jueves, 8 de febrero de 2024

Acuerdo: Capítulo 7

Ella se mantuvo seria.


–Es una acusación muy fea –le dijo él–. ¿Con quién? ¿Contigo?


Paula tragó saliva.


–Pregunte cuántas veces he salido de esta casa. Le dirán que hoy ha sido la primera vez en ocho años.


–Seguro que tú les has obligado a decir eso. ¿Eres tú la que lidera el grupo?


–Actúo sola. Me sorprendería que nadie conociese mi situación. Solo piensan que no me gusta salir. Pero el recuerdo de su abuela se enturbiaría si sus empleados empezasen a hablar. Por lo que le aconsejo que no intente hacer averiguaciones.


–Sabes muy bien que, sin una exhaustiva investigación, solo tengo tu palabra. Llevo lidiando con empleados descontentos mucho tiempo. No estoy preocupado.


En realidad, estaba un poco preocupado. Aquella mujer no era como los demás. No solo por su aspecto sino porque, con veintidós años, había engatusado a su abuela para gestionar toda su fortuna. Era mucho más peligrosa de lo que parecía.


–Me crea o no la policía, supongo que me deportaría, dado que no tengo derecho legal a permanecer aquí. Y mi futuro en Venezuela es bastante incierto. No obstante, he tenido que barajar esa posibilidad.


–Por supuesto que sí –comentó él, fascinado por su atrevimiento–. Robar es delito.


–Solo si lo cobro.


–Sí –admitió Pedro, tomando su taza para darle otro sorbo.


No estaba seguro de si Paula había palidecido. El sol se estaba poniendo y la luz estaba cambiando.


–Podría matarme –le dijo ella–. O hacerme desaparecer, pero también he contemplado esa posibilidad. La investigación sería minuciosa y llevaría mucho tiempo.


–No hay infierno peor que una mujer con un ordenador. ¿Qué he hecho yo para merecer esto?


Paula, que tenía las manos unidas en el regazo, las levantó.


–Soy consciente de que mi único valor en estos momentos es mi capacidad de revertir las inconveniencias que he causado.


–Estoy seguro de que podré revertirlas yo antes de que hayan ocasionado demasiados daños. Tu valor es inexistente.


–Es probable que tenga razón –admitió ella, sin siquiera sudar.


Pedro se sintió intrigado por aquella situación. Dentro de él había un niño de doce años que se moría por cerrar la puerta, ponerse los auriculares y hackear su propio sistema. No porque estuviese preocupado, sino solo por diversión. También había en él un hombre de treinta y un años que quería poner las manos sobre aquella complicada mujer y conseguir que se derritiese entre sus brazos.


–Si lo que dices acerca de tus circunstancias es cierto…


Volvió a dejar la taza de café.


–Podría decirse que, si voy a asumir el control de los bienes de mi abuela, también tú eres mía.


Se hizo otro silencio y las larguísimas pestañas de Paula volvieron a ocultar su mirada. Le temblaron los labios.


–Podría decirse así –admitió con voz temblorosa–. He hecho lo que he podido para proteger todos sus bienes, incluida yo. Y, hablando de bienes, yo diría que ahora mismo estoy en mi máximo valor. Si quisiera venderme, por ejemplo.


Él se dijo que, si Paula pensaba que podía jugar con él, se estabaequivocando.


–Por supuesto, si fuese a hacer algo así, yo haría todo lo posible por utilizar lo que sé de sus intereses comerciales en mi provecho –continuó Paula.


–¿Fue así como te adquirió Sara? –le preguntó él–. ¿En una especie de subasta?


Pensó que entregaría toda la fortuna de su abuela a las autoridades si era cierto que la había construido sobre algo tan feo.


–No –respondió ella, entrelazando los dedos con fuerza–. Mi madre vivía en un edificio que pertenecía a mi padre en Caracas. Era su amante. Él era político y estaba casado con otra mujer. Vendió el edificio a tu abuela sin disponer qué iba a ocurrir con mi madre. Mae intentó echarla, pero mi madre acordó con ella que me tomase como empleada a cambio de que ella pudiese quedarse a vivir allí. Así que yo he estado trabajando para pagar la deuda de mi madre.


Dió una cifra en bolívares que ascendía a unos cien mil dólares. ¿Aquello era lo que valía una vida humana? ¿Calderilla? 

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