jueves, 26 de septiembre de 2024

Traición: Capítulo 55

Cientos de flores adornaban el salón de fiestas y el sonido de la música se mezclaba con risas y conversaciones.


—Te agradezco mucho que me hayas ayudado a preparar la boda tan rápido —le dijo Paula con una sonrisa a su suegra, mirando la alianza que llevaba en el dedo—. Ha sido como un milagro. Todo ha salido perfecto.


—Me he divertido mucho haciéndolo —dijo Ana Alfonso, quitándole una pelusa del vestido de novia. Aunque Paula estaba dispuesta a contentarse con una ceremonia íntima, Connie había insistido en que se merecía algo más—. Me alegro de que me dejases participar.


Gracias a Ana, había resultado una boda por todo lo alto, con la iglesia y el salón de fiestas rebosantes de flores de primavera, el vestido de Paula de satén y encaje y la tarta de tres pisos. Se habían dado los votos frente a una iglesia llena de familia y amigos, rodeados de amor. Después del beso tradicional, abrazaron a su hijo. Paula sonrió, pensando en lo bien que Baltazar se había tomado la noticia de que Pedro era su padre. Cuando lo llamó «Papá» por primera vez durante la cena antes de la boda, fue el mejor regalo de boda que podría haberle hecho.


—¿En qué piensas? —le preguntó Pedro, rodeándole la cintura con el brazo.


—En lo feliz que soy —dijo ella, elevando el rostro hacia él—. En que tengo todo lo que siempre quise.


—Se me ocurre una cosa más.


—¿Qué es?


—Señora Alfonso, ¿Me concede este baile?


La orquesta comenzó a tocar y, de repente, Paula y Pedro se encontraron en la brillante pista moviéndose al compás de la música.


—¿Te das cuenta de que es la primera vez que bailamos juntos? — susurró Paula, nerviosa por la intimidad del momento—. Al menos, que bailamos con música de verdad.


—Hay muchas otras cosas que no hemos hecho nunca —dijo Pedro tiernamente a su oído—. Muchas cosas que me gustaría hacer.


—Te olvidas de que ya hemos hecho el amor —dijo Paula, carraspeando trémula—. ¿Recuerdas? 


—Por supuesto que lo recuerdo —dijo él, acariciándole la espalda donde el amplio escote se la dejaba libre—. Pero lo que se puede hacer dentro de un armario es bastante limitado.


—¿Y fuera de un armario? —le preguntó ella con los párpados entornados, sintiendo un escalofrío.


—Ya lo descubrirás esta noche —dijo Pedro, retirándole un mechón de cabello del rostro—. No te olvides de que tenemos toda la vida.


Los labios de Pedro sellaron sus palabras y Paula tuvo la indudable sensación de que en los brazos de aquel hombre no le bastaría con toda la vida. 







FIN

Traición: Capítulo 54

 —Entonces, ¿No te avergonzaba? —preguntó Paula, sin atreverse a tener esperanzas.


—Aquella noche me dí cuenta de lo importante que eras para mí.


—Pero no quisiste saber nada más de mí después de aquello. No volviste a aparecer por casa.


—Porque tú dijiste que estabas demasiado ocupada para verme los viernes y sábados por la noche —le dijo él—. Me dí cuenta de que algo te sucedía, así que decidí esperar a que te calmases. Y cuando quise darme cuenta, habías desaparecido.


Paula se dió cuenta con pena que él tenía razón. Diez años atrás estaba tan enfadada y dolida que lo había evitado totalmente.


—Pues supongo que todo aquello ya es agua pasada —dijo con un suspiro pesaroso—. Al menos ahora tenemos todo claro.


—Todo no —dijo Pedro inclinándose sobre la mesa con los ojos tristes—. ¿Por qué no me dijiste que estabas embarazada?


—Por lo que había oído. No quería que te sintieses obligado a apoyarme. No quería tener al lado a alguien que se avergonzaba de mí.


—Tienes razón —dijo Pedro con un suspiro—. No te dí ningún motivo para que confiases en mí. Igual que con el tema de Candela...


—No es necesario que me expliques nada —dijo Paula—. Ella me lo contó todo. Y la he creído. Excepto en eso de que me quieres.


—Es verdad —dijo Pedro—. Te quiero.


—¿Por qué no me lo has dicho, entonces? —dijo Paula, con el pulso acelerado.


—Esperaba el momento oportuno. Y creo que puede ser justamente ahora —dijo él suavemente. Rodeó la mesa e hizo que Paula se pusiera de pie—. Me he dado cuenta esta noche de lo preciosa que es la vida, del tesoro que son Baltazar y tú para mí. No puedo cambiar el pasado, pero quiero compensarlos. Quiero que los tres seamos una familia. ¿Te quieres casar conmigo, Paula?


—Si lo que te preocupa es que me vaya y te separe de Baltazar, no te preocupes —dijo Paula, nerviosa, pero pensando bien lo que decía—. Eres su padre y te necesita. Ahora me doy cuenta de ello. No me iré a la capital, así que si es por eso que me has pedido... 


—El motivo por el que quiero casarme contigo es que te quiero —dijo Pedro con dulzura.


Sus ojos estaban tan llenos de amor que Paula se preguntó cómo no se había dado cuenta antes. Levantó una mano y le acarició la mejilla.


—Yo también te quiero —le dijo.


—Entonces, ¿Te casarás conmigo?


—Por supuesto —dijo Paula, rebosante de felicidad.


Pedro inclinó la cabeza hacia ella...


Unos pasos resonaron en la escalera. Ambos se dieron la vuelta a la vez, mirando hacia arriba.


—¿Es verdad? —preguntó Baltazar, los ojos azules enormes en el pálido rostro—. ¿Eres de veras mi padre?


Un escalofrío recorrió la espalda de Paula y los músculos del brazo de Pedro se pusieron rígidos bajo la mano femenina


—¿Te parece bien? —dijo Pedro asintiendo lentamente con la cabeza.


Baltazar los miró fijamente durante un instante y luego se encogió de hombros.


—¿Quiere decir entonces que no nos mudaremos?


Paula miró a Pedro de soslayo antes de responder.


—Solo una manzana, ¿Qué te parece?


La tensa expresión de Baltazar se convirtió en una sonrisa y Paula dejó escapar el aliento que contenía sin darse cuenta.


—¿Se lo puedo decir a Mateo? —dijo Baltazar.


—Desde luego que sí —dijo Pedro—. Se lo puedes decir a quien quieras.


—¡Qué guay! —dijo Baltazar, volviendo a subir a toda prisa.


—Parece que lo ha aceptado bien —dijo Paula con alivio—. Es buena señal que quiera decírselo a la gente.


—Sé cómo se siente —dijo Pedro, besándola en los labios dulcemente—. Me muero por decírselo a todo el mundo. Si pudiese, lo gritaría desde el tejado. 

Traición: Capítulo 53

Candela se levantó y dio la vuelta a la mesa, apoyándole una mano en el hombro.


—Ya se solucionará todo, verás...


Como obedeciendo a una señal, la puerta se abrió de golpe.


—Miren a quién he encontrado —dijo Pedro con tono exuberante.


—¡Baltazar! —exclamó Paula, corriendo hacia su hijo. Lo estrechó contra su pecho—. Oh, Balta, qué susto que me has dado.


—Lo siento, ma —dijo el niño, con lágrimas en los ojos—. No quería preocuparte.


—Me tengo que ir —dijo Candela, y tomando su bolso se dirigió a la puerta.


—Candela —dijo Paula, dándose la vuelta pero sujetando a su hijo con firmeza—. Muchas gracias... Por todo.


—De nada —dijo Candela con una sonrisa comprensiva—. Después de todo, ¿Para qué estamos las amigas?


—¿Qué te parece si comemos juntas uno de estos días? —dijo Paula.


—Por mí, encantada —sonrió Candela.


Paula volvió a abrazar a Baltazar.


—Te quiero tanto —le dijo—, no te escapes nunca más. Juntos, siempre podemos buscar una solución. ¿Comprendido?


—Yo también te quiero, ma—dijo el niño, y le devolvió el abrazo.


—Y ahora, señor —sonrió ella tras darle un beso en la coronilla y secarse una lágrima—, me parece que tendrá que darse un buen baño y comer algo. ¿Qué le parece?


Baltazar asintió con la cabeza.


—¿Nos vamos a Washington? —preguntó, sin levantar la mirada.


—Ya hablaremos de eso después —dijo Paula.


—Pero...


—Baltazar —dijo Pedro con firmeza—, tu madre ha dicho que más tarde —le sonrió cuando el niño subía por la escalera y luego se dirigió a Paula—: Ya he llamado al sheriff para darle la noticia.


—No te vayas todavía —dijo Paula, señalándole una silla—. Quiero que me cuentes todos los detalles. 


—No sé por qué no se me ocurrió antes —dijo Pedro, sentándose. Tenía cara de cansado—. Hace unas semanas les mostré a Baltazar y a Mateo una choza que construí con unos amigos hace mil años en el bosquecillo que hay junto al estanque de los Larkin. Los fascinó. Cuando llegué allí esta mañana, lo encontré profundamente dormido.


—No sé cómo agradecértelo —dijo Paula.


—No yéndote a Washington —dijo Pedro.


—Me sorprende que todavía quieras que me quede —dijo sin mirarlo, eligiendo cuidadosamente las palabras—, después de mi forma de actuar.


—Debí decirte que Candela iba a la cena —dijo Pedro con voz ahogada— . Y que ella era el motivo por el que no pude ir a...


—Estaba obcecada, fui una cabezota. Cuando quisiste darme una explicación, me negué a escucharte —dijo Paula, mirándolo a los ojos—. Hice exactamente lo mismo que cuando tenía dieciocho.


—Paula, sobre la graduación...


—Pedro —lo interrumpió ella—, no es necesario que me expliques nada.


—No quiero que haya más secretos ni malentendidos entre nosotros —dijo Pedro.


—Yo tampoco —dijo Paula, con la mirada en la suya.


—Prométeme que no me interrumpirás hasta que acabe de hablar, ¿De acuerdo?


Paula no estaba segura de querer escuchar lo que él tenía que decir, pero asintió con la cabeza.


—Javier y Marcos nos encerraron en aquel cuartucho porque querían que hiciésemos el amor.


—Entonces, lo habían planeado —dijo Paula, sin poder evitar la desilusión que la embargaba.


—Dijiste que me escucharías —le recordó Pedro—. Recuerda que me engañaron a mí tanto como a tí.


—Entonces, ¿Por qué dijiste aquello en el pasillo?


—Intentaba protegerte —dijo Pedro—. Si les hubiese dado alguna pista de lo que había sucedido en aquel armario, Javier y Marcos habrían tirado tu reputación por los suelos.

martes, 24 de septiembre de 2024

Traición: Capítulo 52

 —Le dije que nos volvíamos a Washington.


—No me lo creo —dijo Pedro consternado—. Quieres llevarte a mi hijo al otro extremo... —Se interrumpió. Hizo una pausa, respirando profundamente—. Eso no es lo importante ahora. Tenemos que encontrar a Baltazar.


Paula no protestó cuando él le pasó un brazo por los hombros, llevándola hasta la cocina. Se sentaron ante la mesa y escuchó atentamente mientras ella le explicaba lo que había hecho.


—Lo primero que pensé era que estaría en casa de tu madre, pero ella no está.


—Se ha ido a visitar a su hermana en Topeka por unos días. Qué extraño que no te lo haya dicho.


—Quizá lo intentó —dijo Paula, pensando en todas las llamadas que no había contestado.


—Da igual. Lo único que importa es encontrar a nuestro hijo. Ya verás que estará en su cama antes de que den las doce.


Pero la medianoche llegó y siguieron sin saber nada. Y cuando salió el sol, Pedro comenzó a preocuparse. Paula volvió a casa siguiendo el consejo del sheriff, «Por si el chaval decide volver», él salió a buscarlo un poco más, porque pensó que si se quedaba sentado se volvería loco. A las ocho de la mañana, Paula se dió la vuelta esperanzada al oír la puerta de la cocina, pero solo era Candela.


—¿Puedo entrar?


—Desde luego. Pero si buscas a Pedro, acaba de irse.


Candela la miró, confusa.


—¿Y por qué iba a buscarlo? Los que me preocupan son Baltazar y tú.


—¿Quieres un café? —dijo Paula, levantándose para servirle uno, que le puso delante.


 No quería ser grosera. No era culpa de Candela que Pero la prefiriese a ella. Y Candela había sido uno de los voluntarios que se habían pasado la noche buscando a Baltazar.


Candela se sentó frente a Paula ante la mesa y le echó azúcar al café.


—¿Has oído algo?


—Ni una palabra —dijo Paula, afligida. 


—No te preocupes —dijo Candela, sonriendo para tranquilizarla—. Lynnwood es un pueblo seguro.


—Ya lo sé, pero Baltazar es solo un niño —dijo, intentando tragar el nudo que se le había hecho en la garganta—. Y yo lo quiero tanto... Perdona —añadió cuando se le llenaron los ojos de lágrimas—, no quería hacer una escena —se secó los ojos con una servilleta de papel.


—Oye, yo también soy madre. Te comprendo perfectamente —dijo Candela, dándole unas palmaditas en la mano—. Haríamos cualquier cosa por proteger a nuestros hijos. Por eso me dió tanto miedo cuando Martín apareció de repente el sábado.


Paula asintió con la cabeza. No tenía ni idea de lo que hablaba Candela, pero estaba demasiado cansada para preguntar.


—No estaba preocupada por mí solamente —prosiguió Candela—. Era por Abril. Cuando a Martín le da uno de sus ataques, es capaz de hacer cualquier cosa. Y mi padre estaba de viaje. No sabía qué hacer. Gracias a Dios que conseguí comunicarme con Pedro. Espero que te dijera lo mucho que sentí haberos arruinado los planes.


—El día del golf —dijo Paula. De repente, comprendió.


—Él estaba deseando ir, pero dijo que tú lo comprenderías. No sé si yo hubiese sido tan comprensiva —sonrió Candela—. Pero supongo que por eso te quiere a tí y no a mí.


—¿Me quiere? —dijo Paula, mirándola fijamente—. ¿De dónde has sacado eso?


—Pedro me lo dijo.


—¿Cuándo?


—Me dijo que estaba enamorado de tí el día de la cena de la Cámara de Comercio —dijo Candela, dirigiéndole una mirada de curiosidad—. El día que me pasó a buscar porque mi coche estaba en el mecánico. Después me llevó a casa.


—¿Antes o después del beso? —preguntó Paula, levantando una ceja.


—El beso fue idea mía, no suya —dijo Candela, ruborizándose—. Y no lo volveré a hacer. Me dejó bien claro que no estaba interesado.


Paula se dió cuenta de que Pedro había intentado decirle la verdad, pero ella no lo había querido escuchar. Se le contrajo el corazón y hundió el rostro en las manos. ¿Cómo pudo haber sido tan idiota? 

Traición: Capítulo 51

Con un suspiro de resignación, decidió irse a la cama. Al pasar frente a la puerta de Baltazar, se detuvo. Ella y él nunca se habían ido a la cama enfadados.


—Baltazar —dijo, golpeando levemente la puerta—, ¿Me dejas pasar?


Cuando él no respondió, volvió a golpear.


—¿Cielo? Solo quiero darte las buenas noches.


No esperó una respuesta. Abrió la puerta sin esfuerzo y se dirigió sin hacer ruido a la cama de su hijo. Le tocó el hombro, pero la mano se le hundió en algo blando. Retiró la manta. Lo que parecía el cuerpo de su hijo no era más que unas almohadas artísticamente colocadas. Su hijo había tratado que ella creyese que estaba en la cama durmiendo. Recorrió la habitación con la mirada, deteniéndose en un trozo de papel blanco apoyado contra el espejo de la cómoda. Se acercó apresuradamente y lo abrió. "Mamá: Lo siento, pero no me voy. No te preocupes, puedo cuidarme. Te quiero. Baltazar" Paula sintió tal opresión en el pecho que se le cortó la respiración. Volvió a leer la nota y luego la arrugó. ¿Dónde se habría ido? Bajó las escaleras corriendo y se dirigió a la puerta. Rápidamente miró en el garaje antes de salir y pasar a casa de Ana Alfonso, pero estaba todo oscuro y nadie respondió a su llamada. Volvió corriendo a su casa y llamó a la policía. Cuando informó de la desaparición de su hijo, se le quebró la voz y contuvo un sollozo. Dios santo, ¿Qué haría si no lo encontraban? Juan llegó con su ayudante cuando acababa de llamar a los otros vecinos. La última pregunta que le hizo fue directa y sin tapujos: ¿Había alguna posibilidad de que fuese el padre de Baltazar? Sobresaltada, Paula dijo que no sin pensárselo, pero después de que se fuese el sheriff, comenzó a preguntarse si quizá el niño habría ido a casa de Pedro. Llamó a Pedro, pero no  comunicaba. Ahogando una imprecación, se metió el móvil en el bolsillo y agarró las llaves del coche. En cinco minutos estaba en el porche de él, agradeciendo a Dios que las luces estuviesen encendidas. Al menos estaba en casa. El timbre no había acabado de sonar cuando se abrió la puerta de golpe. La expresión de sorpresa del rostro de Pedro se trocó rápidamente en una de alegría.


—Paula, me alegro de que hayas venido.


—Entonces, ¿Está aquí? —preguntó esperanzada.


—¿Quién?


—Baltazar —dijo ella estirando el cuello para ver detrás de él.


—No, no lo he visto desde el sábado —dijo Pedro, con expresión preocupada.


—Gracias, de todas formas —dijo ella, desilusionada. 


Sacó el teléfono del bolsillo para cerciorarse de que seguía encendido. No quería que el sheriff la llamase y no diese con ella. Se dió la vuelta para irse, pero Pedro la agarró del hombro.


—Un momento. ¿Qué pasa? ¿Dónde está Baltazar?


—No lo sé —dijo ella hundiéndose de repente. Los ojos se le llenaron de lágrimas—. Se ha... Se ha ido de casa.


—¿Estás segura? —preguntó Pedro, poniéndose pálido.


—Dejó una nota —dijo Paula asintiendo con la cabeza.


—¿Porqué?


—Estaba enfadado —dijo Paula, sin poder mirarlo a los ojos—, pero nunca pensé que haría esto.


—¿Has llamado al sheriff?


—Sí, y también a los vecinos y a los amigos de Baltazar. Pero... Nada —levantó la mirada hasta la de él—. No te imaginas lo mucho que deseaba que estuviese aquí —le dijo con labios temblorosos.


—Entonces, le dijiste que soy su padre y no le cayó bien —dijo Pedro.


—No, todavía no lo sabe.


—Entonces, ¿Por qué se ha enfadado?


Paula titubeó. 

Traición: Capítulo 50

El lunes a primera hora Paula recibió una llamada confirmando que el puesto era suyo. Hizo planes para mudarse a Washington cuanto antes. Aunque comenzaría a trabajar en un par de meses, los pocos ahorros que había logrado acumular desde mudarse a Lynnwood le alcanzarían hasta cobrar su primer sueldo. Cuando volvió a casa borró todos los mensajes del contestador automático. El día anterior, Pedro la había llamado dos veces y ella no había contestado. Obviamente, él aún creía que tenían que hablar. Pero ¿Qué más se podían decir? Desde luego que a Baltazar no le gustaría la idea. Poco a poco, le había tomado el gusto a Lynnwood. Cuando lo fue a buscar a casa de Sonia, el niño le habló entusiasmado de un campamento de baloncesto al que él y Mateo pensaban asistir. Le dio pena decirle que se habrían ido de allí mucho antes de que el campamento comenzase.


—Voy a echar unas canastas antes de la cena —dijo Baltazar, haciendo girar un balón entre sus manos con el dedo índice.


Paula titubeó. ¿Sería aquel el momento adecuado? Baltazar se dirigió a la puerta.


—Espera —dijo Paula, secándose la humedad de las palmas de las manos en la falda—. Tengo que hablar contigo.


Baltazar se dio la vuelta con un bufido de impaciencia, mirando la puerta.


—Tengo una noticia fantástica —le dijo Paula—. He decidido aceptar el trabajo de la compañía aquella dé Washington.


Baltazar la miró con el ceño fruncido y en ese momento se pareció tanto a su padre que a Paula se le hizo un nudo en el estómago.


—¿Trabajarás desde aquí?


—No —dijo Paula, esbozando una sonrisa forzada—. Eso es lo fantástico. Nos volvemos a Washington.


Baltazar apretó el balón entre los dedos. 


—A mí me gusta vivir aquí


—Ya sé que te gusta —dijo ella, intentando calmarlo, pero también te gustaba aquello, ¿Recuerdas?


—Mateo y yo tenemos planes. Está el campamento de baloncesto y los dos jugaremos en el mismo equipo de fútbol —la miró desafiante—. No quiero mudarme.


—Me temo que no tienes otra opción —dijo Paula sin alterarse—. Tú y yo somos un equipo. Donde voy yo, vas tu. Así que necesito que comiences a juntar tus cosas. Nos vamos pasado mañana


—Pero a tí también té gusta estar aquí —dijo Baltazar, asustado—. Lo dijiste.


—Me gustaba —dijo Paula—, pero las cosas han cambiado.


—Pues a mí me sigue gustando. Y no me mudaré —dijo Baltazar, dejando caer el balón con un golpe y levantando la barbilla—. No puedes obligarme.


—Soy tu madre —dijo ella, mirándolo con firmeza—, harás lo que yo te diga.


—¡Pues no me iré! —gritó Baltazar, dándose la vuelta. 


Subió las escaleras corriendo. Segundos más tarde, cerraba la puerta de su dormitorio con un sonoro portazo. Paula estuvo a punto de seguirlo, pero luego se dijo que el niño necesitaba un poco de tiempo para hacerse a la idea. Con un suspiro de resignación, se dirigió al salón. Baltazar no respondió a su llamada a comer, a pesar de que era su plato preferido: Espaguetis con albóndigas. Aunque no tenía demasiada hambre, ella hizo un esfuerzo por comer, pero la comida le supo horrible y acabó tirándola. Luego intentó leer, pero no podía concentrarse, pues penetraba una y otra vez en la conversación con Pedro. Miró el teléfono. ¿Y si lo llamaba y le daba la oportunidad de que se explicase? ¿Qué le pasaba, era masoquista o el monumento a la estupidez humana? ¿No había aprendido la lección dé Pedro Alfonso? ¿No había aprendido que detrás de aquella increíble sonrisa y aquel rostro sincero se escondía el mentiroso más grande del mundo? 

Traición: Capítulo 49

 —Venga, Pedro. Ya lo hemos hablado antes. El padre de Baltazar y yo nos conocimos en Washington...


—Otra mentira —dijo Pedro, que la miraba sin parpadear—. También me dijiste que era prematuro.


—Porque lo era —dijo Paula, rogando que la desesperación que sentía no se le reflejase en el rostro—. Sietemesino.


—Pesaba cuatro kilos, Paula —dijo Pedro secamente—. Y Baltazar me dijo que hubo que provocarte el parto porque te habías pasado de fecha. 


—¿Eso era lo que tenías que hacer mientras yo no estaba? ¿Interrogar a mi hijo?


—Por el amor de Dios, Paula. Yo ya sé la verdad. Al menos sé sincera ahora —dijo Pedro tras lanzar un resoplido impaciente.


Resignada a lo inevitable, ella asintió lentamente con la cabeza.


—Dime —dijo Pedro, con el rostro demudado por la desilusión y la rabia—, después de todo lo que compartimos, ¿Cómo pudiste hacerlo? ¿Cómo pudiste tener un hijo mío sin decírmelo?


—¿Después de todo lo que compartimos? —dijo Paula sofocando el atisbo de culpabilidad que sentía, ya que no tema por qué sentirse culpable—. No me tomes el pelo. Yo no significaba nada para tí.


—¿Como puedes decir algo así? Éramos amigos, buenos amigos y...


—Yo no era tu amiga —soltó Paula, furiosa—. Te resultaba cómoda. Era una niña gorda y solitaria y fui lo bastante tonta para pasar el último año del instituto mendigando lo poco que me dabas. Por supuesto, te veía después de que tu acabases de divertirte con tus amigos, los amigos con los que no te daba vergüenza que te vieran —se le llenaron los ojos de lágrimas y se las secó con rabia.


—Nunca me avergoncé de tí —dijo Pedro con ojos relampagueantes—, ni de nuestra amistad.


—No soy estúpida, Pedro —dijo Paula, sorprendida ante la vehemente negativa masculina—. Te oí en el pasillo diciéndole a tus amigos... — titubeó, porque no había planeado decirle aquello—, diciéndoles... Que nunca te rebajarías a estar con alguien como yo.


Pedro se quedó silencioso, intentando recordar. Y el momento en que lo hizo fue evidente, porque los ojos se le llenaron de compasión y alargó los brazos hacia ella. Paula retrocedió, luchando con las lágrimas.


—Quizá no era la más bonita de las chicas, pero era una buena persona. Yo sí que era una buena amiga. ¡Y no me merecía que me utilizases de aquella forma!


—Entendiste mal —dijo Pedro—. Lo que intentaba era protegerte.


—¿Y Candela? —dijo Paula, sarcástica—. ¿También he malinterpretado eso?


—¿A qué te refieres? 


—¿Niegas que la llevaste a la cena de la Cámara de Comercio?


—Necesitaba que la llevasen —dijo él sin alterarse, mirándola a los ojos.


—¿También necesitaba que le diesen un beso?


La mandíbula masculina se puso tensa y Paula se dió cuenta de que había dado en la diana.


—Candela y yo solo somos amigos.


—¿Y hoy? —acusó Paula, sorprendida ante su propia calma mientras se le rompía el corazón—. ¿También vas a negar que has estado con ella?


—Déjame explicártelo...


—No te molestes —dijo Paula dirigiéndose a la puerta para abrirla de golpe—. Vete y no vuelvas.


—Paula, tienes que escucharme —dijo Pedro sin moverse.


—No tengo por qué hacer nada.


—De acuerdo —dijo Pedro, lanzando un suspiro exasperado. Cruzó el salón y llegó hasta la puerta. Allí se dió la vuelta—. Cuando te calmes, hablaremos.


—Mantente alejado de mi vida, Pedro —dijo Paula, comenzando a cerrar la puerta—. Y de la de mi hijo.


—Permíteme que deje algo bien claro —dijo Pedro, deteniendo el movimiento de la puerta con el pie—. Hasta ahora habrás mantenido a Baltazar alejado de mí, pero de ahora en adelante, ni lo sueñes. Te guste o no, seré parte de su vida —añadió, saliendo al porche—. Ya te llamaré y hablaremos.


Paula cerró la puerta de un portazo. Apoyando la espalda contra ella, se deslizó hasta el suelo, hundiendo el rostro en las manos. Durante los últimos meses había creído ver un cambio en Pedro, pero seguía igual. Era arrogante y egocéntrico. Y ahora sabía que Baltazar era su hijo. Lágrimas ardientes le corrieron por las mejillas. ¿Por qué se habría marchado de Washington? Allí tenía amigos, gente que la quería. Y si hubiese aguantado unos meses más, incluso tendría un trabajo fantástico. Se puso de pie y, dirigiéndose al secreter, se secó las lágrimas con impaciencia. Buscó en el primer cajón hasta que encontró el sobre largo y estrecho. La tarjeta del gerente de Recursos Humanos todavía estaba dentro. Aunque no pensaba encontrar a nadie un sábado por la noche, marcó el número y dejó un mensaje. Satisfecha de haberlo hecho, colgó y se sentó en el sillón. A finales de mes, Baltazar y ella estarían de nuevo en Washington y Pedro Alfonso solo sería un mal recuerdo.



jueves, 19 de septiembre de 2024

Traición: Capítulo 48

Pedro recibió la fotografía que le daba y la miró. Recordaba perfectamente que se la habían tomado el día después de su décimo cumpleaños. Miró las facciones del niño de la foto y luego dirigió su mirada a Baltazar. Se quedó sin aliento. El niño se parecía tanto a la foto de sí mismo cuando tenía diez años que no pudo comprender cómo no se había dado cuenta antes. El parecido era pasmoso. En ese instante se desvanecieron todas las dudas que él había tenido sobre la identidad del padre de Baltazar.


—Déjame ver—dijo Baltazar mirando la foto—. ¡Hala! ¡Cuantos premios!


—Sí, conseguí muchos —dijo Pedro, sin poder despegar la mirada de su hijo. Se preguntó cómo su madre no se había dado cuenta del parecido.


—Yo fui Cub Scout una vez —dijo Baltazar—. Me gustaba mucho, pero nunca llegué a Boy Scout.


—Si te gustaba, ¿Por qué lo dejaste? —preguntó Pedro.


—No, sé —dijo, nervioso ante la mirada fija de Pedro.


—Debiste tener una razón —dijo Pedro. De repente, cualquier detalle de la vida de Baltazar, por insignificante que fuese, cobraba importancia y quería oírlo.


—Supongo que fue porque comenzaron a hacer un montón de cosas con los padres —dijo Baltazar—. Y como yo no tenía...


Pedro sintió deseos de gritar que sí, que tenía padre, un padre que lo hubiese dado todo por ir de campamento con él. El pesar se mezclaba con su creciente rabia. Se había perdido tanto... Años que nunca podría recuperar. Un tiempo precioso perteneciente a Baltazar y a él. ¿Qué motivo podría haber tenido Paula para esconder semejante secreto? No tenía sentido. Cuando ella volviese de Kansas City tendría que darle algunas explicaciones. Hasta ese momento, no diría ni palabra. La mirada de Pedro se dirigió a Baltazar, deseando poder decirle en aquel momento que era su padre y asegurarte que nunca más se tendría que preocupar por no tener padre. Porque ahora pertenecía a su vida y allí era donde tenía intención de quedarse. Nada y nadie se interpondría entre ellos nuevamente. 



Paula acababa de quitar el cerrojo a la puerta cuando Pedro apareció de repente y, pasando a su lado, se dirigió decidido al salón. Furiosa por su audacia, ella lo siguió. ¿Cómo se atrevía a entrar con tanta confianza?


—No me gusta que me invadas de esta manera —dijo, deteniéndose en el vano de la puerta del salón y cruzándose de brazos. Se sentía vulnerable bajo su mirada—. ¿Se puede saber qué pasa? ¿Dónde está Baltazar?


Pedro se sentó en el sofá.


—Baltazar está en casa de su abuela —dijo, tenso.


—¿Abuela? —dijo Paula, atragantándose—. Mi madre ha muerto.


—La mía, no —dijo Pedro y aunque su tono era bajo y suave, Paula sintió que un escalofrío le recorría la espalda.


—No sé a qué te refieres —dijo, lanzando una risilla forzada y retirándose un mechón de pelo del rostro con un ademán nervioso—. Ya sé que tu madre es como una abuela para Baltazar, pero...


—Es su abuela porque yo soy el padre de Baltazar —dijo Pedro, con frialdad—. ¿Sabes? Me preguntaba por qué te marchaste de Lynnwood en cuanto acabamos el instituto, pero ahora lo sé. Estabas embarazada.


Paula se quedó muda. Antes, él se lo había preguntado, pero ahora lo afirmaba. Tomó aliento y sonrió, como si Pedro estuviese bromeando en vez de decir la verdad. Aunque había planeado decírselo, no quería que fuese de aquella manera. 

Traición: Capítulo 47

 —Baltazar me está ayudando a organizar las fotos. Ahí viene —dijo su madre, mirando hacia la puerta. Pedro se había olvidado de que Baltazar había quedado a su cargo—. ¿Te costó trabajo encontrarlas?


—No —dijo Baltazar, poniendo la caja sobre la mesa junto a la madre de Pedro—. Estaban en el trastero al lado de la máquina de coser, tal como usted había dicho —le echó a Pedro una mirada de sorpresa—. ¿Y tú no ibas a ir a esa cosa del golf con mi madre?


—Surgió algo inesperado —dijo Pedro encogiéndose de hombros.


—¿Tienes tiempo para echar unas canastas?


Pedro señaló la pila de fotografías qué su madre acababa de sacar de la caja.


—Me gustaría, pero parece que ustedes tienen mucho trabajo aquí.


—Prefiero jugar al baloncesto contigo —dijo Baltazar.


—¿No prometiste ayudar a mi madre?


Baltazar dirigió una mirada de ruego a la señora Alfonso, pero ésta no pareció notarlo. Toda su atención se concentraba en la foto que tenía en la mano.


—Mira qué precioso eras cuando bebé, Pedro.


Baltazar se acercó a mirar mejor.


—¿A ver?


—Pero si era una bola de grasa —rió Pedro.


—No eras gordo —se defendió su madre—. Eras un bebé enorme, eso sí. ¡Pesabas más de cuatro kilos!


—Yo pesaba cuatro kilos —sonrió Baltazar.


—Pero ¿No eras prematuro, tú? —preguntó Pedro extrañado.


—¿Y eso qué quiere decir? —preguntó Baltazar.


—Que naciste antes de tiempo —explicó la señora Alfonso.


—¡Qué va! —dijo Baltazar, negando enérgicamente con la cabeza—. Si yo nací más tarde. Mi madre me ha dicho que tuvieron que darte una medicina para hacerme salir.


—¿Estás seguro? —preguntó Pedro mirándolo fijamente.


Baltazar titubeó, claramente confuso ante el escrutinio de Pedro.


—Eso es lo que mi madre me ha dicho.


Pedro sintió una terrible opresión en el pecho.


—Pedro, no atosigues al pobre chico —dijo su madre, con un ligero tono de advertencia—. Antes, después..., ¿Qué importancia tiene?


Pedro quiso decirle que sí que importaba, que si Baltazar no era prematuro, quizá el niño era su nieto. Pero se mantuvo callado. Quizá Baltazar se había equivocado, así que decidió no decir nada hasta no estar completamente seguro.


—Mira esta foto, Pedro —dijo su madre, tomando otra foto para cambiar de tema—. Tendrías más o menos la edad de Baltazar. Estabas monísimo con tu uniforme de Boy Scout. 

Traición: Capítulo 46

 —Pues es muy real —dijo con voz fría y calmada, como si el hecho de que Pedro no apareciese hubiese sido una mera anécdota. Cuando la llamó por la mañana con la estúpida excusa de una emergencia, se sintió desilusionada, aunque en realidad no le causó ninguna sorpresa.


—Paula, aquí.


Paula recorrió el fresco comedor del club repleto de gente con la mirada. Javier Royer la llamaba desde a una mesa. Sonreía señalándole un sitio vacío. Aunque a ella no le apetecía en absoluto sentarse con el amigo de Pedro, la única otra alternativa era junto a Pablo, así que le dijo a esta adiós y se dirigió a través de la gente a la mesa de Javier. Éste hizo las presentaciones. Sorprendentemente, el nombre de Pedro no surgió hasta bien avanzada la comida. Y luego lo mencionó Daniela Royer, que había dejado que su marido llevase la voz cantante.


—Alguien me dijo que traías a Pedro Alfonso de pareja. ¿Cambió de opinión?


—Daniela —dijo Javier, lanzándole a su esposa una mirada de desaprobación—, basta.


—Pedro tenía intención de venir —dijo Paula por enésima vez ese día, preguntándose cuántas veces antes de que acabase el día tendría que explicar que había surgido una emergencia—. Pero...


—No es necesario que digas nada —dijo Javier—. Le dije a Daniela la semana pasada que Pedro y Candela estaban saliendo justo nuevamente. Está claro que no ha hecho la conexión. Siento que haya sacado el tema.


Paula se quedó sin aliento. ¿Pedro y Candela juntos otra vez? Imposible.


—Nunca me dijiste que Pedro y Candela salían juntos —dijo Daniela, mirando a su esposo fijamente.


—Desde luego que sí —dijo Javier, esbozando una sonrisa que no suavizó en absoluto la aspereza de su voz—. Fue la noche de la cena de la Cámara de Comercio. Te dije que Pedro estaba allí con Candela.


—Mencionaste que ella estaba allí. Y que Pedro era maestro de ceremonias —dijo Daniela—, pero no que estuviesen saliendo juntos.


—Dije que habían llegado juntos, ¿O no? —dijo Javier—. Y que se fueros juntos, ¿No? 


Paula apretó los puños bajo la mesa, clavándose las uñas en las palmas de las manos.


—Pues sí—concedió Daniela.


—¿Lo quieres más claro, mujer? Dime.


Daniela hizo una mueca ante el tono duro de la voz de su esposo, pero no le respondió. Un incómodo silencio se cernió sobre la mesa. Paula no tendría que haberse sorprendido de la nueva traición, pero lo hizo. Y si esperaba que te hiciese menos daño que la primera vez, estaba equivocada. Sentía tanto daño o más que entonces.




—¡Pedro! —exclamó la señora Alfonso sorprendida, sentada a la mesa del comedor—. Pensaba que Paula y tú estarían ya en Kansas City.


—Surgió una emergencia y no he podido ir. Paula se ha ido sola.


—Espero que haya sido por algo importante —dijo su madre, preocupada—. Paula estaba realmente ilusionada con que fueses.


—Ya lo sé —Dijo Pedro con un suspiro—, pero no hubo más remedio.


Martín se había comportado como un caballero, pero ¿Quién sabía lo que hubiese sucedido si se hubiera encontrado a Candela sola? Aunque Martín había estado solo un momento, cuando Pedro quedó libre ya era demasiado tarde para reunirse con Paula. Presa de una extraña inquietud, fue a casa de su madre.


—¿Qué haces? —le preguntó. Cubrían la mesa álbumes y cajas. 

Traición: Capítulo 45

 —Oh, Paula, podría ser maravilloso —dijo él, mordisqueándole el lóbulo.


Eran dos adultos. ¿Qué había de malo en demostrarle lo mucho que lo quería? Pero su mente era un remolino de confusas emociones y pensamientos. Era difícil pensar con él tan cerca, con su calor, su perfume, la dulzura de sus besos. Se humedeció los labios con la lengua.


—Déjame quererte —insistió él, tomándole las manos.


Paula se lo quedó mirando. Sus palabras casi eran las que deseaba que dijese, pero, ¿Eran exactamente las que ella quería?


—¿Te pasa algo? —preguntó él.


—No, no me pasa nada —mintió Paula.


¿Cómo explicarle que no era lo que él había dicho sino lo que no había dicho, lo que nunca le había dicho?


—Lo que pasa es que ha sido una semana muy larga y estoy cansada. Será mejor que me vaya a dormir. 


—¿Te quieres ir a la cama? ¿Sola?


En cualquier otro momento, la expresión confundida del rostro masculino le habría causado gracia, pero al mirarlo, sintió una opresión en el pecho. Ojalá su respuesta pudiese ser diferente, pero la única vez que había dejado que su corazón la guiase, él se lo había roto. Pero había crecido y era más sensata. No podía volver a cometer el mismo error. 




Pedro acababa de meter los palos de golf en el maletero cuando sonó su teléfono móvil. Sonrió. Paula ya lo había llamado dos veces y todavía no eran las nueve de la mañana. Aunque aún disponía de cinco minutos antes de salir para la casa de ella, seguro que lo llamaba para cerciorarse de si ya estaba en camino.


—Ya voy —dijo al atender la llamada.


—Pedro, soy yo —dijo Candela atropelladamente—. Martín acaba de llamarme. Está en el pueblo y dice que viene hacia aquí.


—¿Has llamado al sheriff? —preguntó Pedro, alarmado al percibir el miedo en la voz femenina.


—De poco me ha servido —el disgusto no lograba tapar el miedo—. Se ha ido con Hugo a un accidente que ha habido en la carretera. Me preguntó si Martín me había amenazado y le dije que no, al menos esta vez no. Me dijo que vendría en cuanto pudiese, pero...


—¿«Pero...»? —dijo Pedro cuando ella se interrumpió.


—No comprende que la otra vez Martín tampoco me amenazó y recuerda lo que sucedió —dijo Candela con voz temblorosa—. Tengo miedo, Pedro. Estoy sola con Abril.


—Voy para allá —dijo Pedro, sentándose en el todoterreno y poniéndolo en marcha.




—¿Estás seguro?



El alivio de su voz era evidente. Pedro pensó en el golf. Sabía que Paula quería que fuese con ella, pero ya habría otras reuniones de empresa. Aquello era una emergencia. Seguro que ella comprendería que no podía dejar a una amiga en la estacada.


—Algunos de nosotros nos preguntamos si este novio tuyo no será imaginario —dijo el pesado de Pablo, el de Contabilidad, en la fila para servirse la comida después de pasarse la mañana jugando al golf.


Su tono era de broma y Paula se forzó a sonreír, aunque no le hiciese ni pizca de gracia. 

martes, 17 de septiembre de 2024

Traición: Capítulo 44

 —Pues, al final nos pusieron una carne fantástica —dijo Pedro, mirándola a los ojos—. Aunque no tuvo ninguna gracia tener que comérmela solo.


—Pero si no comiste solo —dijo Paula—. Al menos, habría unas cincuenta personas en esa cena.


—Pero tú no estabas allí —dijo él y su mirada volvió a encontrarse con la de ella.


Paula contuvo con un esfuerzo una sonrisa bobalicona mientras un calorcillo se extendía por todo su cuerpo. Pero estaba sonriendo cuando fue a buscarle a Pedro una gaseosa y una bolsa de patatas. Se sentó en la hamaca y él lo hizo a su lado. Mientras charlaban tranquilamente, una extraña sensación de haber vivido aquel momento antes la asaltó. Volvía a ser la amiga secreta, la que nadie sabía que él tenía... No, lo que había sucedido entonces no tenía nada que ver con su relación presente. Nada. Pedro le rodeó los hombros con el brazo y ella se estrechó contra él, aspirando su colonia.


—¿Qué tal Kansas City? —preguntó Pedro y le rozó el pelo con los labios, haciendo que un estremecimiento le recorriese a Paula la columna, dejándola sin habla.


—No fui —dijo Paula finalmente, cuando se dió cuenta de lo que él se refería—. Estaba cansada —explicó—. Decidí que era mejor quedarme en casa con mi chico favorito.


Pedro la miró sin comprender y una expresión de celos cruzó su rostro. Paula sintió la tentación de seguir haciéndolo sufrir, pero al final le dió pena hacerlo.


—¿No te he dicho que mi chico favorito va a cuarto curso de primaria? Mide alrededor de metro y medio y tiene el cabello oscuro...


—¡Ahora entiendo! —dijo Pedro, lanzando una estruendosa carcajada teñida de alivio.


—Háblame más de la cena —dijo Paula—. ¿Lo has pasado bien?


—La cena no estuvo mal —dijo Pedro—. Pero lo verdaderamente fantástico era el maestro de ceremonias.


Pedro se puso serio y le acarició la mano con ternura. 


—Fuera de broma —dijo él, con la mirada fija en los labios femeninos—, te eché de menos.


Entonces, ¿Por qué no la había invitado a que lo acompañase?


—Hace un momento, recordé cuando te esperaba con la gaseosa y las patatas —dijo ella con un profundo suspiro—. Por aquel entonces pensaba que te conocía más que a mí misma.


—Pues desde luego que sabías más que yo —dijo él con una risilla—. En aquella época yo no sabía ni quién era ni lo que quería.


—¿Y ahora? —preguntó Paula inquieta.


—Ahora sé exactamente lo que quiero —dijo él con un susurro ahogado.


Paula sintió que la emoción le atenazaba la garganta cuando él le selló los labios con los suyos. Le rodeó a Pedro el cuello con sus brazos y le devolvió el beso. La quería a ella. Se había equivocado al dudar de su amor. Abrió la boca y el beso se hizo más profundo.


—Vayamos dentro —le dijo él tan bajo que Paula creyó imaginarse sus palabras mientras la besaba en el cuello.


Un repentino deseo la recorrió. Lo único que deseaba en aquel momento era tomar a Pedro de la mano y subir con él las escaleras hasta su dormitorio para hacer el amor con él toda la noche. 

Traición: Capítulo 43

 —Candela —dijo Pedro, levantándole el rostro con dos dedos en la barbilla—, somos amigos. Si me necesitas, llámame. Así de simple.


—De acuerdo —dijo Candela finalmente—. Pero, ¿Podrías hacerme un favor? No se lo digas á nadie, ni a tu hermana.


—¿Por qué? No tienes por qué avergonzarte de ello.


—Ya lo sé —dijo Candela, con la vista baja—, pero me da vergüenza. 


—Si eso es lo que quieres... —dijo Pedro, dándole unas torpes palmaditas en el hombro. No comprendía, pero respetaba sus deseos.


—Muchas gracias por todo —dijo Candela, inclinándose hacia delante con los labios ligeramente fruncidos.


Pedro esperaba un beso en la mejilla, pero en lugar de ello, Candela plantó sus labios firmemente en los de él y le rodeó el cuello con los brazos. Sobresaltado, esperó a que ella acabase el beso para separarse y liberarse de su abrazo.


—¿Y eso, por qué?


—Por ser tan buen amigo —dijo Candela con una sonrisilla—. Antes no te importaba que te besase.


—De eso hace mucho tiempo. 


—SL «a.P.» —dijo ella después de contemplarlo un largo rato.


—¿«a.P,»? —ahora sí que no comprendía nada.


—Antes de Paula. Es gracioso cuando piensas en ello —dijo Candela con una sonrisa resignada—. En el instituto, yo lo tenía todo y Paula no tenía nada. Ahora ella es la que lo tiene todo.


Pedro se la quedó mirando, incrédulo. Estaba claro que él no era el único que se comportaba de forma extraña.


—Tienes a Abril. Tienes a tus amigos y a tu familia. ¿Te parece eso poco?


—Ya lo sé, tienes razón —dijo Candela, tras una larga pausa.


—Uno de estos días encontrarás a alguien que te merezca. Alguien que te quiera tanto como yo quiero a Paula.


—Hace rato que dejé de esperar al príncipe azul —dijo Candela con un suspiro—. Pero tu eres lo más cerca que he llegado y tengo que confesar que esperaba que estuvieses disponible cuando yo pudiese volver a pensar en tener una pareja estable.


Pedro solo sonrió y se encogió de hombros. Candela y él se conocían tanto que, de suceder algo entre ellos, ya habría sucedido. Ella tenía que saberlo tanto como él. No, Paula y él eran quienes tenían que estar juntos. Lo único que tenía que hacer era tener paciencia hasta que ella lo descubriese por sí misma.  La hamaca del porche crujió cuando ella se inclinó a darse la última mano de esmalte a las uñas de los pies. En vez de salir con sus compañeros de trabajo, había pasado la velada con su hijo, haciendo pizza y jugando al Monopoly. Aunque experimentó un momento de incertidumbre al cancelar el plan, la alegría de Baltazar cuando se enteró de que ella se quedaba es casa con él hizo que sus dudas se esfumasen enseguida. El niño se divirtió tanto ganándole que, cuando llegó la hora de irse a la cama, le rogó que lo dejase un rato más, aunque apenas podía mantener los ojos abiertos. Y se durmió casi antes de que su cabeza tocase la almohada.



Paula comenzaba a creer que sus sueños se podrían convertir en realidad después de tantos años pensando que su vida había acabado casi antes de empezar. Quizá algún día los tres serían una familia, pero antes de que ello sucediese, Pedro y Baltazar tendrían que enterarse de la verdad. Pero ¿Cuándo se lo podría decir? ¿Y si ambos se sentían engañados y no la perdonabas? Ya no podía hacer nada al respecto. Cuando llegase el momento, lo único que podía hacer era ser honesta y esperar que comprendiesen. De momento, se concentraría en disfrutar todo lo que tenía. Se columpió lentamente, escuchando las cigarras y los grillos de la noche estival.


—¿Tienes patatas para acompañar la gaseosa?


—¡Pedro! —dijo Paula, sobresaltada. Su aspecto, trajeado y con corbata, indicaba que él venía directo de la cena de la Cámara de Comercio—. ¿Qué haces aquí?


—Alguien me dijo que aquí daban refrescos y patatas —dijo él con su sonrisa cautivadora.


—Pensé que con el pollo de plástico no tendrías más hambre — bromeó Paula, que hubiese dada cualquier cosa por haberlo comido.

Traición: Capítulo 42

 —¿En serio? —preguntó Candela, lanzándole una mirada especulativa—. No me digas que ya han roto.


—¿He dicho yo eso? —preguntó Pedro, irritado.


—No exactamente —dijo Candela, levantando una perfilada ceja—. Pero si están juntos, ¿Por qué no va a la cena contigo?


—Porque —dijo Pedro, imitándola—, tenía planes con amigos en Kansas City.


—Kansas City —repitió Candela, simulando un escalofrío—. Cada vez que voy allí, tengo la horrible sensación de que me voy a topar con Martín en cualquier esquina.


—No estabas nerviosa cuando fuimos a Worlds of Fun.


—Porque estaba contigo —dijo ella—. Y porque me acordé de lo mucho que Martín odiaba ese sitio.


Aunque Candela intentaba no darle mayor trascendencia, la tensión se le notó en el rostro.


—¿Te sigue amenazando?


—¿Te refieres a las llamadas que me hacen desde cabinas telefónicas? ¿Las que la policía dice que no puede resolver? —preguntó Candela, echándose atrás un mechón de pelo con una risa amarga—: Todas las semanas.


—¿Lo has visto?


—Hace meses que no —dijo ella, negando con la cabeza—. Desde aquella vez que me siguió por toda Kansas City. Me da miedo que se aparezca por aquí. Odio que no estén mis padres. No le tengo confianza. Ni un ápice.


—Al menos tienes la orden del juez —dijo Pedro. La última vez que Candela había visto a su marido cara a cara, acabó en el hospital.


—Como si sirviese de mucho—dijo ella—. Créeme, si Martín quiere acercarse a mí, lo hará, aunque el juez se lo haya prohibido.


—Si aparece, llama al sheriff.


