jueves, 21 de noviembre de 2024

Prisionera De Tu Amor: Capítulo 3

Su pregunta le llegó al alma a Paula. Sabía que iba vestida de negro de pies a cabeza y que llevaba una gorra. ¿Pero tan andrógino era su aspecto? Era consciente de que sus movimientos no eran demasiado femeninos. Se había pasado toda la infancia jugando con el barro y subiéndose a los árboles. Levantó la barbilla, ofendida, olvidándose de su intención de mantener la cara oculta.


–Tengo veinticuatro años. Ya no soy una niña.


Él la observó con escepticismo.


–Trepar por la maleza para traspasar una propiedad privada no es la clase de actividad a la que se dedica una mujer hecha y derecha.


Al pensar en la clase de mujer que podía gustarle a un hombre como él, Paula se puso más nerviosa aún. Se sintió vulnerable y eso le hizo ponerse a la defensiva.


–Deberías estas en Francia.


–Lo estaba. Pero ya, no.


Cuando Alfonso la inspeccionó con más atención, sintió un repentino interés. Sí, podía reconocer que era una mujer. Aunque su cuerpo era esbelto y menudo, tanto que podía parecer el de un chico. Pero podía adivinar sus pechos, pequeños y perfectamente formados, bajo un suéter negro. Pudo percibir también su mandíbula, demasiado delicada como para ser masculina, y su boca carnosa. En ese momento, ella se estaba mordisqueando el labio inferior. De pronto, experimentó el aguijón del deseo y la tentación de verla mejor.


–Quítate la gorra –ordenó él, sin pensarlo.


Ella levantó la barbilla otra vez. Hubo un momento de tensión en que Pedro dudó qué iba a pasar. Entonces, como si se hubiera dado cuenta de que no tenía elección, ella se quitó la gorra. Durante un momento, él solo pudo quedarse mirando como un bobo, mientras una cascada de pelo rojizo le caía sobre los hombros. Luego, cuando se fijó en el resto de su cara, se quedó más embobado todavía. Había visto cientos de mujeres hermosas, algunas eran consideradas las más bellas del mundo, pero en ese momento no podía acordarse de ninguna. La mujer que tenía delante era impresionante. Mejillas altas. Piel cremosa y pálida, impecable. Nariz recta. Enormes ojos color avellana con destellos verdes y dorados. Larguísimas pestañas negras. Y una boca jugosa y apetitosa. Al instante, experimentó una erección. Confundido, se dijo que no solía reaccionar así ante ninguna mujer. Quizá, la razón estuviera en lo inesperado de la situación, pensó.


–Ahora, dime quién eres o llamo a la policía.


A Paula le había subido la temperatura bajo el intenso escrutinio de Alfonso. Se sentía demasiado vulnerable sin la gorra. Pero estaba hipnotizada por la mirada de su interlocutor y no era capaz de apartar la vista. Era un hombre guapo, intensamente varonil y atractivo. Sus rasgos eran duros, a excepción de su boca, que era provocativa, sensual… Y la distraía.


–Estoy esperando.


Paula se sonrojó. Apartó los ojos, clavándolos en el cuadro de un caballo de carreras. Sabía que no tenía elección. Debía contestar, si no quería acabar en manos de la policía. En su pequeña comunidad, pronto se sabría en todo el pueblo lo que había pasado. Allí no existía el concepto de privacidad.


–Me llamo Paula… –dijo ella y, tras titubear un momento, añadió–: Chaves


–¿Chaves? –preguntó él, frunciendo el ceño–. ¿Eres pariente de Gonzalo?


Ella asintió, hundida por lo desastroso de su fracaso.


–Soy su hermana.


Alfonso se tomó unos segundos para procesar la información. Y sonrió.


–¿Ha enviado a su hermanita pequeña a hacer el trabajo sucio?


–¡Gonzalo es inocente! –exclamó ella al instante.


Pedro Alfonso no parecía impresionado por su vehemente defensa.


–Ha empeorado las cosas al desaparecer. Y los hechos no han cambiado: Facilitó la compra de un caballo de la cuadra de Luca Gorreti. Recibimos el caballo hace una semana y el millón de euros salió de mi cuenta, pero nunca llegó a la cuenta de Gorreti. Está claro que tu hermano desvió los fondos a su propio bolsillo.


Paula se puso pálida al oír de cuánto dinero se trataba. Pero se obligó a mostrarse firme, por su hermano. 

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