-¿Qué? –inquirió Paula, con los ojos como platos–. ¿Por qué? No.
–Es lo que ella quería.
Pedro volvió a la caja fuerte y le llevó las hojas que había sacado de la carpeta.
–Esto también estaba ahí.
–No –dijo ella, negando con la cabeza–. Me pedía que te incluyera a tí para compararte con los demás. Te tenía en alta estima.
–Durante el último año me pidió nueve veces que viniera a verla. ¿Cuántas veces vinieron todos esos hombres?
–Viven en la ciudad. A Sara no le gustaba viajar. Seguro que quería que vinieras para poder decirte que iba a dejártelo todo a tí.
–Quería que te conociera. Mira.
Pedro pasó las hojas y le enseñó un documento en el que ya estaban puestos sus nombres. Paula tomó aire, sorprendida. Para él también había sido una sorpresa, y había querido ver su reacción para estar seguro de que no lo había planeado todo ella.
–¡Tú no quieres casarte conmigo! ¿Verdad? –lo acusó ella.
–El matrimonio nunca ha sido una prioridad para mí –admitió él, pero frunció el ceño.
Sara era la única beneficiaria que tenía porque era su único familiar. Uno de los motivos por el que nunca había pensado en casarse era porque tendría que haber vadeado a muchas cazafortunas antes de encontrar a la mujer adecuada. Por mucho que lo incomodase que Sara hubiese planeado aquello, le parecía práctico y profesional negociar su matrimonio y su descendencia. Era una manera sencilla de mantener los sentimientos fuera de la ecuación.
–Podrías limitarte a darme la dote –le sugirió Paula ligeramente esperanzada.
Si todo lo que esta le había dicho era cierto, y Pedro estaba empezando a pensar que sí, era demasiado inexperta como para vivir sola, en especial, en ciudades como Nueva York y París, con o sin dinero. No le gustó la idea de verla desaparecer.
–Es muy probable que Sara tuviese la intención de poner nuestro matrimonio como condición para heredar su fortuna.
Lo más probable era que él se hubiese negado, aunque, después de haber conocido a Paula, ya no estaba tan seguro.
–Al igual que voy a cumplir sus deseos con respecto al personal, también debería cumplirlos en lo referente a tí.
–¡Qué suerte la mía!
Pedro se sintió divertido e insultado al mismo tiempo.
–Sería una manera muy rápida de obtener la residencia en Nueva York, donde has dicho que te gustaría vivir. Yo preferiría volver allí lo antes posible.
Le tendió el contrato.
–Léelo. Si estás de acuerdo, firmaremos mañana por la mañana, nos casaremos y haremos el viaje.
–¿A Nueva York? ¿De verdad?
A Paula le brillaron los ojos por primera vez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario