–Así que esperas que me crea que solo has venido aquí por amor a tu pobre e inocente hermanito –señaló él con tono burlón.
–Yo haría cualquier cosa por mi familia –replicó ella con fiereza.
–¿Por qué?
Su pregunta tomó a Paula por sorpresa. Ella ni siquiera había cuestionado a su hermano cuando le había pedido ayuda. De inmediato, su instinto protector se había hecho cargo de la situación, a pesar de que era la hermana pequeña. Su familia siempre había estado unida en los tiempos difíciles. Su hermana mayor, Delfina, se había ocupado de ellos tras la trágica muerte de su madre, mientras su padre se había sumergido en el alcohol. Delfina había protegido a sus tres hermanos de los excesos paternos, incluso, cuando su granja de sementales se había hundido. Pero no estaba allí en ese momento. Le tocaba a Paula ser quien ayudara a la familia.
–Haría cualquier cosa porque nos queremos y nos protegemos entre nosotros.
Pedro se quedó callado un momento.
–Así que admites que serías capaz de convertirte en cómplice de un crimen.
Ella se estremeció. Se sintió sola hasta los huesos. Sabía que podía llamar al jeque Nadim de Merkazad, el marido de Delfina y uno de los hombres más ricos del mundo. Seguro que él podría sacarla de ese lío en cuestión de horas. Pero Gonzalo y ella habían acordado que no les dirían nada ni a Delfina ni a Nadim. La pareja esperaba un bebé en pocas semanas y no querían causarles ninguna tensión.
–¿No entiendes el concepto de familia? ¿Tú no harías lo mismo por los tuyos? –le increpó ella, levantando la barbilla con gesto desafiante.
Pedro parecía de piedra.
–No tengo familia, así que no entiendo la idea, no.
Paula se estremeció por dentro. ¿Qué significaba que no tenía familia? Ella no podía ni imaginarse la soledad de esa situación.
–Si tu familia está tan unida, acudiré a alguno de ellos para que me devuelva a tu hermano o mi dinero.
–Esto solo tiene que ver con Gonzao y conmigo –se apresuró a decir ella.
Pedro arqueó una ceja.
–Hablaré con quien haga falta para recuperar mi dinero y para asegurarme de que nada de esto manche la reputación de mi negocio en la prensa.
Paula apretó los puños a los lados del cuerpo, intentando controlar su temperamento.
–Mira, ya sé que no es asunto tuyo, pero mi hermana está a punto de tener un bebé. Mi padre la está ayudando y su marido y ella no tienen nada que ver con esto. Yo me hago totalmente responsable de mi hermano.
Pedro sintió una honda emoción en el pecho al escuchar sus palabras. Sobre todo, cuando a él le era imposible entender el concepto de familia, como ella decía. ¿Cómo podía, cuando su padre argelino lo había abandonado antes de nacer y su inestable madre había muerto de sobredosis cuando él había tenido dieciséis años? Lo más parecido que había tenido a una familia había sido un anciano que había vivido en la casa de al lado… Un hombre pobre y solitario que, a pesar de todo, le había mostrado un camino para salir del pozo. Se obligó a bloquear sus recuerdos y centrarse en el presente. Le llamaba la atención que esa joven osara desafiarlo, aun en su delicada posición. Y que no intentara usar sus encantos femeninos con él, después de que no estaba seguro de haber podido ocultar su reacción a ella. Odiaba admitirlo, pero sentía cierta admiración por aquella intrusa. Parecía obcecada en defender a su hermano, incluso cuando sabía que podía llamar a la policía y, en cuestión de minutos, hacer que se la llevaran de allí esposada. Podía hacer caer sobre ella todo el peso de la ley, gracias a su eficiente equipo de abogados. Sin embargo, la policía no solía estar entre sus soluciones acostumbradas para las situaciones difíciles. Había sobrevivido de muchacho en las calles de París y sabía que la vida era una prueba de resistencia. También, por propia experiencia, había aprendido que la policía nunca estaba cuando los necesitaba. Por eso, decir que no confiaba en ellos sería un eufemismo. Le gustaba ocuparse de las cosas a su manera. Quizá, por eso, los rumores lo habían convertido en una especie de mito.
–¿Y ahora qué hacemos, señorita Chaves? Si estás dispuesta a hacerte responsable de tu hermano, entonces igual deberías hacerme un cheque por valor de un millón de euros.
Paula se puso pálida. Un millón de euros era más dinero del que vería en su vida, se dijo. A menos que su carrera como jockey despegara y le dieran la oportunidad de montar en carreras importantes.
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