—La vida está para vivirla y estos zapatos fueron fabricados para bailar. Llevan guardados demasiado tiempo. La madre de Pedro tenía el pie más grande y su ex esposa…
—Se refiere a Karen —dijo Paula al ver que no terminaba la frase.
—Pedro me ha dicho que ya lo sabes.
—¿Cómo era?
La señora Polcyk sonrió, pero no con alegría. Sacó los zapatos de la caja y se los dió a Paula con firmeza.
—No se merecía ni una mirada de este chico, ésa es la verdad. Altiva y todos los días exigiéndole que construyera la casa nueva.
—Eso me ha contado.
—Era guapa, eso tengo que reconocerlo. Pero demasiado guapa para estar aquí. Te aseguro que no se hubiera puesto unos zapatos usados —miró a Paula a los ojos—. Más le valdría tener a su lado a una mujer con los pies en la tierra.
Paula contuvo una carcajada. Era obvio lo que le estaba queriendo decir. Pedro y ella hacían buena pareja, a pesar de que nunca fueran a formar una. Marazur la esperaba. Miguel estaba empeñado en ofrecerle las mismas comodidades que tenían sus otros dos hijos, Rafael y Julián. La señora Polcyk le dio un golpecito en la rodilla y se puso en pie.
—Ponte esos zapatos y baja cuando estés lista. Los invitados debende estar a punto de llegar y quiero que estés para dar la bienvenida.
Cuando se marchó el ama de llaves, se puso los zapatos y se volvió a mirar al espejo. La mayoría de las chicas deseaban ser una princesa, pero aquella noche Paula quería ser una chica normal y corriente con ganas de bailar. Se quitó las horquillas; sabía que a Pedro le gustaba más con el pelo suelto. Pedro y la señora Polcyk tenían razón. La vida estaba para vivirla. Tenía que disfrutar del poco tiempo que le quedaba allí. Ya habría momento para enfrentarse a la realidad. Varios coches estaban ya aparcados en la explanada. La gente estaba empezando a llegar sonriente y vestida con ropa que no era de trabajo, pero tampoco formal: Vaqueros nuevos, faldas vaqueras, botas brillantes y por supuesto, sombreros. Paula bajó a la cocina.
—¿Qué puedo hacer, señora Polcyk?
—Ponte esto para no manchar esa falda tan bonita —contestó con una sonrisa entregándole un delantal—. Pedro ya está encendiendo el fuego, solo queda hacer la ensalada. Si no te importa ir rallando el repollo.
—Claro que no.
—Te cuidado con los nudillos —le advirtió la cocinera.
Paula sonrió.
—¿Se da cuenta de que hoy en día puede comprar el repollo ya rallado y envasado en unas estupendas bolsas?
—Entonces no tendría ninguna gracia. Además no está fresco — comentó mientras preparaba una mezcla de vinagre y mayonesa.
—¿Y hace usted también el aliño?
—Por supuesto.
Justo cuando estaba contándole su receta secreta, Pedro entró por la puerta. Había un brillo especial en su mirada.
—Bueno, bueno. Aquí tenemos a nuestra princesa en delantal —dijo burlándose de Paula.
Ella se quedó paralizada. Ya sabía por qué la llamaba así y le hacía aún más daño. Ralló con más fuerza el repollo y el rallador le chocó con los nudillos.
—¡Oh! —soltó antes de llevarse el nudillo a la boca.
Pedro dió un paso adelante.
—Te dije que tuvieras cuidado —recordó la señora Polcyk.
Pedro tomó la mano de Paula y la examinó.
—Parece que va a haber un trocito de tí en la ensalada.
—Cállate —murmuró e intentó soltase, pero él la estaba sosteniendo con fuerza.
—Necesitas una tirita.
—Puedo ir a por ella yo sola —replicó.
Pedro no pudo contener una fuerte carcajada.
—Señorita Pau, pareces una niña de diez años cada vez que pones esa boquita, estás haciendo pucheros.
Paula se contuvo para no soltarle una patada.
—Lárgate y deja de distraerme. No resultas de mucha ayuda si te limitas a quedarte ahí de pie metiéndote conmigo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario