Paula estaba un poco enfadada, pero al ver a Pedro tan sonriente bailando con todo el mundo, le dieron ganas de perdonarlo. Los músicos tocaron una polca y él la bailó con la señora Polcyk, mientras que un invitado sacó a Paula. Después la banda anunció un descanso y todo el mundo fue a tomar algo. Ella abrió una botella de agua mientras buscaba con la mirada a Pedro entre la gente, pero no estaba. Se había ido. Se dió cuenta de que había luz en los establos y se preguntó si habría ido a comprobar que los caballos estaban bien. De repente se sintió sola, en realidad no conocía a nadie y le entraron ganas de ir a ver a los caballos. Ellos nunca la habían fallado. Cuando estuvo junto a la puerta, se sorprendió al oír unos sollozos. Se asomó y vió que Pedro estaba abrazando a una chica.
—Todo irá bien, Ludmi. Es un buen chico. Los dos son buenos. Pero la historia no ha funcionado —le decía calmadamente.
—Pero yo lo quiero —contestó la chiquilla entrecortadamente.
—Lo sé.
La chica no tenía más de diecisiete años y Pedro le estaba ofreciendo un hombro donde llorar. Paula suspiró. Ojalá ella hubiera tenido alguien que la escuchara de esa manera cuando había sido adolescente. Él alzó la vista al escuchar el suspiro. Se puso en tensión y la chica se giró para ver qué pasaba.
—Lo siento. No quería interrumpir —aclaró Paula.
—No pasa nada —contestó la chica mirando al suelo. Estaba avergonzada.
—Pau, ella es Ludmila —dijo Pedro abrazando aún a la chica en un gesto protector.
—Hola, Ludmila. Soy Pau —añadió tendiéndole la mano.
Estaba impresionada por la actitud de Pedro. Era como un padre o un hermano mayor, figuras de las que ella había carecido. No pudo evitar pensar que él iba a ser muy buen padre. La música comenzó a sonar de nuevo.
—¿Has venido con Ezequiel? —le preguntó Pedro a Ludmila, quien asintió—. Pero tu padre y tu madre están también aquí y te pueden llevar a casa —la chica volvió a asentir.
Pedro miró a Paula como pidiéndole ayuda, no sabía qué más decir para consolarla.
—Bueno, Ludmil, no puedes volver al baile así, ¿Verdad? Sube conmigo a casa y yo te ayudaré a arreglarte —propuso Paula.
—¿De verdad?
—Claro. Bajamos en un rato —añadió mirando a Brody.
—Gracias, Pauli —repuso él agradecido.
Paula se volvió a estremecer al oír ese apelativo. Salió con la joven y agradeció la fresca brisa nocturna. Media hora después estuvieron de regreso en la fiesta. Ludmila se había tranquilizado y se había puesto una buena capa de maquillaje. Ella tenía muchas ganas de volver a ver a Pedro. Quizás pudiera volver a bailar con él, la fiesta estaba en pleno apogeo. Se estuvieron mirando mientras ambos bailaban las diferentes canciones con distintas parejas. Hasta que anunciaron el «Baile del granero» y se formó una fila de hombres y una de mujeres. Una pareja mostró los pasos a los novatos y Paula no tardó en pillarlos. Un hombre mayor y sonriente fue su primera pareja, después pasó por un par de parejas más. Hasta que le tocó el turno a Pedro. Ninguno de los dos sonrió. Él tomo su mano y ella sintió una oleada de calor. No sabía cómo decirle lo que estaba pensando sin que sonara ridículo.
—Gracias por acompañar a Ludmila —dijo Pedro cuando la canción estaba a punto de terminar.
—No ha sido nada —repuso ella. Sus talones se rozaron, después las rodillas. Iba a llegar el momento de cambiar de nuevo de pareja y Paula tenía que decírselo—. Has sido muy bueno con ella, Pedro.
La mirada de él se clavó en los ojos de Paula. Aquellos ojos oscuros e imantados, sin embargo el baile los obligó a separarse. Pasó otra media hora más. La música cada vez era más rápida y las risas más altas. La banda paró de repente y los músicos llamaron a Brody al escenario.
—Te habías pensado que podías escapar toda la noche, pero ha llegado el momento de que nos amenices con una canción. Alfonso, sube ahora mismo al escenario.
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