—¡Yo nunca he fingido ser lo que no soy! —exclamó él dando un paso al frente.
—Aun así, sigue siendo un secreto. Era algo oculto y doloroso de lo que no querías hablar. Y cuanto más tiempo pasaba sin que hablaras de ello, yo me daba cuenta de lo doloroso que era para ti e intentaba respetar tu derecho a que lo mantuvieras en secreto. Porque yo tenía el mío. Y cuando me hablaste de ella supe que yo nunca podría confesarte quién era en realidad. Ya te habías hecho a la idea de que era como ella.
—No puedo negar que ella también fingió ser quien no era para poder lograr sus propósitos.
—Sí, pero sus motivos eran muy distintos de los míos —replicó dolida, a pesar de que había algo de verdad en las palabras de Pedro. Él se giró—. ¿No crees que hubiera estado bien mencionar que habías estado casado después de haberme llevado a Walter's Butte? ¿Pero por qué ibas a hacerlo? ¿Por qué me llevaste a ese lugar en particular? Sé lo que significa para tu familia. Es algo especial.
—Quería estar contigo, eso es todo. Aunque ahora me doy cuenta de que no sabía con quién estaba en realidad —contestó en un tono amargo.
Paula sintió una punzada en el corazón.
—Y yo me siento fatal. No te creas que no me siento culpable por no haber sido sincera.
—De acuerdo —añadió Pedro fríamente.
Paula se apoyó en la mesa, le temblaban las piernas.
—Tenía que salir de Marazur. Me sentía angustiada y rabiosa. Había demasiadas expectativas sobre mí que yo no había creado. El venir aquí era una oportunidad de ser yo misma otra vez. Y yo quería que tú negociaras conmigo como Pau, no como la hija del rey. No sé lo que hubiera pasado si hubieras sabido mi identidad desde el principio. Probablemente hubieras visto solo la corona y no a la persona que la lleva.
Paula se detuvo y Pedro se quedó callado. Aquello era una buena señal.
—Pero ocurrió algo más —prosiguió ella—. Empezamos a sentirnos atraídos o como quieras llamarlo. Me empecé a sentir como en casa aquí… En el rancho y con la señora Polcyk y contigo. Constantemente me decía a mí misma que no podía crear un vínculo estrecho porque me iba a marchar. Me recordaba que tenía que disfrutar de cada instante porque enseguida regresaría a mi papel de princesa. Y me besaste. Más de una vez. Y me abrazabas como si fuera el tesoro más precioso del mundo. Me hablaste de tu padre y del rancho y me dí cuenta de que estábamos hechos de la misma madera. Sin embargo era consciente de que, si te revelaba quién era, todo lo demás quedaría destruido. Así que mantuve el silencio. Después ya fue demasiado tarde. Habíamos llegado a un punto en el que nunca me comprenderías. Bailaste conmigo bajo las estrellas. ¿Tienes una idea de lo que has supuesto para mí, Pedro? Me hubiera gustado retener ese momento para siempre, ¡a pesar de que la culpa me estuviera carcomiendo por dentro! Así que me dije a mí misma que lo mejor sería hacer las maletas y marcharme para asegurarme de que todo esto quedara en un hermoso recuerdo.
—Pauli…
—No me llames así —soltó cortándole—. No lo puedo soportar. Oh, no puedo, Pedro —suplicó. Las lágrimas brotaron de sus ojos. Se le estaba rompiendo el corazón—. Anoche me abriste tu corazón, pero solo hasta donde yo te dejé. Porque sabía que esto tiene que acabar. Así que deja que acabe. Por favor. Deja que acabe antes de que nos hagamos más daño del que ya nos hemos hecho.
—¿Cómo voy a hacerte daño? —preguntó Pedro con un gesto sombrío. Tenía las manos metidas en los bolsillos—. Si regresas a tu vida.
«Mi vida está aquí», pensó Paula mordiéndose el labio. Pedro no estaba viendo a la mujer que había conocido, sino a la princesa. Ella estaba locamente enamorada, pero era obvio que él no la amaba. Era un hecho.
—Yo no soy una máquina —susurró a punto de derrumbarse—. Tengo sentimientos. Siento cosas por tí. Y me niego a ser como mi madre. Ahora entiendo por qué el amor por Miguel la hizo incapaz de volverse a enamorar. La forma en la que me estás mirando ahora me duele. Marcharme y no volverte a ver también me va a doler. Al menos soy lo suficientemente sincera como para reconocerlo.
—¿Qué se supone que quiere decir eso?
—Da igual porque tú no crees en el amor, así que ¿Qué más da? — preguntó mirándolo a los ojos. Pedro se quedó boquiabierto—. No lo niegas. ¿Puedes por lo menos pronunciar la palabra «Amor»? —preguntó mientras él la miraba con una expresión impenetrable—. Te lo voy a decir todo, mira, desde el principio he sabido que no podías amar. Así que, ¿Para qué iba a estropear lo poco que tenía de tí contándote que me habían otorgado un título que yo ni siquiera quería? Tú eres el que va a regresar a su vida de siempre, no yo. Bueno, quizás tuvieras razón anoche. Quizás haya llegado el momento de buscar lo que quiero y tomar decisiones.
Paula no soportaba más aquella situación. Si aquél iba a ser su adiós, tenía que acabar antes de que perdiera por completo el control. Cuando se quedara sola ya tendría tiempo de desmoronarse. Caminó delante de él y abrió la puerta.
—Si te importo algo, déjame marchar —suplicó.
La mitad de Paula quería que Pedro la dejara escapar del dolor y el resentimiento. Sin embargo, la otra mitad quería que la detuviera y que le dijera que todo era un gran error. Pero él no la detuvo, no la llamó ni agarró su brazo. Conteniendo los sollozos, subió a la habitación, recogió las maletas y las bajó al todoterreno. Se montó en el vehículo y lo puso en marcha sin encender el GPS. No necesitaba ninguna indicación. Sabía escapar de allí perfectamente.
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