomar juntos todas las decisiones. Así lo habían hecho desde que el hermano de Sofía falleció y ella se encargó de su parte en el negocio.
- Sofía: está bien -.
Comentó ella al aprobar el precio, pero en realidad lo aprobó por él y Pedro lo sabía. En otras circunstancias él habría hecho un presupuesto mucho más elevado, ya que ésa era la condición para aceptar trabajos en la ciudad, pero si no se adjudicaban este trabajo  Pedro tendría que encontrar la manera de evadir al otro contratista y sus trabajadores cuando éstos estuvieran en el consultorio si quería reunirse con Paula Chaves. Cuando se reuniera con Paula Chaves se corrigió a sí mismo, esa mañana, a las once.
Gracias a Dios, les asignaron el trabajo. No había podido respirar tranquilo desde que envió el fax con el presupuesto hasta aquella mañana, cuando abrió su oficina en la constructora y encontró las hojas enroscadas en el suelo, al lado del fax. El contrato estaba firmado y el doctor Golding había enviado también tres páginas de instrucciones. Pedro tomó el delgado papel del fax y pensó de nuevo en lo que habría ocurrido si le hubieran dado el trabajo a otra persona. Comenzó a sudar ante la sola idea.
- Sofía: trae aquí, los dos sabemos quién se hará cargo de este trabajo. -.
Pedro  buscó alguna señal de enfado en su voz, pero no percibió más que su normal humor seco. Le entregó los papeles.
- Sofía: tengo que hacer un par de planos y terminar el trabajo de Mather antes de empezar éste.
Pedro se quedó pensando, el trabajo de Mather era pesado y faltaba mucho por terminar. La reconstrucción de un restaurante ocuparía buena parte del tiempo de Sofía.
- Pedro: bueno, ¿cuánto tardaremos en reconstruir el consultorio de García?. Lo único que hay que hacer es derribar los muros interiores, instalar la fontanería y cableado para el jacuzzi, pintar y colocar la alfombra.
- Sofía: si ponemos a trabajar a todos y contamos con los materiales necesarios podemos terminar en una semana.
- Pedro: y yo di una semana de margen en el presupuesto.
- Sofía: entonces terminaremos a tiempo, incluso si no lo iniciamos de inmediato -. Contestó de mala gana.
- Pedro: puedo llevar a los electricistas y a los fontaneros para que empiecen a trabajar, por si alguien se presenta a revisar. Únicamente pospondríamos lo de los muros el mayor tiempo posible.
- Sofía: solo una pregunta por curiosidad, ¿qué habrías hecho si le hubieran dado el trabajo a alguien más?
- Pedro: no tengo ni la menor idea
- Sofía: me alegra que no seas un estafador profesional. No eres muy bueno engañando ¿verdad?
Pedro negó con la cabeza sin admitirlo con palabras. En definitiva, él no era muy bueno para engañar, nunca había sido bueno en ninguna clase de mentira y su representación del doctor Gabriel García quizá sería otro ejemplo de ello.
Ya llevaba dos días enteros leyendo las bobadas de García y todavía no se sentía capaz de urdir un plan. Estaba seguro que ninguna de las locas estrategias del doctor le servirían a Paula Chaves, quien sufría problemas reales. Pedro sintió que aquella nube de ansiedad se condensaba en frustración y tomó el libro de García y lo tiró. Salió volando por la oficina y cayó en una silla muy mullida que tenían en un rincón.
- Sofía: ¿acaso no van bien las cosas?
- Pedro: ya lo leí todo y aún no sé qué hacer.
- Sofía: ¡no puedo creer que vayas a seguir con esto!, ¿en serio crees que una vez que se tranquilice no va a tener dudas sobre la manera como conduces la terapia?. Quiero decir, yo misma he ido alguna vez a terapia.
Pedro enmudeció de la impresión, para él Sofía, con su imperturbable rostro que nunca dejaba traslucir sus sentimientos, el cabello bien arreglado y la boca elegante, sería la última persona en necesitar terapia. Otros acudían a ella en busca de consejo.
- Sofía: fue después de que mi hermano muriese, fui poco menos de seis meses, una vez por semana.
Pedro no sabía si tenía que hacerle preguntas, así que guardó silencio.
- Sofía: como sea, si estás decidido a seguir con esto, puedo explicarte cómo eran las sesiones. Lo que el psicólogo me decía y todo eso-. Sacudió un poco la cabeza para dejar en claro lo que pensaba de esa idea.
Pedro asintió lentamente y le esbozó una sonrisa a Paloma.
- Pedro: gracias, de verdad te lo agradezco.
Incluso después de que Sofía terminara su relato, Pedro seguía sin saber lo que le diría  al ver a Paula Chaves.
- Pedro: no suena muy complicado-. Se frotó el cuello, sentía los músculos rígidos.
- Sofía: lo sé, de vez en cuando me hacía una pregunta o dos, pero la mayor parte de las veces sólo me escuchaba.
- Pedro: ¿y si tú le preguntabas algo?
- Sofía (riéndose): entonces él inclinaba la cabeza hacia un lado y decía "¿Usted qué piensa?".
Pedro  inclinó la cabeza imitando el movimiento y se la sujetó con las manos. Si a Sofía eso le parecía gracioso o no, le daba lo mismo, a las once de la mañana él tendría que convencer a Paula Chaves de que era psicólogo.
- Sofía: mira querido Pepe, no te preocupes, lo más importante que el doctor Henry hizo por mí fue simplemente escucharme y estar ahí cuando lo necesitaba. No es que me dijera nada mágico. Además, a juzgar por la expresión de la chica al salir, lo que le hayas dicho el martes funcionó de maravilla, sólo haz lo mismo y todo saldrá bien.
- Pedro: gracias, lo digo en serio, Sofía, gracias por contarme todo esto.
Sofía tomó su bolso del último cajón del archivo y caminó para esperarlo junto a la puerta. Pedro había logrado convencerla de hacer el papel de su secretaria una vez más. Tal vez su sincero pánico la conmovió, no obstante, ella insistió en llevar su propio coche. Se sentaría frente al escritorio de la recepción del consultorio de García, recibiría a Paula Chaves, la haría pasar y luego se iría.
- Sofía: tengo trabajo que hacer, alguien tiene que manejar este negocio mientras tú juegas.
Estaba de pie, con la mano en el manillar de la puerta y parecía ansiosa por acabar con su parte.
- Sofía: escucha Pedro, no puedes resolver todos los problemas de esa chica, es probable que ella ni siquiera pretenda que lo intentes -. Le dirigió lo que él interpretó como una sonrisa de aliento, luego pasó por la puerta y le dijo por encima del hombro -: te veré allí. Buena suerte.

