martes, 19 de noviembre de 2024

La Princesa: Capítulo 55

 —Este hombre tiene un tono de voz más efectivo que cualquier pistola.


—No creo que haya sido para tanto —añadió Paula tras soltar una carcajada.


—Siento decirte que fue la orden más severa que he recibido en mi vida —bromeó.


—¿Qué te dijo? —preguntó intrigada.


—Nada que yo ya no supiera.


—¿Por ejemplo?


Pedro se acercó, le tomó la mano y alzó la barbilla de Paula con el dedo.


—Por ejemplo, que era un tonto.


—Vaya, eso se lo podría haber dicho yo —susurró.


—Y, si te soy sincero, cuando me llamó, yo ya estaba preparando el viaje. Tenía que venir. Tenía que hacer las cosas bien. Lo único en lo que podía pensar en el avión era en qué hubiera sido de mí si no me hubiera decidido a venir —reconoció mientras le acariciaba la mejilla—. ¿Sabes lo guapa que estás esta noche?


—Varias personas se han pasado el día vistiéndome y preparándome para la ocasión.


—No digas eso. No —ordenó—. Eres preciosa. Estás casi tan guapa como la tarde en que te mostré la casa de adobe.


—Ese día llevaba unos vaqueros viejos, una camiseta y el sol me había quemado la cara —recordó sorprendida.


—Y eras la mujer más hermosa que yo había visto en mi vida.


—Oh, Pedro…


—Preciosa. Mi rosa salvaje. No una rosa de la floristería, sino una más sencilla. Hermosa, fuerte y resistente.


—Lo estás diciendo en serio —murmuró ella llevándose una mano a la boca.


—Por supuesto. Lo siento. Lo siento por haberte cargado con todas las culpas. La última mañana estaba tan enfadado y me sentía tan tonto… Tenías razón en todo lo que dijiste, pero el orgullo me cegó. El orgullo y el miedo.


—No sé qué decir. 


—Tú ya has dicho lo que tenías que decir. Ahora es mi turno — reconoció Pedro. La brisa marina flotaba en la oscuridad de la noche—. No tenía que haberte dejado marchar, Pau Chaves. O princesa Paula, como tú prefieras.


—Me basta con que me llames «Cariño» —contestó Paula acariciando la mejilla de Pedro.


—Cariño.


—Lo siento, Pedro. Siento lo que pasó en el rancho. Yo nunca he querido hacerte daño.


—Ahora ya lo sé —admitió. 


La música comenzó de nuevo a sonar en el salón.


—No sé lo que nos pasa en los bailes que siempre terminamos fuera mientras los demás bailan.


—Si estuviéramos dentro, no podría hacer esto.


En ese instante se fundieron en un beso eterno y las preocupaciones desaparecieron. De repente Marazur no importaba. Prairie Rose no importaba. Paula había encontrado su hogar en los brazos de Pedro Alfonso. Después se quedaron abrazados hasta que él se separó y la contempló bajo la luz de la luna.


—Mírate —susurró—. Eres un ángel. O una princesa. Si hasta llevas una corona —comentó sonriente.


—Me la ha regalado Rafael hoy. Mi hermanastro. Perteneció a su madre.


—Al final has encontrado una familia aquí.


—Sí, es cierto. Las cosas han cambiado… Papá ha resultado ser muy amable y los chicos… Odian que los llame chicos. Me han aceptado como hermana. Tú me ayudaste a darme cuenta de que era yo quien estaba impidiéndome a mí misma el tener una familia. Estaba tan rencorosa… Y ahora… Ahora tengo una familia que me quiere y me apoya. Me emociona.


—Eres feliz —afirmó Pedro en un tono extraño que Paula comprendió.


—Estoy contenta y eso es más de lo que hubiera imaginado hace unos meses.


Él caminó por la balconada y se apoyó en la balaustrada.


—Estoy en un palacio real de Europa —comentó. 

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