Una cosa estaba clara. No iba a dejar que la intrusa se marchara. No confiaba en ella, en absoluto. No pensaba dejarla ir hasta que no recuperara cada céntimo del dinero que le habían robado. Si ella era cómplice, tenerla cerca sería la mejor manera de llegar hasta el ladrón. Cuando se cruzó de brazos, Pedro observó cómo Paula se ponía tensa, como si estuviera preparándose para lo peor. En ese momento, parecía desafiante y vulnerable al mismo tiempo. Sin duda, debía de estar fingiendo, pensó él. No podía dejarse engañar.
–¿Dices que quieres convencerme de que tu hermano es inocente?
Paula se mareó al pensar que Alfonso había interpretado que le estaba ofreciendo su cuerpo, como una especie de… No quería ni pensarlo. Y por supuesto que ese hombre nunca se fijaría en alguien como ella, pero tampoco hacía falta que la humillara.
–Sí –afirmó Paula, levantando la barbilla.
Alfonso la miraba con intensidad. Era imposible adivinar lo que pensaba, se dijo Paula e, instintivamente, se pasó la lengua por los labios. Cuando él siguió el movimiento con la mirada, a ella se le aceleró el pulso. Sus ojos se encontraron de nuevo.
–Muy bien. No vas a irte de mi vista hasta que tu hermano rinda cuentas de sus acciones y yo recupere el dinero.
Ella abrió la boca, pero fue incapaz de pronunciar palabra.
–¿Qué quieres decir con que no voy a irme de tu vista?
–Eso, exactamente. Te has ofrecido a ocupar el lugar de tu hermano y hasta que él vuelva, serás mía, Paula Chaves, y harás lo que yo te mande.
–¿Vas a retenerme como una especie de… Rehén? –preguntó ella, sin poder creerlo.
Él sonrió.
–No. Puedes irte cuando quieras. Pero no conseguirás llegar a tu coche antes de que la policía te alcance. Si quieres que crea que no tienes nada que ver con esto y que tu hermano es inocente, entonces, te quedarás aquí y harás lo que puedas para ser útil.
–¿Cómo sabes que he venido en coche? –quiso saber ella, tratando de calmar el pánico que crecía en su interior.
–Has estado bajo vigilancia nada más que estacionaste ese pedazo de chatarra junto a los muros de mi propiedad.
Paula se sonrojó al pensar que sus pasos habían sido observados desde una sala de cámaras de seguridad.
–No he oído ninguna alarma.
–La seguridad aquí es silenciosa y de última tecnología. Las luces y las sirenas asustarían a los caballos.
Claro. Nadim había insistido en instalar un sistema similar de seguridad en su propia granja, recordó ella. Trató de pensar en alguna manera de no tener que pasarse un tiempo indefinido bajo las órdenes de ese hombre, aunque ella misma se lo había ofrecido.
–Soy jockey y trabajo en la granja familiar. No puedo dejar mis obligaciones como si cualquier cosa.
Alfonso le recorrió el cuerpo con la mirada antes de contestar.
–¿Jockey? Entonces, ¿Cómo es que no he oído hablar de tí?
–No he participado en muchas carreras todavía –contestó ella, sonrojada.
Había ido a la universidad y se había licenciado, por eso, había estado unos años fuera del mundo de las carreras. Aunque no tenía por qué explicarle eso a Alfonso.
–Sí, claro. Ser jockey es un trabajo duro. Tú tienes aspecto de ser frágil y consentida. No te imagino levantándote al amanecer y pasando un día entero de duro entrenamiento, como hacen la mayoría de los jockeys. Tus bonitas manos se te ensuciarían demasiado rápido.
Ella escondió las manos detrás de la espalda, consciente de que no tenían nada de bonito. Sin embargo, no quiso mostrárselas a Alfonso, ni siquiera en su propia defensa. Todavía seguía pensando en la forma en que él le había dicho que no era su tipo. Lo injusto de su ataque la había dejado sin palabras. Su familia había trabajado siempre duro en la granja. Se habían levantado antes de la salida del sol todos los días de la semana, sin importar el tiempo que hiciera. Nunca habían llevado una vida cómoda y lujosa. Ni siquiera cuando Nadim había invertido una gran suma en el negocio familiar.
–¿Y para quién montas?
–Para los establos de la familia, Chaves –repuso ella, tratando de sonar tranquila–. Estoy acostumbrada a trabajar y, lo creas o no, llevo preparándome para ser jockey desde que era adolescente. Solo porque sea mujer…
Él levantó una mano, para interrumpirla.
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