jueves, 29 de febrero de 2024

Acuerdo: Capítulo 29

 –¿Cómo era mi abuela? –le preguntó Pedro–. Si mi madre me habló de ella en alguna ocasión, debía de ser demasiado pequeño, porque no lo recuerdo.


–No le gustaba salir de casa. Cuando se dió cuenta de todo lo que se podía hacer por Internet, decidió trabajar desde casa y solo iba a la sede de Chen Enterprises a reuniones.


–No la excuses. No tuvo un papel activo en mi vida porque jamás aprobó que su hija se hubiese marchado para casarse con un estadounidense.


–Eso es cierto –murmuró Luli, dejando su vaso a un lado–. Para Sara la lealtad era muy importante y no confiaba fácilmente en nadie. Supongo que alguien debía haberle hecho daño en el pasado.


–¿Mi madre? –sugirió Pedro.


–Tal vez –dijo ella, volviendo a meter el teléfono en la cartera–, pero, sobre todo, desconfiaba de los hombres. Pienso que tenía que ver con aquel gerente que había tenido. Solo contrataba a hombres si estaban casados y conocía a sus esposas. Con respecto a las mujeres que trabajaban en casa, no quería que se casasen ni que tuviesen novio, pensaba que eso las distraía y hacía que se dividiesen sus lealtades.


–Era muy controladora.


–Sí, pero también muy buena, a su manera. En una ocasión tuve un virus y me trajo sopa y se sentó a mi lado mientras dormía –le contó Paula,emocionada–. Voy a echarla de menos.


–¿Has oído hablar del síndrome de Estocolmo? –le preguntó él antes de terminarse el vaso de agua–. Es el vínculo de confianza y lealtad que sienten los rehenes con sus secuestradores.


–No era eso.


¿O sí?


Paula se preguntó si era lo mismo que estaba empezando a sentir por él. Había estado a punto de entregarle su cuerpo un rato antes, a pesar de que en realidad no lo conocía bien.


–¿Nunca te habló de mi madre, salvo para quejarse de su desobediencia? – le preguntó Pedro, clavando la vista en su vaso vacío.


Habló con naturalidad, pero Luli tuvo la sensación de que la pregunta ocultaba algo más.


–A Sara no le gustaba pensar ni hablar del pasado. Nunca admitía sus errores ni sus remordimientos. Yo me enteré de que tenía una hija cuando volvió del funeral de tu padre. Estaba presente cuando le pidió al abogado que te incluyese en su testamento. Hasta aquel día, siempre había pensado que seguía tus inversiones por interés profesional.


–Muchos lo hacen.


–Por ejemplo, yo –admitió ella.


Abrió un bolsillo de la cartera y vió que había dentro una tarjeta de crédito Platinum. Tenía un chip electrónico, el logo del dragón y su nombre. Volvió a guardarla porque no estaba preparada para descubrir que tenía dinero a su disposición.


–De hecho, sé mucho de tí. Y me gusta pensar que algún día tendré mi propio dinero y sabré gestionarlo bien, en vez de gestionar el de otras personas.


Sonrió al contar su sueño en voz alta. Había necesitado aferrarse a aquello mientras se sentía como en un cuento, encerrada en una torre, con la esperanza de poder en un futuro construir su propio castillo. Jamás había soñado con aquello.


–Pienso que tu abuela estaba muy orgullosa de tí –comentó.


Él arqueó las cejas con escepticismo.


–No es un cumplido. Tal vez debería añadir que Sara se apuntaba parte de tu éxito.


–¿Porque llevo su ADN? Tal vez. Lo que es evidente es que no he heredado ningún talento de mi padre. Yo lo que estoy empezando a pensar es que mi abuela te debía su éxito a tí.


–Yo nunca diría algo así. 

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