jueves, 21 de noviembre de 2024

Prisionera De Tu Amor: Capitulo 4

 –Él no robó el dinero. No fue culpa suya. Lo hackearon. De alguna manera, alguien intervino la cuenta del vendedor y Gonzalo les envió el dinero, creyendo que iba dirigido al sitio correcto.


El rostro de Alfonso parecía esculpido en granito.


–Si eso es cierto, ¿Por qué no está él aquí para defenderse?


Paula se obligó a no derrumbarse delante de aquel hombre tan intimidatorio.


–Le dijiste que lo harías arrestar. Pensó que no tenía elección.


Entonces, Paula recordó las palabras llenas de ansiedad de su hermano: «Pau, no sabes de lo que es capaz ese hombre. Despidió a uno de los mozos en el acto el otro día. Para él, todo el mundo es culpable. Me hará pedazos. Nunca volveré a trabajar en la profesión…». Alfonso apretó los labios.


–El hecho de que haya escapado después de esa conversación telefónica solo le hace parecer más culpable.


Paula iba a salir de nuevo en defensa de su hermano, pero se tragó las palabras. No tenía sentido explicarle a ese hombre que su hermano ya había tenido problemas con la ley cuando había pasado por una fase adolescente demasiado rebelde. Gonzalo se había esforzado mucho para pasar página, pero le habían dicho que si volvía a romper la ley, iría directo a la cárcel por sus antecedentes. Esa era la razón por la que había entrado en pánico y se había escondido.  Pedro observó a la mujer que tenía delante. No comprendía por qué seguía intentado dialogar con ella. Pero su vehemencia y su claro deseo de proteger a su hermano a toda costa lo intrigaban. En su experiencia, la lealtad era un mito. Todo el mundo actuaba solo de acuerdo a sus propios intereses. De pronto, se le ocurrió algo y maldijo para sus adentros. Había estado demasiado distraído por aquella cascada de pelo rojizo y aquella esbelta figura.


–¿Quizá tú también estás implicada? Igual solo querías conseguir el portátil para asegurarte de destruir las pruebas.


Paula sintió que le temblaban las piernas.


–Claro que no. Solo he venido porque Gonzalo… –comenzó a explicar ella y se interrumpió, no queriendo inculpar todavía más a su hermano.


–¿Qué? –inquirió él–. ¿Por que Gonzalo es demasiado cobarde? ¿O porque ya no está en el país? 


Paula se mordió el labio. Gonzalo había volado a Estados Unidos para esconderse con su hermano gemelo, Marcos. Ella le había rogado que volviera, tratando de convencerle de que Alfonso no podía ser un ogro.


–Nadie se atreve a meterse con Alfonso. No me sorprendería que tuviera antecedentes penales… –le había respondido su hermano entonces.


Durante un momento, Paula se sintió mareada. Un escalofrío la recorrió. ¿Y qué pasaría si Gonzalo fuera realmente culpable? Al instante, se reprendió a sí misma por siquiera dudar de la inocencia de su hermano. Ese hombre la estaba haciendo dudar de sí misma. Ella sabía que Gonzalo nunca haría algo así, de ninguna manera.


–Mira. Gonzalo es inocente. Estoy de acuerdo contigo en que hizo mal en salir corriendo, pero eso ya está hecho –le espetó ella con voz firme. Mentalmente, se disculpó con su hermano por lo que iba a decir a continuación–. Tiene la costumbre de salir huyendo cuando hay problemas. ¡Se marchó durante una semana entera después del funeral de nuestra madre!


Alfonso se quedó pensativo un momento.


–He oído que los irlandeses tienen la costumbre de engatusar al contrario con palabras para salir airosos de sus errores, pero eso no funcionará conmigo, señorita Chaves.


–No intento salir airosa de ningún error –replicó ella, furiosa–. Solo quería ayudar a mi hermano. Él dice que puede demostrar su inocencia con el portátil.


Alfonso tomó en sus manos el ordenador plateado y lo levantó.


–Hemos revisado el portátil a fondo y no hay pruebas que apoyen la defensa de tu hermano. No le has hecho ningún favor al venir aquí. Ahora parece más culpable todavía y lo más probable es que te hayas implicado tú misma.


Pedro contempló cómo ella se quedaba pálida. Le resultaba intrigante esa mujer incapaz de mantener ocultas sus emociones. Aun así, no podía creer que fuera inocente.


Paula estaba a punto de perder toda esperanza. Alfonso era tan inconmovible como una roca. Él dejó el portátil y se cruzó de brazos de nuevo, apoyándose en el escritorio que tenía detrás. Parecía un hombre peligroso, sin lugar a dudas, pensó ella. Aunque no se trataba de un peligro físico, sino de algo más personal, algo relacionado con la forma en que se le aceleraba el corazón al mirarlo. 

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