El Simulador: Capítulo 5

Mientras Paula tomaba el tren y luego el autobús a su apartamento, llegó la hora de llevar a su hijo al doctor.
El doctor le confirmó lo que Paula ya sabía: otra infección en el oído de Felipe y también en la garganta.
- Doctor: supongo que tendremos que jugarnos la última carta. Llámeme cuando mejore y programaremos la intervención para unas cuantas semanas después.
Paula  estuvo de acuerdo, pero comprendió con tristeza que no podía posponer más la llamada a sus padres, no le cabía la menor duda de que le enviarían el dinero. Lo que temía eran las exigencias y las ataduras que eso implicaba. Y si su jefe cumplía sus amenazas, tendría que buscar otro trabajo. El buen ánimo que le infundió el doctor García comenzaba a esfumarse.
Se detuvieron en la farmacia de la clínica para recoger la prescripción de Felipe y luego tomaron el autobús para volver al apartamento. La parada del autobús quedaba un poco lejos del edificio, Paula tomó la mano de su hijo mientras bajaban los escalones hasta la acera. El niño caminaba más lento que antes.
- Paula: ¿te sientes mal otra vez, camarada? no respondió.
Sólo asintió con la cabeza.
- Paula: vamos, sube -
Se arrodilló y Felipe subió a su espalda. Lo acomodó hasta que lo tuvo bien sujeto de las piernas, después lo llevó así hasta Embarcadero Arms, donde lo bajó en el escalón. Alguien había dejado la puerta principal abierta de nuevo, encajada con un ladrillo.
El edificio era una casa victoriana enorme, irregular y vieja dividida en cinco apartamentos. Había un recibidor en la entrada con los buzones y la escalera que llevaba al segundo piso. Carecía de ascensores. Paula revisó la correspondencia y luego tomó a Felipe de la mano, pasaron en silencio junto a la puerta del señor Jacobsen, cuyo pasatiempo favorito era quejarse de todos sus vecinos y golpear en el techo, que era el piso de Paula, siempre que Felipe jugaba con su triciclo en el apartamento o se ponía muy revoltoso y corría por todo el lugar.
Una aguda tristeza invadió a Paula porque su hijo no vivía en un hogar más agradable ni contaba con un sitio seguro donde jugar. Había un patio cubierto de hierba, pero a ella le daba miedo dejar que Felipe jugara allí desde el día en que vió que los perros pit bull del vecino andaban sueltos y que debido a su tamaño cabían por los agujeros de la cerca. El lado pobre de la ciudad no era el mejor lugar para criar a un niño.
Trató de olvidar esas ideas y le sonrío a su hijo mientras subían las escaleras, aún conservaba la redondez de los bebés en las mejillas y el cabello, que parecía cortado con un tazón encima, rebotaba al caminar. Era un niño muy dulce, pero estaba creciendo. Cumpliría los cinco en el otoño.
Él la miró y le devolvió la sonrisa, lo que hizo que sus mejillas sonrosadas se redondearan más y semejaran manzanitas mientras entrecerraba los ojos en un esfuerzo por enfocar. Muy pronto iba a necesitar un examen de la vista y gafas nuevas. Paula sintió una punzada de dolor y deseó poder hacer algo por su hijo sin que tuviera que reducirlo a una cuestión de dinero.
Tal vez debía regresar a Georgia. No amaba a su novio del bachillerato, Guillermo Semple, pero sabía que él todavía la esperaba allá y así al menos Felipe tendría un padre y un hogar decente.
Subieron el último tramo de la escalera y atravesaron el pasillo hasta su apartamento en el segundo piso. Paula manipuló con torpeza la llave en la cerradura, que estaba atascada. Sacó su tarjeta del Safeway Club, la única que había podido conseguir y la deslizó adelante y atrás hasta que logró abrir la puerta. Cuando la sacó, notó unos arañazos en el marco, como si alguien hubiera tratado de abrirla con una palanca alguna vez.
Después de sentar a su hijo en el sofá se pasó la siguiente media hora preparando la cena para los dos: sopa de fideos con pollo, y puré de papas, porque a Felipe le molestaba mucho la garganta. Estaba demasiado enfermo para ir al día siguiente a la guardería así que tendría que pedirle otra vez a su vecina que lo cuidara.
- Felipe: mami, vamos a leer tres o cuatro libros.
Y eso hicieron, leyeron sus cuentos favoritos. La sirena en la noche, el cerdito cartero y la camisa roja de Hiram. Eran las ocho de la noche cuando por fin terminó de lavar los platos de la cena y lo metió en la cama. Luego, ella también tomó un par de pastillas antigripales y se recostó en el sofá mientras acomodaba las almohadas bajo la cabeza.
