martes, 5 de noviembre de 2024

La Princesa: Capítulo 38

Paula asintió. Podía sentir la mirada de Pedro, pero no quería mirarlo. Todo había cambiado desde el día que habían estado juntos en la roca. Lo que quería de él y lo que podía obtener eran cosas bien distintas. Un corte limpio dolería menos. Pedro no la amaba. Y aunque lo hiciera… La situación era imposible.


—Deberías quedarte. Es un día divertido. Conocerás a otros rancheros, a los vecinos… —comentó la señora P. Dejó la masa sobre un cuenco y se lavó las manos—. Ahora vengo —añadió antes de salir de la cocina.


Pedro estaba cortando tranquilamente las manzanas.


—Así que te quieres marchar —dijo.


—Creo que es lo mejor. ¿No te parece? —preguntó al ver que él no la miraba.


Pedro continuó cortando la manzana en láminas.


—Quieres decir después del otro día.


Paula tragó saliva. ¿Cómo iban a hablar de lo que había pasado? ¿Cómo verbalizar lo que les había sucedido? Lo que había sentido entre sus brazos… Había sido indescriptible.


—Sí, después del otro día. No puede pasar nada, ¿No? Me refiero a que me tengo que ir en algún momento. Un día más o menos da igual.


—La señora P. tiene razón. Mañana será un día muy divertido y es un buen momento para que aprecies la hospitalidad del oeste. Carne a la brasa y una noche de baile. Así celebramos aquí el final del verano.


Una noche de baile. Paula podía imaginarse bailando con Pedro, deslizándose entre sus fuertes brazos. Sería dulce. Más bien agridulce, ya que sabía que se iba a marchar. ¿Por qué torturarse sin necesidad alguna? Estar con él era un sueño hermoso, pero no la realidad. Y ya había aprendido a no dejase seducir por los sueños. Al final nunca merecía la pena.


—Tú no quieres que esté aquí, Pedro —afirmó, y se detuvo—. Nunca has querido.


Él finalmente alzó la vista de las manzanas y sus miradas se encontraron. Parecía que estaba a punto de decir algo, sin embargo su expresión se relajó y continuó cortando.


—Si no se te ocurre otro motivo, piensa en la señora Polcyk. Va a tener mucho trabajo y tu ayuda le vendría bien. Hace mucho que no la veía tan floja. 


—¿Crees que puede estar enferma? —preguntó preocupada dando un paso al frente.


—No. Quizás sea cansancio acumulado. Cuando se resfrió le propuse atrasar lo de mañana, pero se negó en redondo.


—Por eso estás picando manzanas.


—Exacto —repuso él con una sonrisa en los labios. Tenía el cuchillo aún en la mano—. Quédate. Quédate y márchate el lunes como habías pensado —le pidió. Si hubiera sabido lo mucho que Paula deseaba quedarse. No estaba segura de poder negarse.


—Está bien. Me encargaré de lo que tengo pendiente y después le preguntaré a la señora Polcyk en qué puedo ayudarla.


—Gracias, Pau —contestó Pedro.


No pudo evitar pensar que se estaba equivocando, pero ya no podía echarse atrás. Tendría que darle a su padre la información por medio de un correo electrónico en vez de en persona. Estaba esperando noticias del trato y en su último mensaje se había mostrado algo impaciente.


—Dile a la señora P. que bajaré en un rato para echarle una mano — murmuró—. Y ahora si me disculpas.


El piso de arriba estaba tranquilo. Paula iba a repasar sus notas por última vez antes de mandarle un mensaje a su padre para finalizar las negociaciones. Después podría ayudar a la señora Polcyk y al día siguiente disfrutaría del baile. Cuando acabara, tendría que hacer las maletas y marcharse. Debía marcharse, ambos lo sabían. Abrió el armario para sacar el ordenador portátil y vió el conjunto que se había comprado. Acarició la tela. Sabía que la fiesta del día siguiente iba a ser una barbacoa y que bastaría con unos vaqueros, sin embargo quería estrenar el conjunto. Quería… Estar guapa. Sentirse mujer. Tal y como se había sentido debajo de Pedro en Walter's Butte. Cerró la puerta del armario de golpe. No iba a volver a pasar nada entre ellos. Sabía que era lo más correcto a pesar de que su cuerpo temblara al recordar las caricias de Pedro. Aquellos ojos oscuros, peligrosos y tan seductores. No. Tenía que concentrarse en los negocios. Cualquier otra cosa haría su marcha demasiado complicada. Cuando se dió la vuelta se dio cuenta de que él estaba junto a la puerta del dormitorio mirándola. 

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