—¿Y qué pasaría si lo hiciera? ¿Si te besara? —preguntó en un tono de voz grave y aterciopelado.
Aquellas palabras excitaron aún más a Paula. Se humedeció los labios. Tenía que parar en aquel momento. Estaba a punto de marcharse y, si ocurría algo más, los dos lo lamentarían. Para él sería solo un beso. Pero para ella sería alimentar unos sentimientos más profundos. No quería que la historia se repitiera. Miguel y su madre eran un ejemplo que Paula no quería seguir y era imposible no comparar ambas situaciones.
—Los dos hemos estado de acuerdo en que era una mala idea — contestó dando un paso atrás.
Sin embargo deseaba que la besara en aquel mismo instante. Si la besaba, estaría perdida… Y tendría la tentación de confesarle lo que estaba sintiendo.
—Tienes razón. Es una mala idea. Y yo no suelo hacer elecciones incorrectas.
—Así que me consideras una elección incorrecta —replicó alzando la barbilla.
Pedro estaba haciendo lo mejor, le estaba abriendo la puerta, pero Paula no pudo evitar enfadarse. ¡Aquel tipo era exasperante!
—Completamente.
—¿Más incorrecta que ella? —soltó alterada. Las palabras salieron por su boca antes de que pudiera pensar en ellas.
Pedro dió otro paso al frente.
—¿Ella? —preguntó con una nota de preocupación en la voz.
Paula no se podía echar atrás. Quizás fuera la última oportunidad para preguntarlo.
—Ya sabes a quién me refiero —susurró. Le costaba mantener la mirada de Pedro, pero tenía que hacerlo—. Tu ex mujer.
Pedro contempló el paisaje por la ventana. Paula no había querido decirlo, se le había escapado. Él tenía derecho a tener secretos.
—Maldita sea, la señora Polcyk —dijo Pedro finalmente. La expresión dura de su rostro era solo una señal más de que la herida aún estaba abierta.
—No ha sido ella. No ha traicionado tu confianza. Lo siento, Pedro. No debería haberlo mencionado. Me has provocado y se me ha escapado.
—Llevarte al pueblo fue un error mayor del que había imaginado — contestó. Cada palabra que pronunciaba enrarecía más la situación.
—No he ido por ahí husmeando, te lo prometo. Es que había una foto de tu familia en el anticuario…
—Gladys. Y tú no dijiste nada.
—No era asunto mío, Pedro. Tienes derecho a guardar tus secretos —aunque a ella le doliera. Se había enamorado de él y quería conocerlo profundamente.
Paula se sorprendió al verlo caminar hacia la ventana, allí suspiró. Su reacción no estaba siendo enfadarse de nuevo.
—¿Quieres hablar sobre ello? —preguntó.
—¿Tú qué crees? —replicó Pedro irónico y secamente.
Paula se agachó y recogió el ordenador del suelo.
—Tenía razón —reflexionó al cabo de un rato—. Tenía razón cuando dije que tenías el corazón roto. Porque si ella no te hubiera hecho tanto daño, serías capaz de mirarme a los ojos ahora mismo.
Pedro se dió la vuelta y la miró tratando de demostrarle algo.
—¿Te parece que soy un hombre que habla de sus sentimientos?
Ella se acercó y le acarició el hombro.
—Más bien parece que no quieras hacerlo.
—Ya no me importa. Todo pasó hace mucho tiempo.
—No confías en mí y no pasa nada —añadió ella, y deslizó la mano hasta los dedos de Pedro.
Ella tampoco confiaba ciegamente en él.
—Solo nos conocemos desde hace unas semanas.
—Lo sé —reconoció sin dejar de acariciarlo—. Es una locura, ¿Verdad?
Era una locura que Pedro le hubiera llegado a importar tanto en tan poco tiempo.
—Y esto no tiene nada que ver con nuestro trabajo.
—A pesar de que llevemos días disimulando, hace mucho que esto no tiene nada que ver con nuestro trabajo.
—Lo sé —dijo Pedro antes de abrazarla.
Le encantaba tener a Pau entre sus brazos. La sintió contra el pecho, el aroma de su cabello. Quería confiar en ella, pero sabía por qué no lo hacía. Sin embargo, cada vez que la abrazaba se daba cuenta de lo duro que iba a ser verla marchar. Discutía con ella porque era mucho más sencillo que reconocer los sentimientos tan fuertes que le había despertado. Ella tenía la habilidad de hacerle hablar de temas que nunca había hablado con nadie. No sabía cómo lo lograba.
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