La imagen del rostro del doctor García flotaba frente a ella: tenía los ojos entrecerrados por la preocupación y una expresión que la hizo sentir que podía confiar en él. Recordó uno a uno los sucesos de la mañana y volvió a verlo pasarse las manos sobre el cabello de vez en cuando, como si se sintiera frustrado por lo que le ocurría a ella. La verdad era un hombre guapísimo. Se relajó y comenzó a quedarse dormida.
El teléfono la sacó de su letargo e hizo que el corazón le latiera con fuerza. Pensó en dejarlo sonar, pero no quería que David se despertara. Descolgó al cuarto timbrazo.
- Angela: ¿Por qué has tardado tanto? ¡He estado aquí sentada, esperando toda la tarde!. ¿Y bien?.
- Paula: ¿Bien qué?
- Angela: ¿Cómo te ha ido?
- Paula: me ha ido bien.
Paula se dió cuenta de que no quería decirle nada a Angela del doctor García, algo en la manera en la que se había abierto con él y en la ternura con la que él la había escuchado le parecía demasiado íntimo para compartirlo con ella o con quien fuera.
- Angela: ¡Pues cuéntame!
- Paula: en realidad no hay mucho que decir, yo sólo… bueno, le conté lo que me estaba molestando.
- Angela: ¿Y él qué dijo?
- Paula: hum...- ahora que lo pensaba, en realidad no le había dicho nada, pero no podía revelarle eso a Angela y aunque lo intentara, no podría expresar el consuelo que sintió al tener al doctor García, tan fuerte y amable, sentado apenas a unos centímetros de ella mientras lloraba-. Me dijo muchas cosas- respondió y luego una voz en su cabeza la llamó mentirosa.
- Angela: ¿Cómo cuales? Cuéntame algunas.
- Paula: no lo sé, Angela. ¡Dios, deberías ir a verlo otra vez!. Me siento muy mal porque hayas pagado tú y no lo aproveches. (Angela se había asegurado de que Paula supiera que pospondría su segunda terapia del arreglo de vida para que ella pudiera ir por primera vez)
- Angela: ¡no seas tonta!, quiero hacer esto por ti. Yo iré de nuevo el mes que viene.
Por la mente de Paula cruzó la idea de que si el Arreglo de vida en veintiún días cumplía su ofrecimiento, uno no tendría que ir más de una vez, pero decidió no compartir aquel pensamiento con ella. En vez de ello quiso terminar la conversación.
- Paula: bueno, de todos modos fue algo bueno. Muy bueno.
- Angela: ¡maravilloso!, así que estás contenta de haber ido.
Paula movió la cabeza de un lado a otro con cansancio. Así era Angela, siempre que hacía algo bueno por uno quería que se le agradeciera una y otra vez.
- Paula: estoy muy contenta, Angela. Otra vez gracias.
- Angela: tal vez ahora reconsideres aquello de regresar a Georgia. Quiero decir puedes triunfar aquí.
Siempre le estaba diciendo a Paula que debía volver a la pintura, regresar a la universidad, comprometerse con su carrera y tratar de colocar sus pinturas en alguna de las tiendas de la zona o pintar lo suficiente para montar una exposición.
Había algunas cosas que Angela no comprendía porque no tenía hijos y otras acerca del arte que tampoco entendía. Uno no puede simplemente sentarse a pintar en cualquier rato libre que tenga. Debe disponerse de un espacio para hacerlo, un lugar especial en la casa, del que Paula carecía y un sitio en su vida, algo que en definitiva le faltaba.
- Angela: ¿Aún no te has enamorado?-. Le obsesionaba la idea de que las mujeres se enamoran de sus terapeutas.
- Paula: no, todavía no. - Respondió con cansancio, pero se sonrojó al recordar que el doctor García la había oído llorar.
- Angela: ¿Verdad que es muy apuesto?. Y algunas de las preguntas que a mí me hizo fueron muy comprometedoras. ¡Sentí  que me moriría!.
Paula evocó el rostro del doctor frente a ella y sintió que no le agradaba el giro que tomaba la conversación. Por fortuna, Angela prosiguió sin esperar respuesta.
- Angela: ¿te ha hablado sobre la regresión hipnótica?
- Paula: no, tal vez lo mencione después.
- Angela: ¿ha comentado algo acerca de celebrar tu singularidad esencial? De eso va a tratar su nuevo libro.
- Paula: no, no lo mencionó-. Comenzó a dolerle la cabeza, Angela se preparaba para una nueva andanada de preguntas cuando Paula la interrumpió.
- Paula: tengo que colgar Angela. Estoy agotada.
A Angela por lo general le enfurecía que Paula quisiera colgar antes de que ella considerara por concluida la conversación, pero esa noche no fue así.
- Angela: ¡Oh, Dios, sí! Debes estar agotada, así te deja la terapia es muy intensa.
Paula se despidió, colgó el teléfono y se dirigió a la cocina para preparar el almuerzo del día siguiente. Luego se fue a la cama y pensó en lo último que había dicho Angela, descubrió que era la primera vez desde que se habían hecho amigas que las dos estaban totalmente de acuerdo en algo.

sábado, 28 de marzo de 2015

El Simulador: Capítulo 4

Pedro se dirigió en su camioneta al lugar al que siempre iba cuando necesitaba pensar. Lo había mandado a limpiar, pero nada más. Se detuvo bajo un roble, puso el freno de mano y bajó el cristal de la ventanilla. Era un lugar pacífico, por eso le gustaba. Si prestaba atención, podía oír el gorgoteo del agua del arroyo contra las rocas; por un momento pensó en bajar de la camioneta, pero luego decidió quedarse y pensar.
Abrió un recipiente de metal y sacó uno de los sándwich de atún que se preparó por la mañana. Tuvo la sensación de que habían pasado muchos días desde entonces.
¿Qué opciones tenía? Podía llamar a García y dejarle que se hiciera cargo del asunto por completo, después de todo, Paula Chaves era su paciente, pero al doctor le estaban haciendo una operación a corazón abierto. Pedro le dió un mordisco al sándwich, que no le supo a nada, y descartó esa posibilidad.
Podía llamar al número de urgencias del contestador automático y pasarles todo aquel lío a ellos, dejar que le dieran a Paula el mismo mensaje que él había recibido aquella mañana: que el doctor García había sufrido un ataque cardíaco, pero sin la parte de pedir la llave a los de seguridad y la de enviarle por fax el presupuesto para la reconstrucción, ni la advertencia de García de que el trabajo tendría que estar terminado en tres semanas, el tiempo que tardaría en recuperarse de su operación. Así Paula, se daría cuenta de que había cometido un error. Pero no, Pedro también descartó esa idea, algo en los hombros temblorosos de la chica hizo que le pareciera una mala idea.
Le dio otro mordisco a su sándwich y luego abrió el termo para servirse una taza de café bien cargado. Iría a verla el Jueves para explicarle que tendría que enviarla con otro médico, inventaría alguna razón para convencerla de que eso era lo más conveniente para ella. Sin embargo, no conocía a ningún psicólogo y le resultaban familiares las historias de charlatanes que se aprovechaban de mujeres como Paula, solas y confiadas. ¿Qué tal si caía en manos de alguno de esos?.
Cuando ella aseguró que volvería el Jueves a las once, Pedro sin saber qué hacer, sólo asintió y le dijo algo tonto, como "Cuídese". Él también iría, era consciente de que cometería una locura, pues ignoraba todo acerca de la psicología. Su especialidad era arreglar y construir cosas, aunque por lo que Paula le contó, eso le solucionaría parte del problema.
Además de que su jefe era un infeliz y que ella estaba muy triste porque su hijo no tenía un padre, le preocupaba que se burlaran de él en la escuela porque todo el tiempo usaba una capa de Supermán.
Su departamento era una desgracia y ni la cerradura de la puerta funcionaba.
Después de pensar en todo ello, Pedro llegó a un diagnóstico simple: el principal problema de Paula Chaves se reducía a que no contaba con nadie que la escuchara. Estaba completamente sola.
Él era bueno para escuchar, tal vez no para hablar, pero sí sabía escuchar. Su última novia concluyó que él "estaba emocionalmente negado"; la verdad siempre fue tímido con las mujeres. De hecho, antes de aquella mañana había decidido olvidarse por un tiempo del sexo opuesto, tomar su martillo y disfrutar del sol en la espalda. Pero Paula Chaves trastornó todo aquello. Ella era diferente, aunque lo confundió con el doctor García, no le había exigido nada, sólo se sentó allí a llorar.
Pensó en ella: mujer con un rostro de rasgos finos y delicados y cabello negro como el azabache ojos negros preciosos y una mirada profunda. Terminó su sándwich y bebió su café. Iría el Jueves y , para ser sincero consigo mismo, tuvo que admitir que esa decisión no acababa de tomarla en ese momento. Muy en su interior, sabía que desde el instante que acercó la silla y se sentó a unos centímetros de ella y sólo atinó a preguntar ¿Qué le pasa?, decidió hacer todo lo que estuviera a su alcance para lograr que dejara de llorar y asegurarse de que nunca volviera a derramar lágrimas de esa manera.