—¿Juan? —dijo Candela con ironía—. Es genial para rescatar gatitos de los árboles, pero no se puede contar con él en una verdadera crisis. Y Hugo tampoco es mucha cosa —carraspeó y apartó la vista.


Parecía despreocupada, pero Pedro percibió el miedo que ella reprimía. Se notaba en el temblor de sus manos, en la expresión de sus ojos y en su voz ahogada. Aunque ella hacía lo posible por ser valiente, sabía el daño que le había hecho el último encuentro con su esposo. ¿Qué tipo de hombre era el que pegaba a una mujer? Nunca había podido tolerar semejante comportamiento y por ello había roto su amistad con Javier Royer. Lo que no comprendía era cómo su mujer no lo abandonaba. Pero hasta que Javier reconociese que tenía un problema y pidiese ayuda, no quería tener ninguna relación con él.


—Si alguna vez necesitas ayuda —le dijo a Candela—, quiero que me llames.


—Tu tienes tu propia vida —dijo Candela—. No puedo pretender que vengas corriendo porque…


—A cualquier hora —dijo Pedro con firmeza, interrumpiendo sus protestas—. Tienes el número de mi móvil. Si necesitas ayuda, me llamas. ¿De acuerdo?


—¿Estás seguro de que no te importaría? —dijo Candela, escrutándole la mirada como buscando algún signo de duda—. Sería solo mientras mi padre no esté en el pueblo...

Traición: Capítulo 41

Porque no era una cita, sino salir con un grupo de amigos del trabajo, se dijo. Y él se había dado cuenta de lo importante que era para ella salir con sus amigos, aunque ella intentase simular que no le importaba. La vez anterior había sido un egocéntrico. No permitiría que ello volviese a suceder. Cuando se asegurase de que ella estaba lista para oír lo que tenía que decirle, le diría lo que sentía por ella. Y por Baltazar. Porque sabía que los dos venían en el mismo paquete. Y le parecía perfecto. Baltazar era un buen niño. Un niño del que cualquier padre se sentiría orgulloso.


—Pedro.


El inesperado sonido de su nombre lo sacó de sus ensoñaciones. Candela, que llevaba un fresco vestido blanco con florecillas, lo llamaba desde la acera. Pedro paró la máquina y se dirigió hacia ella. 


—¿Qué pasa? —te preguntó.


—Una noticia estupenda —dijo Candela, recorriéndole el cuerpo con una mirada apreciativa antes de mirarlo a los ojos—. Esta noche iré a la cena en vez de mi padre.


—¿De veras? —preguntó Pedro, secándose el sudor de la frente con el dorso de la mano—. ¿Y tu padre?


—Mi madre y él se han ido a Denver esta tarde —dijo Candela—. Mi hermana acaba de tener el niño.


—Dale mi enhorabuena —dijo Pedro, que ni sabía que la hermana de Candela estuviese embarazada—. ¿Su marido no es militar?


—Está en Croacia —dijo Candela, asintiendo con la cabeza—, así que mis padres han ido a ayudarla un poco. Se quedarán unas semanas. Martín no sirvió de mucho cuando Abril nació, pero peor es nada. No puedo imaginarme lo que será tenerlo sola.


Sus palabras hicieron que Pedro recordara a Paula. Tuvo que haber sido difícil para una adolescente sola en una ciudad con un bebé prematuro.


—Entonces, ¿Puedes recogerme? —dijo Candela, mirando a Pedro con expectación.


—Quizá —dijo Pedro, intentando mantener la cara inexpresiva.


—¿Quizá? —se extrañó Candela—. ¿Qué tipo de respuesta es esa? O me llevas a la cena o no me llevas.


—Por supuesto que pasaré a buscarte —le dijo Pedro sin alterarse—. ¿Por qué necesitabas que te llevase?


—Porque mi coche está en el taller. Le están haciendo los frenos — dijo ella, un tanto exasperada—, y no quiero caminar una milla y media con tacones.


—No te enfades —dijo Pedro con una carcajada—. Te dije que te llevaría.


—¿Y Paula?


—¿Qué pasa con ella? —pregunté Pedro sorprendido.


—Se dice que están saliendo juntos —dijo Candela con los ojos brillantes de curiosidad—. ¿Estás segura de que no la molestará que vaya con ustedes?


—Paula no viene. 

jueves, 12 de septiembre de 2024

Traición: Capítulo 40

 —¿De veras? —dijo Pedro—. ¿Cómo está?


Paula notó con cierto recelo la aparente indiferencia de Pedro.


—Supongo que bien —dijo—. Al menos, a mí me lo pareció. Hablamos poco. Vive con su mujer en Overland Park y tienen dos varones.


—Entonces él y Daniela siguen juntos —murmuró Pedro.


—Si quieres, quizá podamos reunimos con ellos...


—No me parece una buena idea —dijo Pedro, interrumpiéndola—. Javier y yo éramos amigos en el instituto, pero de eso hace ya mucho tiempo.


Aunque Paula no comprendió qué pasaba, no insistió. Después de todo, Javier nunca le había gustado demasiado, así que ¿Por qué iba a molestarla que Pedro no quisiese relacionarse con él? Lo importante era que iba a ir con ella al partido de golf de la empresa. Titubeó, incómoda por su inseguridad después de todo ese tiempo.


—Entonces, a la fiesta de la Cámara, ¿Tienes que ir acompañado? — preguntó, simulando que no le interesaba demasiado—. Porque si lo es, a mí no me importaría cambiar de planes, suponiendo que quisieras que te acompañase.


Pedro se removió en la silla.


—Me encantaría que vinieses, pero como seré el maestro de ceremonias, no podré estar mucho tiempo contigo, así que mejor sigue adelante con tus planes.


—A mí no me importaría —dijo Paula, en tono frívolo—. Podría ser divertido. Ya sabes, comer pollo de plástico y reírme del maestro de ceremonias —acabó con una maliciosa sonrisa.


—Está claro que eres una experta en el tema —dijo Pedro.


—En serio, si quieres que te acompañe, iré.


—Te lo agradezco mucho —dijo Pedro, alargando una mano por encima de la mesa para estrecharle la suya—. Pero no te pediré que canceles una salida con tus amigos por algo como esto. Bastante es haberte dejado plantada.


La desilusión pesaba como una losa en la boca del estómago de Paula. ¿No quería que fuese con él? Le escrutó el rostro, pero no estuvo segura de ello.


—La única pega de salir con mis amigos es que el plan era para parejas —dijo, sin perder la esperanza de que él la invitase a la cena de la Cámara. Pero él no dijo nada—. Supongo que podré pedirle a uno de los chicos de la empresa que me acompañe —añadió, intentando llenar el extraño silencio—. Alguien dijo que Pablo, el de Contabilidad, vendría.


Pedro tensó la mandíbula, y Paula sintió una absurda satisfacción. Esperó que protestara diciéndole que no le gustaba que ella saliese con otros hombres, pero él tomó otro sorbo de té.


—Es bueno conocer gente de otras áreas de la empresa —dijo, mirándola a los ojos—. ¿Por qué no se lo dices?


Paula se lo quedó mirando un rato.


—Es verdad, ¿Por qué no se lo digo? 




En vez de volver al banco después de salir de la casa de Paula, Pedro se fue a su casa y sacó la máquina de cortar el césped del garaje. Le llevó solo dos vueltas alrededor del jardín convencerse de que decididamente se había vuelto loco. ¿Qué otra explicación podía haber para su comportamiento? Cortar el césped con el calor y la humedad que hacía tente tanto sentido como alentara la mujer que amaba a que saliese con otro hombre. Se detuvo en seco al darse cuenta de que se había enamorado de Paula Chaves y se preguntó luego por qué le resultaba tan sorprendente. Ella tenía todo lo que siempre había deseado en una mujer. ¿Por qué, entonces, le había dado su bendición? 

Traición: Capítulo 39

 —De Nicolás —dijo Baltazar.


Nicolás era el mejor amigo de Baltazar desde preescolar. Cuando se acababan de mudar a Lynnwood, lo mencionaba constantemente, pero desde que se hizo amigo de Mateo, hablaba poco de él.


—Tú también has recibido algo de Washington —dijo Baltazar, arrojándole un sobre.


Paula lo agarró y le dió la vuelta, esperando encontrarse con una cuenta. Carlyle Consulting. El corazón le dió un vuelco. La respetada consultaría había sido la empresa en la que más le hubiese gustado trabajar cuando buscaba empleo. Aunque habían expresado interés e incluso le habían hecho una entrevista, no tenían ninguna vacante en aquel momento. Abrió el sobre y sacó la carta, leyéndola rápidamente. Los ojos se le abrieron como platos. La releyó y lanzó una risa ahogada.


—¿Qué pasa, mamá?—preguntó Baltazar preocupado—. ¿Algún problema?


—No, en absoluto —dijo Paula, moviendo la cabeza, incapaz de creérselo. Era irónico. Hacía tres meses, habría dado brincos de alegría ante su oferta: El doble de su antiguo salario y además, coche de la empresa—. Es una oferta de trabajo de una de las consultorías más importantes de Washington.


—No nos volveremos, ¿No? —preguntó Baltazar, inquieto—. A mí me gusta aquí.


—A mí también —dijo Paula, sonriendo para tranquilizarlo. Dobló nuevamente la carta y la metió en el sobre. 


Más tarde, cuando hiciese las cuentas de la casa, les escribiría una nota de agradecimiento declinando la oferta. El puesto no estaría libre hasta después del Día del Trabajo. Eso les daría tiempo suficiente para buscar a alguien más.


—No nos iremos a ningún sitio.


¿Por qué hacerlo? Lynnwood era su hogar y todo lo que siempre había deseado se encontraba allí.


—Pero yo entendí que este sábado podías —dijo Paula, manteniendo la calma con un esfuerzo.



—Ya sé que te lo dije —dijo Pedro. Mordió el sándwich que Paula le había preparado de comer y masticó un momento—. Pero eso fue antes de que Sergio Ketterer dijera que no podía ser el maestro de ceremonias de la cena anual de la Cámara de Comercio.


—Pero, ¿Por qué tienes que hacerlo tú? —dijo Paula. Aunque no le gustaba presionarlo, semanas atrás hablan decidido salir con la gente del trabajo y le causaba ilusión hacerlo.


—Son funciones que van con el puesto —dijo Pedro. Se encogió de hombros y tomó un sorbo de té helado—. Soy el anterior presidente de la Cámara.


La miró con ternura y ella se dió cuento de que él percibía su desazón.


—No sabes cuánto lo siento —prosiguió él—. Tenía muchos deseos de conocer a tus compañeros de trabajo.


Paula sintió una opresión en el pecho.


—Estoy seguro de que comprenderán —añadió Pedro al ver que ella no decía nada.


—Seguro que sí —dijo Paula—. Pero quería que los conocieses un poco antes del día del golf.


—¿Cuándo era eso?


—El sábado que viene no, el siguiente —dijo ella, mientras la invadía una sensación de inquietud. Se enderezó en la silla y lo miró a los ojos—. Sigues con idea de venir, ¿No?


—No me lo perdería por nada del mundo —dijo Pedro sonriendo para tranquilizarla—. Tengo muchos deseos de conocer a tus amigos.


Paula se sintió mejor. Durante un segundo había resurgido su antigua inseguridad, haciéndole preguntarse si él no querría que lo vieran con ella.


—No te imaginas a quién he visto en el banco —dijo. Las campanadas del reloj del salón le recordaron que ya era hora de que Baltazar comenzara a prepararse para ir al entrenamiento—. A Javier Royer. 

Traición: Capítulo 38

 —Increíble —dijo Paula. Se preguntó hasta dónde habrían llegado ella y Pedro si no hubiesen llegado los alguaciles.


—Bien, perdón por haberlos molestado —dijo Rodrigo, tocándose el ala del sombrero—. Que disfruten del resto de la velada.


Paula esperó hasta que hubiesen desaparecido antes de hablar.


—En cuanto se vayan, será mejor que nosotros nos vayamos también.


—¿Estás segura de que no deseas mirar las estrellas un poco más? — preguntó Pedro, mirándola a los ojos.


—No es exactamente por falta de deseo —dijo Paula, recordando el juramento que había hecho sentada sola en el minúsculo apartamento con su recién nacido: Nunca haría el sexo antes del matrimonio. Todos aquellos años no había sido difícil guardarlo... Hasta ese momento.


—No, desde luego que no —dijo él, rozando con sus labios los de ella antes de ponerse de pie y darle la mano para ayudarla a levantarse.


—¿Y adonde nos dirigimos ahora, Pedro? —preguntó Paula, alisándose el vestido con la mano.


