martes, 12 de noviembre de 2024

La Princesa: Capítulo 48

Una mano de Pedro acarició intensamente el muslo de Paula y la otra se deslizó hasta llegar al pecho. Ella soltó un gemido de placer.


—Vamos a casa —sugirió él con la voz teñida de deseo. 


Paula se separó de él y cerró los ojos.


—No puedo —contestó confusa—. Por favor, Pedro, solo bésame una vez más.


Él obedeció, sin embargo instantes después la intensidad volvió a aumentar y Pedro se dejó arrastrar por la pasión. Ella lo empujó.


—¡No! —soltó—. No puedo. Por favor, Pedro, para. Me marcho el lunes. Esto sería un error.


—¿Por qué? —preguntó soltándola. No obstante aún podía sentir el calor que emanaba su cuerpo.


—¡Porque me voy a marchar! Porque los dos sabemos que se quedaría solo en una aventura de una noche y yo no soy ese tipo de persona.


—¿Y crees que yo sí?


—Tú eres quien lo ha propuesto, así que supongo que sí.


—No he invitado a una mujer a mi cama en mi vida, Pau Chaves. Nunca he buscado sexo por sexo.


Paula no pudo contener una carcajada.


—Eso será porque nunca te ha hecho falta buscar, ¿No? ¡Bueno, pues yo no soy una niña tonta dispuesta a rebajarme para meterme en tu cama!


—¿Crees que es eso lo que quiero de tí? ¿De verdad? —preguntó dando un paso adelante. Estaba rabioso. 


Paula se puso de puntillas para estar a la misma altura.


—¡Eso es lo que has dicho! Y además, me doy cuenta de que mis horas aquí están contadas, ¿Qué más puedo esperar? ¿Qué quieres de mí, Pedro?


Él se alejó un instante, caminó inquieto y se detuvo con los brazos en jarras. Se quedó en silencio.


—Perdona, Pau —dijo finalmente en un tono mucho más suave—. Me he dejado llevar. Me he…


—¿Te has?


—Me he asustado, ¿Vale? Me he dado cuenta de que no quiero que te vayas. Hay algo entre nosotros y no estoy seguro de estar preparado para seguir como siempre cuando tú te vayas. 


—¿Y qué esperas entonces que haga yo? —preguntó, y esperó ansiosa una respuesta. ¿Le iría a proponer algo más que una noche de pasión?


—La pregunta no es qué quiero de tí, Pau, ¿No te das cuenta? La pregunta es qué quiero para tí. Sé que te tienes que marchar. Lo sé porque eso es lo yo haría. Yo me sacrificaría para cumplir una promesa.


—Ya lo estás haciendo —reconoció Paula. Estaba completamente aturdida.


—Sí, lo estoy haciendo. Y no me arrepiento, no. Adoro este rancho, adoro a mi padre y nunca ha supuesto una carga para mí. Son las decisiones y la responsabilidad lo que me pesa. Pero eso es solo cuestión mía.


—Lo sé, Pedro. Y me encantaría poder hacer algo para ayudarte…


—Ya lo has hecho, Pauli —dijo cortándola—. Mucho más de lo que imaginas. No tienes ni idea de lo que has hecho por mí. Y te deseo. Te deseo esta noche y creo que tienes que saberlo antes de marcharte. Debes saber que eres deseada.


Paula sintió un nudo en la garganta. Cada palabra era un arma de doble filo, hería y curaba a la vez.


—Pedro, no.


—Si no lo digo ahora, no lo diré nunca. Me has hecho hablar y ahora no puedo parar. Necesito decirte ahora todo lo que tendría que decirte el lunes antes de que te vayas, pero sé que entonces no voy a ser capaz — reconoció, y le acarició la mejilla. Aquel lado tan tierno de Pedro desarmaba a Paula—. Quiero que seas feliz y que alcances tus sueños, sean los que sean y te lleven adonde te lleven.


—Hace ya mucho tiempo que dejé a un lado mis sueños.


—Lo sé, pero no deberías haberlo hecho. Y me encantaría poder ayudarte a soltar la carga que llevas encima. Ya has sufrido bastante, Pau, con la muerte de tu madre. No quiero que recuerdes tus días aquí con arrepentimiento, sino con una sonrisa, porque me has dado tanto. Quiero que… —dijo con la voz casi rota. Lucy sintió cómo se le rompía el corazón—. La vida está llena de elecciones, Pau. El secreto está en elegir el camino que es más importante para tí.


—¿Y qué pasa si no sabes cuál es? —susurró—. ¿Qué pasa?


—Entonces tienes que buscar una respuesta. 


Paula esperó. Si le hubiera pedido que se quedara en ese momento, le hubiera dicho que sí. Pero no lo hizo, por lo tanto no había decisión que tomar. No podía quedarse y querer a un hombre que no la amaba.


—Vale —contestó finalmente, y dió un paso atrás. 


Pero Pedro la agarró por la cintura.


—No te vayas. Al menos ahora.


—Tengo frío.


—Entonces baila conmigo. Baila conmigo una última vez —le pidió mientras sonaba el vals final de fondo.


Paula cerró los ojos y accedió. Sabía que miles de estrellas estaban brillando sobre ellos mientras bailaban abrazados. Al menos una vez en su vida había vivido un momento completamente perfecto. La música dejó de sonar, pero ellos siguieron bailando abrazados. Escucharon cómo la gente se iba marchando, sin embargo ninguno de los dos hizo nada por separarse. Porque Paula sabía que aquélla sería la última vez que estaría entre los brazos de Pedro. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario