–Siento mucho lo de su abuela –le dijo Paula–. La vamos a echar mucho de menos.
–Al parecer, ha sido muy rápido.
Lo había sido. Los esfuerzos de la enfermera habían sido inútiles y la tristeza ya se había adueñado de la casa mientras el helicóptero de la señora despegaba del jardín, donde había ocurrido todo. Paula lo condujo al despacho, una habitación más sobria que el resto de la casa, pero con un toque femenino porque estaba decorada en tonos pastel y había un juego de té inglés que ella había preparado todas las tardes para las dos. Tuvo la sensación de que la habitación estaba terriblemente vacía. ¿Con quién iba a tomar ella el té a partir de entonces? ¿Qué iba a ocurrir? Su futuro ya no estaba en manos de Sara Chen y Paula habría podido engañarse pensando que estaba en sus propias manos, pero no era verdad. Su vida dependía de cómo reaccionase aquel hombre cuando se enterase de lo que había hecho. Él tenía los dedos largos y ligeramente bronceados. Parecían fuertes. Letales. Ella se detuvo junto al sillón con ruedas que había delante de su escritorio y esperó a que él se sentase. Pedro recorrió la habitación con la mirada y miró por la ventana, hacia el jardín. Ella contuvo la respiración mientras esperaba a que sus ojos volviesen a ella, con la esperanza de que mostrase algún gesto de cercanía. O de aprobación. Algo que pudiese tranquilizarla.
–Pensé que eras una asistente virtual, pero veo que no eres una máquina – comentó Pedro, mirándola con cierta benevolencia.
A ella se le aceleró la respiración, sintió un cosquilleo en el estómago, pero no sintió miedo, era más bien emoción frente a lo desconocido. Era tensión sexual, se dijo, sintiendo ganas de reír y de gritar. Conocía lo que era la tensión sexual de una manera muy abstracta. Había utilizado su feminidad con el sexo opuesto demasiado pronto, pero en esos momentos no pretendía nada así. Solo pretendía dar una imagen segura y competente. La habían juzgado por sus atributos físicos casi desde niña, pero nunca se había sentido así. Más bien, había sentido repulsión frente a las miradas lascivas de hombres mayores. No había sido consciente de que la mirada de un hombre pudiese hacer que se le acelerase la sangre en las venas, que pudiese hacer que se sintiese atrapada por una tela de araña. El mayordomo apareció con una bandeja, rompiendo la tensión del momento.
–¿Cómo quiere el café, señor Alfonso? –preguntó, sirviendo el líquido caliente en una taza verde jade con asa dorada.
–Solo –respondió él, mirando a Paula–. ¿Tú no tomas nada?
El mayordomo no reaccionó, pero Paula vió cómo se ponía tenso. Nunca le había caído bien por haberse ganado la confianza de Sara más que él. Se había puesto furioso al enterarse por ella de quién era el nieto de la señora Chen. Pero ella no podía decirle que Sara no confiaba en él ni en ningún otro hombre, y que le había aconsejado que ella tampoco confiase en nadie. El caso era que, si tenía que servirle un café a Paula, el mayordomo se iba a morir.Si ella hubiese sido algo más ruin, le habría pedido el café, pero prefirió ahorrar la energía para batallas más importantes.
–Es muy amable –murmuró–, pero no es necesario.
–Aquí tiene la campana por si necesita algo más, señor Alfonso –dijo el mayordomo, mirando mal a Paula antes de marcharse.
Pedro señaló hacia la zona de estar, en la que había un sofá y sillones tapizados en seda. Le hizo un gesto para se sentase y después se sentó enfrente. Ella sintió ganas de reír, aunque supiese que el nieto de Sara se pondría furioso cuando se enterase de lo poco que se merecía que la tratase con tanto respeto. A pesar de que sabía que antes o después tendría que tomar las riendas de la conversación, Paula dejó que fuese él quien empezase a hablar. Aquello podía salir de muchas maneras, podía incluso terminar muerta. Había hecho una búsqueda en Internet y se había enterado de que Pedro era cinturón negro de kung-fu. Y si bien ella había practicado taichí todas las mañanas con Sara y con el resto del servicio, estaba segura de que no estaría a su altura.
–Tras firmar los papeles en el hospital, me he reunido con el abogado de mi abuela –le informó él–. Tengo un poder que me permite asumir las riendas durante el juicio testamentario. Va a publicarse una nota de prensa para anunciar mi relación con Sara. Tanto legal como públicamente he tomado posesión de Chen Enterprises, pero cuando he llegado a las oficinas no he conseguido que se siguieran todas mis instrucciones. Me han dicho que todo pasaba por Pau.
Dió un sorbo a su café sin dejar de mirarla.
–Ni siquiera han sido capaces de darme una lista de sus activos y cuentas, así que he empezado a contactar con los bancos para poder acceder a ellos.
Ella siguió en silencio a pesar de que le ardía el vientre, no quería ponerse a balbucear vagas explicaciones antes de que él se las pidiera.
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