El Simulador: Capítulo 3

La sensación más extraña que había experimentado en su vida inundó a Paula al salir del consultorio del doctor García. La sentía en el pecho, justo debajo de las costillas. Puso ahí la mano y casi pudo sentir su luz y tibieza.
Su amiga Angela tenía razón, el doctor García era sorprendente. Tuvo la impresión de haber sido egoísta por ocupar tanto tiempo del doctor y se sentía un poco culpable por permitir que Angela  pagara la terapia. Eso le recordó que el doctor no le había cobrado. Seguramente Angela  le había mandado un cheque, pero tendría que preguntárselo. Nunca antes había ido a un psicólogo, así que ignoraba sobre todo el manejo de esos asuntos. La idea misma le resultaba extraña.
El doctor García, parecía más un amigo amable y gentil que un especialista al que se le iban a pagar mil dólares por enderezar su vida.
Desechó de su mente los mil dólares y saboreó otra vez la sensación cálida que la recorría: el consuelo que le transmitió el doctor García. Sentada en aquel cómodo sofá blanco de cojines blancos y rodeada por cuadros de arte abstracto, le había contado toda su vida.
Le habló de cuando llegó de Dawson, en Georgia, con Jeff, para estudiar pintura, de cómo tuvo que dejar la escuela para trabajar la jornada completa al quedarse embarazada, y de su separación; le confesó lo decepcionados que estaban sus padres, le habló de su espantoso trabajo, de su pesar porque Felipe, su pequeño de cuatro años, crecía sin padre, del acoso sexual que sufría por parte de su jefe y hasta de la diaria irritación que le provocaba vivir un piso más arriba del señor Jacobsen.
El doctor García no era en absoluto lo que ella esperaba, se había sentado allí, a centímetros de sus rodillas, con su ropa sencilla, y sólo la escuchó hablar y llorar. Sin embargo, tenía los ojos más dulces, claros y francos que había conocido.
¡ Y pensar que estuvo a punto de cancelar su cita! Aún después de haber oído todas las cosas buenas que Angela le contó sobre el Arreglo de vida para animarla. Por poco cancela la cita la noche anterior, mientras limpiaba la bañera con Felipe sujeto a su espalda.
- Paula: no necesito un psicólogo. -
Susurró para sí la noche anterior cuando restregaba las manchas de óxido de la bañera y giraba varias veces el grifo para que dejara de gotear. Lo que necesitaba era alguien que le arreglara la casa o por lo menos un fontanero.
Incluso esa mañana, cuando como de costumbre la vida le impedía hacer lo que quería, pensó en renunciar a su cita. Despertó de un sueño profundo alrededor de las cuatro de la mañana y encontró a Felipe  de pie frente a ella. Se sorbía la nariz y había estado llorando. De nuevo tenía dolor de oídos y la garganta irritada. Le dió una pastilla de Tylenol infantil, lo envolvió en una manta de la lana y los dos se quedaron dormidos en el sillón reclinable de la sala porque a Felipe le disminuía el dolor de oídos cuando estaba sentado.
Un mes antes, el pediatra de la clínica, le indicó por un lado, que Felipe necesitaba unos tubos en los oídos para igualar la presión, y por otro, le recomendó que se le extirparan las amígdalas. Paula  permaneció expectante porque no tenía seguro médico. El pediatra entonces le sugirió una última estrategia, le recetaría dosis bajas de antibióticos, pero tampoco dio resultado.
Desde el sillón de la sala Paula no oyó sonar el despertador a las seis y eran casi las siete y media cuando despertó y a las ocho tenía que estar en su trabajo. No le importó, de todas maneras iba a llamar para avisar que se sentía mal. Así podría llevar a Felipe al médico.
El señor Brinnon (su jefe) la pondría a prueba, como le había advertido la última vez que dijo que estaba enferma cuando Felipe tuvo gripe y luego le ofrecería olvidarse de todo si aceptaba comer con él "para hablar al respecto".
Paula trató de imaginar lo que sería ir a comer con el señor Brinnon, pero no quería ni pensar cómo sería acceder a cualquier cosa que a él se le ocurriera. La sola sensación de aquellas manos húmedas apoyadas en su brazo cuando se inclinaba a revisar su trabajo bastaba para estremecerla.
Mientras le preparaba el desayuno a su hijo, evitó pensar en la amenaza de despido del señor Brinnon si no "controlaba su problema de absentismo". Con un repentino acceso de furia se dio cuenta de que no tendría ningún problema de absentismo si el banco le hubiera dado los permisos por problemas de salud y las vacaciones que se suponía eran parte del empleo que había aceptado.
Paula le llevó el desayuno a Felipe, quien miraba dibujos animados apoyado sobre unas almohadas en el sofá de la sala, como un pequeño rey cubierto con la manta. El niño tenía las redondas mejillas un poco encendidas aquella mañana y los ojos azules le brillaban detrás de las gafas.
- Paula: aquí tienes camarada.
Le tocó la frente, ya no tenía fiebre. Pero de cualquier forma tendría que llevarlo al médico para que le cambiaran el antibiótico y le dieran fecha para la operación. A la noche llamaría a sus padres para pedirles dinero, una oleada de temor la recorrió de sólo pensarlo, pero no le hizo caso.
Alisó el cabello de su hijo mientras llamaba al señor Brinnon. Él guardó un silencio amenazador cuando Paula le habló y le comentó que tendría que tomarse el día libre porque tenia que llevar al médico a su hijo. Luego sus peores temores se confirmaron.
- Señor Brinnon: ¡le recuerdo que está usted a prueba, señora Chaves. Si en los siguientes tres meses falta aunque sea una vez, por la razón que sea, no se moleste en volver!. - Y luego colgó.
Paula sintió que caía en un abismo. De pronto llegó al límite. Sintió como si tiraran de ella para alejarla de Felipe y de  lo que él necesitaba, de las cosas que tenía que hacer para mantenerlo; sus padres la llamaban y la hostigaban para que volviera a casa y lo mismo ocurría con Angela, quien se suponía que era su amiga. Se dió cuenta de que estaba perdiendo el control y fue entonces cuando decidió asistir a la consulta del doctor García.
Dejó a su hijo con su vecina y se dirigió a la consulta.
Paula se sintió completamente sola. Una falta más sin importar el motivo y seguro se quedaría sin empleo. ¿ Y entonces qué iba a hacer? ¿Qué haría Felipe? Comenzó a temblar. ¿Y si no lograba conseguir otro trabajo? Perdería el apartamento y ella y su hijo se quedarían en la calle. Tendría que volver con sus padres y aunque no comprendía muy bien por qué esa idea le provocaba una muy amarga decepción.
Paula sintió que el llanto se le agolpaba en la garganta, intentó tranquilizarse o distraerse, pero la constante carga de recriminaciones y miedos ya había cumplido su cometido. Las lágrimas comenzaron a brotar.
Lloró todo el camino hasta el consultorio, con la cara cubierta por ambas manos para acallar sus gemidos. Aunque sabía que la gente debía estar mirándola.
En ese momento esperaba en la estación después de su cita con el doctor García y sentía la limpia calidez que sigue al llanto casi como si hubiera eliminado la tristeza para dejar sitio a algo más. Tenía unos minutos antes de que llegara el tren, así que se sentó y rebuscó en su bolso hasta encontrar el cuaderno de dibujo y el lápiz que siempre llevaba consigo, pero que por alguna razón nunca utilizaba.
Lo abrió e hizo unos cuantos trazos para capturar la imagen del rostro del doctor García. Al terminar alzó el boceto, entrecerró los ojos y después sonrío. Era él, sí era él. Volvió a sonreír y guardó el cuaderno y el lápiz, el tren se aproximaba. Aspiró profundo y volvió a colocar la mano sobre la boca del estómago como si quisiera comprobar que la sensación de consuelo seguía ahí. Ansiaba que fuera Jueves.

