jueves, 14 de noviembre de 2024

La Princesa: Capítulo 49

Cuando Pedro bajó a desayunar a la mañana siguiente, Paula ya Estaba sentada a la mesa. Se sentó frente a ella. Estaba muy arreglada: jersey blanco, pelo recogido… Se preguntó a qué se debería aquel aspecto. Quizás fuera una reacción al encuentro que habían tenido la noche anterior. No pudo contener una sonrisa. En cuanto ella se había ido del estanque, él se había dado cuenta de que había hablado demasiado. La música y la luna llena lo habían puesto sentimental y… También se había excitado.


—Buenos días —dijo Paula.


—Buenos días. ¿Cómo has dormido? —repuso, y se preguntó si también habría pasado la noche en vela. 


Él no había parado de fantasear con que Pau estaba entre sus sábanas. Había llegado incluso barajar la posibilidad de irla a visitar a su dormitorio.


—Bien —contestó, pero se ruborizó y Pedro se dió cuenta de queestaba mintiendo—. Pedro, yo… He decidido marcharme esta mañana. Voy a ir en coche hasta Calgary y así mañana pillaré el primer avión de la mañana.


¿Marcharse? En ese momento sonó el teléfono, pero Pedro no atendió la llamada.


—No creo que haya tanta prisa —dijo presa del pánico. No estaba listo para que se marchara.


—Un día más no va a cambiar nada. Ya hemos hecho nuestro trato. No tengo por qué estar aquí más tiempo —explicó con frialdad.


La miró fijamente, pero Paula tenía la mirada clavada en el plato.


—Quédate, Pau —soltó de repente—. Quédate aquí.


La señora Polcyk se asomó a la cocina, estaba pálida. Había contestado a la llamada desde el despacho.


—Pau, una llamada de teléfono para tí. Es él.


—¿A quién se refiere con él?


—El rey Miguel.


—Dígale que lo llamaré en un rato, que ahora mismo estoy ocupada.


—Le he dicho que estabas desayunando y me ha contestado… Me ha contestado —era extraño en ella, pero estaba dudando.


—¿Ha contestado? —preguntó Pedro inquieto ante su actitud. 


—Me ha pedido que le diga a la princesa Paula que desea hablar con ella ahora mismo.


Pedro miró incrédulo a Pau. Las palabras resonaron en su cabeza. Princesa Paula. Pau Chaves. Princesa Paula.


Ella se levantó y evitó mirarlo. El rostro de Pedro estaba desencajado. Le vinieron tantos pensamientos a la cabeza que no podía procesar ninguno. Todas las piezas acababan de encajar y se preguntó cómo no se había dado cuenta antes.


—Gracias, señora P.


Paula abandonó la cocina con dos pares de ojos clavados en ella.


—¿Lo sabía? —le preguntó Pedro a la señora Polcyk cuando Paula cerró la puerta del despacho.


—No.


Él empujó el plato, de repente se sintió fatal. Había sido un imbécil.


—¿No lo sospechaba?


—Para nada, Pedro. La he aceptado tal y como era.


—Tal y como fingía ser, querrá decir.


—¿Qué vas a hacer? —le preguntó después de un largo silencio.


—Lo que debería haber hecho desde el primer día —repuso sombrío.


Salió de la cocina y se dirigió al despacho.


Paula colgó el teléfono y apoyó la frente entre las manos. Su padre la había llamado porque una de las yeguas se había caído y había querido su opinión antes de tomar una decisión. ¿Quién iba a haber pensado que su padre iba a resultar tan sentimental? El veterinario le había recomendado sacrificarla y Pau, sintiéndolo mucho, había coincidido en la decisión. Pedro entró en el despacho y ella suspiró, sabía exactamente para qué había entrado.


—¿Podemos dejar esto para luego, por favor? —pidió agotada. Le miró y se encontró con una expresión de preocupación—. Acabo de dar la orden de que sacrifiquen a una yegua y no estoy lista para una discusión contigo.


—Pues mala suerte porque es inevitable.


Paula inspiró profundamente. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario