Paula se miró en el espejo de cuerpo entero de la habitación. Estuvo tentada a quitarse el conjunto y ponerse unos vaqueros. Pedro le había propuesto que se divirtieran aquel día, pero dudaba que pudiera. Cada vez que pasaba tiempo con él sus sentimientos se intensificaban. Se miró de nuevo en el espejo y frunció el ceño. Parecía que tenía quince años. Era absurdo vestirse para Pedro, En cualquier caso el conjunto le gustaba, le quedaba bien y le hacía sentir que encajaba en aquel lugar. Prairie Rose era sinónimo de trabajo duro, honor y lealtad, nada que ver con el drama familiar que le esperaba en Marazur. La realidad estaba esperándola, pero aún le quedaba un día. La señora Polcyk tocó en el marco de la puerta abierta. Se dió la vuelta y descubrió un brillo especial en su mirada.
—¡Señora Polcyk! Iba a bajar ahora mismo para ayudarla. Después del resfriado no debe trabajar tanto.
La mujer llevaba dos días cocinando. Paula había estado muy liada cerrando la operación con Pedro y apenas había podido ayudarla. La señora Polcyk entró en la habitación tal y como él había hecho el día anterior. Ella sonrió. La privacidad parecía que no era muy importante en el rancho, pero no le importó. Al contrario, le hizo sentir como una más.
—Eres un encanto y aprecio mucho tu ayuda —dijo mientras la miraba de arriba abajo—. Oh, Pau. Estás preciosa.
—¿De verdad? Lo compré en la tienda de Gladys —explicó sonriendo tímidamente.
—Es muy bonito, pero… Te falta algo —dijo mirando los pies desnudos de Paula.
—Lo sé, aún tengo que cepillarme las botas —contestó. Miró a la mujer que iba vestida de forma sencilla con unos vaqueros y una camisa con la insignia del rancho—. Me siento demasiado elegante para la ocasión.
—Tonterías. Estás vestida para un baile. Espera aquí un momento. Tengo una idea —dijo antes de marcharse y regresar con una caja de zapatos en la mano.
Paula la abrió y encontró unos zapatos azules preciosos de salón.
—Oh, son muy bonitos —dijo.
—Van a juego con la falda. Pruébatelos.
Paula se sentó en el borde de la cama y obedeció. Le quedaban perfectos.
—¡Te valen! La señora Alfonso hubiera estado encantada de verlos en los pies de una chica tan maja como tú.
—¿La señora Alfonso? —preguntó quitándose el zapato y frunciendo el ceño.
—La abuela de Pedro.
—Oh, no puedo entonces. Deben de ser…
Eran antiguos, como el traje. Perfectos. Pero no estaba bien. No quería dar la impresión de estarse entrometiendo en la familia.
—De los años treinta o así.
Paula guardó el zapato en la caja.
—Entonces no debo usarlos, son una reliquia.
—¿Te contó Pedro la historia de Walter y de Delia el otro día cuandofueron a la roca?
Paula no pudo evitar sonrojarse y no se atrevió a mirar a la señora Polcyk. Habían hablado, pero sobre todo habían hecho otras cosas…
—No, pero mencionó que aquél había sido el lugar favorito de su abuelo.
—De hecho lleva su nombre, ya sabes. Solía ir allí a cazar, y Delia… Oh, era toda una mujer. Una mujer de armas tomar. Y Walter se le declaró en esa misma roca. Volvían allí todos los años a celebrar su aniversario.
—Este rancho está lleno de historias —dijo Paula aún impresionada porque Pedro la hubiera llevado a un lugar que tenía tanta importancia en la familia.
¿Qué significaba? Su corazón latió con fuerza. ¿Era posible que quisiera algo más con ella? La casa de adobe había sido un examen, ¿Habría sido la visita a la roca otro? ¿Lo habría aprobado? Sintió una emoción muy profunda en el pecho. ¿Cómo sería pertenecer a la familia Alfonso? ¿Pertenecer realmente? Aquellos pensamientos eran absurdos.
—No puedo. No sería respetuoso por mi parte.
Pero la señora Polcyk insistió.
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