–Me preguntaba si… –empezó, nerviosa–. No hemos hablado de si esto va a ser… Un matrimonio… ¿De verdad?
Él arqueó las cejas.
–Has firmado el contrato. Pensé que eso significaba que estabas de acuerdo con todo.
–No he tenido la oportunidad de decir lo contrario. Todo ha ocurrido muy deprisa. Y el modo en el que me besaste. Supongo que fingirías.
–¿Qué quieres decir? ¿Tú fingiste cuando nos besamos?
–Yo… No.
–No te veo muy segura.
–Estoy segura, pero no sé si tú…
Tragó saliva, incómoda con la situación.
–Yo no fingí nada. Hice lo posible por no hacer nada no apto para menores.
Paula recordó la ocasión en la que su madre se había fotografiado con un jaguar, cuando ella tenía siete u ocho años. Su madre había insistido en que se acercase ella también y se había sentido fascinada por la fuerza y el calor del felino, pero su cuidador le había advertido que no lo mirase a los ojos. No obstante, miró a los ojos a aquella otra bestia e inmediatamente se dio cuenta de su error, porque despertó al cazador que había en él. A pesar de que parecía relajado, se le dilataron las pupilas y se quitó la camisa. Lo que sintió ella no fue miedo, sino todo lo contrario. No supo qué era, solo supo que no podía apartar la mirada de él. No se podía mover. Notó otro tirón en el pelo y su cuerpo se acercó a él, se acercó tanto que pudo sentir su calor. Pedro la miró fijamente y ella clavó la vista en sus labios.
–Tienes una piel preciosa.
Paula no supo cómo responder ni tuvo la oportunidad. Pedro inclinó la cabeza y la besó en el cuello. Eso era lo que hacían los cazadores, arrinconaban a sus presas y las sujetaban con sus poderosas mandíbulas. Pero él solo respiró contra su garganta, se la lamió una vez, haciendo que se le acelerase el pulso y se le endureciesen los pechos. A ella se le olvidó respirar mientras él pasaba los labios por su piel. Sintió calor por todo el cuerpo y notó que se quedaba sin fuerzas. Gimió y él utilizó los dientes, después chupó, lamió. La sensación era tan excitante que ella echó la cabeza hacia atrás. Él apoyó una mano en su cadera y la besó en los labios apasionadamente. La abrazó y la sujetó contra su cuerpo. Paula se sintió aprisionada, pero no le importó no poder moverse. Solo quería seguir sintiendo los labios de Pedro. El contacto de su lengua con la de ella hizo que se estremeciera y gimiese. Y él, como si la hubiese entendido, pasó las manos por su espalda, por la cintura y las caderas, haciendo que Luli se retorciese porque deseaba más.
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