—Estás enfadado. Lo pillo. Pero enseguida voy a desaparecer de tu vista.
—Espero que no pienses que esa explicación me basta. No después de lo que pasó anoche.
—Lo de anoche no tuvo importancia.
—¿Entonces por qué no me lo dices mirándome a los ojos?
Paula se forzó a mirarlo. Sus palabras eran suaves, pero su mirada era dura. No había escapatoria.
—Soy la princesa Paula de Marazur. Pero es algo accidental porque fundamentalmente soy Pau Chaves, hija de Alejandra Schulz Chaves de Virginia. Eso es lo que he sido toda mi vida hasta que hace unos meses mi madre me confesó quién era mi padre.
—Ya veo —comentó en un tono indescifrable.
—No, Brody, no ves nada. Y sabía que no lo ibas a entender, ése es el motivo por el que no te lo he contado.
—Así que has preferido mentirme. Has fingido ser otra persona.
—¡No! —exclamó poniéndose en pie—. ¿No lo entiendes? Yo sé quién es Pau. ¡Lo que no sé es quién es Paula, y venir aquí ha sido una oportunidad para volver a ser yo misma otra vez! He sido yo misma.
—Me has hecho creer que eras una empleada de los establos Navarro. Cuando te pregunté que cómo lograste el trabajo me dijiste que había sido por unos contactos con el rey. Me has mentido descaradamente. Y es inexcusable, Pau.
—Pues claro que lo es —gritó—. Tú eres el perfecto Pedro Alfonso. ¡El adalid de la lealtad, el honor y la rectitud! El hombre que lo perdió todo y que resurgió de sus cenizas más fuerte que nunca. Dime, Pedro, ¿Has cometido un solo error por el camino? ¡Porque tú lo perdiste todo hace ocho años, pero yo lo he perdido todo hace tres meses y necesito un poco de tiempo!
—No hagas eso. No me culpes a mí. Tú… Nosotros… Yo te he contado cosas, Pau. Te he contado mucho sobre mí y sobre este lugar porque me has hecho confiar en tí. Y todo ha estado fundado en una mentira. Deberías haber sido sincera conmigo.
—¿Crees que no lo sé? —preguntó ella mientras rodeaba la mesa— . ¿Crees que no me siento culpable? Deja que te explique, Pedro. Deja que te lo explique todo y después me podrás juzgar como quieras. Mi padre conoció a mi madre mientras estaba de viaje en Virginia y se enamoraron. O al menos eso cuenta la historia. Era príncipe, joven y viudo. Tenía dos hijos en Marazur. Pero mi madre se enamoró de él locamente. Según ella, Miguel estaba atravesando una fase de rebeldía ante la frustración de haberse quedado viudo tan joven. Se llevó a mi madre a Las Vegas y allí se casaron. Pasaron unas semanas en Trembling Oak sin decírselo a nadie. Él regresó a Marazur con la idea de decirle a su familia que tenía una nueva esposa. Pero antes de que mi madre volara allí, sucedió lo impensable. Su padre sufrió un ataque al corazón, murió y Miguel fue obligado a subir al trono. Imagina qué ceremonia de coronación hubiera tenido con una nueva esposa americana a su lado, tras una boda reciente en una capilla en Las Vegas. Mi madre tenía unos orígenes muy humildes. Hubiera sido una vergüenza para la corona. Sin embargo, mamá siempre tuvo una opinión muy generosa sobre él. Decía que no había querido someterla a la presión de convertirse reina, esposa y madrastra. Que no la culpó por no asumir todo aquello. Días antes de la coronación el matrimonio fue anulado con total discreción.
—¿Él no sabía nada de tí? —preguntó, y Paula negó con la cabeza.
—No, y yo no supe nada de él hasta que los médicos dijeron que el cáncer de mi madre no se podía operar. Incluso en ese momento ella mantuvo la opinión de que la separación había sido elección suya. En realidad no había querido provocar un escándalo que afectara a una familia que ya había sufrido mucho con la muerte del patriarca.
—Así que te pidió que hicieras una promesa.
—Sí, igual que tú prometiste a tu padre que cuidarías de Prairie Rose y de la señora Polcyk. Ella me hizo prometer que le daría a Miguel una oportunidad y no me pude negar. Estaba mirándome agotada, con mucho dolor, pero con un último destello de esperanza en la mirada. Y como tú, no he podido romper mi palabra. Me fui a Marazur y nunca me he sentido más fuera de lugar en mi vida. Mis hermanastros son idénticos a Miguel, altos, morenos, nada que ver con mi piel pálida y mi pelo rojizo. Han crecido con sus títulos y rodeados de sirvientes, pero yo estoy acostumbrada a tomarme el té en la cocina. Al final, Miguel no sabía qué hacer conmigo, así que me envió aquí. Y yo vine con la determinación de demostrarle que sabía lo que estaba haciendo —explicó, y sonrió levemente—. Y también quería demostrártelo a tí. Quería demostrarles que Pau Chaves es alguien. Así que mantuve mi título en secreto — confesó. Cerró los ojos un instante. Después los abrió, atravesó la habitación y cerró la puerta. Estaban solos en el despacho—. Déjame hacerte una pregunta. ¿Me hubieras hablado de Karen si yo no la hubiera mencionado en aquella discusión? —Pedro se quedó boquiabierto sin respuesta—. Lo sabía. Yo no soy la única que ha guardado secretos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario