martes, 13 de febrero de 2024

Acuerdo: Capítulo 11

 –No vas a solucionar el caos que has creado, ¿Verdad? –inquirió Pedro enfadado.


–Si Pau no hace falta, todo lo que hay en su perfil, tampoco –le respondió ella.


–Ven aquí.


Ella se quedó donde estaba, pero apartó las manos del ordenador y cerró la pantalla.


–¿Tienes idea de lo peligroso que soy?


–¿Tiene usted idea… De lo poco que tengo yo que perder? –contraatacó ella en un susurro.


Ocho años, ni más ni menos.


Había cerrado los puños, pero manteniéndolos a ambos lados del cuerpo.


–Por cierto, me puede dar las gracias por todas las veces que he sugerido a su abuela que se pusiese en contacto con usted. Podría haber venido en cualquier momento a echarle una mano en la gestión de sus negocios, pero no lo hizo. Yo sí que he estado aquí. Y a cambio solo he tenido un techo y tres comidas al día.


–¿Y me quieres castigar por ello? ¿Borrando unos archivos? Cualquier base de datos o archivo que borres, se puede recuperar. No se tardará mucho y el coste no será tal alto.


–Yo estimo ese coste en diez millones de dólares, si tenemos en cuenta las penalizaciones por incumplimiento de contratos. También podría mantenerme en mi puesto y no perder ese dinero.


–¿Ese piensas que es tu valor? –inquirió él–. ¿Diez millones de dólares?


Aquello la enfadó y a Pedro le pareció que se ponía todavía más sexy cuando se enojaba.


–He pasado muchos años pensado que mi valor era cero, pensando que tenía que quedarme aquí porque Sara era la única persona que me quería, y que yo solo era útil para ella. Desde que le envié a usted el mensaje informándole de que había sufrido un infarto, solo he podido pensar en que tenía que demostrarle mi valía, pero ¿Cómo hacerlo si no soy más que una deuda pendiente?


Se llevó la mano al vientre como si le hubiesen clavado un puñal en el ombligo.


–La deuda es de mi madre. Y yo valgo lo que quiera valer. Si me van a explotar, seré yo quien ponga las condiciones. Y si me va a mandar a la callecomo a un perro, le aseguro que antes le voy a morder.


Llamaron suavemente a la puerta y Pedro respondió:


–¡Estamos ocupados!


Una señora de rostro moreno ya se estaba asomando.


–Lo siento, señor Alfonso. Me han dicho que quería verme.


–Es la enfermera de la señora Chen –le informó Paula.


Él juró entre dientes.


–Pase.


Después miró a Paula y señaló el ordenador.


–Pon eso en pausa unas horas. Y después pídele al mayordomo que nos prepare la cena.


Necesitaba tiempo para pensar.


La enfermera los miró a los dos mientras Paula se acercaba al ordenador y tocaba varias teclas. Unos segundos después, Paula salía de la habitación. La enfermera no le dió a Pedro más información de la que ya tenía. Le transmitió su pésame y él le prometió que le daría referencias para su próximo trabajo. Ella le dió las gracias y se giró.


–Espere –le pidió él antes de que saliese–. ¿Cuánto tiempo ha estado trabajando con mi abuela?


Ella volvió a mirarlo y sonrió.


–Casi veinte años, señor.


–¿Y conoce a Paula desde que llegó aquí? ¿Cuánto tiempo ha estado trabajando para mi abuela?


–Desde el principio, señor.


–¿Y fue idea de mi abuela? ¿Estaba mentalmente capacitada? Mi abuela, quiero decir. 

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