—Ahora te llevaré a casa. Como te dije, no tenemos que apresurarnos —dijo Pedro, pasándole un brazo por los hombros—. Me gustas, Paula Chaves, y esta vez lo vamos a hacer bien.


«Esta vez lo vamos a hacer bien».



Paula recogía la mesa del desayuno, incapaz de creer cuánto había cambiado desde la noche en que él había dicho aquellas palabras. Habían ido despacio, conociéndose nuevamente. Cuando Baltazar tenía que entrenar, Pedro se encontraba con ella en el campo y miraban el partido juntos. Los fines de semana, ella y Pedro iban a un concierto o al cine. Aunque su relación no era un secreto, ella dudaba que la gente de Lynnwood supiese que estaban saliendo juntos. Aunque él era afectuoso en privado, después de la noche de los bolos no la había ni tomado de la mano en público. Sus dudas se vieron confirmadas cuando se encontró con Candela en la tienda, que le había dicho que tenía que llamar a Pedro para «Verse». Se había mordido la lengua. ¿Cómo iba a decir que Pedro ya estaba ocupado cuando no había ningún compromiso serio? Después de todo, no habían hablado de matrimonio y su dedo anular estaba desnudo. Pero el comportamiento de él durante las últimas semanas la había tranquilizado casi completamente. Aunque nunca comprendería cómo había podido ser tan canalla, estaba convencida de que él había cambiado. Se oyó un portazo y segundos más tarde Baltazar irrumpió en la cocina. Sonrió al ver su expresión excitada.


—¿Qué pasa?


—He recibido una carta —dijo Baltazar, mostrando el sobre—. De Washington.


—¿De quién? —preguntó Paula. 

Traición: Capítulo 37

Echó la cabeza hacia atrás mientras Pedro la besaba en el cuello.


—¿Sigues aburrida? —le susurró, haciéndola sonreír.


—Quizá un poquito —mintió con cara seria, observándolo tras las pestañas bajas—. Esto es bastante inocente.


Pedro la contempló durante un largo rato antes de que su mano le tomase el rostro para mirarla a los ojos.


—Esta vez quiero hacerlo bien —le dijo suavemente—. No quiero ser apresurado.


Lo que Pedro decía era lógico. Pero llevaba diez años alejada de aquel hombre. Y ahora había vuelto, despertando con un beso y una suave caricia emociones que creía olvidadas.


—¿Quién ha hablado de apresurarse? —susurró Paula—. Tenemos toda la noche.


Pedro le recorrió el rostro con la mirada y buscó en sus ojos hasta que esbozó una leve sonrisa.


—Tienes razón —dijo él—. Tenemos todo el tiempo del mundo.


Reclamando sus labios, la estrechó contra su cuerpo. Paula abrió su boca a la presión persuasiva mientras le hundía los dedos en el espeso cabello. Se besaron hasta que el aliento de Pedro ardió contra su mejilla, hasta que sus pechos se apretaron contra la fina tela de su vestido, hasta que lo único que ella deseó fue a él. Como si le hubiese leído el pensamiento, él deslizó su mano dentro del vestido para abarcarle con ella un pecho. Ella se movió ante su contacto, abriéndose a las sensaciones que había olvidado hacía tiempo. Cuando pensaba que se moriría de anhelo, él le rozó con el pulgar la hinchada cúspide. Paula se arqueó hacia atrás y el deseo se convirtió en una ardiente necesidad. Pedro sonrió, apartando la tela del vestido. Inclinó la cabeza para seguir el camino que había trazado su mano. Ella se estremeció mientras la mano masculina se movía más abajo...


—Tienen que estar por aquí —dijo una voz masculina.


Pedro se quedó petrificado y Trish se envaró. 


—Ay, estos chavales —dijo una voz que procedía de donde habían estacionado el coche.


—¿Tienes una linterna?


Presa del pánico, Paula miró a Pedro. Dios santo, no era solo un hombre. Eran dos. Pedro se llevó un dedo a tos labios y se sentó lentamente. Ella se acomodó el vestido y se pasó los dedos por el pelo, con el pulso latiéndole desbocado. Él alisó la manta y le dió un tranquilizador apretón de manos cuando los dos alguaciles aparecieron en el claro. El haz de la linterna se posó brevemente en Paula antes de dirigirse a Pedro.


—¡Anda, si es Pedro Alfonso! Ví el todoterreno, pero no me dí cuenta de que era suyo. No esperaba encontrarlo aquí.


—Yo tampoco, Rodrigo —rió Pedro—. Paula y yo subimos aquí a mirar las estrellas. Espero que no haya una ley que lo impida.


—Por supuesto que no. Pero la mayoría de los que suben aquí son chavales. Y la mayoría vienen a hacer cosas que no son exactamente mirar las estrellas.


—Es difícil de creer —dijo Pedro—, en un sitio tan público como este.


A Paula se le subieron los colores al pensar lo expuesta que se había encontrado unos minutos antes.


—Se les suben las hormonas —dijo Fred con una risa abogada—, y lo hacen en cualquier lado. 

martes, 10 de septiembre de 2024

Traición: Capítulo 36

 —A veces. Pero generalmente tenía tanta prisa por verte, que Candela tenía que contentarse con un beso o dos ante su puerta.


—¿Contentarse? —preguntó Paula, burlona.


Pedro sonrió con modestia y se concentró en conducir. Después de una curva, salió del asfalto y se metió en un camino de grava.


—¿En serio que me llevas allí? —preguntó Paula.


—A menos que no quieras... —dijo Pedro, mirándola de soslayo.


—No. Vayamos —dijo Paula. Se enderezó y miró hacia delante con las mejillas como dos tomates—. Nunca he subido de noche.


Pedro metió el cambio, ¿qué era lo que su madre siempre decía? Ah, sí. Todavía falta lo mejor. Sonrió y apretó el acelerador.  Con los dedos entrelazados detrás de la cabeza, Paula miraba el cielo. Se había preguntado qué intenciones tendría Pedro al sacar una manta del maletero, pero cuando él le explicó que conocía un sitio con hierba que les permitiría mirar mejor las estrellas, suspiró aliviada. Conversaron un rato sentados, pero cuando él sugirió que se echaran hacia atrás y se relajasen, el pulso se le aceleró. Hasta aquel momento, lo único que habían hecho era relajarse. Y, por supuesto, mirar las estrellas.


—¿En qué piensas?—preguntó Pedro suavemente, rompiendo el silencio.


Paula sintió cómo se ponía colorada y agradeció la oscuridad


—Me preguntaba qué tendría de especial venir aquí arriba.


—¿No te gusta?—preguntó Pedro, incorporándose sobre un codo.


—Está bien —dijo Paula, haciendo un encogimiento de hombros—. Pero es un poco aburrido.


—Oh, ya comprendo —dijo Pedro. A pesar de la poca luz, Paula vió cómo le relucían los ojos—. La señorita quiere un poco de acción.


Sin decir nada más, el brazo de Pedro se deslizó sobre Paula y la apretó contra sí. Ella lanzó una risilla, sintiéndose nuevamente como una estudiante. Se arrebujó contra él e inspiró su aroma.


—¿Ahora está mejor? —preguntó Pedro con voz ahogada en su oído.


—Abrazarse es bonito —concedió ella.


—¿Bonito? —dijo Pedro con fingida indignación—. Es nuestra primera cita. Intentaba ser caballeroso.


—Es nuestra segunda cita. Y no es necesario que seas caballeroso hasta ese extremo —dijo Paula, envalentonada por el deseo de sentir sus labios contra los suyos—. Puedes besarme si quieres. No me importaría.


—No es necesario que lo pidas dos veces —dijo Pedro.


—No te lo he pedido...


Los labios de Pedro ahogaron sus palabras y Paula decidió que no importaba quién lo había pedido, porque había conseguido lo que quería. Los labios de él eran suaves y dulces y ella se relajó en sus brazos, disfrutando con su contacto. La besaba como si hubiesen tenido todo el tiempo del mundo. Se le hizo un nudo en la garganta al darse cuenta de lo mucho que lo había extrañado todos aquellos años. 

Traición: Capítulo 35

 —No —dijo él—. Por supuesto que no.


—Entonces, ¿Por qué nunca me presentaste a ninguno de tus amigos? ¿Por qué nunca tuvimos una cita de verdad?


Después de todos aquellos años, Pedro no estaba seguro de por qué le importaba tanto a ella, pero se notaba que así era. Se movió en la silla, incómodo.


—La verdad —dijo, haciendo un gesto con las manos y decidiendo que lo mejor sería ser honesto—. No se me pasó por la cabeza.


—¿Nunca se te ocurrió? —preguntó Paula, incrédula.


—Nunca —dijo Pedro, dudando de poder hacerla comprender algo que ni él mismo comprendía—. Yo tenía mis amigos y supuse que tú tendrías los tuyos.


—Sí, claro... —dijo Paula, encogiéndose de hombros.


Pedro se sintió avergonzado al pensar en como le había fallado.


—Daría cualquier cosa por dar marcha atrás en el tiempo.


Se quedaron en silencio durante un largo rato. Pedro se preguntó si todo habría sido diferente con Paula formando parte de su vida entonces. ¿Sería su esposa ahora? ¿Y Baltazar, sería su hijo?


—No podemos volver atrás, pero sí que podemos empezar de nuevo —dijo Paula finalmente.


Paula pensó un momento en la idea, llena de ilimitadas posibilidades.


—Me gusta la idea de volver a empezar —dijo finalmente—. Hoy podría ser un comienzo nuevo, como una primera cita.


—¿Y la semana pasada cuando fuimos al cine y a cenar a Kansas City?


—De acuerdo, esta es nuestra segunda cita —dijo Pedro, entusiasmándose con la idea.


Paula estuvo de acuerdo con él y después de terminarse la pizza, se dirigieron a Lynnwood Lanes para jugar a los bolos «A la luz de la luna». Pedro pronto se dió cuenta de que Paula no era una profesional e insistió en abrazarla para «Enseñarle», pero no logró grandes progresos, aunque eso a ella no pareció importante demasiado. Y a Pedro, tampoco. Le gustaba tomarle el pelo y especialmente tenerla entre sus brazos. Parecía que apenas habían empezado cuando acabó el partido. 


—Quizá ha sido mejor que no estuviésemos juntos entonces —dijo Paula con una sonrisa mientras se desataba los zapatos de la bolera—. Eres un pulpo.


—Y esto es solo el principio —dijo Pedro, guiñándole un ojo.


Ella rió. Dejaron los zapatos sobre el mostrador y se dirigieron al coche.


—Me lo he pasado genial, Pedro —dijo Paula con una sonrisa satisfecha—. Si tener una cita en el instituto era así, lamento habérmelo perdido.


—La noche es joven aun —dijo Pedro sonriente, abriéndole la puerta del coche—. Todavía nos quedan cosas que hacer.


—¿De veras? —preguntó Paula sorprendida—. Es casi la medianoche. ¿Qué más hay abierto en el pueblo?


—No es en el pueblo —dijo Pedro, cerrando su puerta. Silbaba cuando rodeó el todoterreno y se sentó—. Vamos a Grogan’s Point.


Puso el coche en marcha y metió la marcha atrás, retrocediendo.


—¿Estás de broma? —dijo Paula—. Todos saben que la única razón para ir a Grogan’s Point es para besarse y tontear.


—Exacto —dijo Pedro—. Hace diez años era el sitio de moda para hacerlo.


—¿Allí llevabas a Candela?


Pedro le dirigió una mirada de curiosidad. 

Traición: Capítulo 34

Candela no respondió inmediatamente. Tomó un sorbo de su bebida con la mirada perdida en la distancia. Finalmente, cuando Paula había comenzado a preguntarse si Candela le respondería, habló.


—Estoy saliendo de un mal matrimonio, un matrimonio realmente malo —dijo, con la voz tensa—. Es demasiado pronto para pensar en una relación seria con nadie. Pero si alguna vez decido dar el gran paso nuevamente, creo que lo haría con alguien como Pedro. Es el mejor. Pero estoy segura de que tú ya lo sabes.


Paula sonrió. Sabía que la mayoría de la gente de Lynnwood estaría de acuerdo con Candela. Pedro tenía fama de ser un empresario trabajador, un miembro activo de la comunidad y, tal como Candela había dicho, un hombre estupendo. Quizá, si te daban la oportunidad, incluso sería un buen padre.


—¿Crees que la gente puede, cambiar? —preguntó abruptamente.


—¿En qué aspecto? —preguntó Candela, extrañada.


—Por ejemplo, si una persona es egoísta y egocéntrica de joven, ¿Crees que una persona así puede cambiar? ¿O crees que esas características son parte de la personalidad básica de una persona?


