martes, 13 de febrero de 2024

Acuerdo: Capítulo 9

 –Todavía –añadió, intentando ocultar lo nerviosa y asustada que estaba.


–¿Me vas a conceder el privilegio de gestionar mi fortuna? –preguntó él en tono sarcástico.


Ella no respondió, se puso recta y, si bien en esos momentos no era capaz de sonreír, sí que consiguió mantener la expresión relajada y proyectar seguridad y paciencia.


–¿Qué clase de persona eres, Paula, mujer de inteligencia engañosa?


Su tono era mordaz, pero la recorrió con la mirada y ella sintió que se le endurecían los pechos. Cuando Pedro volvió a mirarla a los ojos, había cambiado su expresión. Había curiosidad y algo más, avidez. Ella se sintió aterrada, pero tenía que disimular.


–Le propongo trabajar para usted como lo hacía para su abuela.


–¿Gratis?


–Más o menos –respondió Paula, aclarándose la garganta–. Lo ayudaré en la transición sin coste alguno a cambio de otras consideraciones.


–No tengo ningún motivo para confiar en tí. Arregla lo que hayas hecho – le dijo, señalando con la cabeza hacia el ordenador–, y no tendrás ninguna deuda con mi abuela. Serás libre de marcharte.


Ella sintió que le faltaba el suelo debajo de los pies.


–¿Adónde? –le preguntó–. No tengo dinero, no tengo adónde ir.


–¿Quieres quedarte aquí? –le preguntó él, cruzándose de brazos–. No. Yo asumiré el control de la fortuna de mi abuela, aunque sea solo para apartarte a tí. Aquí ya no se te necesita, Paula.


–Eso ya lo sé. ¿Por qué piensa que estoy haciendo esto? –replicó ella en tono enfadado, sintiendo que le ardían los ojos.


–Entonces, ¿Qué es lo que quieres?


Lo que quería, por el momento, no estaba a su alcance, había dejado de pensar en ello hacía mucho tiempo. Quería amor, seguridad, un lugar al que pertenecer… Pero todo aquello eran lujos. Tenía que centrarse en lo que necesitaba: Un medio de vida.


–Quiero mudarme a una de las capitales de la moda. De preferencia, a Nueva York.


–¿Quieres ser modelo? –preguntó él con desprecio.


–¿No le parezco lo suficientemente guapa? –replicó ella, sintiendo pánico de repente.


¡Aquello era todo lo que tenía!


–¿Por qué no lo has hecho ya? Singapur es un buen lugar.


–Para las modelos asiáticas. Yo no encajo en este mercado. Además, no es una profesión en la que uno llame a la puerta y consiga trabajo. Hace falta un book y un agente.


Él señaló el ordenador.


–Tienes opciones. ¿Por qué no lo has intentado? –insistió él, su tono era de incredulidad.


–Su abuela no podía llevar el negocio sin mí. No como a ella le gustaba –le explicó–. Además, no me lo habría perdonado. Estaba furiosa con su madre, por haberse marchado sin su permiso.


Se contuvo para no agarrarse las manos con fuerza.


–Llevo varios años haciendo un esfuerzo, siendo consciente de que me necesitaba, pero también de mis dos puntos fuertes: La belleza y la juventud, que no tendré siempre. Si quiero explotarlos, tiene que ser ahora.


–No infravalores tu cerebro ingenioso.


–Aunque preferiría que se me valorase por mi inteligencia, ¿Quién contrataría a alguien sin formación, sin domicilio y sin ni siquiera un ordenador propio? El trabajo que hacía para su abuela solo lo podría hacer para usted. Y sé que mi utilidad con usted no duraría mucho.


Suspiró e intentó mantener la compostura mientras continuaba.


–Su fallecimiento me ha obligado a asegurar mi futuro lo más rápida y ventajosamente posible. Una modelo que tenga la apariencia correcta puede trabajar en cualquier parte. Están bien pagadas y las agencias ayudan a tramitar los visados y los permisos de residencia.


–Pero también acabas de decir que no es fácil empezar.


–Eso depende de quién te acompañe, No?


Él arqueó las cejas, su expresión era de sorpresa. Esbozó una débil sonrisa. 

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