–¡Por supuesto, señor! Pero a la señora Chen nunca le gustaron los teléfonos ni los ordenadores –le explicó la enfermera–. Por eso tomó a Paula de ayudante. Además, ella hablaba español y su abuela había adquirido recientemente propiedades en Sudamérica.
–Paula era muy joven cuando llegó aquí, ¿Verdad? ¿Cómo se sentía? ¿Asustada? ¿Enfadada?
–Era muy callada.
–¿Porque solo hablaba español? –le preguntó él.
–Hablaba un poco de inglés, pero el problema era el parche. Tuve que quitárselo de la lengua. Se me había olvidado –comentó la enfermera, frunciendo el ceño.
–¿Qué parche? –se interesó Pedro.
–Para perder peso. Hace que sea doloroso comer sólidos. Ya estaba muy delgada, pero algunas jóvenes hacen verdaderas estupideces para no engordar. Si quiere que le dé mi opinión, la señora Chen la salvó de ella misma.
Unos golpes en la puerta la despertaron. Paula miró el reloj despertador, todavía faltaba una hora para que sonase. Había puesto la alarma para no quedarse dormida y poder cambiar el temporizador del ordenador.
–Paula –le dijo él–. Abre la puerta o entro.
Ella se levantó rápidamente, se pasó las manos por el vestido arrugado y abrió la puerta a Pedro, que parecía enfadado. Él miró hacia la pequeña cama, las paredes vacías y la mesita de noche en la que solo había un reloj y un peine.
–¿Qué estás haciendo? –le preguntó.
–Dormir.
–Tenías que cenar conmigo. ¿Por qué le dijiste al mayordomo que quería cenar con él?
–Me dijo que le pidiese al mayordomo que les preparase la cena. Dí por hecho que se refería a él y a usted.
–No.
La orden de Pedro podía haberse interpretado de varias maneras y ella se había sentido agotada. Además, el mayordomo jamás se habría creído que el nuevo señor de la casa quería cenar con ella, salvo que este se lo hubiese dicho en persona. Tanto él como el resto del personal le habían preguntado a Paula qué le había contado. Y ella había respondido como cuando le habían preguntado por las conversaciones que mantenía con la señora Chen, sin darles ninguna información, ganándose así su enemistad. Pero Pedro estaba enfadado. Se había quedado dormida pensando que había estado a punto de besarla, e imaginándose cosas que casi no podía entender. ¿Cómo habría sido sentir sus labios, que le acariciase el trasero, los pechos, entre las piernas…? Sintió calor allí y eso la desconcertó. Se sintió avergonzada.
–No tengo hambre –añadió.
–No te he preguntado si tenías hambre. Vamos al jardín.
Le hizo un gesto para que pasase delante. Y ella lo hizo, consciente de que tenía a Pedro detrás. Llegaron al jardín donde había una mesa para dos, con la mejor vajilla de Sara y un mantel de seda. Una de las doncellas llevó el primer plato, un pequeño cuenco con curry de gambas. Pedro tomó los fideos con los palillos dorados con tanta habilidad como ella. Y se dió cuenta de la mirada de curiosidad de Paula cuando la doncella se marchó.
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