—Creo que las personas pueden cambiar y lo hacen —dijo Candela y se quedó en silencio un rato—. Algunos mejoran, algunos empeoran. Con el transcurso del tiempo, la gente muestra realmente cómo es. Basta con que les des la cuerda para que se ahorquen solitos o se salven. Mira a mi ex marido, por ejemplo. Cuando estábamos de novios, tenía el carácter fuerte, pero con el paso de los años se convirtió en un ser realmente malo.


Mientras Candela seguía parloteando, Paula pensaba en otra cosa. Le había dado mucho que pensar. Quizá Pedro no era el mismo egocéntrico que le había roto el corazón. Baltazar lo adoraba. Pero antes de permitir que Pedro participase más de la vida de su hijo, haría lo que Candela sugería y pasaría más tiempo con él. Lo conocería mejor, vería si realmente había cambiado. Después de todo, ¿Qué podía perder?


—Me alegro de que fueses a buscarme —dijo Paula, limpiándose los labios delicadamente con la servilleta de papel—. Esta pizza es la mejor del pueblo.


—Al estar Baltazar de campamento con los chicos de la iglesia, me pareció que tendrías deseos de un poco de compañía —sonrió Pedro—. Después de todo, ¿Qué ibas a hacer con tanto tiempo libre?


—Ya encontraría algo que hacer —dijo Paula con una sonrisa resignada.


Pedro no pudo evitar pensar lo guapa que se encontraba aquella noche. Aunque su vestido veraniego no fuese demasiado corto, dejaba al descubierto un amplio escote y mucha piel dorada. Se moría por tocarla desde que había ido a buscarla a casa. Al abrir la puerta del coche, ella había pasado a su lado, y había deseado tomarla en sus brazos en aquel mismo instante. Pero aquella noche era la noche de renovar su amistad, no de darse besos. Y Paula era una gran conversadora. Hacía rato que Pedro no se reía tanto. Pero entre su sugerente perfume y la forma en que ella se pasaba la lengua por los labios para limpiarse la salsa de la pizza, le estaba costando trabajo concentrarse.


—Es agradable tener la oportunidad de reanudar nuestra amistad — dijo Paula, jugueteando con la pajita de su bebida—. Aunque nos conocíamos en la secundaria, la gente cambia.


—No creo que hayamos cambiado tanto. Seguimos disfrutando juntos, igual que cuando teníamos dieciocho anos —dijo Pedro.


—Si disfrutabas tanto conmigo, ¿Por qué nunca me invitaste a salir? —pregunto Paula, inclinándose sobre la mesa con los ojos brillantes de curiosidad.


La pregunta lo tomó por sorpresa. Decirle que nunca se le había ocurrido invitarla a salir hubiese parecido ridículo, pero, desgraciadamente, así lo era. Masticó, haciendo tiempo.


—¿Te avergonzaba mostrarte conmigo en público? —insistió ella—. ¿Por eso? 

Traición: Capítulo 33

 —Ma siempre se queda conmigo cuando estoy enfermo —dijo Baltazar—, ¿A que sí, mami?


—Bueno, yo...—titubeó Paula.


—Una vez hasta tuvo que faltar a un examen importante —dijo Baltazar—. Yo tenía mucha fiebre. Cuarenta y nueve.


A Pedro le temblaron los labios.


—Querrás decir, cuarenta, cielo —dijo Paula con cariño—. Estabas muy malito.


—Abril no tenía fiebre —dijo Candela—. Bueno, quizá unas décimas. Pero eso es muy común cuando tienen otitis.


—Estoy segura de que está en buenas manos —dijo Paula con sinceridad.


—Mi hermana la cuidará bien, es verdad —dijo Candela, y su rostro se relajó—. Sabía que lo comprenderías; como tú también tienes que apañártelas sola... Hace rato que Pedro y yo habíamos planeado esta salida. No quería cancelarla.


—Pero era más para Abril que para nosotros —dijo Pedro—. Te dije que comprendería si te querías quedar en casa con ella.


—Pero no quería cancelar la cita —dijo Candela, colgándosele del brazo—. Estoy tan cansada de quedarme los fines de semana en casa sin hacer nada... Aunque no estoy segura de querer pasarlo montada en este monstruo —añadió, mirando hacia arriba y simulando un escalofrío.


—A mí me encanta la montaña rusa —dijo Baltazar—. Es espantosa. Mamá me prometió que esta vez iría conmigo. 


Pedro le sonrió al mito antes de mirar a Paula.


—Creía que no te gustaba.


—La odia —dijo Baltazar sin darle oportunidad de abrir la boca—. La última vez le vomitó encima a un señor calvo que se puso tan furioso...


—Basta, Baltazar —dijo Paula, apoyándole la mano en el hombro.


Pedro sonrió.


—Si quiere, se puede montar conmigo —dijo, lanzándole una mirada de soslayo a Candela—. A menos que tú quieras ir.


—Cedo mi asiento con todo gusto —dijo Candela con una carcajada y un gesto de la mano—. Vayan ustedes dos. Paula y yo nos sentaremos en la sombra de aquel árbol a descansar un rato.


—Que se diviertan—les dijo Paula. 


Baltazar se iba parloteando con Pedro y no le prestó atención. Paula y Candela intercambiaron sonrisas y se dirigieron al banco.


—¿Quieres? —preguntó Candela, alargándole el zumo.


—No, gracias —dijo Paula, negando con la cabeza.


Durante la siguiente media hora, Paula y Candela hablaron de todo y de todos, menos de Pedro. Finalmente, Paula no lo soportó más. Necesitaba saber qué había entre Pedro y Candela, así que cuando Candela mencionó a Pedro, aprovechó la oportunidad.


—¿Van en serio? —dijo Paula, esperando que su tono pareciese natural. 

jueves, 5 de septiembre de 2024

Traición: Capítulo 32

 —No sé por qué Pedro no ha venido con nosotros —dijo Baltazar por enésima vez—. A él también le gusta la montaña rusa.


Aunque Worlds of Fun había abierto solo por el día, el aparcamiento estaba lleno de coches. El sol brillaba y prometía ser un día hermoso. Paula se detuvo en el hueco más próximo.


—Ya te lo he dicho —dijo Paula, intentando hablar con calma y no prestar atención al tono quejumbroso de Baltazar—. Este es nuestro día especial. Pedro tiene su propia vida y nosotros tenemos la nuestra.


—Pero podría...


—Basta, Balta. No quiero oír más del asunto.


Baltazar la miró sorprendido y Paula intentó calmarse. No era necesario que se pusiese tan nerviosa. Que hiciese una semana que Pedro no la llamaba no era motivo para perder la paciencia con su hijo. Sonia le había dicho que estaba de viaje, pero ella sabía con certeza que había vuelto el día anterior. Había visto su todoterreno aparcado frente al banco el viernes. Pero no pensaría en ello. Iba a concentrarse en pasárselo bien con su hijo. Durante toda la semana había hecho el esfuerzo de que no se le acumulara la limpieza o la ropa y así poder dedicarle el sábado a Baltazar. Se habían levantado temprano para poder disponer de ocho horas completas de diversión en el popular parque de Kansas City. 


—Pasaremos un día genial —dijo, esbozando una radiante sonrisa con esfuerzo—. Hasta sería capaz de subirme a la montaña rusa, ¿Qué te parece?


—Pero siempre vomitas —dijo Baltazar—. Cuando fuimos a Six Flags, vomitaste encima de aquel hombre...


—Acababa de comer —dijo Paula, cuyo estómago comenzaba a revolverse al recordar el episodio—. Y el algodón de azúcar y la montaña rusa nunca han sido una buena combinación.


Una hora más tarde se encontraban frente al formidable Orient Express. La tortuosa estructura daba más miedo todavía vista de cerca y los alaridos de la gente le dieron escalofríos a Paula. Se le aceleró el pulso y gotas de sudor le brillaron en el labio superior.


—¡Hala! —exclamó Baltazar—. Lo pasaremos de miedo. Vamos a ponernos en la fila.


—¿Estás seguro de que quieres esperar? —preguntó Paula, haciendo todo lo posible por retrasar el momento fatídico—. La fila parece larguísima.


—Pero se mueve rápido —dijo una conocida voz masculina detrás de Paula.


—¡Pedro! —exclamó Baltazar, sonriendo.


Paula se dió vuelta lentamente, con el corazón golpeándola en el pecho.


—Qué sorpresa.


—Ya lo sé —dijo Pedro riendo—. Quién iba a pensar que nos encontraríamos aquí.


Desde luego que Paula no, o no se hubiese puesto una camiseta y un par de pantalones cortos de tela vaquera. Pedro, que llevaba pantalones cortos de color caqui y un polo azul marino, parecía haber salido de las páginas de una revista de moda.


—Estás preciosa, como siempre —le dijo.


Con las prisas, Paula apenas se había puesto maquillaje y se había atado el cabello en una coleta. ¿Preciosa? ¡Qué va!


—Pedro, ¿Estás seguro de querer montarte en eso? —preguntó Candela, acercándose con un zumo helado en una mano. Se detuvo en seco—. Hola, Paula, qué sorpresa. 


Paula deseó que la tierra la tragase. A pesar del calor, Candela estaba hecha una rosa, con un traje de pantalones cortos color limón y sandalias de finas tiras. Llevaba el cabello oscuro, con su perfecto corte, suelto sobre los hombros.


—Candela. Qué gusto verte —dijo Paula, superando su vergüenza. Recorrió con la vista la multitud—. ¿Y Abril?


—Iba a venir con nosotros —dijo Candela—, pero anoche se descompuso. Mi hermana la está cuidando hoy.


¿Había dejado a su hija enferma? Paula se mordió la lengua. Aunque nunca había dejado a Baltazar solo cuando se encontraba enfermo, había mucha gente que no pensaba igual.


Traición: Capítulo 31

 —Ni te lo imaginas —dijo Paula, echándose hacia atrás y dejando la cucharilla.


—Recuerdo que me decías que la extrañabas mucho.


—Como yo era única hija, no era solo mi madre, lo era todo, también mi amiga. Cuando mi padre nos dejó, fue duro. Pero cuando mi madre murió... —se interrumpió Paula para tragar el nudo de la garganta—, nunca me había sentido más sola.


—Tenías a tu abuela.


—Sí —dijo Paula—. Y ella hizo lo que pudo, dadas las circunstancias.


—¿Circunstancias?


—Era una anciana que tendría que haber estado jugando al bridge en vez de criar a una adolescente. Ella quería que mi padre se involucrase más, pero él no estaba interesado en ello —dijo Paula, desviando la vista y parpadeando—. Cuando mi madre murió, él ya tenía una segunda mujer y un bebé en camino. Así que mi abuela no tuvo más remedio que hacerse cargo de mí. Yo intentaba no molestar, estudiaba mucho, la ayudaba con la casa y... Comía. La comida sé convirtió en mi mejor amiga.


—Yo sabía que te resultaba duro, pero no que lo era tanto —dijo Pedro, alargando la mano por encima de la mesa para tomar la de ella—. Siento que hayas tenido que vivir todo aquello.


Las lágrimas hicieron que los ojos le escocieran, pero ella inspiró.


—¿Qué es lo que dicen? ¿Que lo que no mata nos hace más fuertes?


Pedro le apretó la mano antes de soltársela.


—Me hubiese gustado acompañarte.


—Y lo hiciste —dijo Paula, dándose cuenta de que era verdad—. Todas aquellas veladas en la hamaca del porche de mi abuela significaron mucho para mí.


—Lo dices por pura bondad. Me he dado cuenta de que como amigo no fui una maravilla.


—¿Por qué dices eso?


Pedro bajó la vista, con una expresión seria en su atractivo rostro.


—Por ejemplo, sabía que extrañabas a tu madre, pero nunca se me ocurrió siquiera invitarte para que conocieses a la mía.


—Tu madre ya tenía una hija —dijo Paula—. No necesitaba otra. 


—Sin embargo...


—En serio, Pedro —lo interrumpió Paula—, ni pienses en ello.


—Lo siento —dijo él—. Lo siento mucho.


—Ya te he dicho que no importa.


—Sí que importa —dijo él—. Quiero compensarte por ello.


—¿Compensarme? —se extrañó ella—. ¿A qué te refieres?


—Quiero que me des otra oportunidad para demostrarte la buen amigo que puedo ser —le dijo—. Empezaremos otra vez. Esta vez no te fallaré.


Paula lo miró a los ojos y se preguntó si seria tan tonta de considerar su oferta. ¿Pero no merecía todo el mundo una segunda oportunidad? Además, ella estaría en guardia. No le volvería a hacer daño, porque esta vez ella no se lo permitiría. 

Traición: Capítulo 30

 —Qué bien está jugando Baltazar —dijo Pedro.


Paula levantó la vista, sorprendida. Hacía dos semanas que venía a los partidos de Baltazar y era la primera vez que se encontraba con Pedro. Era la primera vez que lo veía desde que él le había preguntado si el niño era su hijo.


—¿Qué haces aquí? —le preguntó.


—He venido a ver el partido —le dijo él—. Toma, sujeta esto.


Pedro le pasó un vaso grande de gaseosa y puso su tumbona junto a la de ella al borde de la cancha.


—No, en serio —le dijo Paula—. ¿Por qué estás aquí?


—Porque —dijo él con una sonrisa cautivadora—. Hay alguien a quien quería ver.


Durante un brevísimo instante, Paula imaginó que iba a verla a ella, hasta que su mirada tropezó con Mateo, calentándose para entrar en el campo. Por supuesto. Había ido a ver jugar a su sobrino.


—Toma —dijo, devolviéndole el vaso de gaseosa.


—¿Quieres un trago? —le ofreció Pedro.


—No gracias. No bebo gaseosa.


Pedro se encogió de hombros y tomó un trago del vaso de plástico.


—A mi hermana tampoco le gusta el sabor.


—No es el sabor lo que no me gasta —dijo Paula, echándose hacia atrás y estirando las largas piernas—, sino las calorías.


—No parece que tengas que preocuparte demasiado por ellas—dijo él.


—Sí, claro —se mofó ella—. Como si fuese una reina de la belleza.


Se había vestido con prisa y llevaba el cabello recogido dentro de una gorra de béisbol, un top que te dejaba el vientre al aire y unos pantalones cortos color caqui. La mirada masculina recorrió lentamente su cuerpo escasamente vestido, haciendo que la piel te ardiera.


—Pues a mí me parece que estás preciosa. 


Paula hizo un esfuerzo para no cruzar los brazos sobré sus pechos.


—Te he echado de menos —dijo él suavemente—. Te hubiese llamado, pero...


—No tienes por qué darme explicaciones —dijo Paula, moviéndose en la silla y lanzando una risilla.


—Bueno, aunque no me echases en falta —dijo Pedro, que se había quedado mirándola un instante, perplejo—, yo sí que te he extrañado. De hecho, estaba pensando si Baltazar y tú querrían venir conmigo a Kansas City esta noche. Quizá podríamos ir a cenar o ver una película.


—Lo siento, pero Baltazar tiene una fiesta de cumpleaños y luego se quedará a dormir en casa de un amigo —dijo Paula.


—¿Y tú?


Fue la expresión insegura de sus ojos y el hecho de que sí lo había echado en falta lo que evitó que Paula mintiese y le dijese que tenía plan. Además, ¿Qué tenía de malo que pasasen la velada juntos?


—Una película sería divertido —dijo—. ¿Puedo elegirla?


Bromearon sobre la elección de la película durante el resto del partido y de camino a llevar a Baltazar a su fiesta de cumpleaños. No fue hasta que llegaron a Kansas City que cedió y la dejó elegir a ella, haciendo cómicos gestos de exasperación cuando ella eligió una «Peli de chicas». Pero después, cuando él quiso comer algo dulce, le dejó elegir el sitio. Él eligió una elegante heladería en un encantador edificio de Country Club Plaza.


—Creía que te encantaba el helado —dijo Pedro, mirando su enorme copa de helado de chocolate con nata y nubes y comparándola con la bolita de vainilla que comía ella.


—Claro que me encanta —dijo Paula, tomando una cucharadita—. Lo que pasa es que ahora tengo un poco más de cuidado que antes. Cuando estaba en el instituto me atiborraba de helado todas las noches. Ya no lo hago más.


—Siempre te gustó comer—dijo Pedro.


—Entonces, la comida era mi forma de enfrentarme a la vida.


—Habrá sido duro —dijo Pedro—, perder a tu madre cuando eras tan pequeña. 

Traición: Capítulo 29

 —Es increíble que ya sea de día —dijo, pasándose la mano por el pelo, súbitamente nerviosa—. Anoche parecía que nunca llegaría mañana y ahora está aquí...


Pedro estrechó su mano entre las de él, interrumpiendo su parloteo.


—Anoche fue genial. Quiero que sepas...


Se oyeron unas risas del otro lado de la puerta y un ruido en la cerradura. Pedro soltó la mano de Pauli como si hubiese sido una patata caliente y se alejó de ella justo cuando se abría la puerta. Javier y Marcos irrumpieron en el cuartucho. Vestían camisetas y vaqueros y sonreían.


—¿Se lo han pasado bien?


—Sí, genial —dijo Pedro, en un tono sarcasmo—. Intenten dormir sobre el suelo.


Siguieron hablando usos minutos y durante ese tiempo Pedro ni siquiera la miró. Era como si ella hubiese dejado de existir. Pauli sintió una opresión en el pecho. Era como si la noche anterior no hubiese significado nada para él.


—Voy al cuarto de baño —dijo, y pasó al lado de ellos, sintiendo deseos de llorar.


Después de asearse un poco, sus pies descalzos volvieron silenciosos por el brillante linóleo. Al final del pasillo Pedro hablaba con sus amigos, dándole la espalda.


—¿Qué pretendes con ese chiste? —su voz resonó en el silencio—. Tengo novia, ya lo sabes.


Javier murmuró algo y luego él y Marcos lanzaron sendas risotadas,


—Estás loco —dijo Pedro envarándose—. Como si yo fuese a hacer algo con ella.


Durante un segundo Pauli pensó, como una tonta, que se refería a Candela. Hasta que oyó su nombre y Javier y Marcos volvieron a reír. El estómago le dió un vuelco y las rodillas comenzaron a temblarle. Pensó por un instante que se desmayaría, pero después de tomar atiento varias veces para calmarse, logró recuperar la compostura. Tendría que haberse imaginado que Pedro no la quería, que lo único que deseaba era sexo. Ella había estado a mano, y, además, dispuesta. Dios, había estado siempre dispuestísima. Se había entregado sin reticencia alguna. Se puso como un tomate al pensar en lo que había hecho. Prácticamente le había rogado que le hiciese el amor... Y de todas las formas posibles. Se tragó las lágrimas y enderezó los hombros. Cuando llegó basta los chicos, tenía los ojos secos.


—Tengo que buscar mis zapatos—dijo, a nadie en particular.


—Te llevo a casa el en coche —dijo Pedro. 


—No te molestes —replicó Pauli, orgullosa de poder parecer tan intranscendente cuando en realidad se le estaba rompiendo el corazón—. Bastante me has soportado toda la noche.


—No me importa... —dijo Pedro.


—Pedro, tío, déjala que camine —dijo Javier, dirigiendo una mirada de desdén al redondo cuerpo de Pauli—. Dios sabe que le vendría bien hacer un poco de ejercicio.


—¡Basta!—dijo Pedro.


Aunque la insensibilidad de Javier no era ninguna novedad, Pauli se volvió a sentar herida por sus comentarios. Pero al menos sabía lo que pensaban Marcos y Javier. Pero la gente como Pedro era muchísimo más peligrosa, gente que simulaba amiga. Que les decía una cosa y luego sereía a espaldas.


—Javier tiene razón —dijo Pauli, levantando la barbilla—. Me vendrá bien el ejercicio.


—Deja qué te lleve —insistió Pedro—. Es lo menos que puedo hacer.


Pauli se clavó las uñas en las palmas para no responderle con alguna inconveniencia.


—No, gracias. Ya has hecho bastante.


Logró controlar las lágrimas hasta llegar a su habitación y meterse en la cama. Una vez allí, golpeó la almohada con el puño una y otra vez hasta que su cuerpo se vio sacudido por sollozos. ¿Cómo podía haber sido tan estúpida? Si su propio padre no la quería. ¿Por qué había pensado que un tipo como Pedro lo haría?



—¿Mami?


Paula salió de golpe de su ensueño y parpadeó para enfocar la mirada en la puerta.


—¿Te encuentras bien? —preguntó Baltazar con expresión preocupada.


Paula exhaló un suspiro tembloroso y se secó las lágrimas con el dorso de la mano.


—Sí, estoy bien, cielo.


—Pero llorabas. 


—Cuando mami se cansa, a veces lo único que quiere es llorar un poco —dijo Paula, restándole importancia—. Luego me siento mucho mejor.


Baltazar la miró con desconfianza.


—¿Y ahora te sientes mejor?


—La verdad es que sí —dijo Paula, sintiendo al decirlo que era cierto.


Revivir aquellos horribles momentos le habían hecho darse cuenta de que había hecho lo correcto en no comunicarle a Pedro que Baltazar era su hijo. Era un conquistador. Un hombre que podía hacer con una sonrisa que una mujer dejase de lado toda sensatez. Pero ella ya era una adulta, no una jovencita ingenua, y el bienestar de Baltazar era su prioridad número uno. Quería que su hijo creciese y llegase a ser un buen hombre que nunca abandonaría a su familia en los malos momentos o le haría el amor a una chica para luego dejarla plantada. Aquella vez, Pedro le había demostrado que no podía confiar en él, así que ahora no iba a ser tan tonta de confiarle a su hijo. O su corazón. 

martes, 3 de septiembre de 2024

Traición: Capítulo 28

 —Apuesto a que también te sientes aliviado —dijo Paula.


—En cierto modo, sí—reconoció Pedro—, pero Baltazar es un chico estupendo. Si tuviese un hijo, me gustaría que fuese idéntico a él.


La contempló un momento. Ella apretaba las manos en el regazo y una película de sudor le humedecía la frente.


—Gracias por ser sincera conmigo—le dijo, inclinándose para apretarle una mano.


Sabía que había sido duro para ella reconocer que se había casado con el primero que se lo pidió, pero le agradecía que le hubiese dicho la verdad. Porque la honestidad siempre había sido importante para él. Y si su relación iba a mayores, desde luego que no quería que hubiese mentiras entre los dos.



Paula arropó a Baltazar con las sábanas y le dió un abrazo.


—¿Sabes cuánto te quiero?—le preguntó.


—Hasta el cielo—dijo él con una sonrisa.


—Es verdad —replicó ella, dándole un beso en la frente—. Y no lo olvides nunca.


Encendió la luz de noche antes de cerrar la puerta. Baltazar era un niño buenísimo. Una bendición de Dios. «Si tuviese un hijo, me gustaría que fuese idéntico a él». Siguió pensando en las palabras de Pedro hasta que llegó a la cocina. Se sirvió un gran vaso de feche y se sentó a la mesa. ¿Se había equivocado al no decírselo? Después de tantos años, la negativa había sido automática. Hacía tiempo había jurado que nunca volvería a tener relaciones con el hombre que le había roto el corazón con sus mentiras, haciéndole aprender a golpes que tas apariencias podían engañar. Volvió a recordar aquella noche...


Pauli se apretó contra Pedro, sintiendo su piel desnuda, cauda y suave contra la suya. Aunque el sitio no fuese romántico, no recordaba cuándo había sido tan feliz en su vida.


—Será mejor que nos vistamos —dijo Pedro, levantándose de la improvisada cama de colchonetas para ponerse los pantalones.


Pauli lo agarró de la muñeca y lo hizo acostarse junto a ella nuevamente.


—¿Qué prisa tienes?


Pedro se llevó la mano femenina a los labios y le mordisqueó los dedos hasta que ella lanzó una risilla.


—Son casi las seis y no quiero arriesgarme a que nos sorprendan.


Tenía razón, pero la noche había sido tan maravillosa, tan mágica, que Pauli no quería que acabase nunca. Se dio la vuelta y sus pechos rozaron el tórax masculino mientras que sus manos descendían por el vello del abdomen.


—Oh, Pauli —dijo Pedro y se la subió encima con un rápido movimiento—, ¿Qué voy a hacer contigo?


Ella sonrió y lo miró a los ojos, reflejando su deseo en ellos.


—Tengo un par de ideas.


Volvieron a hacer el amor y mientras Pedro la acariciaba tuvo que recurrir a toda su voluntad para no gritar cuánto lo amaba. Necesitaba desesperadamente oírselo decir primero. Pero como él no lo dijo, ella se contentó pensando que a veces las acciones hablaban más que las palabras. Y durante la hora siguiente él le demostró de mil y una formas cuánto la quería. Después, se vistieron en silencio, alisando la ropa arrugada e intercambiando sonrisas tímidas. Aunque tuviese el pelo alborotado y una sombra de barba en las mejillas, Pedro estaba guapísimo. Pauli conocía a una docena de chicas que matarían por ser su novia. Todavía no podía creerse que la hubiese elegido a ella.