Paula no hubiera debido alegrarse, sin embargo, su corazón se llenó de esperanza.
—¿Ocupada?
Deseó que Pedro no fuera tan guapo. Cerró el ordenador y forzó una sonrisa.
—Estaba a punto de utilizar tu conexión a Internet, si es que puedo —respondió.
El sombrero le ocultaba parcialmente el rostro. Paula se irritó porque aquel aspecto lo convertía en un tipo aún más misterioso y atractivo.
—¿No te encuentras bien, princesa? —preguntó zalamero, pero sin moverse del sitio y tapando la puerta.
Paula suspiró exasperada.
—Quería enviarle al rey Miguel las últimas noticias rápidamente. Antes de que se acabe el día —explicó. Si la seguía llamando «Princesa» podía flaquear—. Quiero enviarlo ya por la diferencia horaria. Por lo que veo ya has terminado con las manzanas —soltó ella.
—Shhh. No tienes que morderme. Ya sabes que puedes utilizar el despacho siempre que quieras. Le he dicho a la señora P que bajarás enseguida para echarle una mano. Pero quizás debas esperar a ver si se te pasa el ataque de rabia.
Pedro seguramente no supiera el daño que le estaban causando aquellas palabras. Quizás solo estuviera bromeando, pero tenía razón, había estado desagradable con él sin que se lo mereciera. Pero él desconocía el torrente de emociones que embargaba a Paula. Sentía que podría vivir en aquel rancho, de no haber sido porque para eso tendría que estar con Pedro. Y eso no iba a suceder. Trató de contener las lágrimas para no humillarse delante de él. Ya había llorado bastante en Prairie Rose.
—Eh —dijo Pedro separándose de la pared—. No he querido molestarte. Solo estaba bromeando. ¿Qué te pasa?
Paula se mordió el labio. De ninguna manera iba a reconocer que le costaba marcharse. Se habían besado, pero Pedro se había sabido controlar, había sido fuerte y responsable. Pero… Seguía guardándose secretos. El hecho de que no le hubiera hablado de su ex esposa era un indicativo del dolor que aún albergaba. Ella no podía competir. Quedarse aquel fin de semana era simplemente prolongar lo inevitable.
—Solo estoy cansada e inquieta por volver a casa. No estoy acostumbrada a vivir con la maleta en la mano.
—Estoy seguro de que no —contestó con cierto sarcasmo—. Y también estoy seguro de que, en cuanto llegues, todas tus necesidades serán atendidas mucho mejor que aquí.
—¡No me refiero a eso! —exclamó. En ese momento la cinta que sujetaba al ordenador en su maletín se soltó y el portátil cayó al suelo—. No me estoy quejando de vuestra hospitalidad, que ha sido total —dijo. La mirada de Pedro era fría, así que Paula no se contuvo—. La señora Polcyk se ha encargado de ello.
—Es cierto. Aun así, no puede compararse con el lujo de la casa Navarro, ¿Verdad? —preguntó irritado.
—Ya sabes que no —contestó desconcertada. ¿Qué pretendía? El rancho era un lugar maravilloso, pero era obvio que no tenía nada que ver con un palacio mediterráneo. Estaba molestándola una vez más y, si con ello estaba intentando echarla de allí, estaba a punto de conseguirlo.
—Me apuesto lo que sea a que allí vives como si fueras una princesa, ¿No, Pau?
Se quedó paralizada. Sintió cómo palidecía. Dos días. Solo quedaban dos días y él no podía haber descubierto la verdad. Sería horrible.
—Naturalmente. Su Alteza trata a todo el mundo de forma ecuánime y con gran cortesía—. Apreció la expresión de sorpresa de Pedro. Había respondido a la pregunta como una verdadera princesa. A Paula le flaquearon las fuerzas. Estaba avergonzada, pero no estaba dispuesta a que él la viera tambalearse—. Además el rey Miguel nunca pierde el tiempo en discusiones absurdas —añadió.
—¡Maldita sea, Paula! Estás llevando las cosas demasiado lejos — replicó él entrando en la habitación.
Paula puso los brazos enjarras. El enfado sustituyó a la altivez. ¡Dios, aquel hombre tenía la capacidad de sacarla de quicio!
—¿Qué vas a hacer, Pedro? ¿Vas a besarme? Me da la sensación de que tienes tres marchas: ¡Discutir, besar o ser más frío que el hielo!
Paula se detuvo. Se moría de ganas de besarlo. Miró aquellos labios tan suaves y recordó cómo el contacto con ellos le había erizado la piel. Lo deseaba tanto que casi podía sentirlo contra su boca a pesar de que estuviera a un metro de distancia. No quería discutir más. No quería que Pedro se fuera de su lado. Lo que deseaba era olvidar todas las razones que los separaban y entregarse a sus brazos. Quería sentir su cuerpo, el calor de sus besos en la nuca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario