Pedro la soltó de la mano y Paula suspiró aliviada por no tener que sentir más su contacto. Cada vez que la tocaba se le aceleraba el pulso.
—Menos mal que te has hecho daño en la mano y no en el pie. Los vas a necesitar después para bailar.
—¡Anda, sal de aquí! ¿No tienes que asar la carne o que hacer algo? —le soltó, pero Pedro le guiñó un ojo. Por el amor de Dios, ¿No podía parar de flirtear?
—Por supuesto —contestó antes de sonreír y marcharse.
Paula volvió a suspirar y la señora Polcyk le entregó una tirita.
—Cómo le gusta incordiar. Se me había olvidado ya —comentó.
Aquellas palabras reconfortaron a Paula. ¿Despertaría algo que estaba escondido en el interior de Pedro? Se le veía más contento. Aquel hombre tenía tanto que ofrecer… Ella no era capaz de reconciliar las dos cosas que deseaba. Estar junto a Pedro le había abierto un nuevo mundo que no quería abandonar. Pero también le había hecho reflexionar sobre la relación, o más bien la ausencia de relación, que tenía con su padre. Había algo en su corazón que le decía que tenía que conceder a su padre una oportunidad verdadera. Y aquello tampoco había estado en sus planes. Comenzó a rallar una zanahoria. Habían sido Pedro y su tenacidad quienes le habían inspirado aquella idea. Él le había prometido a su padre que cuidaría del rancho de la misma manera que Paula le había prometido a su madre que iría a Marazur y le daría una oportunidad a Miguel.
—Si ya has terminado, voy a aliñar la ensalada y podemos empezar a sacar la comida —dijo la señora Polcyk sacándola de sus pensamientos.
—¡Claro! —dijo entregándole la ensaladera.
Sacaron toda la comida mientras Pedro asaba la carne. Por un instante Paula fantaseó con la idea de vivir allí, en Prairie Rose, rodeada de toda aquella gente.
—La primera ronda de filetes está lista —anunció Pedro.
La señora Polcyk, con la ayuda de Paula, se aseguró de que todo el mundo estuviera servido. Le fueron presentando a los distintos invitados. Había mayores, jóvenes, niños… Se quedó mirando a la explanada y calculó que habría unas cien personas en total diseminadas en las mesas preparadas para la ocasión. Pedro se le acercó y le puso una mano en la cadera.
—Sírvete un plato… Aprovecha que aún queda algo.
—Sí, jefe —contestó sonriendo.
Él también sonrió. Estaban muy cerca.
—Bueno, te ha costado unas semanas darte cuenta de quién es el jefe.
—Como tú quieras.
—Nunca vas a ceder, ¿Verdad?
—No —contestó Paula.
No se lo podía tomar a broma. Era consciente de que Pedro nunca la iba a querer como ella lo quería a él. Se separó de él y empezó a servirse un plato. Después se sentó junto a la señora Polcyk en vez de junto a Pedro, quien estaba rodeado de Micaela y su familia. La pastelera estaba muy atractiva vestida con una minifalda vaquera. Paula inspiró profundamente. No podía ponerse celosa. No debía. Lo que Pedro hiciera no era asunto suyo.
—¿Quieres marcar tu territorio? —le soltó de repente la señora Polcyk.
—¿Qué?
—Lo digo por la forma en la que los estás mirando. Si quieres acercarte y marcar a Pedro, hazlo. No creo que él se resista en absoluto.
—Eso es ridículo.
—¿Estás segura?
—Me voy pasado mañana.
—Eso ya lo sabemos todos. Pero hasta un ciego vería que hay algo especial entre ustedes.
—Señora Polcyk… Por favor —murmuró—. Es imposible. No hay que hacer las cosas más difíciles.
—Bueno, quizás, pero nadie dijo que fuera fácil —concluyó poniéndose en pie.
Después recogieron los restos de comida y afortunadamente la señora Polcyk no volvió a sacar el tema. Mientras entraban y salían de cocina Paula fue hablando con unos y con otros. No entendía cómo se había podido encariñar con aquel lugar en tan poco tiempo. En cierto modo le recordaba a Trembling Oak. Aquella gente formaba una comunidad. Contaban lo unos con los otros. Por supuesto, también metían las narices unos en los asuntos de los otros, ése era el precio que se pagaba. No obstante, merecía la pena porque cuando alguien estaba en apuros, todos arrimaban el hombro. De repente la emoción la embargó y salió corriendo antes de que alguien se diera cuenta de que estaba a punto de echarse a llorar.
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