El Simulador: Capítulo 2

- Sofía: ¿Qué diablos fue lo que ocurrió allí dentro? - exigió saber una hora más tarde, cuando Paula Chaves ya se había marchado -. Esa chica pasó a mi lado como si yo no existiera.
- Pedro: estaba muy alterada - la defendió tomando partido por Paula-. Tenía muchas cosas en la cabeza.
- Sofía: ¿Y tú quién te crees? ¿La doctora Laura, la psicóloga del programa de radio?.
- Pedro: (frotándose la frente) para nada.
- Sofía: ¿Qué hiciste? ¿Escuchaste toda su historia?.
- Pedro: en esencia, sí.
Sofía se puso de pie, tomó sus cosas y se volvió a mirarlo con el entrecejo fruncido al notar que él no la seguía.
- Sofía: ¿Qué estás haciendo?.
Pedro  abría cada uno de los cajones del escritorio de la secretaria buscando la libreta de citas. Encendió el ordenador y lo observó mientras se iniciaba y corría un programa antivirus.
- Sofía: repito, ¿Qué estás haciendo?.
- Pedro: busco la dirección o el número de teléfono de Paula Chaves.
- Sofía: ¿Para qué?.
- Pedro: necesito llamarla
- Sofía: ¿Por qué?
- Pedro: porque necesito aclarar algo-
Él frunció el entrecejo. El ordenador de García no tenía la misma configuración que el suyo. Hizo algunas pruebas con el equipo durante un minuto y trató de no hacer caso a las preguntas de Sofía.
- Sofía: ¿Aclarar qué? - la voz de ella se hizo más aguda y cuando Pedro levantó la mirada vio que el rostro tenía una expresión que presagiaba tormenta.
- Pedro (suspirando): hubo una ligera confusión, cree que soy García.
- Sofía: ¿No le has dicho que el doctor no estaba? - el tono de voz de Sofía le pareció peligrosamente sereno.
- Pedro:  (con los ojos clavados en el ordenador): lo haré.
- Sofía: ¿Y si no encuentras el número?
- Pedro (encogiéndose de hombros): en el peor de los casos, tendré que verla aquí en su siguiente cita, el jueves, y decírselo, sin embargo, espero no llegar a eso. Tiene que estar por aquí en alguna parte.
Por fin Pedro pensó en la solución obvia y buscó en la guía telefónica, pero no encontró a ninguna Paula Chaves en el área de la bahía. Antes de que por fin se dieran por vencidos, él y Paloma habían revisado cada centímetro del consultorio de García sin encontrar información alguna relacionada con Paula Chaves, era como si el doctor no supiera de su existencia.
En el último momento, cuando estaban a punto de marcharse, a Pedro se le ocurrió tomar de una repisa detrás del escritorio el libro de García titulado, "Arregle su vida en veintiún días".
- Sofía: nada de esto habría pasado si yo hubiera podido hablar con ella antes que tú
 El rostro de Sofía se acercaba de manera amenazadora a la cara de Pedro desde el asiento del pasajero de la camioneta Ford.
Mientras dirigía el vehículo comprendió que su socia y amiga tenía razón. Sintió un ligero estremecimiento al pensar en la red de mentiras que había tejido. Sin embargo, a pesar del problema en que se hallaba, tuvo que admitir que no se sentía tan molesto porque Paloma no hubiera sido la primera en hablar con Paula.
- Sofía: cree que eres el doctor García.
- Pedro: sí, ya lo sé - podía oír como cada palabra de su frase parecía cortar el ambiente al entrar en su conciencia.
- Sofía: ¿Y no te comentó nada sobre tu ropa?
- Pedro: le expliqué que era mi día de ropa informal.
Se hizo un breve silencio y luego Paloma soltó una carcajada ronca y sonora.
- Sofía: ¡Dios bendito!. ¡Vaya, vaya, vaya!. ¿Y por qué no le dijiste la verdad?
- Pedro: no lo sé. Simplemente no pude, me pareció tan ... digna de lástima. Tuve la impresión de que ella pensaba que yo era su última esperanza.
- Sofía: pero se va a enterar de la verdad dentro de tres semanas cuando García regrese.
- Pedro: ya habrán terminado sus sesiones para entonces.
- Sofía (sarcástica): ¿Ah,si?, lo olvidaba, está siguiendo el "Arreglo de vida en veintiún días" - (poniéndose seria) Si hoy te pareció digna de lástima, ya verás cuando descubra que no eres psicólogo. Esta chica podría estar sufriendo graves problemas. Dime que no vas a seguir con esto durante tres semanas.
Pedro no desvió la mirada del camino, cuando Sofía se alteraba mejor era no hacerle caso. Se detuvo en el estacionamiento de la constructora Alfonso- Martínez  y apagó la camioneta. Sofía permaneció sentada sin bajar del vehículo.
- Sofía: prométeme que no lo harás.
Él se giró y la miró. Luego negó con la cabeza.
- Pedro: no lo haré.

