–Echa de menos a su madre.
Alfonso clavó los ojos en ella.
–¿Cómo lo sabes?
Ella se sonrojó, evitando su mirada. ¿Cómo podía explicarle la afinidad que sentía hacia los caballos?
–Solo me lo imagino –repuso Paula, encogiéndose hombros.
–Luca Corretti nos dijo a tu hermano y a mí que igual teníamos problemas para acomodar al caballo porque acababan de separarlo de su madre. Por eso lo sabes.
Ella percibió la condena y la desconfianza en sus ojos. Pero no podía decir nada para demostrar que no había sido más que una intuición. Se encogió de hombros.
–Si tú lo dices…
Sin darse cuenta, Paula había posado la mano de nuevo en el caballo y le estaba acariciando la cabeza. Cuando Alfonso se la agarró, ella dió un respingo, sobresaltada por la electricidad que la recorría cada vez que ese hombre se acercaba demasiado. Intentó zafarse de su contacto, pero él la sujetaba con firmeza. Envolviéndola de calidez.
–¿Qué es esto? –preguntó él, sujetándole la mano con la palma hacia arriba.
Paula bajó la vista hacia sus manos enrojecidas y llenas de ampollas después de un par de días de duro trabajo. Humillada al pensar que él lo tomaría como una prueba de que no estaba acostumbrada a trabajar, apartó la mano de golpe.
–No es nada –negó ella y dió un paso atrás hacia la salida–. Ahora tengo que irme. Mi media hora de descanso ha terminado –añadió y se marchó, haciendo un esfuerzo para no salir corriendo.
No podía dejar de pensar en la mirada de desaprobación de Alfonso cuando había visto su mano. Le hacía sentir avergonzada y tremendamente sensible, lo que no tenía explicación. Paula no recordaba la última vez que alguien le había prestado tanta atención. Su hermana había hecho todo lo que había podido para cuidarla, pero no había sido una madre para ella. Y su padre había estado demasiado ocupado ahogando sus penas en alcohol. Así que sus hermanos y ella habían tenido que cuidarse solos. Quizá, por eso, el contacto de otra persona era algo a lo que no estaba acostumbrada. Para colmo, había sido Alfonso quien la había tocado, algo más inconcebible todavía. Ella no tenía ninguna conexión emocional con ese hombre… Era una idea ridícula. Pedro se quedó mirando cómo Paula salía de los establos y doblaba la esquina. La gracia atlética en sus movimientos le hizo intuir que sería una excelente jockey. Todavía estaba asombrado de la facilidad con que había calmado a Pegaso, uno de los caballos más indomables que había comprado jamás. Aunque, también, era uno de los mejores, si su intuición no le engañaba. El caballo empujó el hombro de Luc con la cabeza, buscando más caricias. ¿De veras creía que Paula era capaz de envenenar al animal? Levantó en su mano la zanahoria y se la tendió a Pegaso. En el fondo de su alma, sabía la verdad. No, ella no envenenaría a nadie. Ella se había mostrado demasiado sorprendida cuando la había acusado. Sin embargo, hasta que no apareciera su hermano con el dinero, no podía confiar en Paula Chaves. Lo más probable era que ambos fueran cómplices. Debía mantenerla bajo estrecha vigilancia. Y eso haría.
No hay comentarios:
Publicar un comentario