jueves, 28 de noviembre de 2024

Prisionera De Tu Amor: Capítulo 10

Pero, por mucho que le gustara provocar a la flor y nata con su actitud arrogante, ansiaba tener su respeto. Quería que lo aceptaran por lo que había conseguido armado solo con su talento innato y mucho trabajo duro. Lo último que necesitaba era que se esparcieran más rumores, sobre todo, el de que Pedro Alfonso no sabía controlar a sus propios empleados. No quería que la gente dijera que había sido tan estúpido como para dejar que le quitaran un millón de euros delante de sus narices. Furioso consigo mismo, recordó cómo el entusiasmo contagioso de Gonzalo y su aparente ingenuidad le habían resultado atractivos. Debería haber sabido que no era más que un vulgar ladrón. De pronto, volvió a escuchar el sonido de una risa y se puso tenso. La adrenalina se mezclaba en sus venas con algo más ambiguo y caliente. Paula Chaves tenía que pagar por su hermano y eso era todo, se dijo a sí mismo. Cuanto antes le recordara a ella cuál era su lugar y lo que había en juego, mucho mejor.


–¿Con quién estabas hablando?


Paula se puso tensa al escuchar aquella profunda voz a sus espaldas. Se giró despacio, preparada para toparse con Alfonso por primera vez, desde la noche que la había sorprendido en su propiedad. Parpadeó. El cielo estaba azul y el aire era suave pero, como solo pasaba en Irlanda, una fina niebla envolvía el ambiente y hacía que los hombros y el pelo de Alfonso estuvieran sembrados de diminutas gotas. Le daban el aspecto de estar… Brillando. Tenía las manos en las caderas. Llevaba unos vaqueros gastados ajustados, que marcaban sus fuertes y largas piernas. Sus bíceps era impresionantes, igual que la musculatura que se adivinaba bajo su polo de manga larga y color oscuro. Era imposible tener un aspecto más viril, pensó Paula, sintiendo que su cuerpo subía de temperatura de forma inevitable.


–¿Y bien?


Avergonzada, ella se dió cuenta de que se había quedado mirándolo embobada. Tragó saliva.


–Solo estaba hablando con uno de los mozos.


–Eres consciente de que no estás aquí para hacer amigos, ¿Verdad? El establo tiene que estar limpio antes de la hora de comer. Y no se te ocurra distraer a mis empleados –le espetó él, furioso.


Entonces, se marchó, dejándola perpleja, no solo por la brusca reprimenda, sino por cómo se le iban los ojos detrás de su figura, sus anchas espaldas, sus glúteos masculinos y bien moldeados. Furiosa consigo misma por su estúpido interés en él, tomó la escoba y siguió con su tarea. Al día siguiente, cuando estaba haciendo su visita acostumbrada a los establos, a Pedro le extraño no verla por ninguna parte. Casi cuando iba a marcharse, en la última de las cuadras de la hípica, le pareció oír una voz de mujer.


–Eres muy guapo, lo sabes, ¿Verdad? Claro que sí. Anda, toma, precioso.


El joven caballo meneó la cabeza, feliz, y tomó la zanahoria que Nessa le ofrecía. Ella sabía que no le estaba permitido rondar la zona de la hípica donde residían los más caros pura sangre, pero no había podido resistirse a la tentación.


–Te está prohibido el acceso a esta zona.


El instante de paz del que Paula había estado disfrutando se desvaneció al momento. Cuando se giró, vió que Pedro estaba mirándola desde la puerta con los brazos cruzados y el ceño fruncido.


–¿Qué le estás dando a Pegaso? –inquirió él, acercándose con dos grandes zancadas.


–Es solo una zanahoria –repuso ella, apartando la mano con el vegetal.


–Nadie puede dar de comer a mis caballos, si no es bajo supervisión.


–¡Es solo una zanahoria! –repitió ella.


–Una zanahoria puede contener veneno o esteroides.


–¿Crees que soy capaz de hacerle daño a un caballo? –preguntó ella, quedándose helada.


–Que yo sepa, podrías ser cómplice de un robo. Y ahora te encuentro con el caballo que compré a Luca Corretti. Es sospechoso, ¿No te parece?


El caballo relinchó y Pedro le acarició la cabeza con suavidad, susurrándole suaves palabras en francés. Sin poder evitarlo, ella se imaginó cómo sería estar en el lugar del animal, sentir su mano recorriéndole el cuerpo, sus dulces palabras en el oído… Al momento, apartó la vista, mortificada, temiendo que él pudiera adivinar sus pensamientos.


–Está agitado desde que llegó. Todavía no se ha adaptado bien –comentó él.

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