El Simulador: Capítulo 1

- Sofía: Pedro, a mí sólo explícame una cosa.
Sofía Martínez observaba con atención los planos que había trazado para la reconstrucción del consultorio del doctor Gabriel García. Se veía como si el escritorio de la secretaria de García fuera suyo.
- Sofía: ¿Qué diablos va a hacer un psicólogo con una bañera de agua caliente de este tamaño en mitad del consultorio?.
- Pedro (encogiéndose de hombros): nuestro trabajo no es hacer preguntas - comentó y entró en el consultorio del doctor para terminar de tomar las medidas-. Tal vez le agrada el concepto de espacios abiertos.
- Sofía: ajá.
A Pedro también le resultaba un poco extraño, pero por lo que su cliente Bob Metzger le había contado, este tipo siempre daba con un nuevo modo de desplumar a la gente y su más reciente proyecto era una especie de terapia de renacimiento en la que uno se metía en una bañera con agua caliente y fingía nacer otra vez.
Pedro movió de un lado a otro la cabeza, incrédulo ante la idea de que las personas pagaran por algo así. Siguió midiendo la habitación que en una semana más ya no existiría, cuando se pusiera en marcha el plan del doctor.
La cinta métrica Stanley de Pedro rebobinó sus ocho metros de extensión y él se inclinó para anotar la última medida en un cuaderno de espiral.
La puerta del consultorio se abrió. Alzó la mirada pensando que sería Sofía, pero no fue ella a la que vio entrar por la puerta, sino a una mujer bellísima que de un rápido vistazo noto que había estado llorando mucho y hacía muy poco. Le salpicaban el rostro unas manchas encarnadas que se extendían por el cuello y hasta el pecho y tenía la nariz de un rojo brillante.
Pedro dejó caer la cinta métrica en la silla detrás del escritorio del doctor García, al lado de su gorra raída azul de la Constructora Alfonso- Martínez. Sofía estaba de pie en la entrada, detrás de la mujer, con los brazos cruzados sobre el pecho y una expresión entre divertida y recelosa. Después de un segundo o dos, la llorosa mujer balbuceó.
- Paula: me llamo Paula Chaves. Vine para el arreglo de vida en veintiún días-.
Caminó hasta el pequeño sofá del doctor García. Miró al asiento y luego a Pedro y él entendió que esperaba que la invitara a sentarse.
- Pedro (haciendo un ademán para que se sentara): por favor
- Paula: gracias
Respondió en tono amable pero con actitud nerviosa, al tiempo que tomaba asiento. Tardó uno o dos segundos y parecía estar preparándose para decir algo. Pedro vió cómo se le transformó la cara de tensa a compungida y luego comenzó a llorar de nuevo.
- Paula: Ya no puedo seguir así
Sofía hacía señas y pronunciaba palabras sin sonido que Pedro no alcanzó a descifrar; él mismo le hizo una señal para que se acercara y hablara con la mujer, pero ella le hizo adiós con la mano y volvió a la sala de espera, dejándole solo.
Pedro se sintió como un tonto de pie, así que tomó una silla de un rincón y la acercó al sofá. Se colocó frente a la llorosa joven, pero no podía verle muy bien la cara porque la había apoyado sobre las rodillas y se abrazaba a las piernas y sus hombros se sacudían con fuerza de sus desgarradores sollozos.
Pedro tuvo miedo de tocarla, así que únicamente apoyó los codos sobre las rodillas, se inclinó hacia el frente y esperó a que terminara. El corazón le latía con fuerza a causa de todos los sentimientos que flotaban en el ambiente. Pero eso fue sólo el principio, como cosa extraña, después de un  rato se olvidó de su propia incomodidad y en algún recoveco de su pecho comenzó a sentir lástima de que una persona tan joven y hermosa tuviera que soportar una carga tan pesada que la hubiera llevado hasta ese estado. Por fin, después de algo que le pareció una eternidad, los sollozos disminuyeron. Paula Chaves levantó el rostro bañado en lágrimas, sacó un pañuelo desechable, se limpió los ojos y se sonó la nariz. Pedro cambió de postura en la silla.
- Paula: lo lamento
- Pedro: no tiene por qué disculparse.
Ella se enderezó y él hizo lo mismo, pero ninguno habló. Pedro pensó que después de liberar toda esa tensión, Paula debía ser la primera en hablar  y lo hizo por fin; al principio titubeó, pero luego cobró fuerza y velocidad conforme proseguía. Pedro se retrepó en su silla y la escuchó.
No le pareció el momento más apropiado para sacar a Paula de su error de haberlo confundido con el doctor García, pero conforme el relato se extendía Pedro comenzó a sentirse muy incómodo. Unas cuantas veces ella se detuvo y él abrió la boca para confesarle lo ocurrido, pero tardó mucho en encontrar las palabras adecuadas y en cada ocasión, antes de que pudiera decir algo, ella retomaba su historia o volvía a derramar lágrimas.
Pedro notó que Paula tenía lo que su madre hubiera llamado un rostro dulce... después de que ella se tranquilizase un poco y él pudiera echarle un vistazo a su estado virginal, por así decirlo, puesto que ella tenía un hijo. No era casada, sólo tenía un hijo. Le contó eso además de muchas otras cosas, hechos y revelaciones que se sucedían con tanta rapidez que él no alcanzaba a catalogarlos ni cuestionarlos. Mientras seguía aquel caudal de palabras se preguntó cuánto tiempo habría pasado desde la última vez que alguien la había escuchado.
En un momento ella guardó silencio y miró los zapatos de Pedro.
- Paula: ¿por qué tiene puestas botas con punta de acero? -
Le preguntó llanamente, con una candidez tal que Pedro habría apostado que era la causante directa de algunos de sus problemas. Se le ocurrió entonces que ella estaba confiando en él y sintió una punzada que le hizo comprender que ése sería el mejor momento para decirle que era Pedro Alfonso y no el doctor Gabriel García. Sin embargo, se oyó respondiendo otra cosa.
- Pedro: es día de ropa informal - contestó después de un instante de titubeo y luego se dio cuenta de que había desperdiciado la oportunidad de sacarla de su error.
- Paula: pensé que el día de ropa informal era el viernes. ( ese día era martes).
Pedro no pudo idear una buena respuesta a eso, así que sólo se encogió de hombros y agregó otra mentira más.
- Pedro: tenía que hacer un poco de trabajo en el consultorio - aseguró con el rostro encendido.
Paula Chaves hizo una pausa, asintió y continuó hablando.

viernes, 27 de marzo de 2015

El Simulador: Sinopsis



Pedro era un constructor, no un psicólogo; sin embargo, algo ocurrió en su interior al escuchar el triste relato de la joven que tenía enfrente. Decidió que la ayudaría, asegurándose de que nada la hiciera llorar así otra vez.

Sólo que las cosas se le fueron las manos y terminó enamorándose de ella.

¿Cuando ella descubra su engaño qué pasará con él? ¿Podrá  perdonarlo y lo aceptará en su vida? ¿O lo odiará por ello?

Un Extraño Amor: Capítulo 30

–No la necesitamos –dijo ella.
–¿Estás segura que no te resultará más excitante con ella?
–Tú eres suficientemente excitante para mí, Pedro. Tal como eres.
Él sonrió y la felicidad que Paula vió  en su rostro la hizo sentirse feliz también a ella.
–Además –continuó diciendo–, nadie nos obliga a olvidarnos de Monsieur Enmascarado para siempre; podría volver en otro momento, si nos apetece. Pero hay algo de nuestro amigo que no quiero perder.
–¿El qué?
–El beso francés, por supuesto –dijo con falso acento francés y después se echó a reír.
–¿Te refieres a esto? –Pedro se apoderó de sus labios y exploró su boca con la lengua.
–Mmmm.
La llevó hasta la pared, donde le apoyó la espalda mientras seguía besándola y encendiendo su cuerpo con cada movimiento de la lengua. El brillo travieso de sus ojos hizo que Paula pensara en lo paradójico que era aquel hombre. Científico. Stripper. No importaba lo que fuera, de cualquier modo era misterioso y digno de confianza, todo en el mismo paquete.
Pedro le agarró la pierna suavemente y se la levantó para poder sumergir los dedos de nuevo en el centro de su ser.
–Estás húmeda y caliente –gruñó con placer–. Estoy loco por tí, Paula Chaves. Te amo.
–Yo a tí también te amo, Pedro. Ahora tómame si no quieres que grite.
Obedeció de inmediato. La llenó con su virilidad, sumergiéndose en ella con la intensidad que ella deseaba. Sus movimientos eran fuertes y enérgicos, pero la expresión de su rostro era dulce y cariñosa. Paula gritó de placer y dejó que su alma se elevara hasta el infinito.
Después quedaron rendidos sobre la alfombra.
–¿Qué es lo que más te gusta del viejo Pedro? –le preguntó unos minutos más tarde, cuando habían conseguido recuperar el aliento.
–¿Qué ocurre? ¿Te sientes inseguro?
–Regálame los oídos.
–Además de tu inteligencia, tu amabilidad, tu amor secreto por la aventura y que estuvieras dispuesto a hacer cualquier cosa por ganarte el corazón de la mujer a la que amas, ¿quieres que te diga algo más?
–Sí –dijo con una sonrisa–. Dime algo más.
–Está bien. Lo que más me gusta es tu trasero.
–Lo imaginaba. Sólo me quieres por mi cuerpo.
Paula soltó una sincera carcajada.
Mientras la estrechaba con fuerza en sus brazos, Pedro comenzó a tararear Je ne regrette rien.


FIN

Un Extraño Amor: Capítulo 29

–Maldita sea, Paula –dijo agarrándola por los hombros–. Yo no soy así. No sé con qué otros hombres habrás estado, pero cuando yo me comprometo, lo hago de verdad. Yo te amo y si en el futuro decidimos que queremos tener hijos, podríamos adoptar.
–Pero no es lo mismo que tener un hijo propio.
–No, es mejor –replicó él–. ¿Sabías que yo soy adoptado? Mis padres adoptivos me dieron todo el amor del mundo… –tenía la voz entrecortada y los ojos llenos de lágrimas.
–Pedro –no sabía qué decir.
–Te quiero, Paula Chaves. Si no puedes aceptarlo, si dejas que el miedo se interponga entre nosotros, lo sentiré mucho por los dos porque habría sido maravilloso.
Y, sin decir nada más, se vistió y salió del apartamento.
Paula intentó dormir, pero no pudo.
Pedro la quería.
El dulce Pedro del que había intentado no enamorarse porque creía que merecía algo más de lo que ella podía darle.
Pedro la amaba.
La amaba tanto que había ocultado su verdadera identidad para darle lo que deseaba en secreto.
¿Cómo podía tener miedo de amar a un hombre así?
Paula  retiró las sábanas de la cama y agarró el teléfono. Al oír la voz de Pedro,  respiró hondo y susurró:
–Yo también te quiero, ahora mueve ese bonito trasero y ven aquí.

Cinco minutos más tarde, Pedro estaba de pie en la puerta de su dormitorio. Una sola mirada y empezaron a desnudarse el uno al otro con cariño e impaciencia.
Paula le quitó la camisa y le desabrochó el pantalón mientras Pedro deslizaba el camisón por su cuerpo hasta dejarlo caer al suelo. Ya sin pantalones, la espléndida erección de Pedro fue suficiente para que Paula se quitara la última prenda, las braguitas.
Se quedaron inmóviles mirándose el uno al otro.
Entonces él agarró la máscara que había dejado en la mesilla de Paula, pero ella se la quitó.

jueves, 26 de marzo de 2015

Un Extraño Amor: Capítulo 28

Le acarició la mejilla muy despacio.
–Eres tú.
–Siempre he sido yo, Paula, desde el momento que te ví por primera vez –dijo él–. Y mira cómo he acabado por tu culpa. Mintiendo y engañándote.
–Pedro –susurró ella con un suspiro. No podía ser él. Había vivido su aventura más salvaje con el hombre que más deseaba evitar–. Lo siento.
–Nada de arrepentirse, ¿recuerdas? –su sonrisa era dulce y tierna.
–Pero yo no puedo amarte –dijo entonces con el corazón roto–. No puedo asegurarte que haya un felices para siempre.
–¿Por qué? ¿Porque tuviste cáncer?
Paula asintió.
–Por haber estado enferma, ¿ya no mereces amar?
Las lágrimas le caían de los ojos sin que ella pudiera hacer nada para evitarlo.
–No puedo dejar que me ames. ¿Y si muriera?
–¿Y si muriera yo? Paula, en esta vida no hay garantías. Sólo tenemos el presente y tú estás dispuesta a renunciar a nuestro futuro porque tienes miedo de morir. ¿Es eso lo que quieres?
–Pero hay algo más.
–Zaira me lo ha contado todo. Sé que no puedes tener hijos.
–¿Cómo es posible que alguien como tú pueda querer a una chica sin educación que ni siquiera podrá darle hijos? –Paula seguía llorando y enjugándose los ojos con la mano.
–¿Por qué tú no puedes aceptar que sé lo que quiero? Paula, no me importa tu educación o si puedes tener hijos, lo único que me importa es que sé que eres todo lo que quiero y que esas cosas son parte de tí, son lo que te hacen ser quien eres.
Dios, ¡deseaba tanto poder creerlo! Deseaba echarse en sus brazos y aceptar su amor.
–Podrías cambiar de opinión en el futuro cuando decidas que quieres tener hijos, pero entonces estarías atrapado con una esposa estéril. O, peor aún, me dejarías por otra.
La rabia se reflejó en sus ojos. Paula nunca lo había visto tan enfadado.