—Cuando Karen se casó conmigo esperaba una cosa y se encontró con otra diferente. El rancho era un negocio próspero. Planeábamos construir una casa para nosotros. Una casa grande, como ella deseaba, para alardear. Yo la quería y estaba ciego. No me dí cuenta de que le importaba más lograr cierto estatus que mi amor.
—¿Cuándo se fue? —preguntó con sencillez.
Pedro podía sentir su respiración a través de la camiseta. Cerró los ojos.
—Unos meses después del accidente. Yo estaba al frente del rancho y ya se había destapado el problema con el dinero.
—Te refieres al fraude —preguntó ella alzando la vista.
—Sí.
—Estás de broma. ¿Te dejó en ese momento?
—No se había casado para estar en aquella situación —contestó irónico. Los labios de Paula se curvaron como si hubiera comido algo amargo y Pedro no pudo contener una carcajada—. Por el amor de Dios, Pau. No tienes por qué indignarte de esa manera. Fue hace mucho tiempo y ya está cerrado.
—Pero tuvo que ser muy duro.
—En el momento sí. Pero fue sincera diciendo lo que quería. Deseaba una vida que yo no le podía ofrecer y tuvo el sentido común de marcharse en vez de quedarse aquí y hacernos a ambos infelices.
Paula se quedó en silencio. Caminó hasta la cama y se sentó. Después de un rato volvió a mirarlo. Su mirada era más seria que nunca.
—¿Por eso tienes tanto resentimiento hacia mí? ¿Crees que soy como ella? ¿Piensas que el tipo de vida que llevo es más importante para mí que las personas? —preguntó pestañeando—. ¿Por eso me llamas princesa?
Aun sabiendo que podía ser un error, Pedro se acercó a la cama y se sentó junto a Paula.
—Sí —admitió—, al principio fue lo que pensé. Ahora ya sé que no eres como Karen. Me dí cuenta el día que te llevé a la ruina y no la despreciaste. Pero pertenecemos a mundos diferentes. Y tú vas a tener que volver al tuyo pronto. No serías feliz en un lugar como éste —afirmó desviando la mirada—. Además, ya no estoy seguro de creer en el amor. Mira, Karen decía que me quería, pero no era verdad. Y yo ya tampoco estoy seguro de haber estado enamorado de ella.
—No es verdad.
—Sí que lo es —contestó algo incómodo ante aquel ejercicio de sinceridad.
—Pero, Pedro… Tú no eres un hombre de medias tintas. Tú pones el cien por cien de tí en cada cosa que haces. Por lo que te he conocido estos días, ¡Lo que te importa te importa de verdad!
Pedro se puso en pie de un salto y se alejó de ella. ¡Aquello era ridículo! Todo iría mejor en cuanto Paula se marchara. No tendría unos preciosos ojos negros frente a él que le obligaban a hablar sobre un pasado que ya no se podía cambiar. Por unos instantes la odió.
—Mira —dijo ya en la puerta, tratando de que la expresión de su rostro no lo delatara—. Te quedan muy pocos días aquí y es absurdo que nos los pasemos discutiendo o hablando sobre cosas que ya no son importantes. Mañana es la barbacoa y el baile. Vamos a limitarnos a disfrutar, ¿Vale?
Pedro no esperó a recibir respuesta. Se dió la vuelta y se marchó. Maldición, había subido a verla para pincharla con el baile y habían terminado discutiendo otra vez. No tenían punto medio. O discutían o hablaban de asuntos demasiado profundos. Cuanto antes se marchara Pau mejor porque cada día que pasaba los sentimientos de Pedro eran más confusos.
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