martes, 20 de febrero de 2024

Acuerdo: Capítulo 17

 –¡Dios mío! –exclamó, pasando las páginas, fijándose en las notas escritas por Sara.


–¿Por qué te sorprende tanto? Tú misma has dicho que iba a organizar tu matrimonio.


–¡Pero no sabía que lo estuviese haciendo de verdad!


Se abrazó y miró los papeles con verdadero horror. ¿Qué habría querido obtener Sara a cambio?


–La dote que ofrece es bastante generosa. Y una compensación decente si te divorcias, en especial, si aguantas casada al menos cinco años. Las condiciones son excelentes si tienes hijos, sobre todo, varones.


–¿Cuándo? Pensé…


Paula pensó que Sara había querido que siguiese con ella, que había valorado su trabajo.  Se sintió como un activo con el que negociar en otra transacción comercial más. Una propiedad.


–El que está en el sector de los textiles es el de mayor edad. Y tiene una enfermedad coronaria.


Paula giró la cabeza con gesto compungido. Pedro se sintió mal, pero todavía estaba procesando lo que acababa de descubrir. Había sacado el documento que llevaba su propio nombre de la carpeta, a ver si ella lo echaba de menos. Parecía realmente sorprendida por la existencia de aquellos documentos. Y el hecho de que hubiesen estado guardados en la caja fuerte indicaba que Sara había querido mantenerlo en secreto. Las notas de su abuela acerca de los candidatos revelaban de manera explícita que todos le parecían poco, sobre todo, en comparación con él. Aquel descubrimiento era el que más lo había inquietado. Sara había querido que Paula se casase con él. Al parecer, era cierto que la había visto como a una hija. Pedro no había conseguido encontrar su nombre en ninguna nómina ni en los gastos de la vivienda. Y había interrogado personalmente al mayordomo, que le había mostrado el sistema con el que gestionaba las horas de trabajo de los empleados y los periodos de vacaciones, pero Paula tampoco aparecía en él.


–Tenían un acuerdo privado –le había dicho el mayordomo, torciendo el gesto.


Y también le había contado que Paula no salía de la casa, lo que para él era un fastidio. De hecho, si había que prescindir de alguien en aquella casa, en opinión del mayordomo, la primera en marcharse tenía que ser ella.


–No voy a hacerlo –dijo ella, temblando–. No me puedes obligar.


–Tranquilízate. Solo estoy diciendo que, si tú quieres hacerlo, yo seguiré con el plan –le respondió Pedro, poniéndola a prueba.


–¡Por supuesto que no!


–Antes me has dicho que podías casarte con un hombre mayor.


Él nunca había pensado en el matrimonio y el hecho de que Sara hubiese pensado que podía interferir en su vida hasta semejante punto lo había dejado de piedra.


–Quiero casarme con quién yo quiera –le dijo Paula, reflejando los pensamientos de Pedro, con gesto de desolación–. Pensé que le gustaba. ¿Por qué querría hacerme algo así?


Pedro tenía sus propias teorías, pero preguntó:


–¿Estaba enferma? ¿No estaría poniéndolo todo en orden porque pensaba que le quedaba poco tiempo de vida? 

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