Cuando se quedó de nuevo sola, se sentó en la cama. Aquella noche solo echaba de menos a Pedro y a Prairie Rose. Pero no se podía tener todo. Observó las sandalias de baile que se iba a poner. Se quedó pensativa, después se dirigió al armario y sacó los zapatos que le había regalado la señora Polcyk.
—Bien, abuela Alfonso, esta noche va a estar en el baile —murmuró sintiéndose mucho mejor.
Salió de su dormitorio y se reunió con Miguel, quien la acompañó hasta la puerta del salón.
—Feliz cumpleaños, Paula —dijo justo antes de que se abrieran las puertas para que entraran.
Paula caminó del brazo de su padre mientras anunciaban su entrada como Paula Navarro, princesa de Marazur. Nunca había estado en una estancia como aquélla. Se colocó en fila junto a su padre y a sus hermanos para recibir oficialmente a los invitados. Se sorprendió ante el tratamiento de Alteza que le dedicaban. Si en realidad ella solo debía ser llamada «Pau de los establos». Después de la recepción su padre le apretó levemente el codo.
—Ya estamos listos para inaugurar el baile —le anunció, y avisó a la orquesta.
El baile comenzó.
—Gracias, papá —le susurró al oído mientras se dejaba guiar por los pasos de su padre.
Después bailó con Rafael, con Julián, con algunos de los hombres más influyentes del país y de nuevo con Miguel.
—¿Estás cansada? —le preguntó cuando el vals estaba a punto de acabar.
—Un poco.
—¿Y los pies?
—Llevan toda la noche aguantándome —contestó sonriendo.
—¿Crees que aguantarás un último baile? —le preguntó con una sonrisa radiante en el rostro.
—Supongo que sí, pero ¿Por qué?
—Tu regalo de cumpleaños acaba de llegar —anunció, y se giró para que su hija pudiera ver la puerta de entrada.
Pedro. Una gran emoción invadió el pecho de Paula. Estaba allí. En Marazur. A unos metros de ella, enfundado en un esmoquin, sin sombrero y con aquellos ojos negros fijos en ella. Una vez más perfecto a los ojos de Paula.
—Cuando hay que elegir, querida, siempre hay que decidirse por el amor —dijo Miguel antes de soltarla.
Paula tuvo un deseo incontenible de correr a los brazos de Pedro. Sin embargo, se quedó esperando con el corazón a punto de estallarle. Él se acercó al centro de la pista mientras todos los ojos se posaron en la pareja. En aquel momento la orquesta comenzó a tocar Let me call you Sweetheart. Él, sin mediar palabra, la tomó entre sus brazos y comenzaron a bailar. Aquella noche era hermosa, muy hermosa. Se deslizaron por la pista con suavidad. Ella tenía la mirada clavada en los ojos de Pedro.
—Esto era lo único que me faltaba —le susurró en un giro.
—¿El qué?
—Tú. Solo tú.
Pedro miró los labios de Paula por un instante. Ella sonrió. Estaba tan contenta que creía que iba a explotar.
—Llevo puestos los zapatos de tu abuela —añadió.
—Me estaba preguntando por qué bailabas tan bien.
—La señora P me los dio.
—Me lo dijo.
—¿Hay algún secreto entre ustedes? —preguntó.
Por fin Pedro sonrió.
—Alguno. Ahora quédate callada y bailemos.
Cuando llegaron los últimos acordes, ambos tenían una sonrisa perfecta dibujada en los labios. Pedro se detuvo, hizo una reverencia y Paula sintió un escalofrío. Él le ofreció el brazo y salieron a una terraza.
—Aquí huele distinto. Todo es muy distinto —comentó Pedro en la oscuridad.
—Es el mar. Y… Bueno, estamos en Europa —contestó Paula entre risas—. No tenía ni idea de que fueras a venir.
—Su alteza me ha invitado.
—Eso deduzco.
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